28 de agosto de 2018

Recobré mi voz (cuento 4/4)



Una vez más cuando me desperté mi espejo había estallado en mil pedazos. La historia de mi vida estaba toda tirada por el cuarto. Fotos, cartas, diarios y notas eran un reguero de difícil organización. Volví a acurrucarme entre mis sabanas buscando calmar mi corazón que latía desbocado. Pero ahora sabía que no era mi mundo el que se había desecho sino era yo la que había sucumbido a tanto desconcierto. Esta vez no podía marcharme, no tenía sentido. La mano que me ayudaba a incorporarme ya no acudía en mi auxilio y no había voz ni testigos que pudieran observar mi desamparo. Me encontraba sola y sola tenía que volver a unir esos pedazos que quedarían con cicatrices, inevitable. Así que después de un rato me paré sobre mis propios pies y comencé a caminar. Ordenar mi habitación sería una obra lenta que debía emprender con mucho tacto y sin apuros; de ello dependerían mis próximos años y el lugar que eligiera para mí. Quería que fuera lindo y fuerte para poder soportar mi llanto.

Ya era una mujer, me costó pero una vez que contacté mi sensualidad no me era posible ignorarla. Así que enseguida tuve ganas de acudir a mi panadería y volver a saborear el rico desayuno que me tenía Joao, dos empanadas, un café y mi jugo de naranja sería un buen comienzo. No salí brincando, no era un mar de fiestas ese día,  pero con solo presentir los olores del pan me era suficiente para ir a buscarlo. Mi rutina siguiente me resultó pesada pero la cumplí. Al terminar la jornada me fui a casa; el lugar de encuentro y jazz ya no me atraía con la misma fuerza de antes, pero no quedaría abandonado. Luis se había marchado ya hacia un tiempo y yo había quedado con mi revuelo de tristeza, de desconcierto y con un gusanillo que fue horadando y que terminó estallando. De alguna manera lo sabía pero lo retardé hasta que no pude seguir volteando para otro lado.

Llegué a mi casa, recogí del suelo una libreta y me puse a escribir. Las primeras líneas me regresaron al geriátrico y una fuerte imagen que había quedado grabada en mi retina. Al ser tratados como objetos desechables esos viejitos se lo habían creído y así se comportaban. Hay que despertar en ellos su gusto por ser humanos. Tienen que hablar, por lo menos tienen que hablar entre ellos. Había observado que no lo hacían. Y enseguida lo decidí esa sería mi labor y planifiqué los primeros pasos. Comencé a hablar con la gente de mi trabajo, con las personas en la panadería, me metí en las redes sociales y tantee la posibilidad de unirme a una organización existente o simplemente constituir la mía. Así comenzamos a ir los sábados con música y comida y largas tertulias que los fue acercando. Empezaron a hablar de sus vidas, de sus dolores y alegrías, se fueron conociendo, hicieron amistad y ayudando. Ya no estaban solos y abandonados, se tenían entre ellos.

Yo por mi parte ya iba uniendo los pedazos. Una vez que ya contábamos con una organización estructurada fuimos expandiendo nuestras actividades. Al mismo tiempo fui prestándome más atención. Fui a la peluquería y cambie mi corte de cabello, arreglé mis uñas y delinee mis cejas. El cambio fue impresionante. Compré algo de ropa y un perfume porque los que tenía habían quedado destrozados. Ya era otra mujer con una mirada profunda y con un dejo de tristeza, pero me gustaba. 
Hice amigos con los que compartía momentos muy agradables, bebidas, comidas, paseos y gratas conversaciones. Huía de la quejadera, de la repetición inútil de lo mal que estábamos, de los precios del mercado. Huía de todo aquello que me restara fuerzas y ganas porque tenía mucha responsabilidad sobre mis espaldas. Y de tristezas y miserias ya conocía bastante.

Me acercaba cada tanto a oír jazz buscando ese éxtasis que una vez sentí, pero al parecer se había esfumado con Luis. Me encontraba en ese sitio, en la misma barra, sola porque eran momentos que no quería compartir. Campaneando un trago y absorta en mis pensamientos, cuando una voz ronca y cálida me dijo

-Hola

No voltee enseguida quedé paralizada, el tiempo se detuvo. En realidad no lo esperaba, era mucho el tiempo que había transcurrido y ya Luis comenzaba a desdibujarse. Al mismo tiempo me aterraba que no fuera él.

-No me llamo Luis

21 de agosto de 2018

Hablan Rosa y Luis (Cuento 3/4)



Cómo transmitir el cúmulo de sensaciones que tengo desde que acompañé a Luis al geriátrico. Está todo revuelto en mi cabeza y sé que tomará un tiempo ordenar el revoltijo de tristeza y ternura que me embarga. Llegó Luis con un cargamento de medicinas, comida y su guitarra. Las caras de los viejitos se iluminaron al instante, no lo conocían pero lo esperaban. Y los esperaban como esperan los seres abandonados que creen que no merecen nada, que han renunciado a cualquier gesto de acogida en sus mundos. Luis llegó con su mejor sonrisa, los abrazó sin dejar de observar cada detalle de aquel lugar mantenido en una precariedad absoluta. No se podía observar un solo detalle de humanidad en el sitio. Un adorno, unas flores, un jardín cultivado, una señal de cuido y dignidad. No había orden y las cosas desechables estaban por doquier tiradas, como estos pobres seres tratados como despojos. Vestían ropa raída y zapatos rotos. No había higiene, no había agua y no sabría calcular cuánto tiempo tenían sin probar una buena comida. Cuanto tiempo sin ningún placer en sus vidas. Cuanto tiempo sin un abrazo, sin una caricia.

Sabía que mi país es un despojo pero verlo, olerlo, palparlo créanme que es otra cosa. Tengo rota el alma. Para qué describirme yo si esto no tiene descripción. Luis me pidió que tomara fotos, me entregó su cámara y me dio las instrucciones. Toma las caras de los viejitos en lo que lleguemos, trata de captar lo mejor que puedas sus expresiones. Tómales fotos cuando estén comiendo y oyendo las canciones que les tocaré con la guitarra. Quiero que se vea la diferencia, quiero captar como se transforman los seres cuando son queridos. Todo debes hacerlo con cuidado porque está prohibido, no quieren que haya testimonio del maltrato en que se encuentran los enfermos y seres desvalidos. El abandono de los ancianos. Haciéndote la loca entra en las dependencias, toma foto de la farmacia, de la cocina, de la nevera, en fin de todo aquello que encuentres revelador. De la basura acumulada, cucarachas, ratones y animales callejeros famélicos deambulando por la casa.

Después tendrás que ser tu quien los distraigas, cuéntale cuentos, que te hablen de su vida y de sus familiares. Pregúntales por qué están allí y desde cuando no ven a un ser querido. Cada cuanto tiempo los evalúa un médico. Cuando se bañan, donde duermen, que te lleven a sus dormitorios si pueden. Yo en ese tiempo trataré de fotografiar historias médicas, récipes o cualquier registro de datos o estadísticas que encuentre. Esto hay que hacerlo con cuidado podemos terminar presos y más allá de lo que puedas pensar aquí no funcionará nada pero lo que es el control policial ha sido eficiente. De una forma u otra todos somos espiados. Vengo de hacer visitas parecidas en psiquiátricos, hospitales y otros geriátricos. Es muy duro Rosa no te vas a enfrentar a una experiencia de la que puedes salir ilesa. Tú decides si tienes fuerzas, si quieres. Por mi parte creo que es algo que no podemos evadir porque esta atrocidad hay que denunciarla y necesitamos pruebas.

Rosa pertenezco a una asociación internacional que ha venido penetrando muchas instituciones y sacando a luz lo escondido. He estado en varios países de Latinoamérica. En todos he visto horrores pero como los de aquí en ninguna parte. Soy médico, por ello me ocupo del sector salud y en mi experiencia, que no es corta, nunca había visto tanta gente morir por abandono, en realidad por maldad de las más crueles. La situación del niño venezolano y de los ancianos es aterradora. La gente joven se ha ido del país y quedaron los niños abandonados o regalados. Los viejos echados a morir. Lo que verás no es un geriátrico es un depósito de seres a quienes se les despojó de su humanidad. Te vuelvo a repetir de allí saldrás destruida pero con la verdad en tus manos.

No estaré mucho tiempo más aquí, tengo bastante material y debo acudir al centro de operaciones para la planificación correspondiente. Así que quedarás sola y harás lo que decidas. Volveré porque quiero saber de ti, mientras tanto no vas a tener más contacto conmigo y yo sabré donde encontrarte en su debido tiempo. No quiero que corras más peligro del necesario. Solo te volveré a ver mañana y pasado porque esta noche tienes que tomar una difícil decisión y mañana también será un día muy duro. Quiero tener indicios de como estarás  digiriendo esta experiencia amarga. No tomes tu decisión ya, me cuentas mañana. No te sientas para nada obligada, ni lo tomes como una obligación moral. Que quedes destrozada no nos va a ayudar en nada, ni a ti ni al país. Se paró y la besó.

Rosa lo vio partir mientras se debatía en una nueva y difícil circunstancia. ¿Qué tan fuerte estaría?, a ciencia cierta no lo sabía. Ir a esa peculiar y comprometida cita le causaba horror pero más horror le causaba no volverlo a ver. Así que sabía que su decisión estaba tomada, irresponsablemente quizás, pero así era ella.

14 de agosto de 2018

Un hombre enigmático (Cuento 2/3)


Que recordara era la primera vez que alguien estando con ella se esfumaba antes. Entonces se percató de que había quedado sola, se paró y se fue, sigilosamente, caminando y sin apuros a su acostumbrado refugio. Llevaba con ella una sensación distinta, había quedado con más interrogantes, pero no sobre ella sino sobre este peculiar hombre que se había tropezado con sus silencios. Era una incógnita, pero una agradable. Tenía el don de lo desconocido que invitaba a conocer. Que recuerde en ningún momento se detuvo desconcertado ante sus ausencias, como si le fueran familiares, hasta naturales. Cuando ella quedaba en éxtasis y se retiraba con sus pensamientos, él simplemente volteaba a otra parte y se refugiaba en la música que lo envolvía. El jazz que lo hacía conectarse con la improvisación, la innovación, el movimiento y la nota inesperada. No era un hombre para proyectos comunes ni para frases trilladas, ni coqueteos repetidos. No le importaba para nada impresionar con palabrerías y mucho menos para galantear a la usanza de un caballero trovador. No era repetido.

Pero despertó en ella la pasión por dejarse estar en compañía. Rosa tampoco se estaba convirtiendo en la dama que seduce y espera, venia de allí y no regresaría. No le interesaba en absoluto, por lo menos no en ese momento un tropezón con final feliz y cuentos de hadas, de solo pensarlo se hundía en profundas sensaciones de tedio. Quería más bien descubrir cómo era esa atmosfera particular que se respiraba en su cercanía. Tenía el don de transportar, por lo menos a ella. Comenzó a recordar las fantasías que la saltaron estando en su presencia. Todas referidas a viajes, a paisajes lejanos, a vientos vaporosos y cálidos, a tiempos que variaban entre la lentitud y el torbellino. Un mar con fuerte oleaje que se transformaba repentinamente en un mar tranquilo con el tono plateado del atardecer. ¿Era él que movía su imaginación, el jazz o toda esa combinación de placeres serenos pero no adormecidos? Era nuevo todo esto y para bien o para mal no lo dejaría pasar con ligereza.

Durmió tranquila sin hacerse planes ni plantearse catástrofes. Como si no esperara nada pero sumergida en nuevas sensaciones muy agradables. Se despertó a la mañana siguiente y después de mucho tiempo se le antojó un desayuno apetitoso y en compañía. Corrió a la panadería cercana a su casa, se sentó en una mesa y Joao se le acercó con cara picarona.
-Aja está distinta. Hoy no nos acompaña esa flaca “torbellino” que pasa como una gacela siempre apurada. Bienvenida.
-Ay Joao, quiero un buen desayuno, ya sabes lo  que me gusta.

Se volteó y comenzó a hablar con la gente habitué del local que tanto había visto. Se fue a su trabajo que comenzó a parecerle interesante y la absorbió todo el día. Apenas sintió que se acercaba el final de la tarde corrió al mismo sitio que la había embrujado la noche anterior. En realidad no buscaba a Luis, buscaba ese nuevo contacto con ella misma o al menos eso era lo que creía.

Los días transcurrieron sin volverlo a ver y ella sentía que esa nueva llama se iba extinguiendo, no sin un dejo de nostalgia comenzó todo el acomodo de una despedida, pero eso si aún más huraña porque le era insoportable esos encuentros a papel carbón. Sin embargo siempre al final de la tarde se dejaba arrastrar por lo que era una fuerza irresistible y allí aterrizaba en el mismo lugar y con la misma bebida. Repitiendo, una y otra vez, las ensoñaciones y los rechazos a los moscarrones que comenzaban a revoletear alrededor. Pero algo se movía imperceptiblemente en su interior, comenzó a dejarse tomar por la música del local, siempre un jazz con saxofón que magistralmente tocaba su ejecutor. No lo había oído nunca como lo comenzó a oír ahora, el local y la gente desaparecían y solo quedaba ella y ese sonido celestial que la transportaba a lugares exóticos y elegantes en un lejano mundo de fantasías. ¿Esto será lo que sienten los místicos? No, es el contacto sensual contigo misma, el éxtasis de los sentidos. Le respondió una voz conocida y esperada que le hizo pegar un brinco.

-No digas nada todavía, no hace falta. Continuemos oyendo la música que allí nos entenderemos. Uno para la señorita y otro para mí, por favor. Se paró a su lado y solo interrumpió cuando se iba, 

haciendo una invitación un tanto extraña.
-Este fin de semana voy a un geriátrico y me gustaría me acompañaras. Antes nos reunimos y te explico de qué se trata.

No esperó respuesta pero se fue con un lugar de contacto.








7 de agosto de 2018

Los primeros pasos (Cuento 1/4)



A Rosa le era familiar el quedar detenida por largos periodos en su vida. Una veces porque su pequeño mundo construido se le derrumbaba y otras por accidente. En todas sintió miedo y en todas sus fuerzas se vieron considerablemente disminuidas. Una gran batalla debía librar entre una fuerza que la empujaba a detenerse definitivamente y otra que la invitaba a continuar. Eran repetitivas las escenas, agobiantes hasta el punto que la vencía el sueño. Así que cuando era dominada por la parálisis permanecía en una duermevela particular en la que personajes oníricos poblaban su espacio. Había todo tipo de gnomos amenazantes, sátiros, vampiros, brujas que aturdían con risotadas burlonas. Era siempre el comienzo de momentos retadores pero siempre, sin falla, aparecía un personaje particular que le ofrecía su mano y la invitaba a irse con él. A dónde no lo sabía y muchos menos a qué. Era desconocido, enigmático, no hablaba hacía gestos. Su aspecto tenía contrastes, no era bonachón, no era especialmente severo pero tampoco complaciente. Rosa lo captaba con una fuerza misteriosa para ella. Optaba por seguirlo, una y otra vez y en cada experiencia tenía que volverlo a reconocer. Tenía nuevamente que rendirse a ese brillo particular de su mirada.

Todo comenzó una mañana en la que despertó tranquilamente en su cama, como era cotidiano. Ese día apenas se incorporó observó el espejo de su cuarto destrozado, los frascos de perfumes habían sido estrellados con violencia; un revoltijo de ropas, libros, imágenes y figuras del recuerdo en un reguero inesperado y que no recordaba al dormirse. Creyó que era una pesadilla, pero no, era ésta su nueva realidad. Observó su cuerpo y no encontró marcas, nada le dolía, le dolía el alma hasta intuirla destrozada. Se echó nuevamente sobre su almohada atormentada con los sonidos de un pensamiento que no pensaba, que dejaba las emociones solas, desatadas. Comenzó a gritar sabiendo que nadie oiría sino solo ella que no era otra cosa en ese momento sino un objeto magullado. No tiene idea de cuánto tiempo permaneció allí acurrucada, no sabe si se durmió o la garganta se le secó con los gritos y el terror, pero de repente apareció esa mano a la cual se aferró. La ayudó a incorporarse y salir, con mucho sigilo, tanteando de su cuarto y de su casa para nunca más regresar. Allí todo había terminado.

No es necesario explicar lo perdida que se observó en un mundo desconocido que la invitaba a buscar nuevamente su sitio y su morada. Muy distinto al hasta entonces familiar, pero no carecía del encanto del encuentro con nuevos seres humanos y del descubrimiento de irse transformando en una mujer tan diferente a la que conocía que ella misma fue su objeto de interrogaciones detectivescas. También un mundo nuevo por conocer y el que se le antojó el más interesante. Así que la comenzaron a conocer como la mujer ensimismada al haber adquirido una facilidad enorme para desconectarse y permanecer largo tiempo escarbando en profundidades y laberintos complicados del que salía al oír una voz amigable que le decía ¿epa Rosa a donde te fuiste? Volvía, sonreía y fácilmente se conectaba con la conversación del amable ser que la acompañaba. Se esforzaba por distraerse hasta que se le hacía imperioso regresar a su cuarto y permanecer sola y en silencio. Además de ensimismada se le conocía también como una maga con facilidad para desaparecer de una manera misteriosa. Sí, es que Rosa fue un misterio para ella y para los otros.

Así la quisieron y la buscaban más de lo que ella en un principio hubiese querido. Porque si bien agradecía la atención que le prestaban su necesidad imperiosa era saber en quien se había convertido. Pero también sabía que sin otros le iba a ser imposible tal hazaña. Pero no podía ser otro cualquiera, no podía ser otro que la escogiera, tenía que ser otro que ella descubriera y para ello también tenía que explorar ese mundo que se le antojaba tan raro. Doble y dificultosa tarea de la que más de una vez quiso desistir pero siempre la mano… siempre la mano y esa mirada segura y brillante que la invitaba sin poderse resistir. Así que se vio obligada a asistir a  invitaciones que la fastidiaban, a conversaciones que terminaban por aburrirla, en donde se acrecentaba sus deseos de soledad. Hasta que un día apareció Luis, allí estaba parado, solo, con un vaso en la mano, viéndola de lejos, con una sonrisa y con un gesto interrogante. La observaba, no sabía desde hacía cuanto tiempo,  pero ella lo miró y en seguida quiso conocer a ese hombre. Se paró, también con su vaso y se le acercó. Así como un impulso, sin dar explicaciones, sin saber qué hacía. Pero a decir verdad a nadie le extrañó.

Hola
Hola

Al fin te encuentro le dijo una voz ronca, cálida, misteriosa y profunda. ¿Dónde estabas escondida?