27 de octubre de 2020

Ausentes de casa


Marc Chagal

A vivir también se aprende y no es fácil. Hay un dicho que reza “vivir es fácil pero no te dejan los demás” Eso sería cierto si entre esos “demás” se encuentra uno mismo. Esa voz interna que siempre está invitando a aguarte la fiesta. Dice Savater que hay personas que todo les resulta tóxico porque se inclinan por vivir en la amargura, viendo constantemente a los otros amenazantes, llenándolos de odios y malas intenciones sin que el otro se entere. Son esos seres que no tienen tema de conversación sino el estar constantemente rumiando sentencias que expulsan sin contemplación alguna. Los seres humanos por estar dotados de lenguaje tenemos la capacidad de evadir la vida de muchas maneras, las más notorias son a través del deseo y la nostalgia.

Dos tendencias que se encuentran mirando en direcciones opuestas, el deseo hacia el futuro, la nostalgia hacia el pasado. Pero aquello que acontece en el presente no se ve, no se le presta atención porque resulta complicado de entender o despierta emociones con la que no se sabe negociar. Convenimos que hay momentos muy rudos, muy difíciles de vivir y agradecemos poder tener dichas coartadas que también ayudan a sobrevivir. Jorge Luis Borges afirmó que la mejor relación que puede tenerse con un país es la nostalgia. Esa firme convicción de que todo tiempo pasado fue siempre mejor. Hoy la mayoría de las personas que me rodean viven suspirando por “aquellos tiempos” y con justicia, el país era más armonioso y también teníamos menos edad. Rodeados estamos de hostilidad y peligro.

La nostalgia como toda evasión porta su veneno. Aferrarse a lo perdido, a lo ausente; revestir ese objeto recordado de mayores encantos de lo que realmente tuvo comporta un encanto que puede ser adictivo. La mayoría de los boleros, tangos y rancheras entonan sus melodías y letras a amores perdidos, fracasos que tantos ratos, con buenos tragos, pasamos y que denominamos “despecho”. Es la forma más usual de vivir un duelo reciente por una despedida. Para luego pasar al deseo de que vuelva a llamar, que me recuerde como yo lo estoy recordando. Asomarnos por la ventana y fantasear que pasará frente a nuestra casa despacio y volteando hacia el balcón. Es que ya comenzamos a ver hacia adelante y probablemente dentro de un tiempo veremos pasar el mismo anhelo con otra cara y otra voz.

Para que haya nostalgia tenemos que haber pasado por un accidente de vida, un acontecimiento que vivimos como una catástrofe. Ese trauma provoca la separación de los tiempos en un antes y en un después. Es un quiebre que nos expulsa a un tiempo vulnerable e incierto, pero que a la larga resulta necesario. Si tardamos mucho en voltear para adelante retardamos la necesaria acción creativa, detenemos las fantasías y el deseo, no sabemos que queremos en lo que se avecina como una etapa que requiere de nuestra invención. El arte es hijo de esta necesidad humana que requiere la vida. Para inventarnos escribimos, cantamos, pintamos, recitamos y nos asomamos a ese espejo donde nos hemos dibujado. Allí tenemos posibilidades de encontrarnos cambiados, en la añoranza nos encontramos perdidos, ausentes de nosotros mismos y de los otros.

Pasa con la vida personal pero también nos pasa como colectivo. En la medida que nos mantengamos suspirando por “aquellos tiempos” no podremos saber qué queremos como futuro porque lo que perdimos, perdido quedará. Tenemos que construirnos y para ello debemos entender lo mejor posible las causas de nuestro fracaso. Porque el verdadero análisis no es sobre los forajidos que se hicieron del poder, es sobre los votantes que le dieron su aval para que nos arrebataran lo nuestro. ¿Qué pensaron? Si es que pensaron. ¿Cuáles fueron las nostalgias o deseos que los impulsaron? Si es que conocen sus emociones. No conozco a uno solo que me haya sabido explicar. La mayoría niegan haber sido partidarios de estos aventureros falsarios. Como exclamó Luis Castro Leiva “Malaya esa hora”. Nuestro pensamiento está constantemente “En busca del tiempo perdido” que Marcel Proust relata en una crónica brillante sobre el ocaso de la aristocracia francesa que dio paso a la Modernidad del siglo XX.

Mientras tanto viviremos con una ausencia de casa, lejanos a lo nuestro y a nuestro deseos.

 

20 de octubre de 2020

Desestructuración social

 

Jhon Albert Bauer

Por supuesto que sufrimos de una importante crisis política pero poco nos damos cuenta de qué forma se trastocó la sociedad. Queda poco o nada de las normas con las cuales nos orientamos en un pasado cercano. Estamos sacudidos profundamente en nuestras formas de vida y como consecuencias desintegrados. De esta sensación desagradable de andar a la deriva,  batallando constantemente y sin descanso surgen exclamaciones como “ya no tenemos país”. Es que lo que realmente no tenemos es esa cohesión social que nos facilita identificarnos y adoptar los códigos de conductas vigentes en el tiempo que nos toca vivir. Toda sociedad, en un periodo determinado de tiempo, posee sus propias costumbres, formas de expresión, normas educativas y sobre todo sus indicadores de lo que está permitido y lo que no. Pues bien, es inexistente en la actual crisis que nos arrolló.

De allí que extrañemos lo que nos era conocido porque es muy desagradable e incierto vivir sin tener referentes sociales y como consecuencia haber perdido nuestras rutinas que nos hacen la vida más fácil y llevadera. No nos sirven ya nuestras costumbres pasadas porque las dificultades a sortear son nuevas y la mayoría de ellas sin solución individual. Cada vez más vulnerables y cansados hemos perdido fuerza y deseos de continuar batallando. Mucho tiempo sorteando el vendaval y poco o ningún resultado, por el contrario cada vez más maltratados. Hay varias consecuencias de este estado de anomia que padecemos: el aumento de las muertes violentas, el cambio del carácter por el cual nos conocíamos y la profunda falta de criterios para distinguir qué se puede tolerar y qué no.

Ha aumentado considerablemente la tasa de suicidios en el país. La falta de perspectivas, el estancamiento social, el desempleo o los sueldos de miseria junto a la carestía de la vida provocan estados de desesperación y desgano por seguir viviendo sin ningún futuro promisorio por el cual luchar. Han aumentado los accidentes en los cuales pierden la vida jóvenes en carreteras en mal estado y vehículos imposibles de mantener en estados aceptables. Pierden la vida nuestros médicos por ser mal protegidos por un Estado indolente -lo cual podemos sumar a las muertes por violencia-. Es una violencia que ejercen las autoridades llamadas a velar por la seguridad del ciudadano. Súmese las muertes que ocasionan los mismos cuerpos de seguridad en un sistema represor y en el que no se respetan los derechos humanos. Se inculca el miedo, se asesina y tortura, se le cambia el nombre a todo lo que nos resulta familiar. Nada es producto de la estupidez humana (o todo lo es) sino constituyen medidas para desestructurarnos como sociedad. Es la forma de debilitarnos y quitarnos las ganas de resistir y vivir.

Reaccionamos como se espera, todo parece obedecer a un guión previamente escrito. Se altera el carácter, se amargan los tratos, el malestar se transforma en rabia, se agrede, se culpabiliza, se desprecia a todo el que sostenga una opinión distinta a la mía. Surge la queja, se exhibe el sufrimiento se manipulan los sentimientos de los otros, se comercializa y se obtiene réditos de la compasión. En pocas palabras se generalizan las psicopatías. De allí la expresión “somos otros”. No se sabe a quién se dirige uno ni cuando el otro se molesta. No contamos con los mismos códigos. Todo sorprende.

Ya no participamos de una vida social. Emile Durkheim hace más 100 años teorizó sobre la magnitud y las variaciones de las tasas de suicidio que las sociedades experimentaban. Estas tasas pueden entenderse a partir de las creencias colectivas y los vínculos que predominan en cada sociedad. La densidad del tejido social hace sentir su influencia sobre cada uno de los individuos que la integran. Suscitan la adhesión a un grupo y refuerzan el sentido de pertenencia. Se pertenece a un conglomerado que comparte los mismos intereses y preocupaciones por la vida en común. De esa forma se quiere y respeta a los amigos con los cuales trabajamos por un mejor país. Se perdió en Venezuela, la mayoría de las familias se desintegraron y los amigos se fueron. De allí esa terrible sensación de soledad.

La crisis podrá ser política y económica pero la consecuencia es esta profunda desorganización en nuestra vida cotidiana. El resultado es esta dolorosa desestructuración social.

 

13 de octubre de 2020

Perdidos


Jhon Atkinson Grimshaw

 

Comprender no significa justificar lo injustificable, dar razón a lo que nunca puede tener razón, comprender es examinar y soportar conscientemente la carga que nuestro siglo ha colocado sobre nosotros.

Hannah Arendt

 

El sentir nuestro tiempo detenido necesariamente nos impulsa a voltear a revisar la historia para tener un poco de claridad sobre experiencias pasadas y cómo será posible reactivar nuevamente un país cuyo imaginario se pobló de pesares e impotencia. No es un caso aislado, la historia posee innumerables ejemplos de descomposición extrema, revueltas sanguinarias, detención bajo autoritarismos y por último organización y reconstrucción de sociedades más ajustadas al tiempo que les toca vivir. Tuvimos largo tiempo disfrutando de libertades y gobernados por demócratas con ideas liberales portadores de ideales igualitarios y justicia social. Eso unido a una bonanza petrolera que permitió la reconstrucción de ciudades modernas dotadas de centros de salud y educativas. Se mejoró notablemente las vías de comunicación y los servicios. Venezuela comenzó a modernizarse de forma acelerada y sorprendente, sus habitantes tuvimos una vida apacible y llena de oportunidades.

Pero ese mismo bienestar nos condujo a la destrucción de todo el largo y entusiasta crecimiento hacia el progreso. Camino que emprendimos irresponsablemente creyendo que no había nada que cuidar y alimentar. Que era natural poder vivir con tanta holgura y placeres. Se descuidó la calidad de la educación y se comenzaron a implementar normativas demagógicas para holgazanes como fue la promoción automática en los colegios. Tuve la oportunidad de presenciar niños en sexto grado que no sabían leer y escribir con fuertes problemas de aprendizaje. Otro programa en el que participé como extensión universitaria fue persiguiendo maridos para que sus mujeres abandonadas pudieran ser ligadas después de haber parido descontroladamente. Había, por lo tanto, graves injusticias sociales que fueron desatendidas por una clase media pujante e indiferente. Se gestó el resentimiento, la rabia y la sed de venganza que aún persiste y va en aumento. Antes por encontrarse una parte importante de la población marginada de un bienestar inaccesible y ahora porque nos arrebataron nuestro país que quedó solo para la “nomenclatura”.

Después que permitimos que nos dieran vuelta como un guante andamos ciegos, dando traspiés y perdidos. No se forma opinión, no se invita al análisis y a la reflexión, no hay guía respetada por sus convicciones éticas. Se recogen opiniones de autores escondidos en Redes Sociales bajo seudónimos, chismes, una prensa sesgada y palangrista, legiones de “informados” denunciando y difamando sin ningún pudor ni sanción. Para donde uno voltee hay signos de descomposición que llega a niveles grotescos. Las mujeres de los líderes se prestan a representaciones histriónicas sin ninguna elegancia ni cuidado por su imagen pública. Nos hieren a los que aun conservamos el recuerdo de esas damas que fueron las esposas de los presidentes demócratas. Hoy todo es vulgar y feo. Pertenecemos a la cultura de la corrupción.

Mientras el mundo moderno democrático se prepara para afrontar un porvenir con mejores herramientas e instrumentos de orientación, con las brújulas insustituibles de la cultura, la política y la ética, nosotros nos encontramos en franco retroceso y perdidos.  Es por ello que los Centros de Educación, Universidades y Academias debimos defenderlos como parte de nuestra propia familia. Sin estos pilares formadores de criterios por el saber estaremos irremediablemente perdidos y tendremos un porvenir nada halagador donde honrar la vida. Comprendemos tanto desacierto y descomposición pero no justificamos no contar con una clase política formada para irnos abriendo caminos. Fuerte carga colocó este siglo sobre nuestros hombros pero dejarnos aplastar es darnos por vencidos.

6 de octubre de 2020

Cambiamos y nos desconocen

Malgorzata Boursukie

La vida es movimiento y por lo tanto sujeta a cambios progresivos que la mayoría de las veces transcurren de forma lenta e imperceptible. Nos damos cuenta de lo diferente que todo nos resulta de repente y después de muchos años. Ha sido, desde siempre, uno de los lamentos de los abuelos quienes a continuación evocan recuerdos y nostalgias. Este es uno de los encantos que tienen los abuelos, sentar a sus nietos alrededor y contar esos cuentos increíbles de épocas remotas y que uno niño presiente muy lejanas. Crecer con un viejo en casa es llenar esas cabecitas de magia. En mi casa esa función la cumplió con experticia un tío de mamá, tío Mino, teníamos tertulias casi todas las noches pobladas de personajes legendarios, fincas y aparecidos. Y los niños imaginando y preguntando.

Así se me hizo costumbres ir observando mi mundo e interrogarlo en sus pequeños detalles. Mi mamá era muy curiosa con los misterios naturales. Le gustaba observar las estrellas y se conocía todas las constelaciones. A veces en las noches nos acostábamos todos en el jardín y ella nos iba señalando las estrellas y sus nombres. La Osa Mayor, La Menor, Martes, Venus, etc. La Luna y sus fases sin ser estudiosa ni creyente en signos zodiacales ni en astrología. Nada que le sonara a cuentos o fantasías le atraía, hoy me imagino que le producía miedo porque a veces se ponía de mal humor cuando yo empezaba a introducir temas misteriosos. Despachaba sin dudas el misterio que le causaba la creación con una rápida y contundente afirmación sobre la existencia de Dios. Yo al contrario crecí dudando e interrogando aunque no todo ha tenido respuesta.

Me asombra como hoy en día las personas no interrogan. Siguen utilizando los mismos conceptos que no admiten la más mínima constatación en una realidad que cambió radicalmente y no de forma paulatina y lenta, sino más bien acelerada. Categorías sin connotación pero que repetimos masivamente como si nos estuviéramos entendiendo y señalando fenómenos obvios. Últimamente se ha desatado una estigmatización por palabras como izquierda, socialismo, marxismo, comunismo con la que se pretende señalar lo diabólico. La verdad es que estas categorías que señalaban posiciones ideológicas y posturas precisas ante la importancia de lo social, hoy se encuentran diluidas en experiencias históricas aterradoras que se han atribuido las banderas de uno u otro bando. Se han ido fortaleciendo posturas del centro que no descuidan la importancia de las economías pero tampoco los aspectos de lo social, es decir la atención de las necesidades de una población. Salud, educación, seguridad, protección y respeto por los Derechos Humanos se tienen como pilares fundamentales por toda racional conducción de un Estado.

Los extremismos tienden a ponerse en cuestionamiento, menos en Venezuela que nos ha dado por caminar hacia atrás. Cada vez más radicales y con expresiones vacías en los discursos públicos. Basta que a algún iluminado le dé por clasificar a algo o alguien y se comience a repetir sin la menor idea de lo que se está diciendo. Mejor ejemplo de lo que es el comportamiento del hombre masa imposible. Es el hombre que no interroga su realidad ni así mismo, Octavio Paz los identificó como “inertes”, un ser que solo se mueve cuando los otros empujan, incapaz de ser y de tener criterios propios necesitan identificarse con un grupo y por ello adoptan el mismo vocabulario. El grupo les da identidad y seguridad. Se fabrican una realidad generalmente descrita por otros y se enfurecen o desquician si llega un extranjero a rebatirle sus dogmas. El lenguaje no está vivo para ellos se petrificó al igual  que estático se tornó su mundo. Así que cuando las situaciones varían, porque inexorablemente cambian, siguen empeñados en comportarse de igual forma, de responder con los mismos modismos y las mismas conductas, de allí que no extrañe, entonces, el fracaso.

Si a estas masas le agregas el factor miedo nos encontramos en un verdadero peligro porque fácilmente se pueden tornar en incontrolables y antisociales. Nos acercamos cada vez más a estas características con el agravante que lo estamos esperando hasta como una puerta de salvación. “Si los cerros bajan y se generalizan las protestas masivas con sus respectivos saqueos y destrucción el gobierno cae, por lo tanto bienvenidos sean”, dicen aquellos que se visualizan bien protegidos de malandros y coronavirus en casita. Irresponsables es la palabra correcta para definirlos, quizás. La izquierda como se la conocía connotaba seres críticos con el poder de allí que todo aquel disconforme se decía de izquierda. Ahora necesitamos seres disconformes con las radicalizaciones, ciudadanos que se vayan formando para, desde su propia identidad, ir fortaleciendo un movimiento de centro más racional y en contacto con nuestras diversas realidades. La impresión que dan es el estar absolutamente ignorantes de la problemática propia de los habitantes de “los cerros”.

Así como desapareció la Clase media así mismo las clases menos favorecidas también cambiaron, y no hay grupo político que se distinga por su acercamiento ni comprensión como lo hizo Acción Democrática en su oportunidad. Tengo la impresión que los políticos venezolanos desconocen nuestra realidad y gastan sus mal planificadas estrategias en acciones que en este momento resultan absurdas.