30 de octubre de 2018

Sociedades reactivas y fastidiadas

Pedro Cabrera


Estamos muy fastidiados de la constante discusión sobre lo mismo, los mismos argumentos, la misma retórica, la repetición infructuosa sin emoción. Ya nadie escucha y con razón, ¿Por qué prestar atención a componendas donde no se nos está tomando en cuenta? Es que acaso en este momento no es más importante atender a nuestras penurias diarias que perder el tiempo en lo mismo análisis que se están esbozando desde hace años. Ni para adelante y sí mucho para atrás. Porque hubo un tiempo en que se creyó en la lucha de la oposición, en el que salíamos a la calle con mucho más arrojo que estos mal llamados líderes, que a la primera piedrita salían huyendo en sus motos. Yo los vi, sin negar uno que otro acto valeroso. Políticos que no se hacen responsables de sus actos y que por lo tanto no cargan sobre sus espaldas la culpa de la que nos hablaba Max Weber. No dan la talla como afirma Soledad Belloso pero no hay tampoco reemplazo.

Así que además de todas las penas que desde hace mucho nos acompañan se une ahora el fastidio. Dejen de impartir órdenes con sus posturas caricaturescas de quien tiene mando o autoridad de cualquier orden. Autoridad moral o intelectual ya no la tiene nadie. A nadie ya se le concede crédito o confianza. Solo fastidian, no mueven, no convencen, no emocionan. No hay estrategias, no hay narrativa. Entiendo que la democracia no es solo ir a votar o dialogar es también y sobre todo un proyecto de país, la conformación de una sociedad donde se pueda vivir en paz con respeto y justicia. Una sociedad donde la vida tenga posibilidad. No se trata de vidas heroicas, se trata de vidas sencillas en las que podamos caminar sin miedo, reunirnos para conversar con los amigos y compartir un vino, jugar con los nietos y poder visitar a nuestros padres en el cementerio. Una sociedad que no olvide sus paisajes,  esos bellos pueblos nuestros con sus iglesias coloniales. Donde no se irrespete el arte y donde todos reconozcamos en la calle, al verlo pasar, a Rafael Cadenas.

Estamos quizás en el final de una etapa sin que se haya visto el esbozo de la nueva. Se habla del fin de la política como lo vaticinó una vez Fukuyama (1992) creyendo que ya los peores males habían terminado con el triunfo de Occidente y la democracia liberal. El final de la Guerra Fría, creyó Fukuyama conduciría inexorablemente a la voluntad de ser reconocidos por los otros, predijo así, el final de las ideologías. Que lejos estaba de lo que pasaría en el siglo XXI con la eclosión de nuevos conflictos; los valores de la democracia liberal están siendo cuestionados y demolidos por los mismos mecanismos democráticos. No se necesita demasiada explicación, somos testigos directos como votando y dialogando, muy civilizados pues, entregamos nuestra libertad a los bárbaros. No se ha aprendido nada nuevo, se sigue pensando como si tuviéramos en un orden democrático de separación de poderes y capacidad de negociación. Los llamados son a utilizar las mismas herramientas una y otra vez en una repetición sin fin. Vota y negocia son los medios que se conocen y que han fracasado sin haberse hecho análisis serios ni rectificación de errores. Violencia contra claveles.

Las democracias comienzan a ser cuestionadas y atacadas en nuestro mundo occidental y quizás estemos presenciando el comienzo de nuevas formas de organización que aún no entendemos y que ojalá no sean como la que presenciamos en nuestro país, porque tendremos que decretar el fin de la libertad y la igualdad. Habrá quien después postule y escriba tratados sobre el triunfo del totalitarismo y las hegemonías. No sé cómo será ese infierno al que nos dirigimos pero se avizora tenebroso.

No es que haya habido muchos cambios en el mundo en cuanto a las organizaciones políticas, pero sí muy importantes. Cada vez que hay un acontecimiento significativo se observan los cambios de paradigma y la ilusión del final de la historia. Hegel en 1806 también plantea un fin de la historia cuando triunfa la Revolución Francesa y la inminente universalización del Estado con los valores de libertad e igualdad. También se equivocó, la misma libertad y la igualdad traerían los gérmenes de su destrucción. La caída del Muro de Berlín y la Revolución Francesa produjeron cambios significativos en las organizaciones sociales del mundo Occidental. ¿Cuáles van a ser las consecuencias del 11 de Setiembre del 2001, el atentado de las Torres Gemelas en New York? Atentado que hirió en su corazón a la democracia más sólida de nuestro continente y declara la guerra de la barbarie en contra de la civilización. Estamos observando los síntomas pero aún no sabemos a lo que conducirá ésta herida mortal. Vemos a las democracias, tal como las conocemos, haciendo agua y nos llena de incertidumbre y miedo. Los mecanismos propios de sus sistemas ya no están funcionando o están funcionando en su destrucción. Se enfrió el optimismo democrático.

Nadie tiene ahora conocimientos certeros y no hay discursos articulados por eso fastidia la misma retórica pronunciada con ínfulas arrogantes. No hay finales de historias, hay finales de conceptos. La realidad no se detiene lo que se puede detener es el pensamiento o entrar en receso. No se está pensando con la profundidad como lo amerita el grave problema que se nos vino encima, solo se repiten fórmulas gastadas y lo que provocan es un gran fastidio. Unas sociedades reactivas y bostezando cuando hablan sus políticos es lo que se está observando. ¿Es que nos le da vergüenza seguir con el micrófono en la mano ante un público adormitado? O simplemente es que no lo ven.

23 de octubre de 2018

Tiempo de tormentas



Estoy leyendo el libro de Boris Izaguirre “Tiempo de tormentas”. Un relato de su niñez, sus sufrimientos en la dura batalla que significó su aceptación y el desconcierto que causaba en los otros. Multitudes de experiencias lo sobrepasaron y lo tomaron por sorpresa. No tenía las herramientas para poder asimilar el escándalo que se iba formando a su alrededor. Un niño diferente con sus particularidades muy acentuadas desde sus primeros pasos. El libro, en mi entender, es un homenaje a sus padres, Rodolfo y Belén. Boris no hubiera podido aceptarse a sí mismo, ni hubiese podido asimilar el rechazo de un medio social bastante pacato y temeroso sin estos padres admirables. Su casa era como una isla en medio de un mar infectado de tiburones. Una casa donde se reunían personas de un nivel cultural privilegiado, como fueron sus padres. Enternece y admira la descripción que logra de Rodolfo en momentos difíciles, un hombre con un criterio indoblegable, certero y oportuno. Sin perder su serenidad sabía cuando Boris debía participar en las polémicas que ocasionaba y cuando le pedía se ausentara. Digamos un padre.

Belén más vulnerable y sensible a los posibles daños que le pudieran ocasionar a su hijo, no se inhibía ante ninguna batalla. La defensa y protección a su pequeño era sin medir costos ni titubear ante los señalamientos que otros le hacían sobre los peligros de la libertad y aceptación de las particularidades de un hijo difícil y vulnerable. Porque no solo había que lidiar con la dislexia del pequeño sino también con su carácter histriónico y amanerado. Digamos Boris no nació para pasar desapercibido y a su paso iba dejando a unos perplejos y a otros contrariados. En ningún caso era fácil la función de una madre también muy atareada con su carrera artística como bailarina. Boris participó y disfrutó intensamente de los escenarios, ropajes y excentricidades del mundo de la actuación. Belén no le censuraba nada ni temió por posibles “contagios”. Disfrutaba con su hijo en ese mundo de bellos movimientos. Boris la veía como una diosa del ballet. El amor guió a Belén sin titubeos sobre que debía hacer y cómo. Digamos una madre.

El resultado de una familia con estas características todos los conocemos. Sabemos quién es Boris, que hace, como anda por el mundo con pasos certeros y exitosos. No esconde nada porque nada tiene que esconder y escribe con belleza y sensibilidad. Con un libro de Boris uno se puede reír a carcajadas y también llorar, teniendo la seguridad que también su autor rio y lloró. Boris es tierno y tímido, es bueno y arrojado. Boris es Boris para disfrute de muchos y horror de algunos. Celebro con esta lectura, en cada una de sus páginas, a esos maravillosos padres que cumplieron su función con una seguridad envidiable. En una sociedad que daba sus primeros pasos en la expansión hacia nuevas realidades, pero como que se ha quedado en esos primeros pasos. Parece que lo que pasó es que se zumbó a un mar de confusiones. Porque una cosa es otorgar libertad a los hijos y otra es no ocupar con propiedad el papel que como padres debemos ocupar. No somos amigos de los hijos somos los padres, debemos hacer esa difícil combinación de autoridad, amor y protección. Mucho de lo que vemos asombrados, hijos corruptos de padres que creemos impolutos, se debe a esa blandenguería educativa que nos invadió con una psicología de autoayuda. Falta cultura lo que sobró en la casa de Boris.

Sabemos que el mundo cambia en todos los órdenes. Cambian las organizaciones políticas, cambian las formas como nos relacionamos, cambian las parejas, cambia incluso las formas en cómo se concibe un bebé. Hay familias homoparentales, hay niños que se logran en probetas, hay vientres alquilados, un sin fin de variedades que aún no sabemos con certeza como va transformando la psique humana. Pero hay funciones que hay que cumplir para hacer a un ser humano. No importa quien cumpla esas funciones porque no son de orden natural son funciones simbólicas. Podemos contemplar a una familia tradicional, occidental muy religiosas, muy tiesitas ella, donde nadie anda despeinado ser compendios ilustrados de lo que no se debe hacer. Resultado hijos corruptos, locos, psicópatas, descarriados incontrolables. ¿No está lleno nuestro país de estos elementos? producto de esa sociedad que les hizo dificultoso a Rodolfo y a Belén su transitar con Boris. Hasta se tuvieron que mudar de casa por el revuelo que se armó en su edificio. Y Boris triunfando en los escenarios del mundo.

Sí, es verdad que los hijos pueden sorprender con algunos actos y causar mucho dolor. Pero también es verdad que no somos muy ajenos a esos resultados. Cuando se trata de personajes públicos un escándalo en la familia trasciende la privacidad y hay que mostrarse firme repudiando el acto. No se hace porque tampoco se fue firme mientras se estaba educando. No es el amor lo que se pone en juego son los valores que se defienden. Ame a su hijo corrupto, no hay ningún problema, pero no justifique ni comprenda su mal proceder. Que sepa lo que es la ley ética la cual no se negocia en ningún vínculo de parentesco. En esta sociedad todo es líquido, todo da igual. La mojigatería, el amor mal entendido, el autoritarismo y no la autoridad, el pegoteo, el irrespeto se está comiendo a nuestro país. Los yernos, los narcosobrinos, los hijitos de papá ya era fenómeno alarmante desde la época de las patotas de Caracas. Por ello y mucho más leer este libro de Boris sobrecoge, enternece y llena de orgullo por unos padres admirables y sólidos.

Todo mi respeto por Rodolfo y Belén. Mi gracias y admiración por la valentía de Boris al haberlo escrito, sé que no le debe haber sido fácil.

“Boris prométeme que pase lo que pase con esa diferencia tuya, sea lo que sea que vayas a hacer, no la perderás. No la venderás a ningún precio. No la traicionarás ni la volverás barata. Y no la disimularás” como le dijo Belén y Boris escuchó.

“Belén el niño ya está suficientemente desquiciado para que lo quieras hacer macrobiótico” sentenció su padre. Y Boris se hizo gourmet.

16 de octubre de 2018

Gritos que abren abismos



No dejamos de gritar mientras los abismos se abren a nuestros pies. No hay tregua, un hecho espantoso antecede a otros de igual tenor. Se nos impone un silencio pero no es precisamente el necesario para el sosiego. Todo desafina, todo hiere profundamente. Es ruido, estridencias que aturden y embotan. Sin las pausas requeridas en cualquier ritmo musical nuestro ritmo de vida no se puede ajustar, pasamos de una emoción a otra en breves lapsos de tiempo sin que pueda el pensamiento sintonizar. El lenguaje posee su sonoridad, escribimos y hacemos música, caminamos con una cadencia particular y todo lazo social requiere de pausas, presencias y ausencias. Que todo calle para podernos encontrar es a veces requerido, deseado. No es posible por más que persigamos rescatar los ritmos particulares somos constantemente aturdidos, ofendidos, golpeados.

Cada semana supera en pesares y lamentos a la anterior. Pero ésta que acaba de transcurrir fue especialmente escandalosa, especialmente aterradora. El asesinato de Fernando Albán muestra en toda su fétida presencia a los criminales organizados y con poder. Se erige como una serpiente enfurecida los símbolos de los esbirros. Es un hecho que hace hiancia, que abre boquetes, que nos arroja a un vacío. Ya no queda lugar para dudas, ya no hay espacio para contemplaciones ni llamados a la cordura civilizada que puedan ser atendidas por almas atormentadas. Con la ausencia de actos colectivos de desagravio, sin el silencio que requiere la solemnidad de los rituales de despedida, no es posible sedimentar lo que nos pasó, a cada quien, con la muerte de Fernando. Porque nos pasó a todos de una u otra forma, nos pasó como sociedad y nos pasó como personas.

Hiere todo acorde que suene desafinado, que no sintonice con la terrible y estremecedora sinfonía que está sonando en el trasfondo. Ya no es fácil ni entender el propio idioma, no está sonando con nuestra musicalidad familiar. Parece un absurdo seguir con las mismas lecciones, el mismo discurso, la misma cantinela, las mismas goticas de agua de grifos que no cierran. Aquí pasó algo muy grave, especialmente grave, con un peso simbólico muy grave que nos obliga a un cambio que hay que sedimentar. Se requiere respirar hondo, tragar grueso y reaccionar con un “costo político nacional e internacional elevado hasta lo máximo posible” como bien apunta Trino Márquez. Este fue un acto que nos obliga a pasar a diferentes registros y si no es así es porque nos dejamos aturdir por los ruidos constantes y somos ya incapaces de las pausas que requieren diferentes ritmos. O también porque agarrados a dos o tres principios inamovibles nos sentimos que no caemos al precipicio. Igual caemos con las tablas sagradas y sus letras esculpidas.

Nos hemos convertido en un aturdimiento, no contemplamos el silencio como posibilidad para que surjan otros discursos, no el silencio que nos quieren imponer sino el silencio del que elabora. Hay que callar para poder escuchar y la realidad está gritando mientras hablamos y repetimos sin cesar para no escuchar. Sí, hay palabras que taponan el silencio, hay palabras que no se deberían escuchar o se deberían callar por no ser el momento, por desentonadas e hirientes. Palabras que se callan por insoportables para uno mismo y aparecen en los sueños. Postergamos y alteramos nuestro ritmo con un alto costo para la salud mental porque el ser sujetos hablantes requiere de palabras y silencios. Es una paradoja que para hablar del silencio haya que romperlo, utilizar palabras que intenten acercarse a la sensación sin poder lograrlo. Pausa breve pero pausa requiere un discurso que nos vuelva a atrapar como colectivo. Ese minuto de silencio que demanda el homenaje que se le hace a los seres que honor merecen.

Todo está siempre medio dicho porque parte de la verdad queda en el silencio nos decía Lacan, hay una ética de lo indecible de Wittgenstein que marca los límites de nuestro mundo. Aquello que no podemos decir es lo que más fuertemente nos afecta. El abrir nuevos horizontes, el cambio de rumbo urgente que necesitamos requiere que comencemos a oír lo que no se dice, lo que siempre queda detrás de lo dicho, el entredicho. Si no es así seguiremos repitiendo y repitiendo lo que ya suenan a palabras vacías. No es que desechemos las vías que se han dado por llamar “políticas” es que ya la terminología usada dejó de hacer resonancia, no están diciendo nada. Pero no importan las circunstancias, no importan los momentos, no importa si ofendes, hieres o estas desentonando, lo que importa es la certeza de tener una verdad que por el bien de otros la dices y pides que se callen. Sí, hay palabras que duelen como latigazos. No hay palabras acertadas sin pausas, sin silencios. No hay pensamientos sin ritmos.

Mientras las imágenes externas de horror nos persiguen no podemos ver las imágenes internas no verbalizadas. Se mantienen desconocidas sin poder construir discursos ni el diálogo requerido entre nosotros mismos. Las mantenemos en privado entre nuestros propios sueños sin poderlas compartir en medio de gritos. Gritos que abren los abismos por los que nos precipitamos.

9 de octubre de 2018

Yo me voy con ellos

Egon Schiele


“Si ellos se van yo también me voy” mientras una hermana le suplicaba que no se fuera. Despertó llorando y desde entonces el llanto se le hizo fácil. Tenía tiempo, mucho tiempo petrificada ante tanta pérdida dolorosa. Casi toda la familia había marchado y otros estaban planificando la partida. Comenzó a considerar la posibilidad de irse ella también. Claro que sería sin sus padres que ya habían marchado de este mundo mucho tiempo atrás. Así que ese sueño, nítido y terrible había movido sus símbolos más profundos, sus arraigos incuestionables, su lenguaje materno, sus más profundos deseos. Su piso se estremeció y las lágrimas brotaron.

Los padres, esa relación primordial que dejará la impronta más arcaica y definitiva posible para poder vivir o vivir muriendo. Los primeros años son cruciales y echando una mirada a esos primeros pasos podríamos entender que nos hizo como somos. A veces no es fácil, todo a simple vista parece haber transcurrido armoniosamente, no se recuerdan conflictos manifiestos, no se identifica el trauma. Porque es el mundo simbólico el que se comienza a gestar en la primera infancia mientras el niño se prepara para introducirse en el lenguaje materno, desde el cual será hablado. La madre que te trajo al mundo puede muy bien querer matarte o por lo contrario puede querer que seas el rey del universo, que nada te pase que no sufras y de tanto cuidarte te asfixia. Esa mujer también perdida en su lenguaje materno, que también es hablada. Quien te gestó sin saber que quería y te recibe como un juguete. O esa mujer que una vez que te vio supo del amor, de la separación, del día del adiós.

Una suerte infinita se posee cuando el azar te asigna padres que, aun fallando, están a la altura de la tarea. El sueño que nos ocupa también revela esa fortuna, padres que marcaron en el inconsciente, con fuerza incuestionable, el lugar seguro. Uno puede pasar la vida buscando su nicho, su tarea, su deseo pero al encontrarlo no titubea, “es este el lugar sin duda y de aquí no me muevo a menos que me abandone”. Y eso nos pasó el lugar nos abandonó, esa palabrita que representa uno de los temores primeros y que nos alcanza tantas veces en la vida. El abandono, una de las formas más certeras de destrozar las fuerzas vitales. Cuando somos adultos las pérdidas, el desamor, la muerte, los cambios de fortuna se pueden superar con mucho esfuerzo y sufrimiento. Pero cuando se es niño quedarán grabados en la psique irremediablemente y para siempre.

Los fenómenos sociales más terribles de la humanidad pueden ser ubicados en la infancia de los monstruos que protagonizaron el horror. Allí se podrá encontrar las semillas de tanta maldad. El abandono infantil hiere a la humanidad entera, no hay imagen más desgarradora que las de esa mirada infantil con el sufrimiento reflejado en sus caras. Es difícil el perdón al verdugo que maltrata a un adulto por sus ideas, pero si se trata de un niño ya no podemos hablar de perdón, nada remediará el daño infligido.  De alguna manera a ese ser se le mueren muchas emociones. La fragilidad y la posibilidad de sucumbir le son muy próximas. Así que cuando hablamos de perdón lo hacemos con una ligereza pasmosa, en ningún caso se sale rápidamente a manifestar un perdón con todas las heridas abiertas. A menos que se esté hablando desde una doctrina y no desde la emoción por ello no conmueven sino causan estupor y hasta rechazo. Si se quiere ser “bueno” a toda costa no se es bueno en absoluto, quizás banal.

Un ser profundamente herido tendrá que vivir con sus cicatrices que heredarán sus descendientes hasta que las historias se pierdan en el olvido. Así también sucede con las sociedades, fuimos y somos heridos no es momento para estar hablando de perdón. Si lo que queremos es ser utilitarios y aprovechar a los “arrepentidos” para nuestra lucha, muy bien, pero llamemos a las cosas por su nombre. La justicia, que llegará, será la mejor terapia para nuestros traumas. Un adulto que cuando niño fue abandonado por sus padres buscará un poco de sosiego en un proceso muy particular, de nada sirven los consejos de “un pare de sufrir” y una sociedad a la que le fue arrebatada las mínimas condiciones humanas debe presentar batalla para exigir el respeto que amerita tal condición. Las doctrinas forcluyen lo propiamente humano. Pretenden sustituir el entramado inconsciente de cada quien por un universal que no existe.

Nos alcanzó el mayor y más primigenio miedo que acompaña la difícil tarea de vivir, el abandono. Paradojas que tiene la vida, de tanto querer un padre protector que resuelva nuestros males, fuerte, macho, atrevido, brabucón topamos con el padre cruel y abandónico. Que cada quien se perdone si puede, pero las prédicas bonachonas en este momento o el andar demandando a otros que pidan perdón, indignan. Indigna los niños abandonados por más que demos razones sociológicas o de púlpito de iglesias, el amor no se impone, se siente. Así que si se quieren ir persiguiendo ese nicho acogedor que una vez los albergó están en su pleno derecho. Hay muchas formas de marcharse. “si se van yo me voy con ellos” y yo también me iría con ellos.