29 de julio de 2015

El Desasosiego

Aspiramos en nuestras vidas a transitarla con libertad, a sentirnos que cada uno de nuestros actos puedan ser escogencias intimas y personales dentro de una gama de posibilidades. Nos guía en estas escogencias solo una postura firme y decidida de nuestros compromisos con los otros a quienes queremos y a quienes nos debemos. Pero al mismo tiempo nos guía una convicción de lo que somos y de lo que deseamos como producto de haber ido tanteando en nuestra historia los gustos e inclinaciones en las que quedamos atrapados. Tenemos siempre una singularidad y una particularidad que nos conmina a manifestarnos desde ese rincón de nuestra existencia, vertiendo al mundo nuestros actos creativos, quizás como un homenaje a la existencia. Podríamos esperar que del conjunto de actos humanos surgidos de la satisfacción por el quehacer gratificante tuviéramos un entorno amable. Pero no ha sido así, los terribles errores colectivos nos han llevado, más bien, a un mundo hostil y esta constatación produce un devastador desasosiego.
 
Un estado de ánimo que hoy predomina en nuestro diario vivir. Es la pérdida de un amor sin el cual no se puede vivir. Es la pérdida de la tranquilidad, del descanso, de la seguridad, de la confianza. Es constatar que prácticamente convivimos en una gelatina espesa que nos sumerge en una gran oscuridad, por razones desconocidas, muy oscuras; y sin embargo nos empeñamos en seguir apagando luces y caminar entre sombras y tanteándonos ya sin vernos. El desasosiego que causa el no poder cuidar y adornar nuestro entorno con las manifestaciones bellas que deseamos. Pérdida de libertad porque no somos los que estamos escogiendo los actos que asegurarían una convivencia más armoniosa, esa sensación de no tener la segura posibilidad de decidir qué es lo mejor. Cuando la oportunidad se presenta, y  solo de vez en cuando, vivimos con la angustia de poder nuevamente ser burlados. Acto en el que dependemos de los demás. No se puede en las decisiones colectivas tomar la determinación que en su angustia manifestó Pessoa “reducir las necesidades al mínimo, para no depender de los demás”.
Pessoa, el gran escritor portugués, escribió solo y encerrado en una buhardilla de noche, con la íntima convicción que de la vida era mejor no esperar nada. No creía ya en la humanidad y se aferró a los grandes fracasos, a las pérdidas de mitos y a la certeza de un mundo vacío de ilusiones. Un mundo que perdió su norte, que no piensa ni se interesa en un futuro. Decidió vivir aislado y cuando inevitablemente se tenía que mezclar con otros humanos, observaba detenidamente haciéndose cuentos que vertió en una linda prosa y versos desolados. No tenía esperanzas porque nunca las vivió. Se sabía perteneciente a un mundo de la incredulidad, un mundo sin mitos que cohesione a sus habitantes en proyectos comunes. Y si acordamos con Yuval Noah Harari “En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”. Tendríamos que consentir con Pessoa “que vivir es no encontrar”. Sin embargo Pessoa en su corta vida (murió a los 47 años) dejó musicalidad y armonía en sus versos por lo que se hizo inmortal. Supo tocar el corazón de la humanidad y como todo genio se convirtió él mismo en el mito que no encontró para vivir.
Es inevitable respirar el desorden que nos rodea, el caos, la muerte y el tener que consentir que nuestros hijos se arriesguen en ese mundo incivilizado y cruel. Quedamos en casa, desolados y sin salida porque si se logran escapar de la no oportunidad de vida que se les ofrece, igual quedamos desolados y amputados. Perplejos ante una condición humana que no habíamos conocido y que nos arrebató nuestra terca alegría de vivir. Esta realidad nos reta, de allí que tenemos que apelar a los mejores esfuerzos por seguir respetándonos, podernos reír de lo que nos hace llorar, poder quedarnos cuando queremos huir, poder esperar de lo que algunas vez fuimos y quizás no podamos volver a ser. Y como también invitó Pessoa “Ser creadores de mitos, que es el más alto misterio que un ser humano puede realizar”.  Nos sentimos extraños a tanto desacierto y maldad, pero podemos soñar con un mundo a conquistar donde reine la armonía. Solo un mito para mantener esa esperanza, que como dijo Octavio Paz “Quien ha visto la esperanza, no la olvida…y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos”.
Después de todo el desasosiego implica una falta de paz, no falta de esperanzas, y por ello mismo también debe empujar a la acción. No estamos muertos y por más hostil que se nos presente la vida debemos vivirla al menos para contarla. Para contar como se puede destruir una cultura y para contar como hay que preservarla, porque es solo a través de ese imaginario social como podemos conseguir una comunidad de intereses, establecer lazos afectivos, llevar a cabo las acciones creativas y desplazar las agresiones que hoy reinan en nuestra comunidad. No permitamos la derrota de creer que nada puede ser cambiado, el mundo y su gente son un abanico de posibilidades, echémosle mano y atenuemos la tragedia. Sublevarnos es lo racional, someternos es la locura.

21 de julio de 2015

El Aburrimiento

El tiempo parece detenido, los acontecimientos de nuestro diario transitar suceden monótonamente, no se agrega nada a nuestro cavilar cotidiano, nada sorprende, todo sigue en un desorden que ya es previsible sin mucho esfuerzo de razonamiento. Las conversaciones se han vuelto repetitivas al igual que los encuentros, no es posible innovar porque la realidad nos mantiene prisioneros y asustados. Las noticias son las mismas muy duras, durísimas, pero repetitivas. No nos toca ya una fuerte emoción que nos despierte. Vivimos en una suerte de neblina espesa provocada por un humo que huele a esperanzas y a futuro chamuscado. Esperar se ha vuelto la consigna, mientras que en ese tiempo de espera no hay sino inmovilidad, encierro, fastidio. La espera se hace insoportable porque en esa sala no hay nada que nos mantenga despiertos, nada que nos asombre. Día tras día esperando un solo acontecimiento que sería el único por el cual podríamos hasta llorar de la emoción. Ya es mucho tiempo, demasiado y la emoción se adormeció de tanto no usarla.
 
Ya Steiner lo describía a la perfección “La adormecida prodigalidad de nuestra convivencia con el horror es una radical derrota humana”. Mucho tiempo, demasiado, hemos permanecidos sumergidos en un horror, que lejos de ir siendo derrotado, pareciera que cada día se profundiza más sin que nada le ponga límites. Las mismas explicaciones, los mismos discursos, la misma modorra, la misma impotencia para desarticular la aplanadora inmoral y destructora que avanza sin obstáculo alguno. Estamos deprimidos (una de las formas como se presenta el aburrimiento) planos, opacos, y este estado de cosas no solo es provocado por el demonio que nos atormenta, sino también por la incapacidad que tienen los animadores del circo de despertar una emoción en su público. Profesores aburridos de una clase que no podemos abandonar pero que nos produce un sueño mortal. Podríamos y con justicia también decir que, a lo mejor, el público es imposible de despertar, de interesar. Un público que ya esta tan descreído que no se hace posible presentarle ninguna pirueta, ningún acertijo, ningún nuevo e interesante mito. Pero un grito desgarrador se atraviesa en las gargantas y está contenido, un puro y opaco dolor.
No debemos esperar un salvador, no se trata de eso, se trata de  personas que se colocan en los lugares de trasmisión porque ese es su deseo, que tienen de esta forma la tarea de demostrar destreza en el manejo de su campo de conocimientos y saberlo expresar, pero también deben de trasmitir seguridad, convicción, emoción. Despertar la inquietud en el público al que se dirigen, dejar pensando e intranquilos a los escuchas y tener la disposición de oír las nuevas ideas y conclusiones a las que se ha llegado con el movimiento del asombro. Pero no, es que no hay ideas porque se dejó de oír y porque ya nada asombra. Es un fastidio, la inmovilidad del inerte que solo espera. Se nos produjo una merma de nuestras fuerzas impulsoras, del ímpetu transformador, de la búsqueda apasionado de otra cosa. Caímos en un aburrimiento, no reconocerlo y no nombrarlo, sino seguir viviendo como si cargáramos un peso insostenible en nuestras espaldas, es simplemente dejar de reconocernos, perder el contacto con nosotros mismos y como consecuencia terminar de aniquilar la emoción que debe despertar el estar vivos. La repetición de un chiste mal contado.
Ahora bien, como la emoción no surge del colectivo, la fe esta mermada, la tarea de no dejarnos aplastar ante tano insulto,  atropello y escasez, pareciera que es una tarea individual, una tarea a emprender cada quien en solitario. Es dejar salir ese grito atragantado,  buscar nuestro lugar creativo e inventarnos nuestro nicho desde el cual poder extender nuevamente las conexiones libidinales a los objetos de nuestros deseos. Esos objetos no se adquieren en el mercado, no hay que hacer colas, no son costosos y están a la mano del que quiera identificarlos. Esos objetos están en las palabras, en las simbolizaciones, en nuestros giros idiomáticos, en nuestros mitos a los que no renunciamos, en los cuentos que nos contamos. Vía inevitable para acceder a las actividades de nuestro interés. Hay que luchar, y es una lucha individual, contra la repetición de la queja, del reclamo y de la expresión de la rabia sin límite que vaciamos en el otro más cercano. Es hacernos responsables de lo más elemental, de nosotros mismos. En este campo son los extraordinarios humoristas, con los que afortunadamente contamos, los que nos están guiando. Nos hacen reír pensando, porque saben, poseen el genio de conectar con nuestras amarguras y logran la magia de mostrarnos que la emoción puede ser cambiada del dolor a la esperanza. Es el arte de conmover.
El aburrimiento es vivir desapasionados, lo que produce un padecimiento grave porque nos aparta de cualquier mundo posible, es un vacío de sentido, un desgaste del lenguaje, un desapego a nuestra propia ley, a los límites que no debemos perder, a la vergüenza que nos debe causar renunciar a las responsabilidades. Es mortal, no hay entusiasmo ni una causa por la cual luchar. Es el arma más eficaz con la que cuenta el que nos quiere mal e inertes, el que nos quiere muertos, el que nos quiere desaparecer, el que nos quiere esclavos y a su servicio. Simplemente nuestro deber es saberlo y contestar con un firme y decidido “conmigo no vas a poder”. El deseo no debe ceder so pena de morir. Por lo momentos no hay otra manera que inventarnos nuestros días con pequeños encantos. Pierre Loti en “Las desencantadas” tiene una insuperable descripción de lo que es el aburrimiento y que podríamos en nuestros días describir y comprender cabalmente “…sabemos siempre y por anticipado lo que nos traerá el día siguiente –nada- y que todas las mañanas hasta nuestra muerte, se deslizaran con la misma dulcedumbre insípida, en la misma tonalidad borrosa. Vivimos días gris-perla, en un acolchamiento que nos hace sentir nostalgia de las piedras y de las espinas…”
Pues bien es una responsabilidad moral en la vida vivir apasionados y sin duda la principal tarea que nos exige la vida. Recuperar la poesía y buscar la sorpresa nos alejará del aburrimiento. Por el contrario lo demás será entregarnos a los fantasmas y darnos por vencidos.

14 de julio de 2015

El Cuerpo maltratado

Unos de los objetos de mayor adoración, en nuestro tiempo, es el cuerpo. Sobre las formas biológicas tanto de hombres y mujeres se invierte gran esfuerzo de conocimiento y de inversión. Se mantiene la ilusión que algún día podríamos saberlo todo sobre el cuerpo y de esta forma dominar cualquier imperfección que se presente en esta complicada maquinaria. Esta sería la meta del saber, si es que entendemos al cuerpo como una maquinaria, donde cada una de sus partes deberían estar, entonces, debidamente sincronizadas e integradas y de esta manera solo tendríamos que mantenerlo en su máxima capacidad de funcionamiento. Sin negar la utilidad y el avance significativo que ha tenido la ciencia en cuanto al conocimiento de la biología, es indudable que cuando se habla de cuerpo pareciéramos estar implicando algo más que células, fluidos y órganos, estamos implicando una imagen, un goce y un concepto. Por el cuerpo nos reconocemos en un espejo, con el cuerpo gozamos del sexo, de la comida, de los paisajes y siempre habrá algo del cuerpo que nos es ajeno, que no entendemos, en lo que no pensamos y que nos causa mortificación. Tiene, entonces, el cuerpo distintas significaciones y lo tratamos de distintas formas según sea el símbolo que represente en nuestra vida.
 
Como somos seres que hablamos, que poseemos un lenguaje y como consecuencia el lenguaje nos posee, todo se complica. Ya no podemos, nunca más, ser solo un trozo de carne que no se conoce así mismo, que no se sabe integrado. Somos, en primera instancia lo que pensamos de nuestro cuerpo, como lo tratamos y en segunda instancia, y muy de vez en cuando, somos un órgano que está molestando o un dolor que nos tortura. Somos adornos para otros o somos el objeto que se ofrece para el goce del otro con la expectativa que al mismo tiempo nos haga gozar. Queremos, en otras ocasiones, ser referencia de beldad o de genialidad. Queremos no pasar desapercibidos y para ello utilizamos todas las posibilidades expresivas que nuestro cuerpo nos ofrece, hacemos bulla. Queremos otras veces pasar desapercibidos y entonces nos encogemos, nos escondemos y descuidamos los adornos que solo servían en referencia al otro. Todas estas posibilidades las tenemos, y muchas más, porque nuestro cuerpo no es solo carne y hueso, sino porque tenemos un cuerpo simbolizado y lo manejamos como manejamos el lenguaje, el lenguaje, entonces es nuestro cuerpo.
Lacan afirmaba que el lenguaje es nuestro primer cuerpo, el cuerpo simbólico. Cuerpo sutil que nos permite tener acceso al otro cuerpo, al cuerpo que mortifica porque es el que nos recuerda la inmortalidad de la que no vamos y no podemos escapar. El cuerpo que nos recuerda que algo puede estar sucediendo en nosotros mismos y que no conocemos hasta que no se manifieste, hasta que no hable y podamos escucharlo. Ese cuerpo que a medida que más lo conocemos se nos presenta más como un enigma, ese que siempre se escapa de cualquier control, que es engañoso, que está allí y es lo más próximos, pero que no podemos asirlo y hacerlo nuestro a cabalidad. Es ese que creemos nuestro y anda por su cuenta. Lo más familiar y los más enigmático, lo que ha sido objeto de las mayores extorciones y abusos en nuestro vida liquida. Ese que comenzamos a tratar como cualquier otra maquinaria a la que podemos cambiarle los repuestos, ese que manipulamos en búsqueda de un perfección imposible, ese al que de tanto industrializarlo, de convertirlo en mercancía lo hemos dejado de oír y ya no lo entendemos. Ese que somos y no somos al mismo tiempo, ese con el que tenemos que negociar, dialogar y entender a la hora que nos planteemos el vivir o el morir. Ese nuestro gran aliado y nuestro peor enemigo, según lo tratemos. El que nos reporta lo mejor y al mismo tiempo lo peor. Ese nuestro cuerpo.
Por medio del cuerpo tenemos acceso al inconsciente, es el imaginario que nos guía y nos revela. Hoy nuestra piel se ha convertido en una página en blanco, sobre ella escribimos y dibujamos, nos decoramos al igual que lo hacemos sobre un lienzo o una tela. Si no nos diferenciamos por las maneras de vivir guiadas por las emociones e ideas, nos distinguimos por el decorado de la piel, por los peinados y por los cortes en nuestra anatomía que resaltan los preciados objetos del deseo. Queremos, por sobre todo ser deseados y para ello cualquier método que ofrezca la ciencia y la cosmética le ofrecemos lo mejor de nuestra economía y fe. La  moda se extendió en las pasarelas, vestido y cuerpo se equiparan en el moldeamiento de sus pliegues, alforzas, pinzas y formas. Todo es posible aunque el alma quede vacía en la búsqueda de un sentido. La belleza ya no está más en lo natural.
La sintomatología más relevante en nuestro tiempo se relaciona con el cuerpo y revela la dificultad para simbolizar. Queremos resolver las angustias en lo real y por lo tanto erramos de manera constante en el blanco, lo real es precisamente lo que siempre se escapa, aquello que no puede ser simbolizado, como la muerte, como los trozos de carne que no hemos querido o no hemos podido tranquilizar a través del deslizamiento significante. Si no nos preocupamos por el leguaje, por adquirir las buenas formas de la expresión, nuestro primer cuerpo que nos abriga, mucho menos y de forma más patética lo estamos haciendo con el cuerpo que nos representa ante el mundo como hombres o mujeres. Carrera sin fin, presos de una compulsión que toma los visos de una adicción, siempre la dosis debe ser mayor.
Despojados de un abrigo social hemos volteado la mirada a un ropaje tatuado en la piel, dibujos que otros han simbolizado por nosotros. Mientras una huella es la que usurpa la identidad, ya no como ciudadanos sino como seres vivientes al tratarse de la alimentación.

7 de julio de 2015

No se compra ni se vende

Debemos partir de la premisa que todo deseo, por definición, es un deseo que no se sacia. El ser humano tiene su motor vital por excelencia en que es un ser deseante y de allí que siempre estará en la búsqueda de nuevos logros, nuevas metas y nuevas satisfacciones. El deseo es diferente de la necesidad, ésta si es saciable. En nuestro mundo se ha entendido a cabalidad estas características nuestras y se le ha sacado un excelente provecho, se ha puesto al ser humano al servicio de ofertas de todo tipo, siendo la principal las del sexo pero, por supuesto,  no la única. La comercialización del sexo, digamos, es la más obvia, siendo la más cercana a la necesidad es el paradigma del deseo. El ser humano necesita resolver sus necesidades físicas, sin duda, y también desea ser amado y amar y el sexo es el puente sin sustituto para lograr ambas, necesidad y deseo, o creer que las logra. El sexo está entonces en el borde entre la necesidad y el deseo, pero insistimos que son dos cosas totalmente diferentes que las dinámicas del mercado han mezclado de forma magistral.
 
Toda campaña destinada a un producto, de cualquier índole, es una flecha al corazón del deseo y mercancías sobran porque todo hoy en día se ha convertido en mercancía. Que es lo que más desea un ser humano, diríamos, vivir lo más posible y en los mejores términos posibles. Pues bien ahí tenemos el bombardeo: consuma vitamina E es bueno para todo, para la lozanía de la piel, para que luzca en consecuencia más joven, para que no se oxide. Al cabo de un tiempo, y debe ser porque ya se vendió suficientemente y no hay exceso de producción, comenzamos a oír, cuidado, ojo, consumir vitamina E puede ser perjudicial para su salud. Hágase exámenes periódicos y constantes, no descuide su salud y más adelante surgen las voces de alerta de lo peligroso de las mamografías, de los exámenes invasivos, del vicio de estarse introduciendo tubos por cualquier agujero del cuerpo humano y nos advierten estamos sobrediagnosticados. Pero sin detenernos seguimos sin cuestionar los mandatos del mercado porque al mismo tiempo se juega con  el miedo a la muerte que acompaña a todo ser humano. El ser humano es más maleable por sus inseguridades e ignorancia que por cualquier otro factor.
Toda promesa hecha en campaña publicitaria es engañosa, lo que se busca es despertar el deseo y la necesidad. Mecanismo que debe ser un motor en constante movimiento, no debe detenerse so pena que se caigan estrepitosamente las verdaderas necesidades del consorcio involucrado. No se puede permitir que se provoque una frustración, enseguida deben aparecer los nuevos productos que remedien la iatrogenia causada por los anteriores, y deben surgir las nuevas promesas de que ahora si se dio en el clavo con una nueva fórmula. Queremos adquirir lo que está de moda, de forma inmediata porque la moda transita de forma rápida.  Queremos tener acceso a una vida larga y alegre, queremos gozar de una juventud prolongada y queremos creer que esos son bienes que se compran y se venden. Un engaño que debe ser constante para que las esperanzas no mueran, el deseo se mantenga y las necesidades se satisfagan.  Pero la verdad de lo que hemos conseguido recorriendo este camino es mayor depresión y angustia, basta ver como los psicotrópicos se han convertido en los los fármacos con mayor venta en el mundo entero.
Como observa Bauman, el placer por consumir no es nuevo, lo que sí es nuevo y característico de nuestra época es como ha atravesado toda nuestra vida psíquica y social y se ha convertido en un síndrome “Un cumulo de actitudes y estrategias, disposiciones cognitivas, juicios y prejuicios de valor, supuestos explícitos y tácitos sobre el funcionamiento del mundo y sobre como desenvolverse en él, imágenes de la felicidad y maneras de alcanzarla, preferencias de valor y (evocando el término de Alfred Schütz) ‘relevancias temáticas’, todas ellas variopintas, pero estrechamente interrelacionadas”. Los deseos y necesidades deben satisfacerse sin dilación es la consigna privilegiada en la búsqueda de la felicidad, no importa las promesas hechas ni los compromisos adquiridos, la novedad es lo atrayente y lo perdurable ha perdido el valor que poseía antaño. Es así como el síndrome consumista “exalta la rapidez, el exceso y el desperdicio”. No importa mucho cual es el oficio que se desempeña ni con qué grado de responsabilidad y experticia, la clave para el éxito es ser un buen vendedor, hay que venderse como producto lo que requiere invertir gran parte del esfuerzo y energías en estar en programas de televisión y radio con gran número de audiencia. Sinceramente agotador.
Los medios de comunicación que antes estaban al servicio de la información ahora son un poder determinante en la manipulación y determinación de la realidad. Son las herramientas por antonomasia a través de las cuales se venden las ideas e imágenes que los ciudadanos consumidores seguirán ciegamente, de allí que sean tan perseguidos por los regímenes que solo permiten su propia propaganda, su propio engaño. La democracia se puso en peligro desde que los valores que no se compran ni se venden quedaron relegados como cosas de los abuelos y todo se volvió más práctico. Las preocupaciones, dolores, sufrimientos quedaron plegados a la vida privada y no es de buen gusto compartirlos para emprender acciones colectivas que mejoren la calidad de vida, de todos, como comunidad. Los valores humanos pasaron a ser fantasmales y definitivamente pasados de moda. ¿Cómo, entonces, nos puede extrañar que se luche principalmente por mantener la “marca” propia (léase tarjeta partidista), por posesionarla en el mercado, y no se escatime, lo suficiente, aquello de unidad frente a enemigos muy poderosos? ¿Por qué los políticos y sus estrategias tendrían que extrañarse de las dinámicas del mercado?
Sin embargo, sí, es muy rico comprar y tener acceso a los objetos que el dinero nos permite, tener la libertad de obtener cuatro tubos de pasta de dientes sin que por ello seamos catalogados de delincuentes, sin que un acto tan corriente se convierta en tendencia noticiosa. Pero también es sumamente sabroso vivir apoyados en los pilares fundamentales de aquello que no se compra ni se vende: la libertad y la dignidad.