31 de octubre de 2017

Una historia de amor, por favor




Nos hace falta que nos narren una buena historia de amor. Volver a aquellos tiempos en que no nos perdíamos un solo capítulo de la telenovela de turno y de moda. Aquellas en las que se abría una puerta y el encuentro entre dos personas comenzaba a desentrañar los enredos y desencuentros del amor. O se enredaba más la trama, todo dependía de que puerta se tratara. Las conversaciones giraban alrededor de la historia emocionante que  José Ignacio Cabrujas nos contaba. Alimentaba nuestro imaginario al mismo tiempo que nos reconocíamos en las costumbres, en los acontecimientos diarios. Para mantener el interés en un largo cuento es indispensable un relato de amor, cruzamos dedos y esperamos ansiosos el encuentro justo del amor. Ese que se da entre dos personas y que es indispensable para poder vivir y mantener las esperanzas. No ese amor abstracto a todo el mundo, ese “lo hice porque amo a mi pueblo” que aburre, que suena hasta obsceno; ese que no produce emoción sino rechazo. Porque te quiero te aporreo pareciera ser el hilo conductor de esta nuestra tragicomedia. La estructura ausente de la que nos habló Umberto Eco.

Al mismo tiempo que seguíamos las complicaciones de algún amor concreto, podíamos apreciar una interpretación de lo que acontecía en nuestro país, la dinámica social. La denuncia de las injusticias, la banalidad diaria para afrontar las dificultades y perfilar una mejor sociedad, el descuido por lo que iba mal y no remediábamos, estuvieron magistralmente expuestas por Ibsen Martínez en “Por estas calles” y el sabrosón Eudomar Santos con el famoso “como vaya viniendo, vamos viendo”. Así seguimos, operando sin ningún tipo de planificación y estrategia y así nos va. Nadie se perdía esta novela lo que producía un encuentro frente a las pantallas, las identificaciones con los acontecimientos cotidianos, el tropiezo con la simbología que producía las imágenes e ideas del sentido común del venezolano. La canción de Yordano con la que comenzaba cada capítulo y la gente caminando hacia su destino, se convirtió en la imagen y en el sonido de fondo de la conciencia nacional. “Por estas calles la compasión ya no aparece /  y la piedad hace rato que se fue de viaje / cuando se iba la perseguía la policía / oye conciencia mejor te escondes con la paciencia…”

Las telenovelas cumplían un papel importante en el debate nacional, fueron activadores de conversaciones y de reflexión interesante entre los miembros de la familia y en la reunión con los amigos. Contábamos con pensadores de primera línea para exponer las ideas políticas en una inmejorable plataforma de divulgación masiva como lo es la televisión. Se fueron apagando las pantallas, se murió Cabrujas, que tanta falta nos hace y Leonardo Padrón se ha convertido en el mejor cronista de nuestro dolor. Porque esa estructura ausente, realmente se ausentó. No hay substrato que nos sostenga digno de ser pensado. De los sótanos solo brota maldad pura, por ello se han secado las fuentes de la ideación, las imágenes son Ionescas, el teatro del absurdo. Somos seres perdidos sometidos a una tragedia burlesca, a la soledad y a la incomunicación.  Los códigos se extraviaron por estas calles, realmente.

O será más bien que el amor se ausentó definitivamente de esos códigos que nos definen, será que el amor ya no se contempla. ¿Será eso posible? ¿Será posible que el ser humano pueda construirse un mundo sin amor? Desaparecerían los poetas, los escritores, el arte en general. ¿Se puede vivir en un mundo reducido a la maldad pura? Solo plagado de delincuentes, de alimañas, un mundo no humano, un salvajismo más cruel que el equilibrio ecológico propio de los animales. Moriríamos y de tristeza como ya nos está pasando. Deberíamos comenzar a darle un poco de barniz humano a esta desgracia, deberíamos comenzar a hablar de la mujer, de los hombres, la rutina del matrimonio, la infidelidad, del divorcio. De los niños felices y bien cuidados. De los temas propiamente humanos y no de nuestras angustias, de nuestros llantos cuando vamos a un automercado, de la desnutrición de nuestros niños, de la imposibilidad para poder mantenernos dignamente. Pero es esta realidad en la que estamos sumergidos y no puede ser otro nuestro discurso. La descomposición y la tragedia humana en su obscena y cruda presencia uniabarcadora. Es la única imagen que tenemos de nosotros mismos.

Así como Cabrujas vivía obsesionado por la dignidad de la gente, así mismo se manifiesta en nuestro día, con toda la rabia y dolor, nuestra indignación por la falta de dignidad que estamos mostrando en todos los órdenes. Vivimos obsesionado por la falta de dignidad. Manifestó Cabrujas en una entrevista con Nelson Hippolyte “Sí, quiero reflejarme a mí mismo, mis sensibilidades, mis opiniones; quiero reflejar la dignidad de la gente que es un tema que me obsesiona. Quiero contar la historia de dignidades y no de enseñanzas. Me importan algunos símbolos que en esta sociedad son efectivos y emocionantes como la solidaridad. Supongo que lo que más tengo dentro de mí cuando quiero escribir una telenovela es decir con orgullo: ¡Somos gente estupenda!” Quiero que me vuelvan a narrar una historia de amor, quiero volver a encontrar la solidaridad entre nosotros, quiero que podamos volver a afirmar que somos estupendos, quiero para mi país un amor verdadero. Quiero nuevamente a nuestros talentos contándonos historias de amor. Ese amor que en algún lugar nos está esperando.

25 de octubre de 2017

Tan solo un grito




Es tan duro lo que nos pasa que a veces es preferible no decírselo con claridad. Duele en lo más profundo admitir que nos equivocamos y que confiamos en seres que no lo merecían. En la vida muchas veces se nos revierten las percepciones y el pensamiento brinca, se hace pedazos y nos obliga a replantear todo desde el principio. Caemos realmente en un vacío que hay que volver a llenar con tímidas cavilaciones, tanteando, buscando en lo más profundo, tratando nuevamente de encontrar sentido. Ese sentido de la existencia tan escurridizo, tan precario, tan difícil de mantener. Ese sentido que a las primeras de cambio se evapora, lo pulveriza la realidad. Es todo tan incongruente en nuestro entorno, tan imprevisto, tan áspero, tan hiriente al sentido común que solo un grito lo expresa con claridad. Grito desde lo más desgarrado de mi ser, grito por no encontrar asideros ni explicaciones, grito por lo banal de los discurso, grito por haber caído en un abismo al que nos vienen empujando por largos veinte años. No quiero hablar desde la rabia sino desde el dolor.

La memoria de nuestra historia son marcas corporales, las heridas sangran y no son precisamente esas vendas mal puestas las que van a detener las hemorragias. Ya no bastan las palabras; las acciones honorables, dignas, contundentes no aparecen, se escondieron en las componendas y en las ignominias del poder. La lucha ahora es en solitario, la lucha para no sucumbir en la impotencia, para seguir viviendo en la precariedad y ver si podemos reinventar lo que irresponsablemente echaron por la borda los náufragos de la democracia, en sus antiguos juegos de poder. No es justo que en este sinsentido se le quiera achacar a la ciudadanía otro fracaso más. Una vez más hicimos lo indecible y no se nos respetó, una vez más quedamos burlados. Un hombre solo lucha con pruebas en mano un triunfo que no se reconoce y se le arrebata. Una vez más se incumplen las garantías ofrecidas, una vez más se nos mata impunemente, ya no con balas en las calles, sino con ausencia de entereza y gallardía. Una vez más caen velos de inocencias.

Es un quiebre de los parámetros identificatorios, ya no nos parecemos y nos negamos a que nos deshumanicen, que nos reduzcan al hambre y se nos siga maltratando con esta violencia donde se buscan culpables en el más sufriente. Fuimos a votar en condiciones vejatorias, se nos atropelló con todas las artimañas imaginables y sorprendentes. No se alzó  la voz, no se protestó. Se montó la ciudadanía en jeeps para ser transportados a barrios desconocidos y a los que se les teme. No es juego, vivimos con miedo, no nos conocemos. Contra todos los obstáculos la ciudadanía respondió en un porcentaje bastante aceptable. Y todavía el culpable es el que estando en su derecho decidió no votar. Basta ya, no hay culpables, lo que hay es una oposición inerme, que aún no ha entendido la gravedad de adversar a delincuentes.

La realidad habló, y fueron gritos de impotencia lo que se oyó. Duro, pero más desgarrador es no admitirlo. Se sabía que estas no eran unas elecciones normales y el no estar preparados para demostrar la delincuencia electoral es realmente patético. Los cambios de timón de una dirigencia perdida se hicieron más que evidentes. No se puede seguir justificando lo que el más mínimo sentido común no puede digerir. Un sinsentido imperdonable de discursos tardíos, vacilantes, temerosos que ofenden aún más. Un solo hombre, estuvo a la altura, Andrés Velásquez, y se lo dejó solo.  Solos estamos todos de aquí hasta que podamos reorganizarnos como grupo cohesionado, solo con los parámetros internos no negociables, esos principios sobre los cuales no se puede ejercer poder. Solos y con esos valores internos nos tenemos que sostener a pesar de la orfandad en que nos deja una oposición incoherente. Estaremos más vulnerable ante el ataque externos de los malhechores.

El absurdo se hizo presente, como señaló alguna vez Camus, ese absurdo que expresa una desarmonía fundamental, una trágica incompatibilidad. No es la ausencia de paradojas, incongruencias y confusión intelectual como está plagado el mundo, es algo más, es el quiebre del sentido. Se impuso el silencio simbólico y apareció el rugido del absurdo. ¿Quién en su sano juicio puede entender al mapa de Venezuela nuevamente teñido de rojo? ¿Quién con un mínimo de sensibilidad puede creer que la mayoría fuimos a las urnas electorales a depositar nuestra confianza en el torturador? Ya no juguemos al “buenismo”, a lo excesivamente comprensivo. Los políticos tienen su responsabilidad y deben sentirla con toda su carga cuando no están a la altura de las circunstancia. Y sencillamente no estuvieron. Solo un hombre es digno de respeto.

Es inmanente al hombre la exigencia de claridad y hasta ahora reina solo una incongruencia pasmosa entre el discurso ya gastado, mediocre y la acción temerosa, balbuciente, espasmódica de esta irresponsable oposición. Así que nos toca rearmarnos y continuar con los escombros a cuesta, rendirnos sería un suicidio colectivo. El camino se nos hizo más largo e incierto pero hay que inventarlo. Será nuestra próxima y ardua tarea. Fracasamos al no entender que esta es una dictadura de delincuentes dispuestos a todo porque huyen de la justicia y quizás, también, por razones aún más difíciles de admitir. Veremos

10 de octubre de 2017

Más de un minuto de silencio




A pocos días del evento que tanto ruido causó, es deseable el silencio. Ese que se guarda cuando la realidad está a punto de gritar. Ese acontecimiento que enmudece al confrontarnos con una verdad que de una forma u otra nos vuelve a anunciar un porvenir. El irrebatible, el contundente, el que produce cambios irreversibles y no sabemos para dónde nos dirige todavía. Se requieren pausas, ausencia de ruidos para poder oír lo que estando lejos se aproxima. Escuchar la diferencia, porque alguna habrá sin duda. Se van a pronunciar las palabras verdaderas que son imperativas, hay que escuchar atentamente. Ya no es el momento de tapar los discursos que no se quieren oír, con ruido indiferenciado y repetitivo como esa música que repite y repite los mismos acordes hasta el cansancio y que solo pretende acrecentar los pases individuales en soledad. Nos aproximamos a un evento tenso, angustiante y requerimos silencio.

Después vendrán nuevamente los análisis, las cátedras de interpretaciones, los esfuerzos por el significado, la multitud de palabras como los seres humanos tratamos de poner cierto concierto al insoportable caos. Habrá de todo porque así somos, es muy difícil mantener el silencio cuando el sol hiere y la luz energiza. Sin embargo esa tendencia a hablar sin parar y en voz muy alta, casi gritar, hay momentos en que aturde. Cuando estamos sobrecogidos con una emoción muy fuerte no hay peor tormento que una persona verborreica a tu lado. Queremos que se calle aunque no lo digamos, aunque siempre queda el recurso de escapar con la imaginación para quedar atrapados en un “tú no estás escuchando”. La palabra que se calla y luego reaparecen en los sueños, pasamos la noche soñando que tenemos la descortesía de mandar a callar. El deseo se nos cumple.

El silencio ha servido para todo porque no es tan silente en realidad. Callamos para molestar, si estamos enojados con alguien no le hablamos. Se dice que es la peor agresión, no lo creo, yo a veces lo he agradecido. Hay silencios que acarician, que respetan y hay silencios que torturan como la voz de alguien amado que ha dejado de sonar. Hay silencios que son verdades y hay silencios que son mentiras. Cuando callamos para poder oír las palabras en su pleno significado y su sonoridad; cuando callamos para poder escuchar al alma y nuestra propia voz estamos en una verdad que una vez verbalizada puede conmover al otro. Cuando callamos como acto dedicado a otro para fastidiar, estamos en una impostura generalmente estéril. Callamos ante una obra de arte que no extasía, en un concierto, en una película. Debemos guardar silencio en una biblioteca, en un concierto, en una conferencia. Se pide un minuto de silencio cuando ha muerto alguien destacado socialmente y que duele por sus virtudes que nos abandonan. Callamos cuando muere alguien querido, los más cercanos porque el resto no para de hablar. En fin hay tantos silencios como personas.

Los grandes poetas y cantautores hablan del silencio de los amores idos, de la muerte, porque hay momentos en que no encontramos sentido sino asaltos de metáforas. Privilegios de los que ponen a la humanidad a soñar con sus hermosos o desgarradores versos “Silencio en la noche ya todo está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa” del inolvidable Gardel. O la nostalgia del querido Sabina “Ahora que no estás, el dolor deja paso a una antigua tristeza, va cayendo la noche, nadie llama a mi puerta y me duerme el silencio como una madre buena”. Los filósofos parten de un silencio para ir dando vida a sus entramados significados. Preguntarse por el ser en general es partir de la nada, como comienza Heidegger su búsqueda por replantear la filosofía moderna. Es muy placentera la buena conversación y sobre todo aderezadas con un buen vino, pero la repetición incansable de los borrachos pueden conducir al suicidio. Salir de la monocorde melodía, del hastío del mismo tema y de las discusiones sin escuchas es ya de por si una buena ganancia. Somos en realidad sobrevivientes de una catástrofe y después de un trauma viene el duelo con su consabido silencio.

Todo esto para decir que a solo cuatro días volveremos a traspasar una encrucijada y que requerimos de más de un minuto de silencio para “caminar en solitario”. Buena suerte a todos los amigos, a los enemigos no, a ellos mala suerte. Después seguiremos hablando.

3 de octubre de 2017

Voto por ignorante


Einstein: Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.


Una democracia no se define únicamente por los procesos electorales. Pero no hay un demócrata que conciba vivir en un sistema donde están abolidos los procesos electorales. Elegir a los representantes por muchos años fue un acto natural y un motivo de fiesta para los venezolanos. Participábamos en caravanas haciendo bulla por el candidato preferido. Discutíamos con la familia y amigos de forma amigable. Esperábamos el día con entusiasmo; después de votar nos reuníamos en espera de los resultados y seguíamos el proceso y comentarios por una televisión libre. De aquellos tiempos solo nos queda el recuerdo. Todo desapareció y con ello también el entusiasmo, hasta los más fervientes promotores del voto lo hacen de una forma apagada, conscientes de que vamos a un proceso electoral con todo en contra. Momento triste, de pleitos, acusaciones e insultos. Presenciamos en todo su esplendor el grado de frustración y desencanto de una sociedad que ha sido por mucho tiempo martirizada.

Todo cambia es cierto, pero no es normal este estancamiento en la infelicidad que ya hace casi veinte años nos martiriza. Hemos dado la lucha en todos los terrenos y la vamos a seguir dando porque aun recordamos lo que es vivir en democracia. Como dice Jhumpa Lahiri acostumbrarse a un pequeño y tan limitado mundo lo que hace es construir miedos. No estamos acostumbrados y es por ello los sentimientos de frustración y rabia que produce no ver aún satisfecho el deseo colectivo por excelencia: salir de estos delincuentes que nos mantienen acorralados y maltratados. Pero estamos en ese proceso que cada vez toma más cuerpo a nivel internacional. No los queremos nosotros pero también el mundo muestra su rechazo, no estamos solos como lo estuvimos. Este solo factor hace una diferencia importante por lo que seguir mostrando nuestro temperamento libertario, nuestra rebeldía indoblegable, nuestra voluntad decidida es combustible indispensable para el ruido internacional.

La frustración es el sentimiento propio al no ver cumplido un deseo. Vamos por la vida de frustración en frustración porque es corriente que no todo lo que deseamos sea posible conseguir, dependemos de otros seres humanos que nos imposibilitan o arrebatan lo deseado. El mundo y su sistema de mercado nos hicieron complicado también el mundo del deseo. Muchos objetos, muchas imágenes ideales de belleza, riquezas y lujos nos invadieron por las pantallas comerciales de venta de deseos. No todos asequibles, no digamos en estos momentos en el que estamos empobrecidos, nunca podemos agotar los requisitos. Pero va cambiando la manifestación de la frustración en la medida que crecemos y va cambiando también la manera como la tramitamos. Cuando somos niños podemos patear en el suelo y armar un berrinche, podemos odiar a los que hacemos responsables de nuestra frustración, generalmente los padres. Pero ¿Ustedes se imaginan si hubieran visto a su papá armando un berrinche frente a la televisión por no poder adquirir un Mercedes Benz? Nos hubiésemos asustado y mucho. Bien, ese espectáculo es el que estamos dando por las redes sociales. Armando berrinches y odiando a los responsables.

Queridos adultos si queremos ser felices no lo podemos lograr sino en conjunto. La felicidad es política, no hay satisfacción sino colectiva. A menos que seamos como esas personas que mantienen siempre un deseo insatisfecho; consigan lo que consigan siempre quieren otra cosa, porque la felicidad esta en otra parte. Así que aquí no hay por lo momentos otra salida que acudir al evento electoral al que somos convocados, por ahora, porque también puede ser suspendido. Iremos sin alegría, sin expectativas pero cabe preguntarse ¿No será hasta mejor si no esperamos nada de tal evento?, la resaca del día siguiente será más leve, creo yo. Pero no es tan simple la cosa, siempre se espera algo, siempre se tiene escondidas unas esperanzas que ya da vergüenza asomarlas. Pero están ahí. Cuando uno ya no tiene nada de lo que agarrarse, donde no se espera nada de nadie, uno solo le queda agarrarse de sí mismo. Lacan lo definía como “el momento de lo imposible” que nos hace ver con claridad la condición del ser humano, el desamparo, pero mejor armados para saber “lo que es y lo que no es”. No es la promesa irresponsable de soluciones sin traumatismos e inmediatas. Ese “YA” que tanto daño ha proporcionado.

El saber es limitado y siempre nos va a sorprender un “no saber” porque como dice Jacques Derrida sin un “no saber” no se produce el acontecimiento. Así que voy a votar porque “no sé”, porque es un acto al que no me voy a negar, porque “no sé” cuales puedan ser sus consecuencias. Por ignorante voy a votar, porque no sé cuál es el camino “correcto” porque “no sé” de estrategias políticas, porque no tengo a la mano otra salida. Porque estoy desesperada y no me quiero ir, porque ya aprendí que solo en mis actos me reconozco y de frustraciones llevo una gran bolsa a cuesta. Porque me veo ante un compromiso y no lo voy a eludir. Si me roban no será la primera vez, y no por boba sino porque el otro es un ladrón. Si no me dan lo que quiero ya entiendo que el otro no puede porque es también incompleto, porque se equivoca, porque tampoco sabe, y no es porque no quiere o me traiciona. Se me cayeron los espejismos hace mucho tiempo atrás y sin remedio. Estoy sola con mis actos y reflexiones y éstas me indican que debo ir a votar. Sin argumentos, sin explicaciones y con muy pocas ganas de convencer a nadie, insisto voto por ignorante.

Al igual que Zygmunt Bauman ya no espero ese orden en que las cosas sucedan como espero que sucedan, al contrario mi preocupación es no devenir en un caos interno, y todo me está empujando a ello. Me dispongo a vivir en un mundo tremendamente ambiguo. Errantes que solo podemos esperar cierto orden en los propios actos, solo podemos aspirar a ser coherentes con uno mismo. Quizás sea allí donde radica mi certeza, solo allí.