26 de mayo de 2015

El mal y el sujeto del goce

Cuando se vive en un estado de supresión de la justicia, todo ser humano es susceptible de caer en desgracia ante la clase dirigente, no por los actos que un individuo pueda cometer sino simplemente por lo que es. Sabe el detenido que no ha sido procesado por normas jurídicas acordadas en una sociedad dada, que ha pasado a depender de otro que actúa de forma arbitraria y fuera de la ley. Del Otro de la Horda primitiva que describió Freud en Tótem y Tabú, el padre déspota que simplemente doblega a sus hijos para conservar para sí todo el goce sin permitir ninguna administración ni restricción del mismo. A esa persona se le suprime de toda posibilidad de decidir por sí mismo sus actos, no se le reconoce su derecho a hacerse responsable de sí y con ello queda fuera de todo acto jurídico y como consecuencia de su lugar como sujeto moral. Queda abolido de la humanidad por la intervención del poder arbitrario y subyugador. Se le niega la condición por excelencia, la libertad. Se le humilla y se le causa uno de los sufrimientos imperdonables que consiste en no respetar la dignidad de estar vivo y poder vivir según su propio criterio. El ser humano se cosifica.
Estas acciones que persiguen el sometimiento, la humillación y el maltrato al otro es lo que se ha catalogado como “el mal” el cual ha sido sometido a no pocas interrogaciones con la finalidad de entender tan terrible fenómeno, a qué se debe y cómo explicarlo. Fue teorizado por Freud como una tendencia inherente en el ser humano, las pulsiones de muerte, que empujan hacia su satisfacción sin ningún miramiento de tipo social. Freud no fue optimista con el porvenir de la humanidad y en su teoría dualista fija la lucha que el hombre siempre va a tener que librar entre fuerzas antagónicas. Una que empuja hacia la creación y el acuerdo amistoso entre los hombres y la otra fuerza, muy poderosa, que impele a la destrucción y la muerte. La naturaleza humana, entonces, contiene la maldad.
Por otra parte Kant también dedica parte de su pensamiento en la comprensión de este fenómeno y en su obra “La religión dentro de los límites de la mera razón” introduce el concepto del “mal radical” como un falla de la voluntad para atender al imperativo ético de la razón. Una suerte de perversión de la voluntad. Pero quizás es Hannah Arendt quien más tiempo dedicó a este flagelo y tuvo algunos cambios a lo largo de su indagación. En un principio toma de Kant la expresión de “mal radical” para dar cuenta de los crímenes cometidos por los nazis que ya no pueden ser entendidos “por interés propio, la sordidez, el resentimiento, el ansia de poder y la cobardía”. Posteriormente y habiendo presenciado el juicio que se le siguió a Adolf Eichmann queda impactada por el hecho de no haber encontrado ninguna huella motivacional específica en este criminal capaz de haber cometido actos monstruosos. Su teorización acuña entonces su famosa teoría de la “banalización del mal” que no pocos enemigos le acarreó y que no ha cesado de permanecer en la primera y más importante consideración de todo aquel que trate de entender algo sobre este pasaje tan ominoso de la historia de la humanidad. Pareciera que al tratar de abordar la maldad a la que es capaz de llegar el ser humano siempre algo se nos escapa.
Queda algo como resto en el discurso intelectual porque al abordar el mal estamos apuntando a otro registro que no pasa por el lenguaje pero que lo conmina a interrogarse y es en este punto donde Lacan aporta su más importante contribución. Hay un sujeto que no es el sujeto de la ciencia, se trata del sujeto de las pulsiones, el sujeto del goce al que afirma “no es fácil encontrarle la vuelta”. Es la parte no racional del sujeto a la que solo podemos acceder a través de la palabra, dar vuelta en su entorno hasta poder poco a poco ir haciéndose de trozos de su terreno. Lacan propone servirse de la lingüística para producir efectos sobre este sujeto del goce y lograr así un cambio subjetivo. Extraer un saber por vía del significante, el saber inscrito en el goce. Si bien este proceso se enmarca en el encuadre de una sesión psicoanalítica, podemos con certeza afirmar que en los discursos públicos y en la utilización del lenguaje político podemos inferir de igual manera como se desliza el goce de los opresores, como el mal se manifiesta en su más pura  intención destructora. Se revela en el discurso los placeres que causa el infringir dolor. Inevitablemente el sujeto del goce se pone en juego.
De acuerdo con lo que Bruce Fink afirma “La sociología y la ciencia política serian imprudentes si ignoraran al sujeto de estas últimas acciones, el sujeto como goce, por creer que sus campos pueden explicarse de manera exhaustiva únicamente mediante el sujeto significante”, para arribar a la comprensión del mal infligido por los abusadores del poder hace falta leer entre líneas, leer lo que queda dicho sin decirse en la verborrea incontenible con la que constantemente se bombardea a la ciudadanía, siguiendo patrones más que conocido de las técnicas propagandísticas para subyugar, doblegar y cosificar a los sujetos integrantes de una comunidad. De eso se trata la maldad, gozar del otro sin su consentimiento en un juego mortal. El psicoanálisis ha aportado al mundo nuevas compresiones de los fenómenos humanos que no poseían la Ciencia ni la Filosofía, y muy lentamente se ha venido introduciendo como categorías interpretativas en la sociología moderna y los pensamientos post modernos. Ignorar la existencia del sujeto del goce es quedarse sin herramientas para la comprensión de los hechos desbastadores y bárbaros a lo que es capaz de llegar el ser humano. Hitler y Stalin pueden ser los prototipos pero de estos seres está cundido el mundo; la psicopatía le ha ganado terreno a la civilización.
No se trata y no es la intención invitar a sentarnos a analizar los discursos de los tiranos para modificarlos, a los tiranos hay que sacarlos. Se trata de una invitación a comprender que somos víctimas del mal y que el odio y el resentimiento crecen e impregnan el ambiente de las ciudades con un vapor hostil que dificulta en grado extremo la respiración. Se trata de no ignorar la existencia de la maldad, no borrar los efectos del daño y no jugar con las categorías religiosas del perdón y la bondad impuesta por un moralismo que revela muy poca reflexión. Son tiempos de pensar en la muerte a los que nos empujan antes de tiempo, aunque como Spinoza nos ilustró “el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y toda su sabiduría es sabiduría de la vida”.

19 de mayo de 2015

IDA o el deseo femenino


 
La película del director Pawe Pawlikowski nos narra la historia de dos mujeres que aunque son familia no se conocen. Wanda e Ida son tía y sobrina separadas por la terrible historia que sufrieron víctimas de los horrores del nacismo. Ambas quedan determinadas en sus vidas por la crueldad y la película nos muestra de una forma muy acertada el destino de cada una de ellas, la forma muy particular que escogieron para poder seguir viviendo. Es una película que trata de la feminidad en vidas que transcurren en los límites de lo soportable. El deseo femenino expresado en dos vidas atravesadas por lo desgarrador y en búsqueda de una resolución que había quedado suspendida. Wanda, la tía, interpretada excelentemente por Ágata Trzebuchowska, es una mujer dura, jueza que tiene la oportunidad de sentenciar a muerte a algunos genocidas pero sin resolver su terrible vacío existencial. Todo pareciera que solo está esperando a Ida y junto a ella buscar sus propias verdades, saber dónde se encuentra enterrado su hijo, los padres de Ida y terminar con su vida. No apresura su final, lo espera. Nos muestra el deseo de no seguir viviendo, la vida no vale la pena de cualquier manera.
Ida, interpretada por Ágata Kulesza, es una joven que sobrevivió a una masacre y que es dejada en un convento para su cuidado y manutención. Allí adquiere el nombre de Anna, desconoce su origen judío y la historia que antecede a su vida antes de emprender su camino a ser monja. “La monja judía” que antes de consagrarse, siendo novicia, es invitada por la madre superiora a que salga al mundo a descubrir su origen y a decidir si ser monja es realmente su vocación. Es así como sale a buscar a su tía y ambas emprenden un viaje por la Polonia de los años sesenta, un viaje que tiene como finalidad enfrentar y conocer su pasado. De este modo tenemos a una mujer madura que ya está de vuelta en su camino, que solo le queda una misión que cumplir y una joven que está descubriendo su verdadero nombre, su identidad y cómo quiere vivir su vida. Ida, por lo tanto, que sí tiene un deseo de vivir plenamente, sale al mundo a descubrir quién es y qué realmente desea como forma de vida. Dos mujeres Wanda y la madre superiora causan el emprendimiento de la búsqueda del deseo de Ida.
Wanda durante su atormentada vida y en un intento de elaborar sus duelos sin conseguirlo, se dedica a emprender actividades que revelan un modo de goce femenino, el fálico. Se reviste de una dureza en sus actividades en el juzgado y se aferra a un goce que implica múltiples encuentros con hombres y el aturdimiento de la bebida. En esta vorágine vital trata de callar su verdadero y terrible dolor perdiéndose en ella misma. Expresa “Fui Wanda, ya no”. Una mujer es “una mujer”, no hay formas únicas en el deseo femenino; lo que no pudo entender a cabalidad Freud lo termina de expresar Lacan como una apertura de modalidades, cada mujer escogerá el suyo. Al carecer de un amor fundamental (su hijo fue asesinado) Wanda se pierde en la escogencia fálica por la que optó y sus vacíos terminan por dominarla, ya no le es posible el vínculo social. Sabe que ya no desea vivir. La maternidad que no pudo ejercer con su hijo “casi no lo conocí” se le desborda con Ida, conmueve su mirada tierna al encontrarse con Ida en una estación de tren.
Ida regresa al convento pero transformada, el encuentro con la tía le despierta una sensualidad que tenía dormida y expresa no estar todavía lista para hacer sus votos. Sale nuevamente al entierro de su tía y se pone su vestido, zapatos y se acuesta con un muchacho saxofonista, que había ya conocido y quien le había manifestado “No tienes idea de la sensación que causas”, la coloca de esta forma como la mujer causante del deseo de un hombre, posición que ella decide explorar buscando promesas. “¿Y ahora qué? Bueno, ahora nos compraremos un perro, nos casaremos, tendremos hijos, compraremos una casa. ¿Y después qué? Caeremos en el fastidio de siempre. Es la vida”. Emprende el regreso al convento en un largo caminar donde se puede observar su definitiva convicción, será monja, pero ya sin desconocer la sensualidad y la sexualidad. ¿Es su deseo? Si, si lo es. Ida ya ha hecho las paces con su pasado, ha atravesado las dudas de su presente y se hace dueña de su futuro. No reniega del judaísmo, en realidad nunca lo fue, regresa a sus símbolos con los cuales creció.
Vemos también en esta película un convento que podríamos catalogar de apertura al entendimiento  mundano. La madre superiora podría pasar desapercibida, aparece solo una vez en un diálogo con Ida y le dice la verdad, su tía fue convocada varias veces y no respondió al llamado, es ella quien debe ir a buscarla. No está interesada en consagrar a esta joven sin estar segura de que está escogiendo esa vida por verdadera vocación. Situándonos en una Polonia comunista, podemos concluir que es una Iglesia progresista, una institución demócrata que respeta las libertades individuales. A Ida se le dio libertad, la cual ejerció al principio con miedo pero muy pronto se apropió de sus pasos y de su vida. Una madre que permitió las interrogantes de su hija, que la empujó a no negar su feminidad, a no entregarse como un “objeto de Dios” a tener nombre propio y ser causante de otras vidas. Una mujer, como alcanza a ser Ida, se tiene que hacer en relación a su deseo, tenga éste la manifestación que tenga. La película es muy dura, pero posee una belleza femenina.

12 de mayo de 2015

Sigmund Freud

Sigmund Freud nace el 6 de Mayo de 1856 en Freiberg, una región de bosques y praderas, situada al sur de Checoslovaquia y a unos 250 Kms de Viena.  Pertenece a una familia judía de origen alemán y es primogénito del segundo matrimonio de su padre Jakob Freud y Amelia Northansohn.  Desde su nacimiento Sigmund Freud tiene que sufrir los avatares de la persecución judía por lo que a los tres años sus padres deciden mudarse a Viena en donde tienen que vivir sufriendo de una gran precariedad económica, de hacinamientos y de la ayuda de la familia materna.  Estas elementales necesidades marcaran de manera decisiva el carácter y tenacidad del destacado pensador.

Poco a poco se va haciendo un joven taciturno, se refugia en los libros y descubre una gran pasión por los idiomas, clásicos y modernos, la lectura de la Biblia, la literatura y el inglés de Shakespeare de quien  admira su profundo conocimiento sobre la naturaleza humana.  Al tener que escoger su carrera se encontró sin una vocación especialmente definida, la limitación que ofrecía la Viena imperialista a los judíos ayudaría en su definición por la Medicina a pesar de expresar “No tengo noticias de haber tenido en mis años tempranos ansia alguna de ayudar a la humanidad doliente... Tampoco me dio nunca por jugar al doctor”  Sin embargo descubre desde temprano una gran inclinación por comprender algo de los enigmas del mundo y contribuir a su solución. En este campo médico se siente especialmente atraído por las clases que dictara el célebre anatomista del cerebro Meynert sobre psiquiatría. Cuando contaba veinte años de edad Ernst Brücke, profesor suyo, lo invita a participar en sus investigaciones y lo lleva a su laboratorio, donde el joven se siente en total libertad para comenzar a indagar sobre sus propias interrogantes en Neurofisiología.  Freud manifiesta que fueron los años más felices de su juventud. Entre otros aciertos en el mundo científico Freud señala el carácter unitario de la neurona lo que va a constituir la base de toda la neurología moderna posterior y señala el valor medicinal de la cocaína. Consideró al profesor Brücke “la más alta autoridad con quien me haya encontrado jamás”.

 
Poco tiempo después de graduado de médico se enamora de una amiga de sus hermanas, Marta Bernays con quien se compromete oficialmente. Este vínculo lo presiona para salir de su muy incómoda situación económica y para definitivamente decidirse por especializarse en lo que ya constituía su principal interés, la neurología. Estaba ya trabajando como médico asignado al instituto psiquiátrico dirigido por Meynert. Consulta con su compañero Josef Breuer y decide solicitar un puesto en el Departamento de Enfermedades del Sistema Nervioso. En 1885 Freud consigue su primer cargo de importancia como profesional, se le asigna la cátedra de Neurología en la Universidad de Viena. En este ambiente constata como la ortodoxia y la comodidad de los profesores incuestionables haría imposible el avance y la búsqueda de la verdad en cuanto al origen y tratamiento de las Neurosis, que comenzaba a ser problema dentro de la epidemiología clínica de la época.  Es entonces cuando aspira a una beca para ingresar a trabajar con el Dr. Jean Martin Charcot en la Salpêtriere, en París. Conocía del tratamiento revolucionario, la hipnosis, que estaba aplicando este eminente científico con las enfermedades del sistema nervioso. Allí Freud llegó a destacarse y a ser amigo personal de Charcot, con quien se convence de que la histeria es una enfermedad de origen psicológico que requiere su propia y definida terapéutica. Es así como la psicología adquiere para él su principal tema de interés y se va apartando del microscopio y de los estudios anatómicos. Al llegar a Viena presenta sus hallazgos en el campo de los que sólo recibe frialdad e ironía.  Su terquedad y profunda convicción le cierran definitivamente las puertas de la academia en Viena. A pesar de este rechazo académico su consulta privada comienza a tener éxito y con ello su persistente deseo de contraer nupcias con Marta. El 14 de setiembre de 1886 comienza a construir su nuevo hogar.
 
Freud siempre tuvo necesidad de un amigo cercano con quien poder compartir sus inquietudes clínicas, al comienzo de su actividad privada estuvo muy cerca de Breuer y ambos fueron descubriendo la importancia de la catarsis en la cura de la histeria.  Es así como ambos pensadores comienzan a transitar por el mundo del inconsciente sin contar con una técnica ni con una teoría acabada de la psique.  El caso conocido como el de “Anna O” constituye el primer esfuerzo intelectual y de indagación en la comprensión de este mundo en el que hasta entonces nadie se había atrevido a entrar y en la importancia de la palabra para el tratamiento de las neurosis.  De este trabajo común y sostenido nace “la asociación libre” como herramienta terapéutica y base del psicoanálisis.  Según este método Freud pedía al paciente que se recostara sobre un cómodo sofá, que tratara de decir todo lo que le pasara por la cabeza con la menor censura posible y si el paciente mostraba resistencia colocaba la mano en su frente y presionaba levemente. Cada vez más Freud fue perfeccionando su técnica, dejando al psicoanalista solo para interrumpir ocasionalmente. Con este método Freud descubre la importancia de las fantasías sexuales en la aparición del síntoma neurótico, y de esta forma concluye que toda neurosis es el producto de la represión que siempre es de contenido sexual. 
 
Emprendió de esta forma una fuerte lucha con su entorno social y académico, que vieron con horror lo que calificaron de una obsesión perversa de Freud. No transigió, pero no le quedó otro camino que pagar un alto precio por su indomable voluntad. Se revistió de una actitud de aislamiento y se subió a un pedestal frente a sus colegas lo que emprendió en términos de defensa pero a la vez le permitió seguir adelante con su trabajo.  En este estado tuvo la necesidad de encontrar a otro interlocutor, Freud en realidad soportaba poco la soledad intelectual, el escogido fue Wilhelm Fliss. De esta forma Freud sentía que al menos una persona valoraba su trabajo intelectual. En esta época Freud sufre su más aguda crisis existencial, pasa por períodos de depresión intensos o períodos de euforia que le impiden su trabajo intelectual y lo fuerzan a realizar más bien el trabajo de su propio inconsciente. Fliss ocupa el lugar de su analista. Al final de esta difícil etapa Freud sentencia: “Soportar las verdades totalmente desnudas y enfrentar con toda calma las circunstancias, he aquí la cumbre de la soberanía”.
 
Su personalidad, impregnada de una tendencia natural a la sinceridad y de un amor inquebrantable a la verdad y a la justicia, repudiaba todas las formas de engaño y ambigüedad, todas las molestas e hipócritas formalidades habituales en las relaciones sociales.
 
La actitud emocional hacia colaboradores y amigos tuvo siempre una gran trascendencia para él, pues la presencia de ellos acallaba, de alguna manera, la inseguridad en su obra o los fallos en su autoconfianza. A la vez creaba en él una particularísima susceptibilidad, íntimamente unida al peligro y al miedo a perderlos. Esa necesidad de los demás se veía acentuada, a menudo, por un sentimiento de dependencia, que producían irremediablemente la sobreestimación de la otra persona. El riesgo de un ulterior desengaño era casi inevitable.
 
Freud nunca creyó en la existencia de un ser sobrenatural y la verdad es que tampoco sintió la necesidad afectiva de tal creencia. Pensaba que todas las explicaciones estaban en el mundo de la naturaleza y consideraba ilusorio, superfluo, la invención de otro mundo imaginario fuera de ella. Sin embargo, siempre le intrigó el tema religioso, en concreto, los motivos que la gente tenía para necesitar dichas creencias. De dicha indagación construye gran parte de su teoría  sobre el inconsciente y las neurosis. Como dato curioso sobre su dinámica emocional Freud confiesa “Un amigo íntimo y un odiado enemigo fueron siempre indispensables a mi vida emocional”
 

5 de mayo de 2015

La Admiración

Vivimos admirados pero en el sentido de tener que afrontar todos los días hechos insólitos. No transcurren nuestros días con la tranquilidad del que se despierta en habitaciones conocidas, que sabe dónde quedan sus cosas que dejó en su sitio la noche anterior y con seguridad camina por su casa emprendiendo una rutina. Ni siquiera al asomarnos al espejo ya reconocemos el rostro, la cara que nos ubica como seres humanos pertenecientes a una comunidad conocida y con la cual nos identificamos. Todo parece haberse diluido en  un mundo sin sentido, absolutamente trastornado en el que caminamos a tientas haciendo enormes esfuerzos por volverle a dar una forma reconocida. Armamos nuestros parapetos con trabajo y mucho esfuerzo pero basta una sola experiencia, un solo grito destemplado, una sola intervención absurda para que de un sopetón volvamos a caer estupefactos, admirados por la insensatez, perplejos con lo absurdo, perdidos en la dimensión de la soledad.
La admiración fue considerada tanto por Platón como por Aristóteles como el origen de la filosofía. Según dichos autores la filosofía surge por la perplejidad, por la sorpresa y por ese desconcierto íntimo que produce y que encamina al ser humano por preguntas no dirigidas al saber práctico, sino al saber existencial, en un esfuerzo por volver a encontrar un sentido que arroje coordenadas en tal desorientación. También señalaba Aristóteles que esta admiración encamina al ser humano a la creación de mitos, a forjarnos cuentos llenos de elementos maravillosos que nos proporcionen un mundo imaginario con el que soñamos o en el cual nos recreamos aunque sea por un rato. Los mitos no solo tienen esta función, también nos explican ese mundo interno lleno de emociones que solemos dejar en el olvido cuando todo pareciera transcurrir sin contratiempos. Es decir en estos momentos en el que nuestro paisaje conocido nos abandonó podría ser tierra fértil para la creatividad y la imaginación si no nos dejamos golpear por la desesperanza y el malestar.
Decía Freud en una carta a Lou Andrea Salome “Yo no puedo ser un optimista, y creo que solo me distingo de los pesimistas en que las cosas malas, estúpidas y sin sentido, no me molestan, porque las he aceptado desde el comienzo como parte de lo que el mundo está hecho”. Estamos rodeados de hechos estúpidos y sin sentido, no hay dudas al respecto, pero ante ello corremos el riesgo de quedarnos lamentando y abatidos por la mala fortuna y dedicarnos solamente a pensar en las dificultades a enfrentar para la sobrevivencia diaria o por el contrario nos dedicamos a inventarnos un mundo amplio aunque sea, por los momentos, no compartido y en solitario. Cuando nos toque construir nuevamente nuestro espacio querido, reconocido y compartido; cuando nos encaminemos a encontrar lo deseado como sociedad, todo este arsenal creativo será de una utilidad invaluable y esto sí es tarea de cada uno de nosotros.
Es precisamente en los momentos revueltos e incomodos donde se pone a prueba el temple que hayamos adquirido. Ante la adversidad y el desconocimiento de lo que nos rodea tenemos el peligro de inhibirnos en la acción y quedar inertes ante las tempestades. Vencidos seremos arrastrados por la marea del mal. Una de las formas que adquiere la derrota es la violencia que se está desencadenando en todos los sentidos, el malestar que se manifiesta a través de la rabia. Es natural que sintamos rabia ante tanto exabrupto impuesto al más elemental sentido común, pero hay que ser cuidadoso y prevenidos para que no nos dejemos invadir por este sentimiento tan destructivo que acaba por derrumbarnos. Toda pasión hay que encausarla para que proporcione los frutos constructivos que anhelamos, claro si estamos del lado de la responsabilidad y el compromiso con la vida que nos ha tocado vivir. El que no se encuentre de este lado de la historia dejemos que se cocine en su mejor salsa de resentimientos, ofensas y bravuconadas porque son muestras de que el malestar se los está tragando.
Admira como hemos sido puestos en juego en nuestras identidades, como se manifiestan los rasgos de despersonalización, la pérdida de orientación y lugar de muchos opinadores de oficio. Los narcisismos que impulsan a querer desaparecer al otro están haciendo una manifestación generalizada, no se admiten divergencias porque lo que está en juego es una suerte de auto afirmación a muerte. Los descalificativos personales, la destrucción del interlocutor es la respuesta inmediata al que se atreva a manifestar divergencias. El argumento no es lo resaltante, es la persona a la que se tapiza  con toda suerte de adjetivos y por doquier hay un enemigo escondido al que se espera asome la cabeza para cercenarla con un golpe duro y cruel. Se busca a toda costa ser admirado por el otro y si esto no sucede se sacan a la intemperie las pulsiones de muerte que muy pocos se han abocado a la tarea de neutralizarlas.
Como muy bien manifiesta Fernando Savater está más en juego la vanidad que las exigencias propias, el orgullo de emprender una tarea aunque no tenga la aprobación de la mayoría, y a veces ni la propia tampoco. “’Con lo que yo lo admiraba a Ud., pero me ha decepcionado cuando escribió tal cosa o hizo tal otra’ Este tipo de declaraciones animan y hacen sentir vivo porque demuestran que no nos hemos convertido es estatua: seguimos caminando, tropezando, y cayendo pero en marcha, mientras que el decepcionado se queda refunfuñando junto al monumento del pasado, mirando a las palomas irreverentes que le cagan en el sombrero emplumado. Esa es la diferencia entre el orgullo, que se exige y valora a sí mismo a pesar del criterio de la mayoría, y la vanidad que solo come de la mano ajena”. Así que vivimos admirados, perplejos ante tanta insensatez y al mismo tiempo demandados por admiración de los vanidosos. Insultados por los rabiosos de ambos bandos en la que hoy se debate el país.
La necesidad de tener razón es signo de la mente vulgar, nos decía Albert Camus y es precisamente de la vulgaridad que nos tenemos que salvar. Volteemos nuestra mirada y nuestro esfuerzo en construir un mundo creativo, por los momentos solo para cada quien. No es lo ideal, es verdad, pero la tarea es enfocar nuestra admiración hacia lo bello que aún existe y solo espera ser cultivado.
Yo no puedo ser un optimista, y creo que sólo m