31 de marzo de 2015

Birdman

La película de Alejandro Gonzales de Iñárritu es extraordinaria por donde se quiera apreciar. No nos vamos a extender en los aspectos técnicos de planos, cámaras y fotografía, música o actuación que de por sí merecen todo el aplauso y premios a una excelente creación, vamos a ahondar en la importancia de la trama desde el punto de vista psicoanalítico, porque es toda una lección de aspectos de la vida psíquica, no solo de actores, sino del ser humano en su lucha por la búsqueda de un nombre. Riggan Thomson, personaje magistralmente interpretado por Michael Keaton, es un actor de cine en Hollywood conocido como el actor de Batman y por lo tanto identificado con superhéroes, acción, con efectos estremecedores que según le dice su alter-ego “Salvas a la gente de sus vidas aburridas y miserables”. Decide ir a Brodway e incursionar en la vida del teatro en una obra en donde el será el director y actor. Decisión que toma por encontrarse con una vida fracasada, deprimido, angustiado y con una fuerte necesidad de dejar atrás su postura de superhéroe, la que por supuesto trae consigo. A punto de enloquecer va en búsqueda de su obra que le confiera un nombre propio hecho a su medida y por el cual sea reconocido. “El Santon” término que utiliza Lacan para denominar el síntoma con el cual uno se identifica para evitar enloquecer. Efectos de creación que amarran la locura y que representan lo que uno es y por lo cual se quiere ser reconocido.

No le es para nada fácil su aparición en Brodway en las que tiene que lidiar con dos personajes de la zona, uno es su principal actor Michael Keaton (Edward Norton) quien decide retarlo constantemente y cuestionarlo en cuanto a la artificialidad de todo lo que está en escena. A él por el contrario “nada le es imposible en un escenario” es allí donde se siente lo que realmente es, actuando, de resto su vida y el mundo real por el cual tiene que transitar le parece un verdadero fraude, él se reconoce como un fraude, “En el escenario no finjo, finjo en cualquier otro lado”.  Reconocido como un gran actor y en su ciudad ha podido compensar su terrible decepción que le causa su vida. Es muy revelador cuando le dice a San la hija de Riggan “te arrancaría los ojos los pondría en mi cabeza para ver la calle como lo hacía a tu edad”. Un hombre más joven que ha conseguido su “estabilidad” a través del narcisismo desplegado en escena, narcisismo que por el contrario terminó por enloquecer a Riggan, ya un hombre de más edad y con una vida alejada de su esposa e hija por no haber podido amar lo cercano en la búsqueda constante de querer ser amado por un público en su actuación de superhéroe. A este egocentrismo se le enfrentan otros egocentrismos que constantemente le recuerdan lo que él mismo entendió y lo desestabilizó “Mentiras no te reconocen a ti ni a tu trabajo, conocen al tipo con el disfraz de pájaro que cuenta historias raras en entrevistas”.

El otro personaje con el que tiene que lidiar es con una crítica de teatro de mucho prestigio y quien le jura lo va destrozar a él y a su obra. De entrada esta mujer no acepta que venga un mediocre actor de comics a Brodway a ocupar la escena reservada a grandes actores reconocidos. “Es un payaso de Hollywood con un disfraz de pájaro” manifiestaTabitha Dickson quien vive bajo la identificación con su lugar, la de ser la voz más reconocida en la evaluación de obras de teatro y manejar con desparpajo el poder. Lo que ella aprueba es aprobado y lo que ella desecha es desechado, a ella por lo tanto hay que rendirle pleitesía y a ella tiene que  seducir todo aquel que quiera triunfar en las tablas de New York. Riggan que ya sabe que tiene que resucitar de sus cenizas, que ya no puede jugar al juego de los simulacros, que sabe que de un solo acto depende el ganarle la batalla a la muerte, no se asusta ante sus amenazas sino que la reta y le devuelve su propia impostura. Deja sobre la barra del bar un papel que le había dejado un crítico de teatro cuando lo vio actuar en el colegio “Gracias por una actuación sincera” la cual marcó su vida. Se deshace así de las improntas que lo determinan y sale al mundo decidido a hacerse un nombre o a morir.
Estos personajes atormentados y ocupando lugares en un mundo fuertemente competitivo y anodino, aferrados con amarguras en sus trincheras solitarias, desempeñan sus fracasos escondidos en un narcisismo que no pueden cuestionarse pero si lo cuestionan y de forma despiadada en los demás. No es que no digan la verdad es que esa verdad no se la dicen a ellos mismos porque no pueden, saben que enloquecerían y se protegen. Nike estando en escena se voltea al público y les dice “No sean tan patéticos, ¡no vean al mundo a través de sus celulares! ¡Tengan experiencias reales! Todo en este teatro es falso, lo único de verdad es este pollo.” Al agarrar al pollo se le cae la estantería que es, por supuesto, mampostería. Cada quien está jugando a un juego de sobrevivencia en una sociedad ajena y vertiginosa que, sin duda, tiene su mejor expresión en New York. Alguien sin internet, sin Facebook y sin twitter es un ser anodino, no es nadie como le dice Sam a su padre. El único, y por ello mismo sobrecoge, es Riggan batallando con su disfraz de Birdman y buscando con desgarro su propia verdad. Dos personajes en su vida ayudan y hacen de ese operador que Lacan denomina “El nombre del Padre” su exmujer y su hija, que son las dos personas que lo llaman al amor y que le señalan sus equívocos de una forma compasiva, los únicos momentos donde él y su voz se silencian. El llamado a trascender el narcisismo.
Al final dos actos en uno le devuelven su tranquilidad y su encuentro con la creación de él mismo, un tiro y una actuación magistral que doblega el odio de su amenazante crítica. Riggan sale volando, pero ya es otro vuelo el que presenciamos, vuela hacia su propia libertad como lo manifiesta la sonrisa de su hija. El deseo de muerte queda vencido y a los sesenta años sin que querer vivir como si tuviera treinta (como le indicaba su voz perseguidora) ya sabe que es el dueño absoluto de su propia existencia para bien o para mal como es la vida, sin seguridades. Su alter ego queda en la clínica ya desvestido de sus superpoderes, en el baño y doblado. Se despoja del fantasma o como diría Lacan “lo atraviesa” Una obra psicoanalítica aunque Alejandro Gonzales Iñárritu no lo sepa, o si, ¿quién sabe?. Por lo pronto le damos las gracias por hacer un cine que no pretende sacarnos del tedio sino que nos hace pensar en nuestras propias vidas, conservando al mismo tiempo la virtud de manejar con una destreza única los encantos de un buen espectáculo. 

24 de marzo de 2015

La contradicción

 
La ética en el mundo actual se debate ante una seria amenaza, la cual consiste en sentir muy lejanos los deberes y derechos; no se sienten las responsabilidades como el ingrediente esencial de la condición de ser humanos. Antes todo estaba más cercano, así se encontraban los otros con los que nos unían lazos de empatía, los conocías, los necesitabas y los extrañabas. Ahora no, la globalización, la interdependencia de los países y la tecnología nos han obligado a pertenecer a un mundo amplio y sin fronteras al que aún no sentimos como propio. Se pierde, de este modo, un sentido de pertenencia y con ello el sentido de responsabilidad. Se nos presenta entonces una seria contradicción, seguimos atentos, si acaso, por los actos que afectan a los seres del entorno, pero no consideramos los actos que afectan a una globalidad amplia porque no tenemos conciencia de ellos, no los consideramos. Resulta que al no ser ya unas islas perdidas en mares tranquilos, sino por el contrario, al ser y pertenecer a un todo engranado, la mayoría de nuestros actos, como personas o como países, están afectando al mundo y su difícil batalla por una convivencia armoniosa. La contradicción se agudiza cuando los discursos se dirigen a la ilusión de soberanía radical; “no se metan con lo que pasa en mi casa, no es su asunto”, engañosamente predicamos henchidos de una prepotencia preocupante. Esa noción de entender que cuando se maltrata a una persona, más si es un niño, es también asunto de todos. Cuando se maltrata a los animales o se atenta contra un ambiente sano, es asunto de todos. Cuando un país se encuentra secuestrado por una banda de malhechores y los ciudadanos padecen las consecuencias de los malandros, es un asunto de todos. Un Estado forajido y creencias fundadas en dioses asesinos es asunto de todos. Aunque estos actos ocurran a kilómetros de distancia y los conozca al instante, aunque el tiempo y el espacio ya no tengan las dimensiones de antes, todo lo que nos pasa en el mundo actual, sea favorable o no para una vida buena, es asunto de todos.
La imagen es una ética artesanal, casera en un mudo que alcanzó niveles de alta complejidad. Un mundo en donde las Naciones se interrelacionan en todos sus asuntos y en los que se establecen vínculos de necesidad, surgen voces que suenan como traídas por máquinas del tiempo y que resuenan en el ambiente como antepasados remotos hablando de un mundo que se extinguió. “Esto lo resolvemos nosotros” y dan la impresión de no saber qué es lo que se tiene que resolver, ni cómo, ni siquiera quienes somos nosotros porque la mentalidad que dirige esas palabras a los habitantes de un territorio no pertenece a este mundo. Es que las personas que habitan en cualquier lugar de este planeta, por sus vidas prácticas, saben que ni siquiera para alimentarse son autónomos, también saben que si quieren vivir con el confort que los adelantos científicos ofrecen, tienen que absorber los conocimientos y técnicas que otros países producen. Todos sabemos que si nos queremos salvar de vivir pisoteados por bárbaros que dejan a los países indefensos, otros países que son también afectados por la misma barbarie, pero que no están secuestrados, tienen que salir a  poner orden en una amenaza que es real y que se extiende como enfermedades malignas para la cultura. De qué sirve que vivamos preocupados por ser responsables en cuanto enseñar a nuestros hijos pequeños a devolver las cosas que no les pertenecen si no estamos preocupados por vivir en un mundo donde se opera a base de engaños y robos. De qué sirve que seamos responsables por alimentar y vestir a nuestros hijos y no nos importe para nada botar toneladas de basura y destruir el mundo donde deben crecer y vivir con salubridad. Pero eso sí, somos prestos para salir oriundos a vociferar en favor de una autonomía y un patrioterismo sacado de las malas telenovelas de amores fracasados. Nuestro mundo se tornó en un mundo de valores trastocados, ya solo somos una y simple contradicción.  
Un ser humano prepotente hasta los extremos que raya en lo ridículo, ubicado en un mundo que ha encaminado su desastre en erigir normas controladoras, no se llama a la conciencia se llama a la obediencia, y por supuesto nuestro rebelde sin causa se esfuerza en evadirlas. Brabucones que no se dan cuenta como han perdido su individualidad y su autonomía porque no está en su mapa de preocupaciones la responsabilidad de sus actos. La simple y llana contradicción de creerse dueño de sus peroles sin contemplar que esos peroles le pueden ser extraídos por un brabucón con mayor poder. Pero eso sí que no llegue nadie que pretenda hacer justicia porque nuestro brabucón saldrá a reclamar una autonomía que no tiene ni tendrá en un mundo de interrelaciones irreversible. Ya los mandatarios solo están para facilitar la colaboración entre los pueblos, su papel se ha reducido mucho en comparación a lo que fue el mundo de nuestros antepasados, solo quedan estas voces extraídas del más allá que se oyen como truenos en sociedades que demuestran un atraso cultural patético. Oírlos provoca carcajadas y salidas de humor muy finas, como humorísticamente Sonia Chocrón twitteó: “Estimado Mister Obama con mis choros no te metas”.  Salidas, sin duda muy ingeniosas propias de los seres morales que hacen evidente nuestras contradicciones y que nos sacan una sonrisa comprensiva pero al mismo tiempo recuerdan lo dramático del atraso cultural.  Nuestro brabucón transita en un nihilismo absoluto y ha convertido su prepotencia en un vacío existencial, vacío que no contacta pero que se manifiesta en cada una de sus bravuconadas huecas y sin resonancias. Ahora lo que no es admisible es que cuando la ignorancia del deber ético tiene como consecuencia la destrucción de las esperanzas y las ilusiones de otros, estos actores salgan con sus típicas coartadas del “no sabía”  o a pedir unas “disculpas” porque de lo que no se pueden escapar, una vez que actúan contra la moral, es de su responsabilidad y por ello deben pagar. De la ignorancia también hay que hacerse responsable. Contradictorio un mundo que ha alcanzado niveles de desarrollo técnicos y científicos asombrosos y que ha retrocedido en la madurez emocional que implica todo accionar ético. La ética es un logro pero un logro emocional que no da dividendos monetarios y aparentemente no tiene utilidad es por ello que un mundo práctico la ha descuidado tanto.
La honestidad con la vida es lo que nos hace coherente pero como dice Mafalda “no lo esperes de gente barata”

17 de marzo de 2015

UN FALSO DILEMA


 Que difícil resulta vivir en una sociedad desintegrada como es la nuestra en estos momentos.  Golpes fuertes recibidos todos los días con las noticias de personas buenas que mueren por la acción directa de estos desalmados que mal gobiernan, y si no es por acciones directas, es por la desidia y mala administración de la que también son responsables estos pésimos y dañinos actores.  Golpes que nos dejan con un dolor inmenso y las energías muy bajas para tener que lidiar, para colmo, con delincuencia en las calles, colas y vejaciones en los centros de abastecimiento diario; hacer turismo de peregrinaje farmacéutico para ver si tenemos la suerte de conseguir una o dos cajitas de un medicamento del cual, en muchos casos, depende la vida. Controles cada vez más férreos, captahuellas, racionamiento y una inflación galopante que ya de por si nos limita nuestro poder de adquirir lo necesario. La rabia se deja oír cada vez con mayor estridencia, como el comentario oído ayer “solo tenemos una vida y la estamos malgastando de esta manera” duro pero lúcido en su rabia e impotencia. Momentos en que todos vivimos con la sensación de una catástrofe eminente, nuestro mundo se desintegra y no se están oyendo con verdadera claridad las voces éticas que deberían predominar; surgen más bien las voces “racionales” cargadas de una superioridad intelectual que también ofenden cuando se está verdaderamente indignado. La indignación es un sentimiento ético que por supuesto los canallas no tienen o el que prefirió colocarse una careta “racional” oculta. La falsa dicotomía a las que nos invitó el siglo XX “hay que pensar y ocultar el corazón”.

Estas posturas asépticas nos van sumiendo cada vez más en un sentimiento de soledad. No importa el dolor, no importa el desamparo y la rabia que provoca la humillación a la que es sometido el ciudadano en su cotidianidad. No importa la muerte de nuestros jóvenes, ni importa que muera un hombre bueno en una cárcel del Estado. O sin ser tan duros sí importa pero –y aquí viene la disociación- a la hora de opinar o de hacer política hay que dominar esos estados emocionales para pensar con la “cabeza”. De esta forma nos abandonan los representantes del Estado, a quienes  cada vez les importamos menos (si es que alguna vez les importamos), sino también nos abandonan nuestra “elite-intelectual-racional”. Eso está sucediendo no solo en Venezuela, sucede en la sociedad moderna que orgullosa de su racionalidad y sentido común, está atravesando una etapa de mediocridad moral. Está prohibido apasionarse por los principios y valores, está prohibido mostrar alguna emoción cuando éstos, los principios, son gravemente traicionados o violados, porque salen las voces superiores y racionales a insultar o catalogar de pobres sentimentaloides a los demás. Nos obligan a desapasionarnos pero no surge una pasión nueva y se va cayendo en una apatía y en unas fuertes ganas de abandonar todo interés por ese apagado tono político. Como bien expresa Zygmunt Bauman “Los viejos dioses envejecieron y murieron y no han nacido los nuevos” Se cavó una brecha entre la política y el sentir moral del ciudadano y se deja en un vacío, por demás peligroso, al sufriente porque nadie se hace cargo de emociones que se acrecientan y terminan por explotar sin dirección ni concierto. Porque se ignoren los fenómenos éstos no dejan de existir, y terminan por sorprender en su manifestación a los que se convencieron de que es posible mantener una razón pura para interpretar los fenómenos sociales; y también de que es posible desestimar los efectos de alivio que causan acciones justas y apropiadas. Salen presurosos a desprestigiar las acciones de los defensores de la justicia internacional, con todo tipo de argumentos muy leídos y eruditos, y de esta forma vuelven a aplanar las manifestaciones catárticas de los hombres de bien.  Sinceramente lo que provocan es aumentar más la indignación.

Como hay que tomar en cuenta el contrargumento y adelantarse a aquellos que son propensos a los extremos, hay que aclarar que emociones desbordadas  que invaden todo nuestro espacio psíquico son también muy dañinas. Se trata de poner en duda este falso dilema o se es racional o se es emocional, somos una integridad somos razón y somos emoción y por lo tanto priorizar una sobre otra nos hace menos humanos, nos convierte en seres incapaces de alcanzar un verdadero encuentro con los otros. El desencuentro sobre el que Bauman expresa lo siguiente “Este es el ámbito del no compromiso, del vacío emocional, inhóspito tanto para la compasión como para la hostilidad; un territorio inexplorado, desprovisto de letreros; una reserva de vida silvestre dentro del mundo donde se desarrolla la vida. Por esta razón debe ser ignorado. Sobre todo, debe enseñarse a ignorarlo y debe desearse ignorarlo de manera inequívoca” Fenómenos a la vista tenemos y solo hay que estar atentos, ejemplo de una “racionalidad” sin visos de emoción no las dio de forma patética el que mal ocupa un lugar en la OEA y ejemplos de una emocionalidad desbordada y peligrosa también no las ofrecen los fanáticos de bando y bando en esta polarización hacia la que nos arrastraron, víctimas de una seducción que apela a la emoción sin permitir el trámite de la razón. Estas caretas que nos dividen como personas íntegras solo producen desencuentros porque es imposible sintonizar con una máquina sin emoción y porque las pasiones desbordadas no permiten el encuentro argumentativo necesario en el intercambio de ideas. En esta dinámica tan aceptada y poco analizada se esconde una de las perversiones de las actuales sociedades y en las que se hace tan cotidiana la censura y la descalificación entre nosotros mismos y nos hace muy vulnerable en nuestra soledad a los regímenes autoritarios.

Como acertadamente señala Víctor Krebs en su libro “La Imaginación Pornográfica” la verdadera reflexión no es solo “un proceso intelectual, no es la rapidez del intelecto con sus conexiones brillantes, sino el ritmo lento y pausado pero profundo e íntimo del cuerpo con su sentir y su emoción mediante el cual nuestras palabras adquieren su sentido real” Salgamos entonces de las trampas en las que caemos con tanta facilidad y dejemos estas posturas artificiales de ubicarnos en bandos tribales que no demuestran sino una desconexión con la esencia misma de nuestra humanidad. O como diría Sandor Márai “librarnos del vocabulario limitado de la razón”

10 de marzo de 2015

La seducción



Una de las condiciones para imponer un régimen totalitario es que su población siendo muy vulnerable –por la falta de formación, por la falta de compromiso social y madurez- sea fácil presa de la seducción. El ser objetos de encantos ofrecidos por sujetos inescrupulosos es psicológicamente un arma muy poderosa, las ficciones de los seres humanos en sus posiciones sexuales las podríamos reducir en términos generales a dos posiciones fundamentales, fantaseamos ser seducidos o fantaseamos ser seductores. Estos fantasmas basales se pueden llenar con toda una temática particular y a veces muy elaborada, pero la posición subjetiva puede ser identificada con cierta facilidad. Freud comenzó sus investigaciones y profundización de su desarrollo psicoanalítico escrudiñando el fenómeno de los relatos de sus pacientes en las que confesaban haber sido objetos de seducción en su infancia y hacían protagonistas de estos actos a los personajes que cumplían labores de cuidados a los infantes. Muy pronto se percató que estos hechos lejos de haber ocurrido en la realidad se trataban de hechos fantaseados por los pequeños. Hannah Arendt en su extraordinario libro “Los Orígenes del Totalitarismo”  subraya que un mecanismo esencial para que se instale un totalitarismo como forma de dominación es que la población confunda ficción y realidad. La seducción es entonces una manera de manipulación a la que todos somos muy vulnerables porque está en juego una necesidad primordial del ser humano, el amor.

Las sociedades modernas fueron transformadas en una lenta pero inequívoca tendencia de basar las relaciones interpersonales  en normativas y reglas cada vez más estrictas, olvidando los principios morales que deberían regir las conductas humanas y en realidad dejar ni siquiera de pensar en ellas. Los legisladores y encargados de implementar las normas se erigieron de esta forma en los nuevos dioses y modelos a observar para la impronta distintiva de una sociedad; si observamos con detenimiento veremos como una sociedad se va comportando de la misma forma que sus gobernantes. Si se corre con la buena fortuna de tener en la cabeza del Estado a personas probas y correctas, la sociedad muestra una cara decente pero por el contrario si rufianes, bribones y matones llegan a lugares regidores de una sociedad, brota en el seno de la comunidad, como hongos crecidos del estiércol, todo tipo de antisociales. Orgullosos de la racionalidad y la lógica científica alcanzada mandamos al cesto de la basura la emocionalidad y los sentimientos empáticos y de respeto, de esta forma quedamos inermes y presas fáciles de los encantadores de culebra capaces de ofrecernos un paraíso en un mundo carente de una visión del otro. Los grupos sociales se hicieron muy vulnerables a la seducción del ídolo de barro erigido en el poder.

En el juego erótico entre dos personas la seducción es la principal y más entusiasta etapa en el deleite del encuentro privilegiado de dos seres que se ofrecen para un goce mutuo, el goce sexual. En esta relación ambos se entregan como objetos de manipulación y quedan a la disposición irrestricta de los requerimientos amorosos, una relación que debe ser acordada y controlada, si se es responsable, por sentimientos bondadosos y tiernos de no infringir daño alguno a la persona que se nos ofrece de forma incondicional. Sabemos que estamos describiendo una situación ideal y que rara vez la fenomenología se acerca a dicho modelo, pero si no somos unos desalmados el respeto por la persona más cercana generalmente prevalece porque los sentimientos morales no son excluidos de esta dualidad delicada y esencial. Sin embargo en este terreno que es paradigma de la vulnerabilidad humana por excelencia, muy pronto surgen las diferencias individuales y las tendencias personales muy particulares que requieren toda una labor artística de ambos para irse acoplando en el convivir diario, si no está el amor por el otro como ingrediente principal todo termina siendo ruina y maltrato. El amor no es generalizado, no se ama a una multitud sin cara, no se ama al desconocido; se ama a los seres con los que hemos tenido la fortuna de transitar en nuestra historia, a los seres que por su presencia indispensable nos ayudaron a conformarnos en lo que somos y en ellos nos reconocemos.

El fenómeno cada vez más visible en nuestro mundo de multitudes enaltecidas, eufóricas y desbordadas por una pasión despertada y alimentada por un líder es señal inequívoca de una psicopatía extendida que está conduciendo a la civilización a su autodestrucción. Fenómeno que se observa de forma cruel en regímenes totalitarios y que paradójicamente fue la fascinación de los intelectuales que observaban con envidia el espectáculo de entusiasmo popular e interpretaron este mecanismo como un ideal para salir del aburrimiento en lo que se encontraban en sus sociedades seniles, como bien señala Zygmunt Bauman. Es que si nos vamos al centro de los males que vivimos, los intelectuales también sueñan con un público seducido que admiren sus obras, no por el aporte a la civilización que deben arrojar, sino por unos egos sobreabultados. Sea cual sea la trinchera desde la cual actuemos la máxima aspiración del hombre postmoderno es querer ser un líder con una masa informe de personas que obedezcan sus órdenes y se ofrezcan como objetos de sus deseos inenarrables. No es muy difícil observar como el amor y compromiso entre los seres se ha ido extinguiendo y como aparece en sustitución la admiración por seres lejanos a nuestro entorno y que usan la seducción como arma traidora para la consecución de sus intereses particulares, sin ningún miramiento ni amor, aunque los discursos estén saturados de mentiras empalagosas. Telenovelas baratas que erizan la piel de cualquier ojo agudo y avizor.

En general los líderes han perdido interés por las emociones y sentimientos de los otros, lo que se desea es que los demás no interfieran en los fines egoístas y solitarios que se traza cada quien para su propio éxito personal, montados en la exposición pública y en los shows televisados y utilizando como herramientas estratégicas esenciales la seducción y la represión. Desmontar estas trampas es la tarea que nos toca y ciertamente no es poca cosa. En nuestro pequeño radio de acción y nuestra vida cotidiana podemos comenzar por ver más al que tenemos al lado y dejar de estar arrodillados y humillados por los que demandan de nosotros el ser solo piezas de sus peligrosos engranajes.

4 de marzo de 2015

El Dolor

Nada hay más notorio en las caras y gestos de las personas que transitamos por estas calles que el dolor. El ser testigos de matanzas de jóvenes en mano de los cuerpos policiales del estado ha movido en la intimidad de cada quien una profunda desazón, se han despertado sentimientos de indignación, rabia, desconcierto y sobre todo de desprecio absoluto hacia los responsables de implementar esta política de estado. Si, se trata de políticas de estado muy conocidas de regímenes totalitarios que justifican los medios para imponer unos fines que por más que tratemos de comprender en su despliegue discursivo vacío, no lo logramos. Es incomprensible tal estado de cosa, es incomprensible la maldad en su más pura y cruel expresión, nada justifica crímenes a muchachos indefensos, nada justifica sumergir a una población en el horror, nada justifica tener como representante del estado a un indigno que se expone en su más baja calidad humana al tratar de “justificar” tal barbaridad con la más pura y simplona argumentación de acusar a la víctima de actos peligrosos para su pseudo estabilidad en el poder. Sí, estamos pasando las horas más amargas y traidoras de nuestra historia, nos han partido en nuestra entereza moral, nos han propinado un golpe certero y que podría ser mortal si no estamos preparados para conocer los resultados de estas políticas en el alma de los ciudadanos. Así que veamos un poco cuales son los efectos colectivos que estos crímenes atroces producen y por lo tanto cuales son las finalidades que persiguen los tiranos.
El dolor nos hace muy vulnerables, nos entrega en manos de otros, que si son seres queridos pueden constituir abrazos reconfortantes y vitales, pero si caemos en manos de rufianes que quieren precisamente nuestra debilidad, simplemente perderemos la dignidad que nunca debe ser puesta en juego ni negociada bajo ningún pretexto. Perdemos al quedar indefensos y sin energías en primer lugar la dignidad de la acción, inermes seremos víctimas fáciles para que continúe el maltrato sin miramientos. En segundo lugar perdemos la dignidad del pensamiento, el dolor solo da cabida a pensamientos auto destructores, derrotistas y limitantes que no permiten un razonamiento adecuado a las circunstancias, el dolor no permite el contacto con otros sentimientos más movilizadores. Es por ello que la rabia muchas veces se impone para tapar el dolor, la rabia  moviliza y así sea un mecanismo de defensa, puede ser un vehículo para enfrentar la barbarie y rebelarse de los ávidos de intervenir en nuestra vida íntima y en nuestros bienes, entre ellos el más preciado, la vida. Así nos recuerda Fernando Savater “Quien sufre, con tal de que no aumente su dolor, con tal de que se alivie o se le remedie, no tiene derecho a pedir más. El dolor lo primero que quita es el derecho a elegir, nos convierte en rehenes tanto de nuestros auxiliares como de nuestros verdugos” Es por ello que una sociedad alegre es la que verdaderamente hace lazo social, porque la alegría es contagiosa, locuaz, invita a compartir ideas e intercambiar experiencias. Nos reúne en espacios públicos, nos hace vitales y entusiastas para emprender nuestros proyectos personales, nos hace en última instancia vivir a plenitud y pensar en las posibilidades de un futuro mejor. Pero ¿quién ha sido testigo de ciudadanos alegres en regímenes totalitarios? En estos sistemas pareciera que un manto gris se expandiera sobre las ciudades y eso aunado al deterioro estético que se va generando por la falta del trato y las formas bellas, todos terminamos viviendo en un lodo, empantanados, derrotados, acabados aunque así no lo hayamos escogido ni deseado. Debemos no cesar en nuestra búsqueda de recuperar la alegría por más fuertes que sean los golpes recibidos y más vale que sea rápido porque siempre somos vulnerables de poder recibir el golpe definitivo del cual ya no podremos levantarnos y marcará el punto de inflexión definitivo.

Hannah Arendt introdujo un pensamiento en la cultura occidental que no ha dejado de arrojar luces sobre este tan difícil fenómeno de la maldad; y quizás ha sido la que ha estado más cercana de facilitarnos una categoría de análisis interesante para poder comprender algo del horror generado por estos monstruos que se repiten en la historia de la humanidad. “La banalidad del mal” que no pocas controversias ha causado y no pocas páginas de análisis ha generado. Con la adjetivación de “banalidad” no quiso en ningún momento minimizar la importancia de los devastadores desastres que impone la tiranía, ni mucho menos disculpar a los responsables de estos criminales de la historia humana. Por el contrario, lo que quiso fue desmitificar la especialidad diabólica y la grandeza del crimen, porque el crimen es cometido por los seres más bajos de la escala humana, son “personas corrientes” carentes de compromisos sociales y de responsabilidades morales que se abstienen de contradecir las ordenes que no respetan los derechos humanos, sino que más bien se amparan en ellas mostrando una debilidad absoluta de carácter y carentes de una identidad con los semejantes. Cuando quedan a la orden de la justicia, como les sucedió a los nazis, muestran como argumento defensivo no haber tomado ninguna iniciativa, simplemente cumplieron órdenes. Es así como Arendt enfatiza que el crimen no esconde ninguna estética, más bien nos deja al descubierto y sin adornos ante lo más bajo y despreciable del  ser humano, nos deja sin palabras e incluso la muerte, que esta inscrita en toda vida humana, se asoma como lo más absurdo de nuestros fracasos. Porque sabemos que vamos a morir, pero la muerte de un niño asesinado por otro muchacho escondido en un uniforme oficial y que banalmente cree complacer a sus superiores apretando un gatillo, se nos transforma en un acto absurdo, monstruoso y sin sentido. Nos echa en cara nuestro gran fracaso.

Como Ortega y Gasset señalaba, nuestra verdadera amenaza es el desgarramiento de la textura moral que debe observar toda organización social; el amor a la vida y la seguridad para conservarla debe comportar nuestra firme decisión de eliminar toda perversidad de que es capaz el ser humano y que podemos apreciar en toda su crudeza en ciertos individuos que quieren imponer su voluntad infringiendo dolor a los demás. No se nos puede imponer como norma de vida  la destrucción y el irrespeto porque el permitirlo nos aleja de cualquier valor que hace a la vida digna de ser vivida. No se vive de cualquier manera, se vive en comunidad y en un acuerdo de tener que doblegar nuestros impulsos violentos en aras de construir sociedad como bien nos invitó Freud en su Malestar en la Cultura. No poder satisfacer nuestras necesidades primitivas de forma inmediata y desmedida causa malestar pero el permitirlo no nos hace posible el acuerdo civilizado con los otros. Desgarra el alma ver cómo se truncan unas vidas jóvenes en nombre de un ideal perverso, desgarra el alma ver cómo quedan seres queridos viviendo el peor de los infiernos porque unos verdaderos monstruos decidieron imponer su delirio sobre los demás. La verdadera locura proviene de haber perdido la capacidad de amar y sentir compasión por los seres indefensos y defenderse de esta vaciedad existencial creyéndose un ser especial destinado a salvar al mundo. No quiere el ser común normal ser salvado por nadie, quiere solo que se le respete para poder el mismo ser el salvador y el constructor de una vida a su manera.

De esta manera nuestros esfuerzos por sacar del camino a los destructores de sueños es válida y diríamos que obligatoria para que suene nuevamente las risas de los niños en los parques, para que nuestra juventud vuelva a reunirse en los espacios abiertos sin que se tilde de peligroso y sospechosas sus expresiones libertarias, para que los adultos puedan trabajar y gozar de los bienes adquiridos con sus esfuerzos, para que nuestros abuelos tengan la tranquilidad y confort necesarios bien merecidos al final de su larga jornada. En fin para poder vivir una vida digna de ser vivida. No dejemos entonces que el dolor nos deje a merced de los malvados.