31 de mayo de 2016

Todo tiene un límite




Pareciera que estamos al límite de nuestras posibilidades o  por lo menos es lo que se escucha. Unos reconocen no aguantar más, llegan a su propio límite y se van. Otros se quedan pero sufriendo todo tipo de penurias y siempre en su horizonte un atisbo de esperanza con el “todo tiene un límite”; otros simplemente no reconocen límites y encontraron propicia la situación para todo tipo de atrocidades. Otros, lo que se hicieron malamente del poder, no reconocen, tampoco, límites para ejercer sus ansias despóticas. Una sociedad que perdió los límites de convivencia, sin las cuales es imposible  una vida vivible. Por una parte nos limitan y pretenden someternos a una imposición de subjetividades instituidas y por otra parte está la lucha sin cuartel de resguardar, contra viento y marea, lo que decidimos ser. Levantamos nuestras murallas y nos hacemos impenetrables a tanto abuso invasor. Pero por supuesto todo tiene un límite.


Cuando hablamos de límites estamos haciendo referencia a una fragilidad, hacemos referencia a un tope permisible que no se debería cruzar o al que se tiene miedo traspasar. Hemos topado en determinadas circunstancia con barreras infranqueables que nos imponemos nosotros mismos, momentos límites en nuestras vidas en las que apretamos los frenos a fondo y nos decimos “esto no, no puedo sin perderme en un abismo” Hay otros momentos que las circunstancias nos lanzan sin contemplación a un mar sin fondo en donde sentimos enloquecer; hemos llegado a un límite en nuestra propia posibilidad de aguante o entendimiento. Nada podemos hacer aparte de poco a poco ir asimilando y dominando los efectos desbastadores; a veces se puede y otras simplemente no. Ese sería el acontecimiento que nos venció y allí termina la vida. Pero mientras no seamos vencidos seguimos defendiendo como fieras heridas el derecho que tenemos de definir nuestra verdad propia, avanzar hacia nuestro propio destino y determinar la propia responsabilidad que no es sino nuestra libertad.

¿Al fin y al cabo qué somos? Somos seres que caminamos siempre por un borde, el que separa lo inteligible de lo imposible de aprehender o soportar. Somos narraciones, lenguaje, razón y emoción. Pero también somos fieras sin sentido, monstruos implacables, pulsiones destructoras, deseos de muerte. Con todos estos elementos está lleno nuestro mundo y nos vemos forzados a ponerle límites. Nos lo tenemos que imponer a nosotros mismos y para ello apelamos a la ética y a la estética, al bien actuar y al bello caminar. Al bien que le deseamos al otro y a la belleza de la justicia, del respeto y la dignidad. Le ponemos un límite al mundo si queremos ser sujetos, bien lo señalaba Wittgenstein. Eso sí, si nos damos a esta fundamental tarea que nos impone la vida porque no todos entran por esa puerta principal. Hay los que se cuelan por las rendijas como alimañas que son y actúan sin ningún reconocimiento humano. Mucho tiempo están queriendo regir nuestro destino y hemos resistido, pero todo tiene un límite.

Hay un límite para asimilar tanto dolor sin tregua, niños que mueren por falta de medicamentos, personas de bien atropelladas por una justicia vendida por bandidos con togas que asquean. Vivir en este basurero se nos hace ya inaguantable porque el lenguaje deja de tener la amplitud para poder poner tanta miseria en narrativa, porque los adjetivos comienzan a escasear. Porque ya los puntos y comas no bastan para darle una tregua a la respiración. Sentimos una asfixia y quedamos en un estado límite en donde ya lo que sentimos no se parce a eso que una vez denominamos vida.  No hay razón humana que pueda dar cuenta de la consciencia de tan oscuro designio, de tanta maldad sin límites. Topamos con lo impensable, con lo que no admite conceptualización. Vimos el horror de frente, se caen los velos y quedamos petrificados. De allí la expresión de “todo tiene un límite” hay acontecimientos que no son humanos.

Es en este límite donde nos sostenemos de creencias, de símbolos que nos acerquen a un mundo que nos sea vivible, a la creación, a las expresiones humanas que trasmiten las emociones que no pueden ser puestas en palabras. Nuestros anclajes internos, nuestras religiones privadas, nuestros rituales secretos, nuestros amores o como dice Eugenio Trías lo que “subsiste, inmarcesible, silencioso, metafísico, lo que rebasa los límites del mundo, lo que desborda el cerco y el confín: el otro mundo” Es la manera como podemos sostenernos y mantener las esperanzas mientras la realidad sea tan aplastante. Los cuentos internos que a lo mejor si los compartimos nos tilden de locos, pero es nuestro mundo en el cual nos refugiamos y encontramos sentido; en los que encontramos las fuerzas para poner los límites a tanto intruso suelto. Cuento el cuento de la recuperación, del encuentro, del regreso a nuestro ethos, de la justicia y la normalidad. Cuento el cuento de la honradez y de la lealtad. Pero es un cuento que algunos nos contamos. Pase lo que pase, salgamos por donde salgamos seremos otros y cargaremos en nuestras sombras mucho horror acumulado.

Será entonces la tarea de poner límites a nuestras tristezas y dejar que fluya nuevamente una alegría más asentada de adultos que crecimos heridos. La ingenuidad tiene un límite porque, simplemente, todo tiene un límite.

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