
Caracteriza nuestro momento la angustia, el malestar, la
rabia y el dolor y ya tocamos el umbral de no poder continuar negando el
fracaso y las consecuencias del peor error cometido en nuestra historia. El
error fue haber creído que este mal era necesario y haber apostado por un
determinismo que en sí mismo negaba las posibilidades de perfeccionar lo que
teníamos, que no era malo pero si perfectible. Botar todo logro al cesto de la
basura y dejar en manos de aventureros desvergonzados nuestras posibilidades de
ser simplemente lo que queremos ser. Lo mínimo, civilizados. Ahora estamos
obligados a tolerar la frustración, superar el temor por el vínculo más íntimo
con nosotros mismos y actuar sin dubitación para rescatar las posibilidades de
una sociedad mejor. Para que vuelva a abrirse el abanico de posibilidades en
las elecciones de vida de cada uno de nosotros. Para volver a ser los únicos
responsables de nuestras elecciones y para poder asumir los riesgos propios que
inevitablemente nos obliga la vida en libertad. Salir, en primera instancia, de
la mediocridad de lo impuesto por otros como males necesarios. La vida nos
duele profundamente.
Sabemos que salir de los tiranos es el primer paso, de ahí en
adelante tenemos (es imperativo) que avocarnos a la búsqueda del ser humano que
como decía Hegel “no es lo que es sino lo que no es”. No somos ni seremos
completos nunca pero no es perdonable el abandono de la búsqueda por ser una
fuerza de la voluntad encaminada a encontrar el goce del pensamiento, del bien
decir, del respeto y de la libertad. Héroes individuales de nuestro propio
destino en sociedad. Somos objetivación de una voluntad como lo señaló
Schopenhauer, somos deseos omnipotentes que se estrellan en las posibilidades
de una realidad, pero mientras nos mantengamos en la gama de las posibilidades
estamos abiertos al dolor pero también a la satisfacción de encontrarnos cada
vez más cerca de lo que aspiramos ser. No se detiene jamás el tránsito de la
vida. Lo detiene solamente la muerte.
Morimos no solo cuando dejamos de respirar, también hay una
muerte en vida cuando esta se constriñe a determinismos dictados por otros en
nombre de lo necesario. Es necesario pasar penurias, es necesario asesinar,
robar, quitarle al otro lo que le pertenece, es necesario infringir dolor,
torturar, la guerra, el terrorismo y cualquier plaga esparcida por el mundo por
estos psicópatas que en su delirio han creído ser poseedores de la verdad
ultima de la justicia, de la igualdad y de la fraternidad. Bien, nos llegó la
hora de luchar contra estos delincuentes; en héroes anónimos, al estilo
Savater, nos tenemos que conformar para poder conquistar nuevamente nuestro
derecho a elegir. Para conquistar nuevamente la condena de ser los únicos
protagonistas de las historias individuales y como consecuencia de la historia
de nuestro país. Al fin y al cabo de eso se trata la democracia. Yo soy quien
dice quién soy y quién quiero ser, no vamos a dejarle nunca más esta tarea a
otro, ya sabemos a lo que conduce.
Los seres que no han perdido nunca esta certeza son los seres
que más admiramos. La sociedad decente, que aún es amplia, acaba de
estremecerse con la muerte de Mercedes Pulido, precisamente una mujer que vivió
intensamente; con un carácter indomable construyó una vida ejemplar en la
virtud y el conocimiento. Decidida por una entrega, sin cortapisas ni
concesiones, al bienestar y mejora de su país. Duele mucho que nos abandone un
ser excepcional, todos de alguna manera u otra nos sentimos huérfanos de una
madre buena. Pero al mismo tiempo nos estremecemos al constatar que hasta su
muerte es un acto que invita a una profunda reflexión de cómo se vive una vida
que merece ser vivida. Necesitamos muchos hombres y mujeres como Mercedes y
esta es nuestra principal tarea aprender a vivir en democracia y con la
responsabilidad de escoger correctamente cuando estamos en una situación
límite. Aquí vamos, mañana tenemos nuevamente un encuentro con nuestro destino.