25 de septiembre de 2018

Lo queramos o no



El siglo XIX fue una era agobiada por multitud de problemas y de cambios significativos en las organizaciones de las naciones y de las sociedades. Se produce un cuestionamiento sobre las bases incuestionables hasta el momento. Las ideologías, las divisiones de clases y las relaciones económicas, la ciencia y los roles sexuales. Las bases morales predominantes son cuestionadas y las creencias tomadas como ciertas son derrocadas por los avances científicos y los nuevos descubrimientos. Las sociedades comienzan a despojarse de camisas de fuerzas que restringían las libertades y ahogaban los intereses particulares. Siendo el grupo femenino el de mayor relevancia porque las mujeres eran las que se encontraban en condiciones prácticamente de esclavitud. Todo se pone bajo sospecha y comienzan a surgir grandes pensadores que darán contenido conceptual a los cambios que marcaran al siglo XX.

Ricoeur los denomina los filósofos de la sospecha a los pensadores que desenmascaran con mayor rigor argumental las falsedades escondidas bajo los valores ilustrados de racionalidad y verdad. Marx, Nietzsche y Freud con sus diferentes intereses van a provocar, para siempre, un cambio de la percepción de la realidad del hombre y el mundo. Nunca más veremos a las reglas económicas y las relaciones laborales como estáticas e incuestionables al advertir Marx que las ideologías son falsas conciencias. No es por tanto la ideología la que va a orientar la realidad sino al contrario es la realidad la que va a marcar las pautas de la concepción argumentativa y teórica.  Después de todo no es tan difícil de entender y no hay que ser un experto en la materia. La economía que nos quieren imponer con sus rígidos controles ha acentuado las relaciones de sometimiento y esclavitud de las masas laborales. Todo lo contrario a lo que pretendía Marx. Así, que lo queramos o no, no es el pensamiento marxista el responsable de esta aberración de la que somos conejillos de indias.

Nietzsche cuestiona la hipocresía moral imperante a finales del siglo XIX y denuncia los falsos valores. Aboga por una sociedad abierta, libre y de respeto por las individualidades. Veía a la moralidad reinante como un resentimiento contra la vida lo cual necesariamente va a conducir a la decadencia de la humanidad al convertirse el ser humano en esclavos de sí mismos. El dolor y la renuncia de los placeres como la vía regia a la beatificación y al alcance de cierta superioridad. ¿Cuál superioridad? En realidad, no sé. Otra denuncia de un hombre que sufrió en su propia vida la restricción al libre ejercicio de una vida tal como la quería. Tuvo la grandeza de no ceder en su pensamiento y de verter al mundo el producto de sus sabias cavilaciones innovadoras. Los poderosos morales, el hombre impoluto en su perenne inclinación al juicio ligero, de los señalamientos al otro, de los discursos atorrantes dictados desde su propio púlpito a seres humanos que están pidiendo respeto, no consejos. Lo queramos o no la valoración moral y la responsabilidad de los actos pasa a ser un asunto individual.

Freud pone al descubierto nuestro submundo inconsciente y saca a la luz la oscuridad pulsional que está constantemente empujando a una satisfacción mortal. El hombre de ahí en adelante sabrá que no es dueño absoluto de su racionalidad y eticidad, que él mismo se traiciona por lo que debe estar atento de no sorprenderse actuando de tal forma que no pueda reconocerse. La responsabilidad individual se acrecienta, ahora no es del otro que debemos cuidarnos sino de nosotros mismos. Monstruos y demonios habitan en nuestras casas y hasta Freud no lo sabíamos, no los veíamos. Fuerzas que no se llevan bien con la vida en sociedad a la que estamos condenados, no podemos hacernos daño pero tampoco debemos dañar a los otros. La maldad se entiende mejor desde que conocemos de la “pulsión de muerte” y sabemos que el ser humano que se entrega a una voracidad pulsional es muy peligroso. El poder es un deseo pero puede estar al servicio pulsional y devorar con sus fauces siniestras al que lo ejerce de forma despótica. De allí en adelante no será un hombre, devendrá en un canalla, en un monstruo. Lo queramos o no estos bárbaros despojados de humanidad infectan a los otros, el sistema inmunológico de una población en riesgo debe ser reforzado.

El mundo cambió y ya desde hace un siglo la humanidad viene entendiendo que la concepción cartesiana de un sujeto guiado por la racionalidad y la comprensión cabal de la realidad por la percepción y su interpretación directa puede estar equivocada. Somos víctimas fáciles del pensamiento irracional, de lo ilógico, lo mágico. Indefenso como estamos ante un mundo hostil y por las sombras propias que nos oscurecen, estamos siempre bajo sospecha. La ingenuidad es propia en el mundo infantil, pero lo queramos o no de ese sueño tranquilo tenemos que despertar para poder más o menos sobrevivir y conocer nuestros intereses. Ahora bien, estar atentos es muy diferente a ir por la vida jugando al detective e interpretar cada signo desde el manto oscuro que nos habita. Así no es la cosa, no es arrasar con todo y quedarnos en un limbo. Ricoeur el mismo que se avocó al estudio de los filósofos de la sospecha, manifestó “Pongo mi confianza en una cierta historia, una cierta tradición. Es una apuesta global sobre una palabra que no es la mía. Tengo confianza” Así que también, lo queramos o no, tenemos que vivir con un grado de confianza.

En particular tengo y he tenido confianza en nuestra rebelión, en nuestras luchas contra las injusticias y en la denuncias de nuestro sufrimiento. Tengo confianza en las fuerzas que tenemos aunque por momentos las veamos decaer por tanta decepción, pero ellas de repente surgen y no cesarán de surgir. Lo queramos o no somos el legado del pensamiento de la sospecha y sabemos que no solo debemos entender lo que nos pasa sino estamos obligados a revertir la situación y rescatar a nuestro país. Lo queramos o no ese día llegará.

19 de septiembre de 2018

No se puede con todo




Es muy doloroso ver como se nos va apagando el país poco a poco. Con cada uno de los establecimientos, íconos de nuestros encuentros, decimos adiós a hermosos recuerdos. Restaurantes que hicieron historia y que albergaron nuestras alegrías y amores con sus acogedores ambientes y sus platos típicos. Caracas tenía reconocida fama de buena gastronomía y variedad en sus ofertas para todos los gustos. Se podía degustar cualquier sabor elaborado por reconocidos chefs de todas partes del mundo. Nada que envidiarle a cualquier gran ciudad del mundo. Si se quería comer bien y variado bastaba con venir a Caracas en donde se podía disfrutar de una vida nocturna mágica. Cualquier día estaban llenos de gente conversando y disfrutando de copas de vino y el infaltable whisky. Alegrías y bulla porque hablamos alto y reímos a carcajadas provocando un ambiente lleno de vida y futuro. Estábamos contentos y lo festejábamos.

Tuve la oportunidad de ir a varios restaurantes en estos días, impresiona lo vacíos que se encuentran y como han decaído en la preparación de sus platos. Todavía se puede apreciar el buen trato en la atención aunque sin la escuela propia del buen servir una mesa, improvisados jóvenes con buena disposición. No es posible que se mantengan por mucho tiempo abiertos, así que irán cerrando poco a poco. El desempleo es enorme y se acrecienta. Venezuela se apaga.

Las librerías también comienzan a decirnos adiós. Esa costumbre de estar investigando, ver una referencia que interesa y salir a buscar un libro con la seguridad de encontrarlo se acabó. No es posible importar porque los precios son impagables para los que ganamos en bolívares y contamos con escasos recursos para medio comer. Ahora solo hablamos de cuánto cuesta el huevo o el arroz y como ingeniárselas para tener efectivo. Nuestras preocupaciones se redujeron a la dura lucha por la sobrevivencia. Las angustias son de tal magnitud que se dificulta el contacto con otras personas, nadie está “normal”. Me decía una vecina, profesional, que se había descubierto que la tierra es plana. Al principio creí que bromeaba pero cuando se explayó en su demostración un frío me recorrió la espalda. Quedé callada y contesté “que interesante” con ganas de trancarme en mi casa con llave.

En un muy interesante hilo en twitter de Gustavo Zapata refiriéndose a la alarmante cifra de suicidios que presenciamos en nuestro país, hacia hincapié en la importancia de restaurar los lazos sociales y reencontrarse con la solidaridad, la tolerancia y la empatía. Totalmente acertado, sería lo ideal pero no es lo que pasa. Sin desconocer las múltiples asociaciones y esfuerzos personales admirables que existen para dar apoyo y ayuda a los más necesitados y vulnerables de la población, el trato amistoso y de intercambio diario está trabado, porque cada quien está hablando desde sus particulares fantasmas. Si soy una persona religiosa estoy todo el tiempo rezando, si tiendo a ser mandona ando impartiendo órdenes, si tiendo al chisme y a meter las narices donde no me han llamado ando indagando y preguntando. Si mi flanco débil es sentirme menospreciada todo signo es interpretado como de desprecio. Todo acentuado, exagerado, sin disimulo y sin adornos. De allí que el aislamiento es una defensa para los que contamos con la suerte de aguantarnos en soledad.

Fui a una reunión de condominio porque está alborotado el tema del nuevo sueldo del conserje. Afortunadamente no hubo desacuerdos en aprobar las nuevas reglas de este juego macabro al que tenemos que ceder. Hay que pagar lo ordenado. Pero quedé alterada con el autoritarismo de la presidenta, hasta ese momento, del condominio. Muchas personas se alteraron por su arbitrariedad y ella seguía argumentando y mandando. Bueno ahora quiere acercarse a mí y con una simpatía “actuada” me pidió la invitara a mi casa a tomarse unos tragos y conversar. Vivo asomada a la puerta aterrada de verla cerca porque de algo estoy segura a mi casa no entra. El que no haya vivido en una guerra no puede imaginarse los demonios que se desatan. Yo me espanté cuando ganó Chávez en el 98, ese día mi mamá me dio el único Lexotanil que me he tomado en mi vida, pero si soy honesta no tenía ni idea de lo que tendríamos que padecer. 

Los seres humanos somos muy complejos y difíciles de entender, ya decía Marcuse que solo con la hipótesis de la “pulsión de muerte” se puede explicar el lazo inconsciente que une al oprimido con el opresor. En el análisis que hace Freud del carácter autoritario enfatiza que la persona dominante depende de los que dependen de él. En realidad es una relación simbiótica que debe mantenerse inconsciente. La identificación con el autoritarismo es muy fuerte se quiere poner al otro en la misma condición en la que uno se siente. Subyugados, vejados, mandoneados, sometidos. A diferentes escalas y con daños menores lo vemos por doquier. Si el que cuida un estacionamiento era mandón, “párese aquí, así no al revés, un poquito más atrás, eche para adelante un poquito, no así no, retroceda” hasta sacar de quicio al más pintado, ahora encontramos lo mismo pero exacerbado. No hablemos de los llamados al orden en los automercados. Todo el mundo es presidente pero uno autoritario.

Estas experiencias cotidianas son muy importantes para todos aquellos que se ofenden porque alguien les dice que algo se pierden por no estar aquí. Además qué saludable es no vivir en esta situación, no es para guindarse medallas de honor. Pero de algo estoy segura que el grado de tristeza, soledad y angustia del que decidió no irse es entendible y muy respetable. Dejemos que cada quien se defienda a su manera y tendamos puentes hasta donde podamos, sabiendo que no se puede con todo. Hasta en la consulta psicoanalítica siempre lo tengo presente.

P.D. Ruego a los dioses no me lean mis vecinos.

11 de septiembre de 2018

Como padres de psicópatas



Que una dictadura utilice el poder para distorsionar la dimensión ética no nos extraña en absoluto. Los principios coercitivos disfrazados de bondad solo sirven para justificar toda clase de tropelías. Grandes e intocables jueces que sentencian como se debe vivir y utilizan la fuerza bruta para imponerlo. Desde que el mundo tiene conocimiento y experiencia de los horrores del comunismo y el nazismo sabemos o, al menos, debíamos saber de estas argucias opresoras y asfixiantes. Pero sí alarma los visos moralistas que la población en general está adoptando. Los juicios sobre las conductas de los otros no tocan las propias. Mientras se dan el lujo de hacer y decir lo que se les antoja con el argumento de “yo soy así” les brincan a los demás con una furia mortal. Alarma porque es tan generalizado que pareciera que nos estamos introduciendo en un mundo ya superado de cruzadas religiosas.

No es fácil ningún tema relacionado con la ética, es fácil argumentar siempre  lo contrario, no tenemos fundamentación irrebatible. No soy partidaria de un relativismo donde todo es permitido desde la conveniencia, lo que conduce a un mundo donde se hace muy difícil la convivencia. Si creo que debe haber principios fundamentales como son el respeto al otro y la libertad ejercida con responsabilidad. Porque la libertad que ganamos proviene precisamente de haber renunciado a la arbitrariedad. Estos valores son aprendidos en casa y deben ser resguardados como esencia de nuestro ser humanos y ciudadanos. A un ser ético no le resulta difícil aceptar y acatar las normas que impone toda organización social, tarea de la política. Solo vale la argumentación desde la lógica discursiva. Se entiende que a cualquiera nos gusten ciertas conductas que consideramos “dignas” pero de allí a pedir héroes a diestra y siniestra, héroes masivos que se inmolen en nombre de principios es como demasiado.

A veces me asalta la idea que si los juicios que emitimos con tanta vehemencia estuvieran en manos armadas ya esta población hubiera desaparecido. Es precisamente lo que hace el poder autoritario, que porque tiene un poder sustentado con armas puede masacrarnos en la calle, matarnos de hambre o bloquear la libre circulación de ideas. Si ahora se dieron a la tarea de bloquear a los que escribimos es porque reconocen que las ideas que los contraargumentan son también muy poderosas. Así que de alguna forma seguiremos. La ética no es coactiva no impone castigos legales solo ayuda a la justa aplicación de la legalidad. Pero ya vemos cómo funciona la legalidad en dictadura, simplemente desaparece pero, eso sí, se conserva el discurso pseudoético de “por tu bien” a porrazo limpio tienes que aprender como hacen los padres que conforman psicópatas. La educación impuesta con métodos de tortura. Los Derechos Humanos es un papel arrojado al cesto de la basura. Los seres justo siempre esperamos y trabajamos para que la justicia se imponga.

Alarma que nos convirtamos en esbirros de los otros y comencemos a meter las narices en cómo viven y en cómo ceden en esta dura lucha por la sobrevivencia. Eso de andar por el mundo exhibiendo con desfachatez valentía es una postura que suena a farsa. Claro si no tengo necesidades apremiantes, como es el hambre, le puedo gritar un “NO” a métodos coercitivos. Pero si no es el caso solo un poco de sensibilidad nos guía, si no para aprobar al menos para comprender y sentir piedad. La rigidez superyoica hace sufrir enormemente, el superyó es muy cruel y mortífero con su imposición de goce. Enfrentamos constantemente situaciones dudosas que debemos decidir libremente sin dañar a otros. Reconozco solo dos mandamientos que no me gustan sean trasgredidos el “no matarás” y el “no robarás” sin embargo hay situaciones extremas que si bien no justificamos nos detienen a pensar. No quisiera verme nunca en esas circunstancias porque sé que de allí en adelante seré una desconocida para mí misma. Son situaciones límites que nos matan de alguna forma.
 
La relación de la política y la ética mantendrán siempre sus tensiones pero no pueden o no deben estar totalmente desligadas. La tendencia mundial a ir dejando la conducción de las Naciones en manos de una globalización regida por los intereses económicos no nos están enrumbando por buen camino. Si me permites meter la mano en tus arcas seré tu aliado hasta que los lingotes de oro nos separen, dado el saqueo se acaba toda promesa de felicidad compartida. Es simple y a la vez muy complicado. Apuesto por un mundo que vuelva a tomar los principios como sustento de la política tal como lo entendieron los griegos. Pero soñar no cuesta nada porque ese es un mundo cada vez más lejano. Mientras los poderosos andan a sus anchas haciendo fechorías los ciudadanos andamos a la caza de un desliz de alguno de los nuestros para caerle a batazos. No me gustan los videos de actrices dando las gracias al SAIME que tiene secuestrados a la mayoría. Me duele tal conducta de la hija del tío Simon, pero el malestar o bienestar por tal conducta solo recae sobre su autora. No me gustan las largas colas para sacarse el carnet de la patria. Pero sé que en esas filas hay gente muy disímil. Sinvergüenzas y gente muy necesitada.


Así que no debemos olvidar que hay un mundo real distinto al mundo formal, su fractura marca la dificultad en la consolidación de una verdadera democracia. Alejandro Serrano Caldera considera esta fractura como un hecho deliberado, una tendencia política por no cumplir las normas acordadas. Una cosa es lo que se dice y se firma y otra lo que se hace. Los hechos reales deben conducir las teorías que se esgrimen y argumentan y no al revés. Lo demás es dogmatismo, adoctrinamiento, rigidez superyoica, camisas de fuerzas limitantes. Esta afirmación de Javier Marías ilustra inmejorablemente el peligroso mal que estamos padeciendo “Que demasiadas personas renunciarían a razonar y a argumentar, y relegarían la verdad a un segundo o tercer planos, en favor de sus creencias, supersticiones e irreales deseos. Ninguno preveíamos, en suma, que en tantos aspectos el siglo XXI sería tan reaccionario y medievalizaste. Ojalá tome otra senda, para que el periodo 2039-2045 no se asemeje en nada al de cien años antes”

4 de septiembre de 2018

A pararse de ese balcón



Sentados en un balcón contemplando el mar y su horizonte siempre invitando a la imaginación. Los aviones despegan desde el aeropuerto no con la misma frecuencia como se observaba anteriormente. En silencio y construyendo historias, todas tristes, no podía imaginar sino personas diciéndole adiós a su país con dolor y en sus caras reflejadas las angustias por un porvenir incierto. Padres jóvenes con sus pequeños hijos que acababan de dejar a los abuelos llorando en el aeropuerto. Me guindé a llorar por mucho tiempo, lo estaba evitando pero al fin al cabo sentí alivio. Comencé a rememorar cuando me fui a Inglaterra a hacer un postgrado, circunstancias totalmente distintas, y sin embargo sentí la incertidumbre de tener que construirme un lugar con gente distinta, en otro idioma y costumbres diferentes. Por qué no decirlo, sentí muchas ganas de correr de regreso.  No lo hice y la experiencia fue extraordinaria, no había perdido a mi país y algún día estaría de regreso.

Tristeza es lo que se respira en Venezuela y de ella nos estamos defendiendo. Las formas son individuales, muy personales. Hay quienes se defienden con rabia, hay otros que se distraen peleando, hay quienes les dan por el chiste o por vivir atareados sin parar en ningún momento. Hay quienes se tornan verborreicos (lo que más insoportable se me hace) se meten en tu casa a cualquier hora y comienzan a bombardear. Hay quienes se vuelven solitarios, no quieren que ni los llamen por teléfono. Hay quienes viven en la calle y hay quienes han desarrollado una especie de agorafobia. En fin las diferencias pueden ser interminables pero nos parecemos en la tristeza. Sufrimos y no nos entendemos. Porque las formas que exhibimos se le hacen insoportable a los otros. No son formas livianas y cambiables, son formas pesadas y sostenidas con determinación, nos defendemos para no sumergirnos en una melancolía, foso del que es muy difícil emerger. No, la tristeza no hace vínculo social, es única su manifestación y solitaria.

La vida se nos tornó ajena, extraña, ya no nos reconocemos ni a nosotros mismos. Yo escogí la soledad, otras formas no me van. Pero vivo de recuerdos y a veces me encuentro riendo por escenas rememoradas. Todo recuerdo de lo que fue mi Caracas y la forma de vivir que teníamos remite a una pérdida. Nada de aquello se mantiene en pie, sin embargo y al mismo tiempo, le agradezco a mis padres y a mi país el haber vivido tan gratamente. Quizás por ello es la terquedad de seguir viviendo a pesar de todo y el poder aun reír y soñar. Una buena infancia y juventud dan las herramientas para aguantar los fuertes chaparrones. Qué bueno los niños que han podido salir con sus padres y disfrutar una infancia plena. Observo a mis nietos y me lleno de orgullo por sus padres que tuvieron la valentía de partir. Qué triste los que aún quedan o peor aun los que han tenido que ser abandonados. Aquí no es posible una vida para niños, ni a los parques se puede ir.

Como la vida es terca y la realidad no ofrece muchas salidas nos ha dado por contarnos historias, cada una más inverosímil, pero por las que ya no tengo fuerzas ni para argumentar ni para rebatir. Las oigo con la mayor paciencia posible y con cara de boba asiento a cada una de ellas. Al fin y al cabo quien las cree y las relata se está defendiendo y para mí eso es más importante que una verdad que tampoco tengo. La espera por un grado, aunque sea mínimo, de sensatez por parte de una dirigencia inexistente por los momentos, es también fruto de la fantasía, pero algún tipo de insensatez debemos alimentar. Esperamos, aunque desesperemos. Todo tiene su final. Mientras tanto no podemos ignorar la tristeza que nos embarga aunque sea muy desagradable, aunque Lacan la llamara cobardía. ¿Qué de malo con ser cobarde? si la vida a la que nos empujaron y arrinconaron esta cuerda de malhechores solo refleja maldad y maltrato. Los que crecimos en libertad y tuvimos padres amorosos y protectores no nos pueden arrebatar la rebeldía, resistimos a los embates para someternos pero estamos tristes. Decimos “No” a cualquier método de control y pagamos sus consecuencias.

No se debe vivir en la tristeza, Spinoza la catalogaba como un pecado del pensamiento, es cierto hay quienes la mantienen solo para castigarse y no saborear la vida que en cualquier circunstancia requiere valentía. Pero esto no es normal, estamos secuestrados y maltratados. Llenos de malas noticias y sufrimientos infligidos a los seres buenos. Un perenne duelo nos embarga imposible de tramitar porque suceden en cadena las pérdidas. ¿Cómo no vamos a estar tristes? Tenemos que estarlo, aunque tengo la certeza que la explosión de alegría va a ser inmensa cuando logremos sacar a los malhechores y comencemos con dificultad a construir nuevamente un país. Porque allí en el trasfondo aún se puede avizorar ese carácter jocoso y alegre que nos caracteriza, para bien o para mal. Porque parte de haber caído en esta desgracia se debe a la falta de seriedad. Parte de esa manía que caracteriza esta época líquida o ya gelatinosa.

Claro es deseable que esa tristeza se torne en rabia y salgamos a protestar masivamente, lo que podría conducir a un quiebre de esta insufrible situación. Quedar pasivos esperando es hundirnos cada vez más en la tristeza. Hay que pararse de ese balcón aunque las fuerzas estén flaqueando, administrar el goce de las fantasías y agarrar al toro por los cachos antes que termine de embestirnos.