10 de mayo de 2016

Y no han podido

Cada vez que nos acercamos a una acción concreta para cambiar nuestro destino político, surgen las amenazas. Pero no cualquier amenaza porque en realidad vivimos amenazados. Se amenaza con marginar al ciudadano, quitarle su empleo es una de las más recurrentes y esto tiene un significado importante en el empeño estratégico de conformar seres despojados de su inserción en la sociedad y por lo tanto desubjetivados, excluidos, anónimos. Vencidos por no pertenecer a nada e impotentes para la más mínima defensa en las vidas particulares. Infunden miedo, para qué negarlo, si se amenaza con ser despojado de un derecho fundamental, si se amenaza con la posibilidad de quedar inactivos y sin defensas. Si se desprecia la calidad humana y se conmina a la desperanza y la soledad. Amenazas no banales y que apuntan a un blanco mortal, parte del juego, sin duda, porque el juego es la destrucción de seres íntegros dueños de su porvenir. Metidos en nuestros actos, aspirantes a ser dueños de nuestra integridad. No han podido, pero amenazan.

Una herramienta sabida por su uso descarado; la tendencia que están tomando las democracias occidentales hacia el autoritarismo y para lo que Bernstein nos encomió a estar expectantes y alertas. Estrategia que pretende monopolizar y manipular todo lo que sea manifestaciones de la voluntad, expresiones del deseo, gustos y creatividad. Los actos más simples y espontáneos, allí caerán las garras de estos depredadores del bienestar. Mientras van hacia sus metas destructoras, vociferan por el camino amenazas y con sus botas aplastan todo signo de vida, solo levantan polvaredas, lodazales y se van enredando en sus propios laberintos. Les dio por lloriquear ante nuestra irreverencia de reír, burlarnos de sus muecas retorcidas, porque aunque a veces dudamos, en realidad no han podido. Nos despojan, nos amenazan, nos matan, nos dejan sin patria y seguimos dando la pelea. El papel y la tinta los aterran porque por allí se cuelan las ideas y las rúbricas. Si amenazar es parte del juego, no doblegarnos y colarnos en las rendijas de la libertad es parte del nuestro. Estamos en esos pocos momentos en que los estamos haciendo bailar al son de nuestra alegre música y salen a zapatear, a mostrarse con todo el peso de sus naturalezas maltrechas.

Nos arrebataron nuestra seguridad ciudadana y hemos tenido miedo, pero no ha sido suficiente, solos y desprotegidos seguimos impertérritos mostrándoles que por medios civilizados y decididos podemos hacerlos lloriquear. Sigan amenazando y les seguiremos demostrando nuestro libre albedrio. Les dolió en el alma la manifestación de nuestra voluntad de querer que se vayan y nos dejen vivir tranquilos, pues bien seguiremos. Restringen nuestra libertad, niegan la posibilidad del terreno político, usan las leyes y las armas para encarcelarnos, pues bien, votamos y firmamos aunque en ello se nos vaya la vida.  El miedo y la inseguridad que utilizan como herramientas para volvernos seres maleables comienzan a perder la fuerza que suponían. Malos cálculos, estrategias erradas, batallas perdidas. No nos sentimos diferentes, somos de este mar caribe, con nuestras pieles tostadas y nuestro temple alegre y firme, ¿Deshumanizarnos? ¿Despojarnos de lo nuestro? ¿Expulsarnos de nuestro país? No, no han podido.

Para Sloterdijk el hombre de la cultura moderna ha perdido su mirada crítica y con ella su capacidad de vincularse con otros fuera de la escena mediática, ha inventado al “perdedor” y al “resentido” como emociones paralizantes. Así vemos como estos usurpadores solo se comunican por una pantalla con sus manifestaciones épicas y militaristas que producen ya un rechazo masivo. Envueltos en sus resentimientos y ahora con miedo de ser realmente despojados del poder que los ampara de sus fechorías, se han desdibujado y vuelto repetitivos, caricaturas de los que pretendieron mostrar como semblantes de autoridad y fuerza. Si, dan risa y nos burlaríamos hasta el cansancio sino fuera por lo delicado del momento. Caminamos todavía por una cuerda floja y es precario el equilibrio. Pero haciendo malabarismos hemos llegado a incomodarlos, los extraños son ellos, ellos, los autoritarios, son los distintos. Hannah Arendt lo expresó con todas sus letras “la despersonalización y el instrumentalismo pueden hacer más daño a una sociedad que cualquier otra cosa” y no han podido. Las pocas oportunidades de encontrarnos en un acto ciudadano que nos convoca volvemos a encontrarnos con lo que siempre hemos sido.

Al respecto enfatiza C. Robin “si a algún otro pensador le debemos nuestro agradecimiento, o nuestro escepticismo, por la noción de que el totalitarismo fue antes que nada una agresión contra la integridad del yo inspirada por una ideología, es sin dudas, a Hannah Arendt”. Así como para Hobbes el miedo lleva al forzamiento de una pacificación, para Arendt  la sumisión no es otra cosa que la falta de una confianza personal, un yo cada vez más fragmentado y débil. Rasgos que aún no se observan en nuestra sociedad combativa. Por ello Fernando Mires nos recordaba que la política está hecha por seres humanos con sus múltiples complicaciones psicológicas y no hay que descuidar las categorías que arroja el psicoanálisis para poder entender muchos de los fenómenos en los que nos vemos envueltos. Pareciera que fuera obvio pero no lo es, solemos descuidar las patologías de nuestros análisis sociológicos y filosóficos, incluso en la comprensión para la orientación de nuestras vidas prácticas. Basta ver a nuestros ancianos, adultos y jóvenes alegres con sus bolígrafos en mano, para deleitarnos en la firmeza de nuestros actos decididos.

Doblegarnos, no, no han podido.

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