31 de marzo de 2020

De qué tengo miedo

Magritte


El miedo se apoderó de los habitantes de esta tierra. No es que antes de la pandemia no sufriéramos de miedo y de incertidumbre, es que se hizo patente, es que ya no se esconde en reacciones bravuconas y destempladas. La desconfianza y el miedo nos aislaron aún más y descubrimos que lo aterrador es constatar que más allá de nuestras cuatro paredes no hay vida. Vida creativa, cultura de fortalecimiento de lazos sociales, de entendimiento de nuestros discursos. Sin duda es inevitable tropezarse con otros seres, porque algunas necesidades obligan a salir del claustro. El otro observa a su debida y prudente distancia y si te dirige la palabra es para hacerte indicaciones de como debes protegerte a ti y a los otros. Cada quien sostiene su relato y el otro escucha con incredulidad.

Este miedo paralizante producirá efectos que son impredecibles. El mundo que conocimos se terminará de derrumbar o por el contrario seguiremos en nuestra lenta pero segura destrucción. Quién sabe, no me atrevo a vaticinar un futuro porque no lo veo. Rara sensación que experimento por primera vez en la vida, repetir las rutinas diarias sin pensar o esperar alegrías inesperadas, un mañana iluminado. La magia que descubro siempre estuvo inseparable de la vida, se esfumó y aparece la angustia de la fragilidad. Tengo miedo principalmente de continuar por mucho tiempo sin entusiasmo y despertar de noche con sobresaltos. De haber perdido la confianza en el rumbo que tomó la humanidad. De no poder encajar en esta gran tragedia en la que todos participamos. De que la normalidad se transforme en un imposible, que un virus termine por desencadenar sin contención nuestra locura. De terminar de despertar, de ver al mundo descarnado y sin adornos.

Estamos programados para encontrarnos y establecer relaciones de diferentes órdenes. De apoyarnos en verdades arraigadas, en prácticas simbólicas organizadas en expresiones culturales. Estamos programados para un mundo ordenado que nos ayude a aplacar nuestros demonios internos. Estamos programados para formarnos como sujetos políticos y llegar a acuerdo para el mantenimiento racional de la ley. Hoy observamos como ese mundo que entendíamos y aceptamos, con las rebeldías que impulsa la razón por diferenciar lo permitido de lo prohibido, estalla. Un virus destapó no solo los miedos descarnados sino lo irracionales que podemos ser. Todos con tapabocas porque de otra forma no te dejan circular los otros que temen por sus vidas, pero incrédulos de que exista una real amenaza. Incrédulos y desconfiados y por la misma razón aterrados.

Desapareció esa figura introyectada, simbólica de autoridad en la que se confía, a la que se teme pero se ama por la tranquilidad que su presencia causa. Esa creencia última e inconsciente que todos albergamos y con la cual se establecen lazos libidinales. Un padre protector, un mago poderoso, un ser superior que te acompaña y ama, un otro que no engaña, numerosas y distintas representaciones de esa figura ordenadora. Ya no está, por el contrario el mundo se burló de los lazos amorosos estables y para expresarlo con Bauman se debilitó la figura que nos hacía desear ocupar con orgullo un lugar que le diera razón y contenido a la vida. Nuestros enganches libidinales perdieron cuerpo, se volvió la existencia líquida y se desparrama por las grietas que diariamente se abren.

El mundo que conocimos desaparece y se vislumbra, muy borrosa todavía, una globalización regida por las comunicaciones que marcan las pautas de venta de los medios en competencia. La noticia que nos haga estremecer, que nos llene de incertidumbre y desvíe uniformemente la atención de grandes masas es la que gana la partida. Todos hablamos del virus en monólogos porque la intención no son acuerdos de protección. De repente cambiamos y hablamos del rescate ofrecido por el Departamento de Estado y la invasión norteamericana. Las emociones aparecen y desaparecen dejando vacío y cansancio porque nada permanece. Fugacidad de todo lazo establecido. Tengo miedo de perder arraigos y creencias en entendimientos culturales mínimos con mis semejantes, con los seres cercanos.

En términos de Bauman “La inseguridad nos afecta a todos, inmersos como estamos en un mundo fluido e impredecible de desregulación, flexibilidad, competitividad e incertidumbre endémicas”  No es que no le tenga respeto al coronavirus y que desprecie las medidas preventivas para que no se me acerque, es que le tengo más temor a estas otras endemias. Miedo a quedar sin una narrativa personal.

24 de marzo de 2020

Dos males nos invaden

David Cowden


Una nueva afección se apoderó de los habitantes de este golpeado mundo, nos uniformó y unificó nuestras preocupaciones y verbo. Todos le damos vuelta a una misma problemática pero la enfocamos desde muy diferentes ángulos y con diferentes tonalidades dramáticas. Incluso los temas sublimes quedaron relegados porque ya lo que queremos es asegurarnos seguir ocupando nuestro espacio en este defectuoso mundo. Salvarnos de ser atacados por un temido enemigo invisible es la meta a lograr. La medicina y la supervivencia tienen la palabra, higiene, refugio y aislamiento son las medidas a observar sin andar en aventuras que podrían resultar mortales. No es el momento del placer, es el momento de un más allá mortificante, incómodo, imposible de domesticar a través de discursos apaciguadores y consejos de quienes fingen estar más acá de dudas e interrogantes.

Momento también estelar para conocer la relación que mantenemos con el poder. Entendiendo, en este caso al poder como el coercitivo, el que se ejerce en nombre de un supuesto orden y de un bienestar colectivo. El que viene de afuera, el que impone la vida en colectividad y que se manifiesta especialmente cuando somos amenazados de muerte. El que supuestamente se ejerce solo para protegernos como el que ejerce un padre con sus hijos cuando presiente un peligro. El poder que se ejerce en un régimen dictatorial no es precisamente protector, todo lo contrario, es amenazante. Su finalidad es mantener a la población sufriendo, aterrada, sometida, agachando cabezas haciendo genuflexiones, pidiendo perdón. Es el que ejerce un padre perverso, el que goza de cuerpos doblegados, despedazados. Ese padre que no permite a sus hijos configurarse en sujetos de sus propios deseos.

Se trata de una perversión a la ley fundamental a la Ley del padre que introduce al hijo en las normas del leguaje. Estos regímenes totalitarios ejercen un poder perverso, una forma de criminalidad que pervierte a la razón de ser de un poder de Estado y que solo manifiesta una pulsión criminal racionalizada como norma y con finalidad loable. Cuantas veces no lo hemos oído, “es por tu bien, más tarde entenderás” Ninguna otra explicación porque explicaciones racionales habrían pero son inconfesables. Ese poder se puede experimentar en este momento en cada esquina de Caracas. Policías con sus tapabocas y sus ojos inexpresivos que te paran por cualquier razón y te obligan a obedecer órdenes sin sentido “por esa calle no, por esta otra” al interrogarlos por la razón de tener que realizar una pirueta peligrosa, solo responden es una orden. Es inútil continuar con un diálogo, allí comienza una batalla a ver quién gana.

De esta forma comienza el enfrentamiento entre una naturaleza salvaje y una represión ideologizada. Una pulsión no domesticada que se resiste a doblegarse y un proyecto de dominación. El virus del momento pareciera ser un peligro real del que no tenemos que cuidar y que infunde temor de perder la vida. Somos una población que tiene mucho tiempo con la amenaza de un estallido social de grandes dimensiones, precisamente por estas dos fuerzas mortales que Roudinesco describe como un modo de criminalidad inventado por el nazismo “el nazismo inventó un modo de criminalidad que pervirtió no sólo a la razón de Estado sino en mayor medida todavía, la pulsión criminal en sí, puesto que en semejante configuración el crimen se comete en nombre de una norma racionalizada y no en cuanto expresión de una transgresión, o de una pulsión no domesticada”.

Estos proyectos aplastantes de la individualidad de los sujetos terminan fracasando porque no todo en de los seres humanos es domesticable. Y cuando la razón deja de ser el vehículo del entendimiento, las pulsiones se desbordan y se cae entonces en la perversión sadiana, se quiere al enemigo descuartizado. Dos fuerzas temibles, dos inversiones de la ley, que seguiremos enfrentando una vez finalicen estos problemas sanitarios. Mientras tanto no es aconsejable estar por estas calles por una doble razón: el contagio y la indignación.

17 de marzo de 2020

Un murciélago aleteó



No quería pero aquí estamos, no se habla de otra cosa, no se escribe sino para destacar el nuevo caos que envolvió al mundo. Un murciélago aleteó en China, tal parece el mito de un origen y el mundo enfocó sus miedos. No es que aparece el caos y como consecuencia el pánico, es que un virus encontró ambiente propicio para matarnos, si no de tos, si de terror. La imaginación vuela y la gente se plantea su peor escenario. Los que viven perseguidos por la salud exponen el caos que significaría el colapso mundial de los sistemas de salud. Los precavidos y adoradores de la higiene se imaginan lo que sería quedarse sin papel toilette, sin agua y apuros entre cólicos. Según nuestro miedo predominante corremos a diferentes establecimientos y si es preciso a golpe limpio nos hacemos del objeto salvador. Un gel, rollos y rollos del preciado papel, mascarillas “made in home”.

Vamos a presenciar como en un Reality Show cualquier extremo y algunos no imaginados. En esos menesteres el ser humano muestra un genio digno de admiración. Todos ya somos expertos en contagios, pandemias, comportamiento viral y los teléfonos obedientes colaboran sin chistar. Así que confiscados en casa cargamos un aparato para arriba y para abajo que no deja de pitar. Ahora más limpio que nunca pues recibe sus baños de alcohol con cierta regularidad. Cada quien se subió a su escenario y comenzó a ofrecer su improvisada representación, siendo hasta ahora la de los políticos las más destacadas. Competencia por ser el mandatario que mejor protegió a su gente, a tiempo y con determinación. “No salen de sus casas y se mantienen a tres metros de distancia unos de otros” “No es que van a estar besuqueándose o ejecutando contorsiones peligrosas, déjense de eso, la vida es muy valiosa y no pueden dejársela arrebatar por un virus y menos si este proviene de China” nos aleccionan diligentemente.

Podemos organizar un concurso y premiar al actor más destacado. Comienzo la votación y propongo un primer premio a nuestro insigne mandatario, con su mascarilla y su voz de mando. “Quieren usar un servicio colapsado, bien no me opongo pero tiene que ir ataviado con sus mascarillas. Déjese de rebeldías y argumentos inválidos, que si están especulando y escasean las mascarillas, eso no lo exime de tener que cumplir lo que su jefe manda, ¿no les gustó? ¿no están de acuerdo? pues espere que abran las fronteras y prenda su moto, como dicen los malandros o “aire, aire” como dicen los españoles”.

El segundo premio se lo otorgaría a nuestro presidente (E) con su equipo de médicos vigilantes de nuestra salud. Que si no hay insumos y tenemos un inexistente sistema de salud, no importa se va a solicitar ayuda a países aliados que nunca veremos. Total los venezolanos ya estamos preparados física y psicológicamente para enfrentar las catástrofes. En veinte años podríamos afirmar hemos sobrevivido a la falta de papel toilette, a la falta de agua y electricidad. Sobrevivimos sin internet y los encuentros públicos se han limitado a su máxima expresión. Los ancianos quedaron solos y confiscados en sus hogares. Vivimos sin atención médica y sin medicinas y hemos sido atacados por todo tipo de enfermedades que ya habían sido erradicadas. Los niños mueren desnutridos y los enfermos sin tratamientos indicados. Pero no podemos quedar fuera de una tendencia mundial, seria de muy mal gusto y poca solidaridad, todos con un nuevo pánico y con nuestro discurso sabio.

El virus Corona, la amenaza real vigente, además de que se mueve sigilosamente  proviene de un animal que por siempre ha provocado un terror ancestral: el Murciélago. Nada más de imaginarlo me estremezco, es muy feo y misterioso, se asocia a todo tipo de pesadillas y desgracias. Con sus imágenes Goya expresó las consecuencias aterradoras del adormecimiento de la razón. Visiones monstruosas salidas de la oscuridad, las alucinaciones con mamíferos alados que emergen de las cuevas y se posan en el cuello a chupar sangre. Una vez succionado no hay vuelta atrás, será un vampiro y vampiro quedará. La humanidad viene adormeciendo la razón y como consecuencia los monstruos aletean en nuestras almohadas.

Posmodernos rabiosos y aterrados enfrentan un nuevo reto, sobrevivir evitando que el coronavirus viole el recinto domiciliario. Nosotros mejor preparados sabemos cómo convivir con los monstruos y mantenerlos disfrutando de nuestro batallar diario.

10 de marzo de 2020

El malestar restante



El ser humano nunca estará en una paz total consigo mismo ni con los demás. Contamos con recursos para apaciguar el torrente de violencia que emana de un estado natural, bárbaro de los seres que no han sido domesticados por el lenguaje, pero no son suficientes y dejarán como resto un malestar sin contenido y sin contención. Desde este resto se actúa y en no pocas ocasiones con una violencia desbordada. Sirviéndose de este factor humano no han sido pocos los pensadores y dirigentes de masas que se han destacados por azuzar el fuego. Tanto es así que hoy en día se ha constituido en la herramienta por excelencia para hacerse del poder y dirigir las naciones. Ya no es la razón lo que inclina la balanza hacia un proyecto de país determinado, sino la identificación del enemigo y su exterminio. El odio es el arma principal con el que enfrentamos los desacuerdos en un mundo que suponíamos civilizado.

¿Se hace política hoy en día? Yo creo que no, lo que estamos haciendo es calentar los motores para una confrontación. Ya no se cree en las instituciones. No se respetan las jerarquías, los lugares que ocupan los otros, el conocimiento, el saber y las creencias son tratados con desprecio. Toda manifestación está revestida con un carácter bélico, los movimientos feministas es un claro ejemplo. La suplantación de lo frágil, de lo tierno por un carácter guerrero. Las heroínas campeonas en kung fu que derriba al galán que la corteja de una patada.  Hombres y mujeres enfrentados, culturas enfrentadas, resurgimiento del terrorismo y de las emigraciones. Este mundo respira odio por todos los costados.

Lo expone Freud en su Malestar en la cultura corrigiendo su tesis anterior desarrollada en Psicología de las masas. Freud pierde un grado más de inocencia y corre el velo para que veamos con claridad que en estos terrenos no se puede descansar. La paz y la armonía alcanzadas en una sociedad en momentos de recesos históricos hay que cuidarla, adornarla, alimentarla. La batalla la está perdiendo el mundo occidental y las democracias. Ese proyecto de convivencia basado en el mutuo respeto y libertad, hace agua y se le reclama con furia deudas por pagar. Se brinca a nuevas utopías de una igualdad total pero se propone para alcanzarla el exterminio del enemigo, de aquel que queda identificado como un estorbo para obtener los fines, siempre loables, siempre con promesas de amor y bienestar. Es la caída de los discursos apaciguadores, no se busca la cohesión social por vínculos de entendimientos. Se busca apaciguar ese resto de malestar y se le deja actuar.

En este escenario se producen las identificaciones simbólicas, se forma ese “hombre nuevo” guerrero, violento, adorador de los mitos heroicos y épicos que siempre los hemos tenido como telón de fondo. Allí están ahora en la superficie, quedamos embelesados por el valiente que se lanza en una actitud retadora dándole el pecho a un tanque. ¡Quién dijo miedo! el mundo y el porvenir es para los guerreros, se agotaron los refugios en las Iglesias donde se podía ir a oír un concierto de música sacra, el olor a incienso y ese recogimiento en el contacto con nuestro recuerdos y momentos sagrados. ¡A la calle! a vociferar guerra para encontrar la paz, es la misión que se nos vende como la única posible para rescatar a nuestra patria. Es más se vende como un deber que de no ser cumplido la “patria lo demandará” Todos uniformados y cargando un fusil podría ser la imagen que se recoge de los discursos repetitivos y sin contenidos conceptuales. ¡Pare de pensar, salga a matar!

Se engrosan las maquinarias del terror destinadas a eludir los graves conflictos sociales que enfrentamos. El malestar va creciendo y nuestras contradicciones no se resuelven porque las ahoga la furia.

3 de marzo de 2020

Es soledad

Andrew Wyeth


En un país muy conocido y no muy lejano se desató una epidemia tan desbastadora que se fue perdiendo toda posibilidad de hacer cohesión entre las personas, de lograr interacciones sociales, se perdió la habilidad muy humana de poder entenderse y debatir opiniones. La población fue quedando sin la capacidad de oír y de interpretar sus experiencias y sus emociones. Nadie se oía, era como si todos estuvieran sumergidos en mundos internos muy borrascosos. La sensación que esos seres producían era la de un gran tormento que no permitía el poder prestar atención y mucho menos interés por el otro. La gente hablaba si y hablaba mucho mientras el supuesto escucha estaba solo interesado en sus propios pensamientos. Apenas uno se callaba arrancaba el otro con un discurso propio y ajeno. No se hacían preguntas y por lo tanto no había intercambios de experiencias, no se compartían ideas.

Todavía se conservaba la apariencia de una sociedad aunque todo fue adquiriendo un aspecto de falsedad. Esto hacia más difícil encontrar explicaciones coherentes del porqué la sensación de abandono y soledad. La sensación comenzó a ser muy extraña y difícil de explicar. Era como  si fuera posible que las personas se ausentaran y sus cuerpos y apariencias continuaran presentes. Allí estaba, sin duda, esa persona tan cercana y querida, que respondía por su nombre y conservaba los mismos rasgos y costumbres familiares, estaba pero estaba ausente. Estaba abstraída, estaba en un mundo no compatible. Hacia como que escuchaba, pero no, no escuchaba puesto que a continuación comenzaba a hablar de algo referente a su propio halago, a su propio interés por escucharse hablar para sí mismo. Pero tampoco se escuchaba, porque nada parecía calmar sus tormentos. Lo que ocasionaba que en cada encuentro se repitiera la misma escena, un mismo guión sin coherencia ni destino.

Se fue perdiendo progresivamente la capacidad de simbolizar y tener contacto con la realidad, ésta se sentía lejana e indiferente. Las personas se tornaron distantes a todo lo que habían sido sus valores hasta entonces, la amistad, el amor, la educación, el respeto, la admiración, el agradecimiento, el dolor por el dolor ajeno, se fueron perdiendo. Se veía lo que se tuvo pero como se ven los objetos a través de los cristales, sin tener acceso, sin poder tocarlos, sin poder acariciarlos, de sentirlos como propios. De vez en cuando se oían juicios, se catalogaba al otro con el desprecio del que se siente abandonado sin percatarse de su propio abandono. Era necesario y de forma urgente comenzar a organizarse para tomar las medidas sanitarias pertinentes. La sociedad estaba enferma y había que encontrar la terapéutica adecuada. Pero organizarse requiere de escucha, argumentos, de estrategia y acuerdos. Con el inconveniente que los llamados a liderar estos operativos habían sido afectados con el mismo mal, no escuchaban y se mostraban torpes.

Se fueron perdiendo las identificaciones apaciguadoras y se sumergió la población en un profundo miedo al perder la noción de quienes eran, qué podían y qué querían, solo un vacío sin respuesta hacía eco con voces amenazantes de imposibilidades. Aumentaba de esta forma los ruidos internos y se acallaban cada vez más la voces de otros. No se escuchaba, no se atendía a la experiencia, no se percibía el fenómeno y se permanecía en una sola y sórdida repetición. Era de esperarse el fenómeno que se desata cuando se deja de escuchar y solo se emiten órdenes. El que deja de escuchar muy pronto se encontrará solo y en tal caso impartirá órdenes que solo el silencio atenderá. No es indiferencia, no es cansancio, no es indolencia, es soledad.

Estamos solos sin presidente y sin oposición. Estamos solos sin un liderazgo racional. Estamos solos sin guía, sin estrategias, sin protección. Solos y perdidos en nuestros laberintos propios.