20 de julio de 2022

El Cuerpo maltratado

Nurlan Kulibayaen


Unos de los objetos de mayor adoración, en nuestro tiempo, es el cuerpo. Sobre las formas biológicas tanto de hombres y mujeres se invierte gran esfuerzo de conocimiento y de inversión. Se mantiene la ilusión que algún día podríamos saberlo todo sobre el cuerpo y de esta forma dominar cualquier imperfección que se presente en esta complicada maquinaria. Esta sería la meta del saber, si es que entendemos al cuerpo como una maquinaria, donde cada una de sus partes deberían estar, entonces, debidamente sincronizadas e integradas y de esta manera solo tendríamos que mantenerlo en su máxima capacidad de funcionamiento. Sin negar la utilidad y el avance significativo que ha tenido la ciencia en cuanto al conocimiento de la biología, es indudable que cuando se habla de cuerpo pareciéramos estar implicando algo más que células, fluidos y órganos, estamos implicando una imagen, un goce y un concepto. Por el cuerpo nos reconocemos en un espejo, con el cuerpo gozamos del sexo, de la comida, de los paisajes y siempre habrá algo del cuerpo que nos es ajeno, que no entendemos, en lo que no pensamos y que nos causa mortificación. Tiene, entonces, el cuerpo distintas significaciones y lo tratamos de distintas formas según sea el símbolo que represente en nuestra vida.

Como somos seres que hablamos, que poseemos un lenguaje y como consecuencia el lenguaje nos posee, todo se complica. Ya no podemos, nunca más, ser solo un trozo de carne que no se conoce así mismo, que no se sabe integrado. Somos, en primera instancia lo que pensamos de nuestro cuerpo, como lo tratamos y en segunda instancia, y muy de vez en cuando, somos un órgano que está molestando o un dolor que nos tortura. Somos adornos para otros o somos el objeto que se ofrece para el goce del otro con la expectativa que al mismo tiempo nos haga gozar. Queremos, en otras ocasiones, ser referencia de beldad o de genialidad. Queremos no pasar desapercibidos y para ello utilizamos todas las posibilidades expresivas que nuestro cuerpo nos ofrece, hacemos bulla. Queremos otras veces pasar desapercibidos y entonces nos encogemos, nos escondemos y descuidamos los adornos que solo servían en referencia al otro. Todas estas posibilidades las tenemos, y muchas más, porque nuestro cuerpo no es solo carne y hueso, sino porque tenemos un cuerpo simbolizado y lo manejamos como manejamos el lenguaje, el lenguaje, entonces es nuestro cuerpo.

Lacan afirmaba que el lenguaje es nuestro primer cuerpo, el cuerpo simbólico. Cuerpo sutil que nos permite tener acceso al otro cuerpo, al cuerpo que mortifica porque es el que nos recuerda la inmortalidad de la que no vamos y no podemos escapar. El cuerpo que nos recuerda que algo puede estar sucediendo en nosotros mismos y que no conocemos hasta que no se manifieste, hasta que no hable y podamos escucharlo. Ese cuerpo que a medida que más lo conocemos se nos presenta más como un enigma, ese que siempre se escapa de cualquier control, que es engañoso, que está allí y es lo más próximos, pero que no podemos asirlo y hacerlo nuestro a cabalidad. Es ese que creemos nuestro y anda por su cuenta. Lo más familiar y los más enigmático, lo que ha sido objeto de las mayores extorciones y abusos en nuestro vida liquida. Ese que comenzamos a tratar como cualquier otra maquinaria a la que podemos cambiarle los repuestos, ese que manipulamos en búsqueda de un perfección imposible, ese al que de tanto industrializarlo, de convertirlo en mercancía lo hemos dejado de oír y ya no lo entendemos. Ese que somos y no somos al mismo tiempo, ese con el que tenemos que negociar, dialogar y entender a la hora que nos planteemos el vivir o el morir. Ese nuestro gran aliado y nuestro peor enemigo, según lo tratemos. El que nos reporta lo mejor y al mismo tiempo lo peor. Ese nuestro cuerpo.

Marinando se toma un tiempo de descanso. Volvemos en setiembre, muchas gracias por sus lecturas que se aprecian enormemente.

 

13 de julio de 2022

Brota lo ominoso

 

Joel Rea


Estamos presenciando el debilitamiento de un estado ominoso en el que hemos permanecido durante mucho tiempo, demasiado tiempo. Los acontecimientos que se precipitan, uno tras otro de forma acelerada, están develando toda una oscuridad que estaba destinada a no salir a la luz. Hechos que nos resultan familiares por lo patente que se imponen a la razón y a la emoción de nuestra experiencia cotidiana, nos estallan en la cara con toda la podredumbre y hedor de la bajeza humana. Ya no tiene cabida la duda, arribamos a la certeza de haber sido rehenes de una de las violencias más despiadadas, rastreras y oscuras que hayamos vivido en nuestra historia reciente. La dominación utilizando las armas letales del terror por la muerte violenta, por la denigración, la descalificación y el empobrecimiento de toda una población forzada a permanecer en un desasosiego y desamparo criminal. Estamos cansados, maltratados y asqueados; enfermos porque la vida se nos fue reduciendo a un paisaje desolado de muerte y destrucción. Manos criminales se apoderaron de lo nuestro y ahora comienzan a quedar al desnudo.

Ahora ha llegado el momento, como señala Richard J. Berstein, “del compromiso ferviente y revitalizado en defensa de una genuina fe democrática que reniegue de la apelación a absolutos dogmáticos y dicotomías simplistas. Una fe democrática que promueva la libertad pública tangible en la que florece el debate la persuasión y las razones reciprocas. Una fe democrática que tenga el valor de vivir con la incertidumbre, la contingencia y la ambigüedad.” Llegó el momento de unirnos y fortalecernos con la fuerza que da una causa común: nuestra libertad, la cual no debió ser negociada por ningún motivo y mucho menos por una ideología que ya había demostrado su carácter ominoso.

Es un momento delicado porque la premura y desesperación que nos embarga puede ser mala consejera para actuar y pensar acertadamente la estrategia; muchos son los enemigos hábiles y sin escrúpulos que merodean. Ahora más que nunca debemos tener una claridad meridiana de estrategas y dejar, por un tiempito, la emociones abarcadoras que nos brotan por la piel. Nuestra meta es volver a conquistar los valores occidentales de libertad y dignidad que tanto costó a la humanidad alcanzar, en los que fuimos formados y queremos vivir. La decencia no se encuentra en los tratados de ética, se encuentra en una forma de vivir que se expresa en cada uno de nuestros actos y los discursos que nos arropan. Cómo nos expresamos, cómo nos dirigimos y tratamos a los otros, el respeto y consideración que estamos obligados a tenernos los unos a los otros y a nosotros mismos constituyen el arsenal indestructible para la construcción de nuestro desbastado país. Para allá vamos, ese norte no puede y no debe  negociarse ni tomarse por atajo.

Ya tendremos tiempo para poder curar las graves heridas que nos dejaron estos tiempos. Tardaremos años para poder pacificar nuestro ánimo,  para poder resolver la herencia de rencores que sin duda nos dejó tanto crimen impune, destructividad y humillación. La meta no es olvidar, imposible, es resolver lentamente en cada uno de nosotros este terrible malestar en aras de lograr una comunidad nuevamente alegre y con ganas de vivir bien. No volveremos a ser los mismos, la tragedia nos golpeó; pero quizás habremos alcanzado un grado mayor de madurez en cuanto a la responsabilidad en los asuntos públicos. Quizás, porque nuestro futuro y responsabilidad como ciudadanos estaría por demostrarse. Estos asuntos no son de elaboraciones teóricas, el comportamiento humano es impredecible y muy complejo. Solo queremos apostar porque la terrible lección haya sido incorporada en cada uno de lo que tuvimos que pasar por este tramo siniestro de la historia que no vamos a borrar; y tengamos el coraje y el buen tino de transmitir la experiencia a las nuevas generaciones. 

 

 

6 de julio de 2022

La subjetividad, el constante combate

Adam Martinakis


La apuesta concreta del deseo acarrea una dimensión trágica que los griegos hicieron manifiesta de forma desgarrada. Lo inevitable de la vida, desgarramientos por las pérdidas y el fracaso de las luchas con el dolor y las heridas que van dejando el transcurrir de los años. El contraste siempre injusto entre las llamadas a la solidaridad y unión en el momento de la consecución de conquistas y la traición en el momento de distribuir las glorias. Pedirle al ser humano un equilibrio en sus formas es desconocer la naturaleza cobarde ante la muerte y la decadencia inherentes a su ser. Se quiere poder en un esfuerzo fracasado de inmortalidad sin querer reconocer que la historia, al fin y al cabo, sacrifica al fanfarrón y glorifica al héroe. Esta justicia que hace la memoria es anunciada por los coros griegos. No hagan tantas maromas la vida no admite engaños y si muchos desengaños.

Sin esta dimensión trágica constituyente de la subjetividad el hombre se desliza en una superficie banal de engaños y bacanales ordinarios de obscenidades públicas. Es el mundo de hoy con ese despliegue de descarados desafíos al orden instituido, villanos bufones riéndose y destruyendo los valores sociales. Ya no se habla sino se desprecia al otro que es objeto de burlas y risas falsas. Desde esta reacción distractora no se resuelven los conflictos y la dimensión resistente de lo trágico vuelve a abordarnos una y otra vez. Lo llevamos en nuestra naturaleza, aunque le demos la espalda. No hay tranquilizantes ni religiosos ni políticos si no se mira de frente la verdad escandalosa. Tenemos una verdadera urgencia de enfrentar un destino aniquilador con acciones dolorosas pero reparadoras. Enfrentar el destino sabiendo el drama de la desigualdad y las desventajas y conociendo de antemano la desventura de pequeñas batallas. El sinsentido de la maldad humana requiere grandezas en las decisiones para enfrentarlas.

El mundo no posee un “telos” moral, no se trata de la apuesta por “los buenos” llamados a combatir a “los malos”, eso no existe en filas bien delineadas. Solo se trata de dejar que la vida de cada quien pueda ser disfrutada como experiencia. No es necesario recurrir a la ilusión moral para soportar lo trágico de la existencia, para Nietzsche este es el hombre enigmático y trágico que constituye un creador de nuevos mundos. Quizás ahora mas que nunca el mundo se encuentra perdido en su laberinto y muestra el lado terrible de la vida y la angustia de la humanidad. Los actores están anunciando el destino y delineando los discursos que se imponen. Para Freud las guerras no son solo circunstancias infelices que se hicieron inevitables en un particular impase político irresponsable, sino que también tiene raíces sociales y psíquicas. El hombre no soporta el estado de paz por mucho tiempo y como un juego macabro y trágico busca la muerte, la destrucción.

A estas fuerzas destructoras se oponen las contrarias que también se hace mas fuertes en tiempos de guerras buscando nuevamente la calma de la paz momentáneamente perdida. El mundo nos devuelve la imagen de la subjetividad en constante debate. No hay y no habrá sosiego, paz absoluta y calma para el ser vivo siempre movido por su deseo.