31 de mayo de 2016

Todo tiene un límite




Pareciera que estamos al límite de nuestras posibilidades o  por lo menos es lo que se escucha. Unos reconocen no aguantar más, llegan a su propio límite y se van. Otros se quedan pero sufriendo todo tipo de penurias y siempre en su horizonte un atisbo de esperanza con el “todo tiene un límite”; otros simplemente no reconocen límites y encontraron propicia la situación para todo tipo de atrocidades. Otros, lo que se hicieron malamente del poder, no reconocen, tampoco, límites para ejercer sus ansias despóticas. Una sociedad que perdió los límites de convivencia, sin las cuales es imposible  una vida vivible. Por una parte nos limitan y pretenden someternos a una imposición de subjetividades instituidas y por otra parte está la lucha sin cuartel de resguardar, contra viento y marea, lo que decidimos ser. Levantamos nuestras murallas y nos hacemos impenetrables a tanto abuso invasor. Pero por supuesto todo tiene un límite.


Cuando hablamos de límites estamos haciendo referencia a una fragilidad, hacemos referencia a un tope permisible que no se debería cruzar o al que se tiene miedo traspasar. Hemos topado en determinadas circunstancia con barreras infranqueables que nos imponemos nosotros mismos, momentos límites en nuestras vidas en las que apretamos los frenos a fondo y nos decimos “esto no, no puedo sin perderme en un abismo” Hay otros momentos que las circunstancias nos lanzan sin contemplación a un mar sin fondo en donde sentimos enloquecer; hemos llegado a un límite en nuestra propia posibilidad de aguante o entendimiento. Nada podemos hacer aparte de poco a poco ir asimilando y dominando los efectos desbastadores; a veces se puede y otras simplemente no. Ese sería el acontecimiento que nos venció y allí termina la vida. Pero mientras no seamos vencidos seguimos defendiendo como fieras heridas el derecho que tenemos de definir nuestra verdad propia, avanzar hacia nuestro propio destino y determinar la propia responsabilidad que no es sino nuestra libertad.

¿Al fin y al cabo qué somos? Somos seres que caminamos siempre por un borde, el que separa lo inteligible de lo imposible de aprehender o soportar. Somos narraciones, lenguaje, razón y emoción. Pero también somos fieras sin sentido, monstruos implacables, pulsiones destructoras, deseos de muerte. Con todos estos elementos está lleno nuestro mundo y nos vemos forzados a ponerle límites. Nos lo tenemos que imponer a nosotros mismos y para ello apelamos a la ética y a la estética, al bien actuar y al bello caminar. Al bien que le deseamos al otro y a la belleza de la justicia, del respeto y la dignidad. Le ponemos un límite al mundo si queremos ser sujetos, bien lo señalaba Wittgenstein. Eso sí, si nos damos a esta fundamental tarea que nos impone la vida porque no todos entran por esa puerta principal. Hay los que se cuelan por las rendijas como alimañas que son y actúan sin ningún reconocimiento humano. Mucho tiempo están queriendo regir nuestro destino y hemos resistido, pero todo tiene un límite.

Hay un límite para asimilar tanto dolor sin tregua, niños que mueren por falta de medicamentos, personas de bien atropelladas por una justicia vendida por bandidos con togas que asquean. Vivir en este basurero se nos hace ya inaguantable porque el lenguaje deja de tener la amplitud para poder poner tanta miseria en narrativa, porque los adjetivos comienzan a escasear. Porque ya los puntos y comas no bastan para darle una tregua a la respiración. Sentimos una asfixia y quedamos en un estado límite en donde ya lo que sentimos no se parce a eso que una vez denominamos vida.  No hay razón humana que pueda dar cuenta de la consciencia de tan oscuro designio, de tanta maldad sin límites. Topamos con lo impensable, con lo que no admite conceptualización. Vimos el horror de frente, se caen los velos y quedamos petrificados. De allí la expresión de “todo tiene un límite” hay acontecimientos que no son humanos.

Es en este límite donde nos sostenemos de creencias, de símbolos que nos acerquen a un mundo que nos sea vivible, a la creación, a las expresiones humanas que trasmiten las emociones que no pueden ser puestas en palabras. Nuestros anclajes internos, nuestras religiones privadas, nuestros rituales secretos, nuestros amores o como dice Eugenio Trías lo que “subsiste, inmarcesible, silencioso, metafísico, lo que rebasa los límites del mundo, lo que desborda el cerco y el confín: el otro mundo” Es la manera como podemos sostenernos y mantener las esperanzas mientras la realidad sea tan aplastante. Los cuentos internos que a lo mejor si los compartimos nos tilden de locos, pero es nuestro mundo en el cual nos refugiamos y encontramos sentido; en los que encontramos las fuerzas para poner los límites a tanto intruso suelto. Cuento el cuento de la recuperación, del encuentro, del regreso a nuestro ethos, de la justicia y la normalidad. Cuento el cuento de la honradez y de la lealtad. Pero es un cuento que algunos nos contamos. Pase lo que pase, salgamos por donde salgamos seremos otros y cargaremos en nuestras sombras mucho horror acumulado.

Será entonces la tarea de poner límites a nuestras tristezas y dejar que fluya nuevamente una alegría más asentada de adultos que crecimos heridos. La ingenuidad tiene un límite porque, simplemente, todo tiene un límite.

24 de mayo de 2016

El tiempo habla




El tiempo, ese extraño fondo al que todo el mundo nombra constantemente y que lo entendemos como un continuo fluir. Pasa y pasa el tiempo con sus múltiples acontecimientos, con sus cambios de señales y con nuestras perpetuas interrogaciones. Qué difícil resulta de precisar, de aprehender en sus dimensiones, de saber lo que es relevante en cada etapa, el entender que ya algo pasó y estamos en otro escenario. San Agustín  expresaba sobre el tiempo “cuando nadie me lo pregunta sé qué es pero si me propongo explicarlo, entonces no sé qué es” Tenemos en las casas muchos relojes, acordamos entre nosotros según los horarios. Las etapas de la vida las determina el transcurrir del tiempo, y el saber que todo tiene un fin nos hace, quizás, un tanto impacientes por conocer nuestro destino, por ver realizado los deseos.  Allí está imperturbable, subyace al ser de las sociedades, arrastra consigo las señales del pasado, sus marcas de creencias y miedos. Tiene el poder de detenernos y también de precipitarnos a un cansancio.

Nunca sabemos cuándo será la última vez. Podemos pasar por experiencias extraordinarias sin saber que llegaron al fin de su tiempo. También podemos ver culminar una tragedia y quedar un tanto perplejos porque no lo vimos llegar. De la temporalidad no podemos descansar y el gran esfuerzo intelectual radica en el poder vislumbrar el significado de lo que acontece en diferentes momentos. Es verdad que se puede pasar largas temporadas con la sensación de “aquí no pasa nada” que nunca es cierto porque sí pasa. Pero pasa de forma más aplanada, más imperceptible, lo que no despierta grandes emociones en nosotros los humanos, quienes al fin y al cabo somos los que le estamos dando sentido al tiempo.  Y de repente se desencadenan acontecimientos más ruidosos, en el ambiente se percibe intranquilidad y se despiertan en nosotros otras y nuevas emociones, entonces nos decimos algo se comienza a gestar, algo está pasando.

Los cambios suceden por las acciones humanas, no es el tiempo el que determina el cambio. No podemos sentarnos y contemplar cómo cambian las realidades, tenemos que impulsarlas, provocarlas cuando queremos esos cambios. Lo que cambia solo son los hechos biológicos y naturales, nos ponemos viejos sin que hayamos hecho mucho esfuerzo para lograrlo. Las estaciones cambian por movimientos que suceden a pesar de nosotros, y las agujas del reloj avanzan sin que podamos detenerlas. Es por eso que decimos que luchar contra los avances del tiempo es batalla perdida. Pero lo más espectacular de nuestras habilidades es vivir determinados por acontecimientos y emociones que ya pasaron. Fue el gran aporte de Freud a la humanidad, las neurosis. Un adulto puede vivir con las mismas reacciones que tuvo cuando niño y con los mismos pleitos y conflictos de su juventud. Las cuales repetirá incansablemente con distintas personas y en distintas circunstancias. Se convierten en seres cansones, sin duda.

Así vemos como las reacciones generales pueden desinflar un entusiasmo que se comienza a gestar en nuestro acontecer actual. Diferentes son las reacciones y es esperable, pero veamos las más conocidas: “Por allí no van los tiros, se vuelven a equivocar” “Por supuesto antes No pero ahora SI, traidores” “Nunca podremos….” “Es muy largo ese proceso y muy lleno de trabas… estrategia equivocada” “ingenuos si creen que….”  Nubes negras que socavan las posibilidades y la emoción que se huele, se siente y casi se palpa. Escépticos por naturaleza, relativistas de la ética, coloreadores de gris de todo momento, visionarios más allá del bien y del mal.  Posiblemente seres que no han terminado de entender que es su participación la que hará posible el logro que se quiere. Como cuando éramos niños los padres realizaban las tareas por nosotros y todo lo que tuvimos, para bien o para mal, fue por ellos. Ya no somos niños y ya hemos perdido mucha inocencia, veamos de frente nuestra realidad que duele y mucho. Y dejemos las actitudes infantiles, atemporales y tratemos de entender de qué está hablando el tiempo. Escuchemos.

El tiempo arrastra mitologías, de tanto descalificarnos terminamos descalificando las posibilidades por venir. Nuestras etapas las construimos y determinamos nosotros con nuestras actitudes, con la manera peculiar de vivir, con nuestros miedos y dolores. Hacemos de un tiempo una amenaza o hacemos de un tiempo una esperanza; escogemos la posibilidad de hacer peso para que pueda suceder lo que aspiramos o hacemos esfuerzos por servir de alfileres que desinflen las ganas. De acuerdo, nadie sabe cómo se desencadenaran los acontecimientos, pero cómo vivimos el proceso en curso es nuestra decisión. Queremos arriesgarnos incluso a vivir otro fracaso o nos sentamos a destruir toda posibilidad. Es la opción de cada quien y por otro lado reflejo de la libertad por la que luchamos. Solo que cada una de estas alternativas tienen un precio, un precio emocional. Jorge Luis Borges dedicó al tiempo bellísimas palabras y siempre lo refirió a lo humano, al modo como se lo vive y padece. “De estas calles que ahonda el poniente/Una habrá (no sé cuál) que he recorrido/Ya por última vez, indiferente/ Y sin adivinarlo sometido. A quien prefija omnipotentes normas/Y una secreta y rígida medida/ A las sombras, los sueños y las formas/Que destejen y tejen esta vida”

Los movimientos históricos no son regidos por leyes inflexibles y los movimientos sociales fluctúan, avanzan, retroceden y pueden incluso contradecirse. Hay movimientos en nuestro hemisferio, escuchemos este tiempo, está hablando y negarlo, hacernos los sordos es, por decir lo menos, lastimoso. Dejemos para los anestesiados por el poder la sordera de lo que se está gestando, arriesguemos incluso nuestro entusiasmo lo demás es vivir en una paz mortecina. Nuestra sensibilidad es un don precioso, no vivamos adormecidos o peleando por los atavismos infantiles. El destino somos nosotros mismos, constituye la continuidad de nuestras pasiones y acciones. Así que a agudizar los oídos, el tiempo habla.

17 de mayo de 2016

El error que podemos ser




Una imagen que ilustra de forma contundente nuestra firme decisión de no querer ser vejados por botas militares. Un instante, un gesto, una muestra del error que son, es suficiente para ver de forma nítida las causas que nos agobian y maltratan. Un estudiante solo que logró burlar las barreras militares impuestas a su libertad, desata en un instante la cólera del que quiere imponer una autoridad arbitraria, coercitiva, sádica. Un pequeño mensaje sostenido en alto contentivo de su voz ciudadana, tuvo la fuerza, de cientos de miles de gritos, de la rebeldía del que se impone al maltrato, de la voluntad colectiva a un “basta”. Fue solo un momento para sacar del verde oliva el odio por ser desobedecido, la soberbia por haber sido vencido, la imposibilidad del control absoluto. Un solo instante para demostrar al mundo el error que son. Una imagen que ya recorrió el mundo y que mostró la verdad de nuestro dolor, una imagen que condensó lo sublime y lo despreciable de los seres humanos. Allí solo un estudiante logra desenmascarar al déspota, al arbitrario, a los rezagos primitivos de los que se negaron hacerse humanos. Vestigios del primitivismo que una vez fuimos.


El pensamiento limitado, el cese del lenguaje, la ausencia de ideas conminan a la bestia a reaccionar con violencia; un arrebatón y una cara destemplada por no haber estado a la altura de las órdenes que le fueron impartidas. Órdenes arbitrarias que solo un pobre ser desalojado de su propia dignidad se compromete en acatar. Allí está su única y precaria razón de ser, obedecer sin que se pueda reconocer en el error que es. Esa banalidad que lo precipita en la maldad sin ni siquiera tener consciencia de la propia barrera que se impuso a su libertad. Un sueldo y la esclavitud arropan su vida y determinan su muerte. Por otro lado un estudiante solo, tranquilo, firme y seguro muestra su deseo, que además está perfectamente legitimado, no quiere vivir pisado por el error que significan los opresores de los demás. Solo él y su determinación es portador de miles, millones de deseos de los que sí resolvieron iluminar sus vidas con las ideas de libertad. Un estudiante y su cartelito es una imagen muy contundente de lo que es la civilización, de nuestra posibilidad para entendernos y comunicarnos. Es el mundo de las ideas, del lenguaje, de la civilización. No en balde es un estudiante, un miembro de la casa que vence las sombras. Pero de esto, del saber y de la cultura poco saben las botas serviles y lo peor, no quieren saber, son sólo eso, un error.

La peste de un mundo acordonado por la represión, inevitablemente termina en el fracaso por la simple imposibilidad del control de toda una población que se rebela al abuso, tarde o temprano caerán y dejarán como legado la oscuridad de sus sombras tenebrosas. No debemos olvidar esa imagen de nuestro estudiante solo, levantando la voz de millones de ciudadanos maltratados, ¡que no se nos borre jamás! Como tampoco se nos debe olvidar la imagen de un hombre que en un arrebato de cólera solo demostró el error que es. Esto pasará y todo indica que estamos cerca, pero la terrible experiencia vivida no debe ser borrada de nuestras certezas ciudadanas. Los otros, esos banales del mal, no son sólo los que muestran las incongruencias de una integridad del ser. Todo acto impositor, vejador del prójimo, los insultos a las personas por sus ideas, muestran lo vulnerable que somos a los rasgos autoritarios, y no nos engañemos son rasgos muy marcados en nuestra sociedad. Todos acarreamos un pequeño dictador interno al que debemos estar atentos para sofocarlo. Es esa batalla con nosotros mismos lo que nos permite entrar por las puertas de la humanidad. Estar atentos  a nuestras miserias nos evitará pasar a engrosar las filas de los errores.

Debemos ser portadores de nuestras propias preguntas y hacer esfuerzos por conseguir las respuestas. La realidad es nuestro gran libro de aprendizaje, si poseemos las herramientas conceptuales para poder interpretarla correctamente y recrearla en los actos creativos. Son precisamente estas herramientas las que se adquieren con el estudio y la estética cultural.  Allí se mostró la realidad, un estudiante solo ante el gran error humano que en estos tiempos parece haberse multiplicado como hongos. La falla fundamental en la más importante tarea que tenemos en la vida, armarnos con las vestimentas de los valores humanos. Errores de la humanidad, seres tachados de las buenas costumbres y de la cordialidad. Somos artífices de nuestro destino y estos seres erróneos que siempre los habrá deben ser solo sombras controladas de nuestra convivencia ordenada y respetuosa. El que crece vejado, maltratado, seguramente se vengará más tarde, vejando y maltratando, porque lo que realmente posee es una integridad disminuida de su ser. No sabe quién es realmente pero tampoco se dio a la tarea de resolver adecuadamente su error de ser. Culpable y responsable será de sus actos el que encuentra un acomodo en la vida vistiendo un uniforme para irrespetar al que no renuncia a sus derechos fundamentales.

Serán vencidos, les será devuelta cruelmente la vergüenza de no ser, solo eso es suficiente para no poder regresar a sus guaridas a refugiarse como fieras después de ser responsables de tanto dolor ajeno. A nuestro estudiante todo el honor merecido. Y sigamos decididos en la única fuerza que nos inspira, sacarnos de encima tanto error déspota.

10 de mayo de 2016

Y no han podido

Cada vez que nos acercamos a una acción concreta para cambiar nuestro destino político, surgen las amenazas. Pero no cualquier amenaza porque en realidad vivimos amenazados. Se amenaza con marginar al ciudadano, quitarle su empleo es una de las más recurrentes y esto tiene un significado importante en el empeño estratégico de conformar seres despojados de su inserción en la sociedad y por lo tanto desubjetivados, excluidos, anónimos. Vencidos por no pertenecer a nada e impotentes para la más mínima defensa en las vidas particulares. Infunden miedo, para qué negarlo, si se amenaza con ser despojado de un derecho fundamental, si se amenaza con la posibilidad de quedar inactivos y sin defensas. Si se desprecia la calidad humana y se conmina a la desperanza y la soledad. Amenazas no banales y que apuntan a un blanco mortal, parte del juego, sin duda, porque el juego es la destrucción de seres íntegros dueños de su porvenir. Metidos en nuestros actos, aspirantes a ser dueños de nuestra integridad. No han podido, pero amenazan.

Una herramienta sabida por su uso descarado; la tendencia que están tomando las democracias occidentales hacia el autoritarismo y para lo que Bernstein nos encomió a estar expectantes y alertas. Estrategia que pretende monopolizar y manipular todo lo que sea manifestaciones de la voluntad, expresiones del deseo, gustos y creatividad. Los actos más simples y espontáneos, allí caerán las garras de estos depredadores del bienestar. Mientras van hacia sus metas destructoras, vociferan por el camino amenazas y con sus botas aplastan todo signo de vida, solo levantan polvaredas, lodazales y se van enredando en sus propios laberintos. Les dio por lloriquear ante nuestra irreverencia de reír, burlarnos de sus muecas retorcidas, porque aunque a veces dudamos, en realidad no han podido. Nos despojan, nos amenazan, nos matan, nos dejan sin patria y seguimos dando la pelea. El papel y la tinta los aterran porque por allí se cuelan las ideas y las rúbricas. Si amenazar es parte del juego, no doblegarnos y colarnos en las rendijas de la libertad es parte del nuestro. Estamos en esos pocos momentos en que los estamos haciendo bailar al son de nuestra alegre música y salen a zapatear, a mostrarse con todo el peso de sus naturalezas maltrechas.

Nos arrebataron nuestra seguridad ciudadana y hemos tenido miedo, pero no ha sido suficiente, solos y desprotegidos seguimos impertérritos mostrándoles que por medios civilizados y decididos podemos hacerlos lloriquear. Sigan amenazando y les seguiremos demostrando nuestro libre albedrio. Les dolió en el alma la manifestación de nuestra voluntad de querer que se vayan y nos dejen vivir tranquilos, pues bien seguiremos. Restringen nuestra libertad, niegan la posibilidad del terreno político, usan las leyes y las armas para encarcelarnos, pues bien, votamos y firmamos aunque en ello se nos vaya la vida.  El miedo y la inseguridad que utilizan como herramientas para volvernos seres maleables comienzan a perder la fuerza que suponían. Malos cálculos, estrategias erradas, batallas perdidas. No nos sentimos diferentes, somos de este mar caribe, con nuestras pieles tostadas y nuestro temple alegre y firme, ¿Deshumanizarnos? ¿Despojarnos de lo nuestro? ¿Expulsarnos de nuestro país? No, no han podido.

Para Sloterdijk el hombre de la cultura moderna ha perdido su mirada crítica y con ella su capacidad de vincularse con otros fuera de la escena mediática, ha inventado al “perdedor” y al “resentido” como emociones paralizantes. Así vemos como estos usurpadores solo se comunican por una pantalla con sus manifestaciones épicas y militaristas que producen ya un rechazo masivo. Envueltos en sus resentimientos y ahora con miedo de ser realmente despojados del poder que los ampara de sus fechorías, se han desdibujado y vuelto repetitivos, caricaturas de los que pretendieron mostrar como semblantes de autoridad y fuerza. Si, dan risa y nos burlaríamos hasta el cansancio sino fuera por lo delicado del momento. Caminamos todavía por una cuerda floja y es precario el equilibrio. Pero haciendo malabarismos hemos llegado a incomodarlos, los extraños son ellos, ellos, los autoritarios, son los distintos. Hannah Arendt lo expresó con todas sus letras “la despersonalización y el instrumentalismo pueden hacer más daño a una sociedad que cualquier otra cosa” y no han podido. Las pocas oportunidades de encontrarnos en un acto ciudadano que nos convoca volvemos a encontrarnos con lo que siempre hemos sido.

Al respecto enfatiza C. Robin “si a algún otro pensador le debemos nuestro agradecimiento, o nuestro escepticismo, por la noción de que el totalitarismo fue antes que nada una agresión contra la integridad del yo inspirada por una ideología, es sin dudas, a Hannah Arendt”. Así como para Hobbes el miedo lleva al forzamiento de una pacificación, para Arendt  la sumisión no es otra cosa que la falta de una confianza personal, un yo cada vez más fragmentado y débil. Rasgos que aún no se observan en nuestra sociedad combativa. Por ello Fernando Mires nos recordaba que la política está hecha por seres humanos con sus múltiples complicaciones psicológicas y no hay que descuidar las categorías que arroja el psicoanálisis para poder entender muchos de los fenómenos en los que nos vemos envueltos. Pareciera que fuera obvio pero no lo es, solemos descuidar las patologías de nuestros análisis sociológicos y filosóficos, incluso en la comprensión para la orientación de nuestras vidas prácticas. Basta ver a nuestros ancianos, adultos y jóvenes alegres con sus bolígrafos en mano, para deleitarnos en la firmeza de nuestros actos decididos.

Doblegarnos, no, no han podido.

3 de mayo de 2016


Una película chilena que relata la campaña que se realizó en 1988 con motivo de un plebiscito convocado por Augusto Pinochet. Este militar dictador que estuvo en el poder quince largos años sometió a la población a un régimen tiránico donde se observaron atroces atropellos a los Derechos Humanos. Miles de desaparecidos y una población muy valiosa que tuvo que irse al exilio huyendo de persecuciones y masacres. Dividió a los chilenos y hundió a su patria en la historia más lúgubre del oscurantismo de América Latina. Cedió a convocar a una consulta popular el 5 de Octubre de 1988 por las presiones internacionales, teniendo la seguridad que ganaría la consulta por el apoyo militar y por el control de las instituciones. Pues bien lo perdió y tuvo que dejar el poder para que Chile comenzara su construcción democrática.


Después de quince años de una censura férrea la televisión se vio obligada a ceder un espacio de quince minutos diarios para la campaña del NO y la oportunidad para difundir un mensaje. Tarea nada fácil y una oportunidad única para abrir un futuro de libertad por tantos años conculcados. La película de Pablo Larraín, que no fue premiada como mejor película extranjera, muestra no solo la importancia de la publicidad para mover a los sujetos y lograr que un objeto le sea deseable, sino la habilidad del publicista para reconocer qué es lo que necesitaba la ciudadanía chilena.  Un joven publicista, René Saavedra, que residía en el extranjero es traído a Chile junto con su socio Luis Guzmán (Alfredo Castro) para marcar las pautas del mensaje. Con una conmovedora interpretación de Gael García Bernal la película logra sumergirnos en el dolor de un país y su entusiasmo por revertir su destino.

Un joven con una mirada triste y recién separado de su esposa a quien ama, con la frescura de una juventud plena y con las ganas de soñar y jugar como un niño, se impone a diecisiete partidos políticos para vender la idea de la alegría y la esperanza. Con el lema “Chile, la alegría ya viene” se le enfrenta a Pinochet. Saavedra se opone enérgicamente a seguir utilizando mensajes de odio, a manipular con el dolor de lo sucedido, a presentarse como héroes en una escena épica, deja eso para la campaña del Si como en realidad fue enfocada. Uno ve el contraste de señales y queda realmente impresionado con el poder de la imagen y los sentimientos que inmediatamente despiertan. El NO rodeado de canciones alegres, bailes, campos hermosos, del despliegue de la vida, del goce particular de cada sujeto, inmediatamente conectan con los símbolos de la libertad y el bienestar. Esquiva la dolorosa realidad de la dictadura para abrir un escenario de creatividad y movimiento. Un plebiscito que se convirtió en un referendo que dio término a la corrupción y la violencia. El éxito de la campaña fue el contraste de cómo se debe concebir la vida, lo estancado del dolor a la creatividad vital de las individualidades en libertad; del terror sembrado en una sociedad a la pérdida del miedo.

Como las verdades generalmente son reveladas por los poetas Mario Benedetti le canta bellamente al valor no renunciable de la alegría “Defender la alegría como una trinchera/defenderla del escándalo y la rutina/de la miseria y los miserables/de las ausencias transitorias y de las definitivas”. Fue el No con que se inaugura el lenguaje, el No que posibilita la subjetividad, el No que funda la civilización.  El No a las contradicciones y la mentira, el No a la muerte en vida, el No del rebelde que no se deja arrebatar lo suyo, el NO que devolvió la libertad a Chile. La alegría que se siente cuando se realiza un acto voluntario y libre para decirle un No al atropello y al abuso, nos devuelve en lo inmediato la fuerza indetenible de los lazos que nos une. El dolor no hace lazo social es muy íntimo y nos repliega a nuestras intimidades; la alegría es una explosión de rasgos que se comparten, la necesitamos y la sentimos en los momentos que se requiere un movimiento colectivo. Acabamos de firmar la petición de un revocatorio, se levanta nuevamente la alegría de la posibilidad. Hacemos lazo social, la expansión de la vida.

La alegría tiene que ver con la ética, lo sabemos desde que la filosofía se fundó. Los griegos llamaron como deber ético al vivir bien, el vivir en la tristeza es precisamente el abandono del deseo, una cobardía moral. A Spinoza lo silenciaron cuando revivió el ingreso del mundo a una ética de la alegría por su carácter altamente subversivo. No se trata de la venta populista de una felicidad, se trata de una afirmación particular por la vida. Y esta es la alegría que se desborda en pequeños actos simbólicos con la reafirmación de nuestra voluntad. Nadie tiene derecho a quitárnosla porque reside en nuestras propias entrañas. Fernando Savater la describe como “un jubilo vital, albricias por durar sin perecer, felicidad, agradecimiento por estar todavía en el mundo, sintiendo miedo y carencias, esforzándose, conociendo la eminencia irrevocable de lo fatal. Es de hecho una nueva afirmación del humanismo, pero de un humanismo impenitente”. Necesitamos imaginación, sin duda, entonces capacitemos esa facultad. La creatividad del vendedor de deseos aplicado a los valores éticos sin los cuales nos atropellaría una realidad que solo sentencia al mundo.

Nos llegó el momento de nuestro NO, vamos con todas las ganas, sorteemos las enormes dificultades. Tenemos la certeza de estar pensando y actuando con la alegría que las circunstancias demandan. No callemos, elevemos nuestra voz con un contundente y certero NO.