27 de junio de 2018

Llegará una semana



Todos tenemos conciencia de que estamos en una profunda “crisis”. Cuando decimos que todo está en crisis ¿a qué nos estamos refiriendo? Para contestar a esta pregunta sólo basta ver que nos evoca en nuestra cotidianidad la palabrita, que no tiene nada de simpática. Lo primero que aparece como representación es que todo está al revés de como consideramos deben estar las cosas en nuestro reducido mundo. Nada funciona adecuadamente, mucho de lo que valorábamos perdió su valor y aquello que reconocíamos y nos reconocía simplemente se esfumó. Entonces nuestra crisis actúa en dos vertientes, es la sociedad en la que vivimos la que está en crisis y somos cada uno de nosotros, que como consecuencia, también estamos en crisis. No tenemos nada firme y controlado, no sabemos cuáles serían las mejores decisiones, las opciones están ausentes y nos movemos como en un laberinto, desconcertados y dando bandazos. No son momentos confortables ya que no estamos diseñados para vivir sin un mínimo de confianza y certidumbre.

Ahora deberíamos pensar que es lo que realmente se nos movió de lugar, se desenfocó. Perdimos en primer lugar eso que podríamos denominar la normalidad, aquello en lo que vivíamos sin prestarle mucha atención, digamos ir a una farmacia y encontrar las medicinas, ir al automercado y encontrarlo abastecido con numerosas ofertas, salir a la calle y estar protegidos por los órganos de seguridad del estado, abrir el grifo y que salga el agua, prender la luz y que el bombillo se active e ilumine el ambiente; cosas sencillas que deberían formar parte de la cotidianidad, del hábito, de la costumbre. Es decir, actos que realizamos de forma rutinaria y automáticamente y de las cuales no hacemos conciencia sino cuando este estado de cosas se rompe y todo comienza a funcionar mal. Ya nuestras conductas no pensadas se vuelven un problema porque las herramientas con las que contábamos ya no funcionan. Digamos estas cosas enumeradas son las más sencillas, que molestan y mucho, pero no son las más importantes. Se puso patas arriba, también, la autoridad, el respeto, la guía política necesaria, la probidad, el honor, la justicia y la sensatez. Larga cartilla que podríamos definir como la civilidad, quedan cenizas, restos deformes de lo que alguna vez sentimos como “la normalidad”.

Valga decir entonces que si no entramos en crisis no hacemos reflexión de lo que es justo y saludable para vivir dentro de unas coordenadas razonables de armonía. Toda crisis augura un cambio, es verdad, pero lo que nunca podemos predecir es si este cambio va a ser para bien o por el contrario nos va a sumergir cada vez más en un estado de caos sin fin. Por esta antesala a un cambio que predice una crisis es por lo que a algunos terapeutas de la salud mental les gusta cuando sus pacientes entran en una crisis. Pero cuidado, en una situación terapéutica esta crisis debe ser controlada y pulsada por el terapeuta, no se puede pasar de un límite no tolerable porque el paciente podría estallar y producir un resquebrajamiento de su psique sumamente peligroso, que lejos de ser beneficioso puede conducir simplemente a la locura.

Así mismo podemos hablar de los procesos sociales, no se puede ahondar sin fin en una crisis porque las sociedades estallan. Cuando todo es un desorden, cuando ya no podemos ni siquiera razonar porque todo nos suena a un tremendo disparate, cuando se va ensayando improvisadamente una y otra salida a este gran laberinto, entonces la situación se hace insostenible y se produce el estallido. En esas puertas estamos y los ciudadanos vivimos con una sensación de catástrofe. Depositamos por un tiempo nuestra confianza en políticos con trayectoria porque suponíamos que debían haber acumulado una mayor experiencia en estas lides críticas. Pero se vieron también perdidos y la confianza desapareció.  Así que sin timón y sin capitán navegamos por los mares embravecidos, aun sin vislumbrar tierra en el horizonte. Los tripulantes comienzan a lanzarse por la borda.

Llego el momento de organizarnos seriamente, con el agravante que no tenemos sindicatos, gremios, o cualquier otra organización de base que pueda tomar el relevo de la dirigencia política. Por ello vemos como estallan en distintos lugares, urbanizaciones, barrios, o en diferentes sectores como trabajadores de la salud, profesores universitarios, protestas diarias sin mucha fuerza. Mientras el tiempo pasa y la gente se va del país. Las organizaciones políticas hablan de un trabajo “puerta por puerta” me pregunto ¿habrá tiempo? La angustia peor del momento crítico que atravesamos es la sensación de no estar haciendo nada mientras morimos de inanición. El estar en crisis produce mucho sufrimiento pero alivia cuando sabemos que tenemos herramientas para salir de ella y volvernos a construir. Lo que enloquece es sentirnos en un hueco, asediados, maltratados sin que se avizore una cuerda, una escalera por la cual poder escalar.

Esta semana se anuncian varias huelgas indefinidas, como todas las semanas estaremos a la expectativa, como todas las semanas tendremos decepciones, como todas las semanas seguiremos con nuestra gran batalla por el día a día. Pero estoy segura que llegará una semana en que esa rutina estalle en mil pedazos, porque toda esa rebeldía y rabia se desbordará sin ningún cauce como ya estamos presenciando los síntomas.


19 de junio de 2018

Somos rebeldes y rebeldes seguimos



El mundo está dando claros indicios de un cambio radical. Esa seguridad en la que vivieron nuestros antepasados, desapareció. El apego a las costumbres, la tradición, las creencias fuertemente arraigadas ya son cosas del pasado, asuntos que narraban los abuelos. El hombre actual se desplaza sin ataduras, su tiempo transcurre vertiginosamente y los espacios que ocupa no son ningún impedimento para desempeñar labores en cualquier parte del mundo. Los intereses varían a lo largo de la vida según los vaya guiando la moda crematística, no hay verdadero interés por ser un experto profundo en una disciplina determinada, sino por ganar fortunas. El dinero es el símbolo de seguridad, de estabilidad, de éxito; el factor por excelencia para hacerse de un lugar con prestigio. Así que el hombre se transformó en un pescador de signos, pero no de signos de presencias (Lacan)  sino de signos de los objetos que confieran prestigio. El mundo líquido que tan bien nos describió Zygmunt Bauman.

Como todo tiene sus consecuencias y hay que asumirlas se quiera o no, esta voracidad despertada por adquirir la felicidad en las tiendas, nos ha conducido a un talante nervioso, a un miedo generalizado y a una incertidumbre aun mayor que el que se tuvo durante muchas generaciones. Las poblaciones crecieron exponencialmente, las riquezas se concentraron en pocas manos y los objetos de prestigio quedaron para ser codiciados a través de las pantallas televisivas. Se desordenaron las sociedades, comenzó a reinar el malestar y se impuso la competencia, la trampa, las zancadillas, la mentira y la avidez por el poder. Solo el que tenga poder, tendrá acceso a los placeres que ofrece la vida, pero claro la vida líquida. No se promete ni placeres duraderos, ni bienestar estable; para jugar al juego planteado se tiene que saber que todo es efímero, que todo se acaba, que puede venir un arrebatón del destino o, mejor dicho, del que creías era tu socio fiel. Así que tenemos que estar atentos, también, a los signos que indican posibles traiciones. El síntoma por excelencia es de carácter paranoide. Todo bajo sospecha porque por cualquier rendija se escapan las certezas. Son líquidas.

Afirma Roland Barthes que en la sociedad actual el hombre invierte su tiempo “leyendo” es decir descodificando, interpretando para poder ubicarse en su espacio por un tiempo limitado. Todo le es confuso y la sospecha lo abruma.

Al tener como herramientas el lenguaje -somos seres inmersos en la semiosis- la capacidad de comunicarnos y de interpretar los signos es por excelencia la tarea a la que nos avocamos. Cada sociedad va a tener como marca distintiva la forma en cómo se comunica y los signos que atiende e interpreta, teniendo como colofón el entramado simbólico de una cultura que confiere el contenido, el marco de referencia general por el cual nos entendemos. Ese entramado complejo se revela a través del conocimiento y de las artes principalmente, es decir la creación, el pensamiento y el discurso. Es el resultado de las costumbres, de los valores y de la ética, esas extrañas palabras casi en desuso que apuntan a la madera con las que se conforma un ser cuando se da a la tarea de ser humano. Generalmente no hacemos consciente este trasfondo simbólico, simplemente vivimos inmersos en él, hasta que comenzamos a sentirlo como una camisa de fuerza, hasta que nos conmina a actuar de una manera automática, hasta que el sufrimiento por el determinismo nos ahoga y la libertad se nos vuelve imperativa. Es entonces cuando nos detenemos, y comenzamos a pescar signos que nos conduzcan a las ideas que nos ahogan. Tenemos la potestad de cambiarlas solo cuando las hacemos conscientes. Esto bien vale para sociedades como para el individuo.

Así que podemos informar, mentir, engañar, dominar o liberar. Estos canales comunicativos con sus signos y símbolos de fondo, se manifiestan de forma privilegiada y se mantienen por épocas e incluso por generaciones, acostumbrando a los habitantes de un territorio a cierta naturalidad, sin que por supuesto sea natural. Lo que precisamente distingue al ser humano de los otros seres vivientes es la posibilidad de cambio, de deshacer los errores, es decir de pensar. Hacer visible esta realidad fue el gran logro de Sigmund Freud, el “inconsciente” que se revela en sueños, lapsus, síntomas y por el cual sufren los Neuróticos. Más tarde Carl Jung toma la misma idea y la aplica a conglomerados y postula su “inconsciente colectivo” aunque ya Freud lo había anunciado en varias de sus obras. Las sociedades, su dinamismo, el individuo y el sufrimiento humano podemos entenderlo con la estrategia de la sospecha, siempre una pregunta para el inquieto ser humano. ¿De dónde proviene tal imposición? ¿Por qué debo obedecer a tal orden? ¿Qué me llevó a actuar de una manera no consentida? ¿Quién soy realmente?

No podemos acostumbrarnos a la destrucción y a la barbarie. No podemos ver como normal tanta aberración y el desparpajo con la que se lleva a cabo tanta ignominia. Ya el solo hecho de sentir una profunda repulsión por estos actores de lo macabro, es de por sí, un acto de resistencia. No dejemos de pensar y de leer las crónicas cotidianas de nuestros escritores que van dejando testimonios. No dejemos de pensar y reclamar nuestros derechos. No dejemos de sorprendernos e indignarnos por cada movimiento de desprecio a nuestra nación. No perdamos los signos que nos alertan sobre la locura y denunciémosla así como insania. No podemos dejar que los signos y símbolos que tratan de imponer para la formación del “hombre nuevo” se apodere de nuestro ser. La rebeldía que siempre nos ha caracterizado está allí y goza de buena salud, aunque a veces no nos guste la forma como se expresa; es un buen síntoma de que no nos han podido doblegar. Nadie, absolutamente nadie está encumbrado para señalar a otros su destino. Rebeldes hemos sido y rebeldes seguimos, es nuestro gran capital junto con la certeza de que todo cambia y cambiará. Es tarea de la dirigencia política encauzar la rebeldía.

12 de junio de 2018

María Zambrano



María Zambrano fue una filósofa y ensayista española con un pensamiento absolutamente original. Introduce de una manera decidida una dimensión del ser humano que no había sido considerado por los filósofos clásicos. Comienza su indagación con la pregunta por lo divino, por esa dimensión enigmática, misteriosa, sagrada que no se alcanza con la observación pero que el lenguaje y las angustias vitales dejan entrever. Llama a su preocupación y por lo tanto a su indagación “razón poética”, con lo cual se distancia de su maestro Ortega y Gasset que se interroga por la “razón vital”. Ambos pertenecen a los críticos de la razón abstracta del racionalismo clásico. Zambrano se vuelca de una forma más arriesgada al conocimiento de uno mismo para poder comprender los fenómenos sociales y para ello resalta las verdades que solo la poesía nos revela. Podríamos afirmar que el arte en general. Esa dimensión que nos hace quedar extasiados ante una expresión artística o ante una poesía, que nos relatan los poetas, se les impone.

Solo la libertad se logra con el despertar de la conciencia individual siempre y cuando tengamos el espacio y el silencio que requiere dejarse tocar por los duendes de García Lorca. Ese arrebato momentáneo que nos provoca las ceremonias y la creatividad humana. El profundo sobrecogimiento de los actos que nos toman por sorpresa y que nos ponen a pensar sobre qué es el hombre y como puede perseguir derroteros y hacerse de una vida totalmente original. Humanizar la vida que se manifiesta en las distintas personas que somos a lo largo de cada corta historia individual para poder humanizar la sociedad. Pensaba María que la sociedad, al estar constituida por seres individuales, debe ser atendida desde estas pequeñas entidades. Los dioses los llama y allí comienza la filosofía. De la interrogación surge la búsqueda de respuestas; cuando nos preguntamos por las cosas y los fenómenos surgen las respuestas filosóficas, cuando nos interrogamos por los misterios del alma surge la poesía. Pues bien no pueden marchar separadas.

En nuestra formación occidental hay una gran ceguera para mirarse a sí mismo, el hombre tomado por una racionalidad sin dimensión profunda tiene grandes dificultades para dejarse ver por las cosas del mundo que lo ven, por ese duende que mantiene acorralado y que no permite que se manifieste saltarín y que lo deslumbren sus piruetas. Cada vez presenciamos un tanto adoloridos y acorralados como se va perdiendo la capacidad de innovar, de ideas nuevas en nuestro mundo que se deshace. Zambrano vio como las democracias se ponen en peligro y manifiesta “Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona” y ser persona para ella era ser integral en todas las dimensiones humanas.

María es víctima del nazismo en la ocupación a Paris. Allí quedan su hermana y su mamá a quienes no pudo rescatar. Cuando por fin logra entrar a Paris ya la mamá había muerto y la hermana estaba loca. Se hace cargo de ella hasta su muerte a pesar de que no pocos problemas le causó, pero no la abandonó. El delirio no le era ajeno, lo que le lleva a afirmar que todo comienzo es un delirio, por lo cual el hombre se siente mirado sin ver, la realidad está llena de dioses, es sagrada y puede poseer al hombre, siempre hay algo que puede apoderarse de un ser humano. El temor y la esperanza son los dos estados propios del delirio como consecuencia de la persecución. No tuvo una vida fácil, vivió prácticamente errante y el exilio marcó su vida y su pensamiento. Nunca dejó de escribir ni de pensar y España siguió siendo objeto de su cavilar, pero al mismo tiempo observaba admirada los fenómenos sociales en los países que vivió, a su gente, sus costumbres, sus culturas. No dejó de entusiasmarse por la dimensión poética de toda civilización.

El pensamiento de esta admirable mujer mucho daría que pensar si se introdujera en las academias, pero no, no es un pensamiento fácil de digerir por los cánones rígidos del profesorado con toga y birrete. Abre una dimensión que enriquece mucho la vida y su comprensión, aquello que nunca un sistema autoritario podrá confiscar, la capacidad de soñar y de tener palabras que no están a la venta ni pretenden apropiarse de nada. Es por ello que el arte siempre es subversivo y no cesa de manifestarse. Todo pensamiento, doctrina o ideología que ignore esta profundidad humana es castradora de una dimensión fundamental. “(…) imagen fiel del vivir mismo, del propio pensamiento, de la discontinua atención, de lo inconcluso de todo sentir y apercibirse, y aún más de toda acción”. Ahora que ha surgido la interrogante por el suicidio, las claves están en ese enigma humano, ¿qué invita a seguir la vida o simplemente acabar con ella? Busquen en los poetas malditos porque la razón no nos da respuestas.

María Zambrano nace en Vélez Málaga el 22 de Abril de 1904 y muere en Madrid el 6 de febrero de 1991. Es reconocida con los dos máximos galardones literarios que se conceden en España, el Premio Príncipe de Asturias (1981) y el Premio Cervantes (1988).

5 de junio de 2018

No matarás



El quinto mandamiento que Moisés bajó un día de las montañas tallado en una piedra. El más contundente, el que debería acatar un ser humano, sin miramientos y sin pedir justificación. Es por excelencia el principio de la civilización, la norma esencial para poder vivir en comunidad. La sociedad debe tener cimientos incuestionables para no desintegrarse y no matarnos entre nosotros, es lo primordial. A simple vista no necesita justificación, ni mayores explicaciones, pero vemos como se mata impunemente todos los días utilizando todo tipo de justificaciones o simplemente por asuntos baladíes: por robar, por adquirir más poder, por doblegar y asustar, para mantener como rehenes a toda una población, por riquezas, por rivalidades y venganza. Fenómeno que ha existido desde que el hombre pobló este planeta con su tendencia pulsional de eliminar al otro. El ser humano es el mayor depredador, acaba con todo si no es educado e introducido en las reglas de cooperación que posibiliten la convivencia. Como vemos el “no matarás” no es tan sencillo  ni tan espontáneo. 

El que desea matar siempre tendrá razones. Justificaciones que pueden abarcar toda una gama desde lo que Hannah Arendt denominó “La banalidad del mal” después de haber sido testigo del juicio a Eichmann en Jerusalén hasta las “grandes justificaciones heroicas, la salvación de la patria, la revolución, el triunfo del proletariado” como estamos saturados de oír mientras nos matan. Siempre ha habido justificaciones a lo que son crímenes sin perdón y por supuesto sin justificación válida alguna. Provoca gritar “nunca más” lo que quizás sea demasiado pedir. Pero sí podemos pedir que aquel que mata se ahorre sus justificaciones, no las tiene, nada podrá desde ese acto eximirlo de engrosar la fila de los asesinos. También sabemos que pasar a ser un asesino es para los delincuentes una especie de graduación sin diplomas y sin honores. Las bandas delincuenciales poseen sus códigos y normas de ascenso en sus “cargos” directivos, el que cruce la línea de prueba y asesine a otro ser humano, ese estará en capacidad de mando.

Desgraciadamente de estos monstruos debemos protegernos, porque están ahí y al parecer en grandes cantidades desde que se desintegró nuestra sociedad con los antisociales en el poder. Vivimos en una sociedad que cada vez observa menos las reglas del juego de la civilización. Cada vez es más reducido el grupo  humano con respeto a los códigos de una ética mínima que posibilite la convivencia (Adela Cortina), seres íntegros que no duden un solo instante que ser correctos es lo que nos hace humano. Que sepan que solo por ser humanos hay cosas que no nos están permitidas y hay cosas que no se pueden permitir. Estamos sumergidos en un mundo hostil poblado por seres peligrosos que andan al acecho. Una guerra donde cambian las reglas del juego, pero no una guerra declarada, donde suenen las sirenas advirtiendo el bombardeo, donde haya refugios, donde sepamos que vienen a matarnos y solo nos quede escondernos. Lo sabemos porque vemos como están las calles y lo que allí pasa, porque nos despertamos cada mañana sobresaltados por nuevos asesinatos. No porque nos hayamos organizado para enfrentar una invasión de delincuentes, para enfrentar al elevado número de malvados.

“El horror, el crimen, la maldad, siempre estarán ahí, y no sirve señalarlos como cosa ajena. Que la lucha eficaz contra el mal empieza por la admisión, la certeza sin complejo, de que ese mal existe, todos formamos parte de él, y también todos, hasta quienes parecen a salvo, vivimos expuestos a él. Es necesario sentirnos tan victimas como culpables. Hacer nuestro el peligro, la incertidumbre, el miedo. Saber que incluso por nosotros doblan las campanas.” Nos advierte Pérez Reverte. El salvajismo, la locura y la psicopatía son fenómenos que no se deben descuidar. El antisocial convive en la sociedad y para triunfar hará todo lo posible por desintegrarla -lo que ya no es desconocido para nosotros-; no sigamos desdeñando la patología, son sin remedio enfermos del alma y enemigos de la armonía y la paz. Debemos expulsarlos de la comunidad por su negativa de acatar las normas porque si no es así ellos acabarán con nuestra comunidad. De los que debemos cuidarnos, de los que nos causan temor, de los que matan y torturan (que es una forma de matar) de esos inhumanos debemos alejarnos sin compasión. Deben quedar definitivamente excluidos del género humano. No lo son.

Matar, torturar es introducir un germen destructor dentro de la sociedad, enfatiza Fernando Savater “La sociedad se basa en la confianza mutua de quienes la componen. Los que están en ella deben ser socios. Cómplices en la vida, y no deben transformarse en los enemigos que la amenazan y la destruyen. El hombre que está rodeado de asesinos vive peor que en la selva, porque sus propios semejantes pueden representar el crimen” y así estamos peor que en la selva. Dentro de este nido de alacranes donde tenemos que sobrevivir de repente surgen personajes que brillan por su entereza y coraje, admirables por su integridad como personas, de esos que llamamos de una sola pieza. Hay muchos en Venezuela, sin duda, pero en estas horas tristes destaca el General Vivas. A todas las personas buenas nos partió el corazón verlo como fue maltratado y oír su grito de “Muerte a la tiranía, viva la libertad”. Porque debemos estar claros que en la defensa de los valores y derechos humanos amenazados por un tirano está justificada la violencia. El respeto a la vida exige un enfrentamiento. Es una guerra contra nuestra extinción.

La ética existe porque estamos hechos para vivir en comunidad. Si bien no se ha podido fundamentar el porqué de los principios éticos, sí sabemos que es una elección siempre y cuando queramos pertenecer a un grupo humano, en otras palabras, cuando elegimos ser humanos.