30 de junio de 2015

El interlocutor

Cuando hablamos de tener un interlocutor estamos aludiendo, en primer lugar, a una buena escucha. Otra persona que no solo entienda lo que estamos diciendo, o tratando de expresar, (quizás de manera balbuciente por lo intricado del contenido a compartir), sino que también tenga el don de interpretarnos y pueda devolver con palabras o gestos una íntima conexión. Cuando tenemos la fortuna, porque no es para nada fácil, de contar con interlocutores, cualquier soledad queda diluida en por lo menos una esperanza. De ahí el gran alivio que produce no solo la persona que sabe escuchar sino cualquier obra humana: escrito, película, expresión artística, poema, en la que uno se identifica y pueda reconocer sentimientos y expresiones propias que aún no se tenían bien articulados. La sensación de no estar solos y perdidos en una oscuridad es inmediata. Estar en una multitud ruidosa, puede divertir por un rato y sobre todo a ciertas edades, pero en el encuentro con amigos podemos salir de esa rueda viciosa en que se convierten nuestros pensamientos en soledad.
 
Ahora bien, no siempre las relaciones de intercambio son iguales, ni para el interesado en hablar, ni aquel que se pone en el lugar de la escucha. Lo más común en las relaciones amistosas es que se produzca una identificación, generalmente sobresale uno en esta complicada relación que se sitúa en posición adelantada, sin que haya un árbitro que marque la falta. El otro de esta relación quiere parecerse a él, lo admira y por lo tanto lo imita. Fenómeno que se observa con mucha claridad en los grupos juveniles, hay uno de sus miembros que se destaca por su capacidad de liderazgo y los otros que siguen en masa y van adquiriendo los mismos rasgos, caminan, hablan y se comportan de manera muy similar. También se puede observar esta uniformidad en grupos de adultos como empresas, asociaciones científicas, partidos políticos y yéndonos a sus expresiones extremas grupos religiosos y comunas de todo tipo. El ser humano mientras más perdido esta de sí mismo busca pertenecer a grupos cerrados que le faciliten una identificación masiva. Se comparten ideas, maneras de ver la vida, sentimientos y con toda seguridad se disfruta y consume los mismos objetos. “Todos somos uno” es la consigna y es, por supuesto, el lugar imaginario que ofrece la ilusión de ser comprendido.
Puede haber otro tipo de interlocutor y de relación en una comunicación. Cuando se trata de un intercambio entre iguales en la que a ninguno le interesa ofrecerse como autoridad de ningún tipo, podría conseguirse una escucha desinteresada que tenga como única meta la comprensión del otro y sus dificultades. Este ser interesado en saber fue el que ocupó Sócrates, quien se situó como un sujeto que no sabe y que por lo tanto  interrogó a los demás, quiso saber.  Es una persona seductora porque se ofrece como el dispuesto a comprender, a escuchar y abre espacios de libertad al hablante, no le fastidia en las banalidades que se pierda, sabe que en su cháchara siempre dirá algo que es de crucial importancia para el otro y para él, puede acceder a la empatía con el sufrimiento y a las ataduras que traban el acceso al deseo. Escuchar de esta manera es reconocer y respetar la libertad del hablante y no estar interesado en formar grupos de seres idénticos.
En estas diferentes posiciones de escucha hay una implicación ética. Se quiere y se concibe los seres humanos como seres únicos, independientes y libres o se quiere tener masas informes de seres uniformados, que piensen, actúen y vivan de igual manera. Por lo tanto también el papel del seductor debe y tiene que tener los límites muy bien marcados, la seducción solo será permitida para provocar que un discurso se despliegue en libertad, de ninguna manera para llevar a otro a identificarse con nadie, solo consigo mismo. Tampoco para provocar acciones que no sean acorde con el deseo particular de cada quien y que por lo tanto sean de su absoluta responsabilidad. Podríamos extrapolar estas coordenadas orientadoras a sociedades y la complejidad que está sobre el tapete, en el mundo actual, con sus dirigentes. Un dirigente de grupos tiene que ser, en primer lugar, un buen escucha, un interlocutor. Debe saber pulsar y tener un buen tacto para entender las situaciones históricas por la que un país atraviesa. De allí que puedan surgir rufianes seductores que uniforman, o tratan de uniformar a toda una población o podemos escoger interlocutores que entendiendo las circunstancias y abran un espacio de respeto y libertad.
Sin embargo, no basta con entender sino que se deben dar señales de que se está  en sintonía. Es la interpretación que devuelve un enigma pero que apunta a lo que se recogió con una buena escucha. Vías de conexión humanas que disminuyen considerablemente los niveles de tensión y angustia que provoca la tragedia de sentirse atrapados en situaciones de grandes insatisfacciones e imposibilidades. Dejar en un vacío al otro es, simplemente, un crimen y un desprecio por los que compartimos la aventura vital. Es la tarea y obligación primordial del dirigente político, es una posición ética en su supuesta vocación de servicio público. Si no es ésta su preocupación estamos, entonces, en presencia de un estafador. Si no quiere saber del dolor y deseo de bienestar del otro, si no se presta a escuchar porque cree que todo lo sabe, es un prepotente que terminará, en el mejor de los casos, despreciado por su propia comunidad.
Hoy las redes sociales están cumpliendo un papel importante, ofrecen la posibilidad de leernos y entendernos, de denunciar y quejarnos, de pedir y rechazar. Gracias a estas posibilidades tenemos un mundo donde cada vez se hace más difícil el engaño y la estafa. Se amplía la posibilidad del intercambio interdisciplinario y donde lo social y su compleja manifestación se hacen acontecimientos diarios. Hay que saber usar estas herramientas que también comportan una responsabilidad. Las usamos para mentir, para tirar al boleo rumores falsos alarmantes o las usamos para conseguir interlocutores que están pensando igual y quieren un mismo desenlace colectivo con un respeto irrestricto por el otro, es una decisión individual pero también es una responsabilidad colectiva.
Un buen interlocutor abre la posibilidad que uno sea uno mismo y sea respetado por los demás, es la única posibilidad de sentirse como en casa. Estamos fallando y de manera importante en la interpretación del país y como comunicarlo.

23 de junio de 2015

La dificultad de ser un héroe

El héroe moderno surge cuando los valores primordiales en una sociedad se encuentran seriamente comprometidos. Su mayor deseo es servir a una colectividad que se ve forzada, por mentes autoritarias, a abandonar sus costumbres y maneras de concebir la vida. Se ofrece como sacrificio y demuestra con todas sus fuerzas su probidad moral pero exige que su sacrificio sea recompensado. En nuestra época el héroe calcula ganancias y pérdidas, no debería entregarse, como lo hacía el mártir, a una causa inútil, es decir, su entrega debe traer resultados acorde a su determinante demanda. Todo cambia según va cambiando las sociedades y nuestras maneras de situarnos en el mundo. La época de la inmolación personal basada en creencias de una vida en el mas allá ha desaparecido, o por lo menos en el mundo occidental. Se quiere una compensación que reporte una ganancia en la vida que conocemos y estamos viviendo. Vemos con un gran asombro y perplejidad los “mártires modernos”, sin embargo, podemos respetar los “héroes modernos” pero nos asustan sus cálculos porque nunca sabemos si su demanda ha sido medida con acierto.
 
El héroe renuncia a su vida propia, deja de lado todo vínculo personal amoroso porque posee la inamovible creencia que no se puede vivir de cualquier manera. Es un firme convencido de que de nada vale tener una familia, amigos, hijos e intereses propios si  se tiene que vivir humillado por déspotas que se apropiaron de la justicia y del bienestar de su país. Es la misma situación que se vivió al inicio de la era Moderna cuando se estaban construyendo el Estado-nación, época del heroísmo o del patrioterismo histórico. Tal como lo vivimos en nuestras actuales circunstancias, las poblaciones se veían impelidas a luchar contra fuerzas extrañas que venían a arrebatar sus más firmes creencias y bienestar. Surgían entonces los héroes quienes se destacaban por su entrega incondicional y eran seguidos por toda la población que se defendía de tales arrebatos. No eran abandonados porque en aquel entonces se contaba con seguidores firmes, que también concebían “la causa” como el único valor importante a ser defendido con total entrega.  No es el caso de hoy.
Hoy nos encontramos en una “vida liquida” como bien la definió Zygmunt Bauman “La sociedad ‘moderna liquida’ es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutinas determinadas. La liquidez de la vida y de  la sociedad se alimenta y se refuerzan mutuamente. La vida liquida, como la sociedad moderna liquida, no pueden mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”. Descripción que cada vez se nos hace más palpable y cotidiana, vemos y ya ni con asombro, que en lugar de estar clamando por la vida de un héroe y “su causa” la cual constituye un bien común, la población se encuentre corriendo detrás de camiones que transportan mercancías aunque no se sepa qué tipo de carga es la que gasta el tiempo y el interés. Nos encontramos con el fenómeno de una sociedad volátil que no responde a estrategias porque estas se vuelven caducas en muy poco tiempo. No se pueden extrapolar experiencias del pasado porque éstas ya no responden a las formas actuales. “Los fieles” a los héroes del pasado ya no existen en nuestro mundo actual, ya no son “tan fieles”.
De esta manera queda el interrogante, válido, por los resultados o lo que se espera obtenga el que renuncia a su vida propia por un bien común. Queda el temor de que no se logre un efecto palpable y queda el terror de que se pueda echar por la borda lo que sería un acto justo y conmovedor. Un acto que dependiendo de sus resultados puede estar lleno de seriedad, rigor y dignidad puede perder su estatuto de heroicidad y convertirse en un error de cálculo y en un acto suicida, en donde estaríamos pisando otros terrenos. Es fácil cruzar la línea entre un acto loable y un arrebato de simple locura y este delgado límite simplemente lo determina la estrategia. No es fácil para aquellos que sienten que pase lo que pase ya no les importa porque en definitivamente ya su vida les ha sido arrebatada, quieren dejar aunque sea un testimonio, aunque sea una tragedia. Se entregan a manos criminales porque sienten que es la única forma de obtener una dignidad que les ha sido arrebatada. Mientras una parte del país que aún conserva las esperanzas observa, con un alto costo de sufrimiento, como le puede ser arrebatada una vida valiosa para la construcción de una nueva patria.
Si no todo está perdido, si hemos ganando terreno a nivel nacional e internacional, lentamente pero al parecer a paso seguro, ¿por qué tenemos que ser sometidos a un nuevo horror con todos los ya padecidos? Nos estamos enfrentando a nuevos y muy peligrosos enemigos y estas batallas e inmolaciones personales han caído en desuso; o somos todos o no debe ser un hombre en solitario recluido y sin mucho apoyo palpable en una cárcel, en donde sus verdugos prefieren barrer al mundo que ceder a un mínimo de justicia y piedad.  La angustian se ha acrecentado por estos días y más cuando no lo están advirtiendo los importantes pensadores de nuestra época. Bauman pareciera estar describiendo nuestro drama al escribir las siguientes líneas: “A medida que la sociedad moderna liquida y su consumismo endémico avanza, los mártires y los héroes se hallan en franca retirada. Hoy encuentran su último refugio entre aquellos pueblos que todavía libran lo que a muchos habitantes del planeta (quizás, a la mayoría de ellos) se les antoja una guerra contra todo pronóstico de victoria y que ya tienen perdida de antemano; una guerra contra las formidables potencias financieras y militares globales que asedian los escasos territorios vírgenes que aún quedan con el fin de implantar su forma de “vida nueva” dondequiera que vayan (un modo de vida que, para quienes lo reciben, augura el fin de la vida que habían conocido hasta entonces y, quizás, incluso el fin de la vida en general)”.
Estas personas decididas por una “causa” son difíciles de persuadir, su empeño no permite que cedan en su ideal y métodos. Pero hay que advertir que su genio heroico los puede conducir con mucha facilidad a graves e importantes equivocaciones.

16 de junio de 2015

La orden de ser un “Individuo”

Actualmente se valora de forma privilegiada el ideal de conformarnos en individuos únicos, diferentes a los demás; se vive haciendo un esfuerzo enorme por no ser confundidos con grupos uniformados que actúan guiados por patrones impuestos. Queremos ser diferentes, no parecernos a nadie, estar constantemente inventando fórmulas que sorprendan e interroguen al resto de los mortales. Queremos vivir provocando de forma continua exclamaciones de admiración ¡Como se le ocurrió! ¡Se necesita ser valiente! ¡Eso es realmente reventar con todo y comenzar de nuevo! ¡Eso es lo que se llama ser realmente libre! Ideal que se nos venden en el mercado de valores humanos como la conquista privilegiada de una vida original y creativa, individuos que muestran el carácter admirado por aquellos que se saben en una constante lucha por “deslastrarse” de ataduras, compromisos y lealtades que se sienten obligantes. No se admira el quedarse se admira el movimiento, el que se va de sí mismo. Se dejó de valorar el compromiso, se admira la aventura y si es de alto riesgo mejor. Es por ello que sin pensarlo dos veces elegimos al diferente, al aventurero y extravagante como un ser superior capaz de regir el destino de toda una colectividad.
 
Nos falta la tranquilidad que requiere el sentarnos a interrogar estos lugares que se han convertido en “lugares comunes”. Hoy más bien ser diferente es tener la valentía de asumir que ningún valor altamente consumido, sin ser tramitado por las responsabilidades individuales que todos tenemos y debemos atender, es un valor humano diferente y preciado. Ser un individuo en una sociedad es en primer lugar aceptar las responsabilidades que se tienen con el grupo humano al que se pertenece, saber cómo se debe actuar y cómo no se puede interactuar. La libertad que se ha querido conquistar a fuerza de un irrespeto y desprecio por el otro, en realidad es simplemente un desparpajo, no es la libertad que se requiere para poder conformar una vida a la manera de cada quien. No se conquistan libertades causando destrozos alrededor y destruyendo la necesaria inserción que todo individuo debe tener en su sociedad. Esta falta de inserción es precisamente el sufrimiento de los excluidos, no por decisión sino por las injusticias que se contemplan en toda sociedad. Actúa de forma estrambótica precisamente el incluido que se da el lujo de tirar todo por la borda para sentirse que es un “individuo único”  el que no se doblega.
Esta actitud bravucona que llevada a términos caricaturescos nos impacta como infantil, nos ha hecho perder como sociedades seguridades que habíamos conquistado. El ser humano ahora vive como paria, sin un hogar, sin vecinos confiables, sin amigos leales con los que se pueda contar en un momento determinado, sin la protección del Estado y realmente hemos dejado de ser verdaderos individuos, porque este término solo se refiere al componente último de una sociedad. Así que buscando libertad, de forma irresponsable logramos perder seguridad y patria. Es precisamente este delicado equilibrio entre el deseo de libertad y la necesidad de seguridad el continuo batallar del ser humano, quizás insoluble como lo plantea Zygmunt Bauman, pero a ambas vertientes debemos atender, priorizar una sobre otra ha conducido a enormes malestares. Si entregamos libertad por seguridad nos sentimos aplastados y subyugados y si conquistamos libertades sobre las seguridades nos invade el dolor de la soledad y el terror de la precariedad a la que conduce la exclusión. Es precisamente el “drama” del que nos habló Ortega y Gasset.
Sin duda para haber llegado a una forma de convivencia que se nos hace hostil, difícil para la tranquilidad, realización y confort de cada quien, tendríamos que comenzar por entendernos, por entender en el plano individual qué descuidamos en nosotros mismos, cómo nos dejamos arrastrar a una oscuridad en donde se nos hace difícil vislumbrar los objetos, encontrar las palabras, buscar los puntos de orientación y reconocer lo que nos está permitido y lo que no nos esta. Qué es armonioso a nuestro alrededor y qué dejamos al descuido y convertimos en ruinas. Qué dejamos de construir en nuestro mundo íntimo por comodidad o cobardía y qué dejamos de respetar y adornar en nuestro entorno. Seremos “individuos” valiosos si hacemos un esfuerzo por formarnos, por manejar con propiedad el lenguaje y los símbolos que nos formaron. Seremos “individuos únicos” si tratamos a los demás como los seres indispensables que son y los cuidamos. Debemos darle sentido a nuestro mundo porque en este infierno de formas retorcidas solo podemos obtener muerte. Vivimos en un abismo colectivo que clama por construcción y belleza.
No solo de libertad vive el hombre y pareciera que lo que se pide a gritos es cada vez una mayor “libertad” para poder ejercitarla sin frenos y en una bajada empinada y peligrosa. Otros agobiados por botas aplastantes también clamamos, justificadamente, por libertad, la cual debemos conquistar para construir una sociedad armoniosa entre todos con mucha responsabilidad y respeto por la vida de todos. Conquista indispensable si queremos ser verdaderos “individuos” autónomos, felices y dignos.

9 de junio de 2015

Tiempos de canallas

Tiempos de cambios y de poco arraigo, tiempos de movimientos y de constante búsqueda, tiempos de vida práctica y de intentos constantes de un nuevo comienzo. Cambios profundos para aquellos que esperaban vivir en su comunidad y desarrollar sus planes dentro de sus costumbres, valores y la familiaridad de lo conocido. Nada de lo pasado ya puede enseñarnos como construir un futuro, las herramientas no son las mismas, el comportamiento de las sociedades son totalmente distintas y dentro de la plasticidad vertiginosa e impredecible del comportamiento humano las limitantes de advertencias de los viejos sabios se convierten en abismos insalvables. El “te lo dije” pierde todo sentido porque generalmente ese “te dije” no dio en el blanco de los acontecimientos, sucedió todo lo contrario bajo la mirada perpleja del que pensaba que sus pronósticos no fallaban. Es que resulta que nuestro mundo, si “nuestro mundo” es un perfecto extraño como lo están revelando los pensadores de la época. “El mundo entero como lugar extraño” de Néstor García Cunclini y “Vida liquida” de Zygmunt Bauman y que invitan a cambiar las preguntas con las cuales interrogamos nuestro mundo.
El mundo cambió radicalmente y quedamos perplejos porque queremos seguir interpretándolo con los conceptos de un pasado cercano. Pareciera, nos dice Néstor García, que ya no nos interesa el desarrollo democrático, al parecer ya las utopías de una sociedad libre quedaron para distraernos en la utilización de preconceptos que solo identifica algunos rasgos de nuestras sociedades, pero que deja por fuera la comprensión de las características del hombre en nuestro días. Este nuevo ser humano comienza cada día con nuevos horizontes y tira al cesto de la basura lo construido el día anterior. El hombre que no hace historia porque no está interesado en conservar nada, ni su casa, ni su familia, ni mucho menos una tradición. El nuevo hombre que ha perdido el lenguaje de la interculturalidad, a quien no le interesan los relatos que nos cohesionan ya que han callado a los abuelos por la tristeza que causa el no ser oídos. El hombre que ya no tiene patria, que como aconsejó Bill Gates para el éxito empresarial, debe estar dispuesto a “destruir lo que él mismo ha construido” tener “tolerancia a la fragmentación” y solo estar disponible para “articularse en una red de posibilidades”. La persecución del éxito medido en cuentas bancarias y muy lejos de aquel valor ético de la responsabilidad.
Así que no es raro que para aquellos que se prepararon para disfrutar de lo construido se vean invadidos por una sensación de extrañeza, ya nada nos resulta seguro y estable porque si no estamos dispuestos a destruir ya aparecerán otros que lo hagan por nosotros. La máquina destructora de papeles se puede erigir en la efigie de la época que intenta ocultar huellas, que logra destruir caminos, que se pasa la vida desatando los nudos del arraigo. Da lo mismo vivir en la patria donde naciste o emigrar a otros lugares, de igual forma estés donde estés lo importante es conectarte por internet, comunicarte con desconocidos y luchar por una sobrevivencia anónima y eso es posible hacerlo desde cualquier lugar. En esta comunicación, que tiene su encanto pero no compromiso, es donde la democracia es más vulnerable. No hay responsabilidad porque la mayoría se esconde detrás de un seudónimo, insulta, maltrata, descalifica y apaga la máquina.
Camus decía que la patria es la “justicia” pero vemos muy de cerca la poca importancia que tiene, en el mundo real, la distinción entre el bien y el mal. Terroristas tratados como interlocutores, narcotraficantes ocupando puestos de poder en las naciones, bandidos protegidos por la red bancaria internacional, las organizaciones de deportes y entretenimiento dirigidos por trúhanes, los violentos dueños de las áreas públicas y la gente honesta recluidas en cárceles, vejados y maltratados. ¿Tenemos, entonces, patria? No, definitivamente no la tenemos, si entendemos como patria ese lugar conocido, amable, acogedor que una vez tuvimos y que hoy perdimos. Es este, sin duda, un mundo extraño y para muchos hostil, un tiempo que podríamos muy bien calificar como “tiempo canalla”. De acumulación de poder, de riqueza, de armamentos sofisticados para la destrucción de la vida, de las alianzas prácticas por intereses privados entre los países. Nos rodea la muerte y la destrucción y asi seguimos para adelante con la cada vez más firme convicción que se trata de un “sálvese quien pueda”.
Son las mafias las que se adueñaron del mundo, no hay rincón por las que no asomen y según nos comenta Néstor García en su libro es la “informalidad” la que permitió este resultado, que hoy tiene la mayor expresión en nuestro país con la proliferación de los “bachaqueros” sector que no tiene la más mínima noción de responsabilidad con el país que los formó, pero que han constituido una forma muy rentable de ganar dinero. Así no los expresa García Canclini “Uno de los desencadenantes de la violencia tan agresiva que hay en el capitalismo contemporáneo, no sólo en México, es la informalidad, la informalidad comenzó a ser reconocida hace muchas décadas en los estudios laborales como la fuerza de trabajo no regulada, que no disponía de salarios fijos, contratos durables y obligaba a vivir en la inestabilidad, pero esos sectores eran minoría, con los años han crecido, como vemos en México y casi toda Latinoamérica, la mayor parte de la población trabaja en la informalidad”.
La tarea por emprender es enorme y no solamente en nuestro país, en el mundo entero. Si queremos recuperar valores de responsabilidad, justicia, arraigo y convivencia debemos comenzar a voltear nuestra mirada seriamente hacia la educación y los afectos. Que vuelva a circular con orgullo y posibilidad esa expresión ya casi desaparecida por las circunstancias crueles que vivimos, “la responsabilidad por la sociedad a la que se pertenece”. Tiempo de canallas que solo podremos combatir con una firme decisión por defender lo nuestro.

2 de junio de 2015

Solidaridad

Buscarse un refugio individual y protegerse de las múltiples amenazas que nos acechan ha sido nuestra respuesta natural a la desprotección absoluta que vivimos como sociedad. Construir barreras que aíslen las calles de las urbanizaciones que transitamos, cámaras de seguridad que vigilen al que se acerca y mantener un talante de hostilidad y sospecha se ha convertido en nuestra idiosincrasia actual. Ha desaparecido una disposición amistosa y la pesadez de nuestra cotidianidad nos ha amargado el carácter por no poder mantener la paciencia que requiere el soporte del otro diferente. La capacidad de pensar, la reflexión calmada y el debate de ideas se ha cambiado por la agresión descarnada y la descalificación del que consideramos un enemigo aunque en realidad no lo sea. En un ambiente así, de todos contra todos, se hace imposible la solidaridad requerida para poder combatir juntos a los verdaderos causantes de nuestro malestar, que en nuestro caso son los saqueadores que se apropiaron del poder del Estado.

Pero así no acabamos con la pesadilla, al contrario nos vamos cada día volviendo más atormentados por el terror, solo queremos tener todo asegurado para evitar lo que esperamos, la traición. El otro se nos va haciendo cada vez más extraño, perdemos, como nos lo recuerda Zygmunt Bauman, un lenguaje común y la capacidad de comunicarnos. Este estado de cosas tan perjudicial en la meta anhelada de volver a nuestro estado democrático, es lo que estamos presenciando en los actuales momentos entre los “pensadores” de la oposición venezolana. Los celos, las rivalidades individuales, los intereses propios, la sospecha es lo que alimenta el análisis político y como consecuencia la exacerbación de las pasiones encaminadas a destruir al otro moralmente. Una guerra fratricida con la ayuda de las herramientas modernas de internet que permite no dar la cara y mantener las puertas bien cerradas.  El país concebido como botín y como posibilidad de adquirir el bien más deseado el “yo tenía razón”, con este talante de irrespeto y mal genio la solidaridad es precisamente el comensal no invitado.
Mientras se debaten no las ideas sino “el que tenía razón” va apareciendo otro país, silencioso, sencillo, conmovedor, los ciudadanos comunes que emprenden acciones de verdadera solidaridad. Aquellos que se unen a los movimientos de protestas porque entienden que es su derecho a manifestarse si están siendo vejados y asesinados sin compasión en las calles. Aquellos que organizan recolecciones para los que necesitan del apoyo material y espiritual. Aquellos que no están poniendo en juego “su sabiduría” sino que se arriesgan en su caminar al error y que con humildad pueden y tienen la libertad de rectificar. Los que eligieron cooperar más que sentarse a criticar y a argumentar por los que tienen la razón. La solidaridad que se manifiesta en una sabiduría sencilla, sin palabras altisonantes de difícil comprensión, lo que no necesitan de la erudición para hacerse un nombre público. Esos seres, no ignorantes en absoluto, pero que saben que llegó el momento de actuar más que de hablar, son los que están manteniendo la esperanza del país.  
La estructura de una sociedad está conformada por las interacciones sociales, de la riqueza emanada de los intercambios de ideas y prácticas creativas surge la cohesión y características que como sociedad nos define. Las expresiones culturales, teatro, cine, libros y todo el despliegue de reflexión y recreación que viene realizando este sector de nuestra sociedad constituyen una de nuestras mejores e indispensables muestras de solidaridad. Estas actividades nos abren un espacio de encuentro en el que es posible el goce de lo bello y la posibilidad del pensamiento. Los espacios culturales son indispensables para la conformación de seres éticos, reflexivos y cabalmente humanos. Espacios que permiten la buena formación del carácter. A pesar de la destrucción de las bases sociales formales, instituciones y leyes, permanece este otro cemento social indispensable para la cohesión e identificación  que como seres que habitamos un mismo territorio debemos tener.
Estas dos manifestaciones, las iniciativas de apoyo que surgen de la sociedad civil organizada y las expresiones culturales que no se doblegan, son las que nos permiten no ceder ante nuestro deseo a pesar de la dura realidad que nos agobia. Y son precisamente estas actividades las que están construyendo los fundamentos de una nueva sociedad que está por nacer. La arremetida contra las Universidades y su control a través del ahogo presupuestario y criterios de selección de sus estudiantes son las manifestaciones de que en el saber está el germen de la subversión, la fuerza más poderosa contra el sometimiento y las pretensiones de uniformar al ciudadano bajo imposiciones confesionales. La libertad de pensamiento y las expresiones emanadas de la sensibilidad nos hacen únicos y a la vez nos proporcionan una identidad común y nos proporcionan un lenguaje compartido con el cual se hace posible la comunicación. Como lo expresó Dilthey “Cada expresión de la vida representa un rasgo común en el reino de la mente objetiva. Cada palabra, cada oración, cada gesto, cada formula de cortesía, cada obra de arte y cada hecho histórico resulta inteligible porque la gente que se expresa a través de ellos y aquellos que los entienden tienen algo en común”.
Así que tenemos dos países en este momento. Aquel que se manifiesta a través de la pugna, la desvalorizar, el mal carácter y la frustración, el que invierte sus esfuerzos en figurar destruyendo al otro; y el otro país que no ha cesado en las muestras solidarias del reconocimiento al otro, que respeta las diferencias e invierte sus energías en la creatividad, estudio y pensamiento. Solo nos queda escoger en cual queremos estar para atravesar estos duros momentos de tempestad.