19 de enero de 2022

Por un partido de fútbol

Adam Martinakis


Un núcleo emocional ancestral nos acompaña toda la vida y nos identifica. Cuando menos lo esperamos se nos hace presente y nos recuerda quienes somos y de donde venimos. Me inspiró escribir sobre este tema una experiencia muy agradable e inesperada que tuve viendo nuevamente un partido de futbol. Sentí ese efecto protector y cálido de mi casa paterna. Siempre fue una fiesta seguir los partidos con mi papá y mis hermanos, eran motivo de festejos, encuentros y diversión. Entendí que esa era yo, que hay sensaciones e identificaciones que se adormecen y cuando menos te lo esperas surgen llenando de recuerdos y nostalgia el momento. Puede ser cualquier detalle, el olor de una flor, una brisa y el sonido de las hojas, un nombre, una música. Cuando creemos que nos hemos desprendido de lo perdido este nos asalta para decirnos “no puedes”. Solo con esa referencia podrás entender a los demás y al mundo.

Gran parte de lo que nos conforma está constituido por sentimientos que pueden acompañar y teñir a algunas representaciones; otros sentimientos quedan libres y están constantemente buscando su interpretación que encontrarán porque no se calman, no cesan de reclamar. Las épocas que nos tocan vivir están impregnadas de una cualidad que no es otra cosa sino la emoción que embarga a la mayoría de los seres que viven el mismo tiempo. Es lo que diferencia a un grupo humano de otro, no es la ciencia, no es la técnica en ello somos igualitos cuando tenemos acceso a su uso. Es la emoción lo que nos diferencia. No podemos negar que estamos infectados por emociones tristes, diría Spinoza. Rabia, tristeza, odio nos invaden. Hemos sido muy maltratados y se nos ha apartado de nuestra morada cálida en la que crecimos. “Se acuerdan” … es el inicio de la mayoría de las conversaciones entre nosotros. Se acuerdan de aquel lugar, aquella playa, aquel paseo, aquel paisaje. Hermann Hesse lo recordó en varias oportunidades, “vivimos nuestras vidas esencialmente a través de los sentimientos”.

Mientras estén predominando los sentimientos de rabia los pensamientos serán de guerra, muerte y exterminio. No hay cabida para el sosiego que muchos se van del país en su búsqueda.  Nunca será una tarea concluida, cuando menos lo esperamos surge esa emoción de reclamo por haber sido arrebatado de lo que naturalmente nos pertenece, nuestra historia. Caminamos por el borde de un peligro mortal por carecer de espacios de sosiego que nos ayuden a elaborar los duelos, tenemos necesariamente que enfermar, no hay descanso. No poder sentir interés, alegría y facilidades para reponer las pérdidas y los inconvenientes, no ver salidas ni posibilidades es lo que llamamos depresión. Nuestro talante es depresivo y aumentan los suicidios sin que nos demos cuenta que es nuestro fracaso como sociedad lo que empuja a muertes prematuras. A veces el daño es tan profundo que nunca se podrá llegar a una reparación efectiva y total. Pensemos, por ejemplo, en Hitler y sus crímenes contra los judíos y en menor escala en los atentados terroristas.

Los sentimientos son altamente contagiosos, sobre todo si aparece un gurú y con su fuerza persuasiva conduce a los seres que no están inmunizados a llevar a cabo tareas destructivas que dobleguen al resto no sugestionables. Al fin y al cabo, quedaremos todos dañados por igual y llenos de mucha rabia. No hacemos nada ignorando esta realidad que avasalla y que no va a ser calmada con discursitos de amor y tolerancia. Solo la justicia podrá ofrecer cierto sosiego y de ello estamos lejos. Comprender no es un símbolo de debilidad como tampoco es buena conductora el generalizar metiendo en un mismo saco a todo el que está en lugares de interpretación y lectura de la sociedad. Eso sería caer en otro fanatismo igual de dañino y equívoco.

Dice Javier Marías en boca de Tomás Nevinson, en su novela Berta Islas “Pero si uno no mantiene alguna lealtad simbólica, digamos simbólica, está perdida del todo y se olvida de quien fue, de quien es verdaderamente. Y por muchas anomalías que recorran su vida, uno espera volver a ser ese algún día. Ya se tambalea la identidad bastante, cuando uno finge largo tiempo y se acomoda a una existencia prestada. Algo hay que conservar intacto. Ya le digo algo simbólico, lo demás es casi imposible. No sé, como el exiliado que no cambia de nacionalidad, aunque lleve fuera de su país treinta años y su país lo haya maltratado y echado”.

Ocupamos un lugar que no debemos abandonar sin perdernos de nosotros mismos. Por eso vuelve la nostalgia.

 

12 de enero de 2022

“Desciudadados”

Adam Martinakis


Mientras andamos encantados y distraídos insultando por ideologías descubrimos que no es lo que más le interesa a este totalitarismo de nuevo cuño. Su interés radica en romper las lógicas y debilitar el pensamiento o más bien anularlo. Hacernos parte del montón, y conducirnos como se conducen las manadas. Ya no nos pertenece ni el tiempo ni el espacio, ordenadores de un pensamiento organizado. El tiempo pareciera detenido mientras denunciamos la rapidez del transcurrir diario. No nos pertenece el país, lo sentimos extraño y lejano mientras añoramos tiempos pasados. Flotamos en un ambiente gaseoso y espeso que tiene un efecto adormecedor. Vivimos sin continente y sin contención.

Andamos como los galgos persiguiendo un futuro que nunca alcanzamos. El tiempo presente es imposible ordenarlo, pensarlo, siempre va quedando como tareas que se cumplirán pero que en realidad no se realizan. No nos reconocemos, pero estamos prestos para insultarnos en manadas. “los venezolanos son esto y lo otro” en una clara pretensión de aparentar que nos conocemos. Y para complicar esta dimensión desconocida nos expresamos con un neolenguaje que se hace ininteligible. Los “venezolanxs” son… agreguen el insulto que se les ocurra. ¿Quiénes serán esos? ¡Enloquecen! que es el triunfo definitivo. Separados de nosotros mismos corremos a parecernos a modelos lejanos e impuestos.

Somos “desciudadados” perdimos de esta forma identidad política que es lo mismo que decir fuimos despatriados. Ya no nos sentimos parte activa de movimientos que no nos identifican y que son volátiles, muy pronto estas actividades, pierden las utilidades vociferadas. No estamos inmersos en una acción pública porque no se encuentra, se evapora. No hay reconocimiento de un futuro ni posibilidades, por supuesto de anticiparlo. No devenimos en una historia que pueda ser narrada. Quizás dentro de unos 100 años nos describa un nuevo Diógenes como gallinas descabezadas, no ya desplumadas. Como afirmó Hannah Arendt vivimos una experiencia que encierra la paradoja de ausencias de experiencias. Por ello no se acumula experiencias, no encontramos una memoria colectiva, no almacenamos rasgos vividos, no conocemos nuevos dichos identificatorios. Perdimos un lenguaje común.

Estamos delirando al sentirnos perseguidos por sujetos adscritos a ideologías, cuando en realidad su meta, lograda con éxito, fue quebrarnos la lógica con la que podíamos diferenciar la realidad de la ficción. Igual valor tienen las falsedades y los ídolos de barro. Ya comenzamos a cambiar minas de oro por especies especulares. Perdida la libertad ya no tenemos posibilidad de crear un futuro nuestro, de comenzar de nuevo que es lo que el impulso de vida ordena. Existimos en el desarraigo, no contamos con un lugar reconocido. De allí que se nos hace vital agarrarnos de las fuerzas que quedan e ir recuperando lo nuestro, lo arrebatado. Dejar de flotar y decirle adiós a las ficciones que nos sirvieron de soporífero.

No será una despedida sin dolor, como se despiden los vicios, pero que se hace necesaria para probar si todavía nos es posible un reencuentro con la realidad, depurar el deseo de libertad y democracia, dar paso al experto, preparado y sagaz. Vencer en sus tretas al enemigo y dejar de obedecer a lo que ellos creen que somos, a lo que ellos quieren que seamos. Empecemos a escribir nuestra propia historia. Borges nos deja un hermoso verso “Sé que he perdido tantas cosas que no podrían contarlas” No podríamos contarlas, pero será necesario reponerlas. Ya debemos detenernos en esa carrera sin lugar de llegada, mirar hacia los lados y comenzar a reconstruir. Cesar Pavese señalaba que es hermoso comenzar, es cierto, pero también es difícil.