26 de agosto de 2015

Un lugar revelador

Llegué primero. Siempre lo hago, no creo en las posturas generales que dictaminan estrategias. A una cita hay que llegar con retraso, aparentar que se está muy ocupado, que no se le da mucha importancia al encuentro, que el otro sea el que espere. Siempre llego temprano a pesar de la costumbre generalizada. Al entrar al Juan Sebastián Bar me invadió un cúmulo de emociones contrastantes. El local permanecía igual y con sus mismos empleados conocidos. Habían cambiado los habitué, resaltaba la diferencia y solo eso ya le daba al ambiente una tonalidad algo distinta. No eran conocidos y sus comportamientos quizás algo soez, poco elegantes para lo que yo estaba acostumbrada. Me senté en la barra de Santiago que en seguida se acercó con su amabilidad de siempre y  me hizo sentir nuevamente en casa.
 
-Caramba qué de tiempo sin verla.
 - Sabes Santiago las cosas han cambiado, ya no nos movemos igual por la ciudad.
- Lo sé y es lamentable. Ya notará que contamos con nuevo público, nada fácil se lo aseguro.
- Lo noté apenas entré.
- Bienvenida, ¿lo mismo de siempre?
- Si, no todo debe cambiar. -Le dije riendo.
También me fijé que José no estaba, no quise preguntar, lo intuía. Una lágrima rodó por mi mejilla y se abrió un gran agujero en mi corazón. Me provocó irme inmediatamente para no seguir padeciendo el ver mi casa invadida de gente extraña y la ausencia del personaje inolvidable que me recibía como a una hija. Lo que me había llevado hasta allí poseía una importancia enorme y no podía, en estos momentos, obedecer a mis impulsos naturales, salir corriendo cada vez que una situación me era adversa. Lo que si tenía claro es que debía dejar atrás al Juan Sebastián Bar y solo mantenerlo en el recuerdo, entre aquellos lugares acogedores de una Caracas que ya no era la misma. Saboreando mi Buchanan con una conchita de limón me sumergí en mis pensamientos y emociones exacerbadas, entre nostalgia y miedo.
Cuando entró, media hora más tarde, inmediatamente me transporté al momento actual. Todo el resto pasó a ser un telón de fondo, como si una luz prendida solo lo enfocara a él. Resaltaba su buen vestir, su elegancia en los movimientos, su simpatía natural y amabilidad en su mirada. En seguida me dije es imposible que este hombre, con tanto don de gente, pueda ser un ladrón. En ese caso me gustaría poder gritar “con mi choro no te metas”. Me buscó con la mirada y al verme se acercó calmadamente y me estampó un beso en la cabeza. No caí desmayada por no hacer el ridículo ante tanta gente vulgar.
Se sentó tranquilamente y pidió un whisky con soda, saludó a Santiago amablemente, quien también lo conocía y me dijo -vas a escucharme atentamente y no vamos a pasar todo este rato solo hablando de joyas-, y así sin más comenzó su monólogo que aclararía todo este misterio.
-Me llamo Marcelo, soy orfebre e hijo de Luigi amigo de tu papá. Estas joyas que te enseñé me fueron llevadas para su evaluación. No evalúo joyas robadas cuando me doy cuenta que lo son. Estas son obvias, muy antiguas y muy valiosas, debieron ser de tu abuela. Me hice el amistoso, gané su confianza y les urdí un plan para obtener un talismán que se encuentra en tu casa y según sus creencias es necesario para resolver la “pava” en la que se encuentra esos “mal nacidos” que han destruido a Venezuela. Esas prendas en realidad no tienen importancia para ellos, las sustrajeron por ociosidad y creen que no son valiosas, pero les hice ver que podían ser una carnada para llegar a su verdadero objeto.
- ¿Y cuál es tu interés en todo esto? -Le pregunté con cara de perplejidad.
- Conocerte a ti.
Confieso que aún no me daba risa tanta desfachatez. Pero él imperturbable continuó su monólogo.
-Sé que tus padres están fuera de peligro pues se encuentran visitando a los míos en Italia. También sé que hace tiempo estas encerrada en tu casa. Me puedo pasar por ladrón pero no entrar por una ventana. Sonrió con cara de picardía.
Les juro que no podía creer lo que estaba oyendo y mi cara debía tener la expresión de una perfecta boba.
-El talismán en cuestión fue sustraído de una urna en el Cementerio General del Sur y testigos sobornados dijeron se lo había llevado tu papá cuando remodeló el panteón de la familia. Según les entendí había sido enterrado con un tío de tu mamá procedente de la Victoria. Es gente muy ignorantes pero no los presentí especialmente peligrosos, pero tú sabes una nunca puede estar seguro. Me ofrecí como carnada y tu mordiste el anzuelo facilito. Se rio alegremente y me rozó una mano tanteando.
Aparté la mano inmediatamente porque ahora sí estaba realmente indignada. Quizás no por él sino por el hecho de que hasta los desconocidos te conocían. Caracas era un pueblo de chismosos desocupados.
-Hoy estoy escapado, no saben que estoy aquí contigo. Así que no me extraña que me hayan perseguido. No tenemos mucho tiempo para hablar de nosotros.
El tiempo transcurrió volando y cuando salimos ya era de noche. Estando afuera oyendo unos mariachis y con un clavel en la mano, frenó abruptamente una camioneta con un niño gritando ¡papá, papá! Una mujer hecha una fiera se bajó y cacheteó a Marcelo. Con el revuelo que se armó no me di cuenta cuando fui arrastrada y zumbada dentro de la camioneta, como un saco de papas, y detrás de mí cayó Marcelo al que solo pude ver con mi clavel en sus manos.
CONTINUA


18 de agosto de 2015

Un Intento de Recuperación

Al llegar a casa me juré volver a recuperar mi equilibrio vital y hacer como que los recientes acontecimientos no habían ocurrido, solo había tenido un mal sueño. Pero sabía que aquella cara y porte no me lo iban a ser fácil. Me preparé un buen baño en el yacusi con unas espumas relajantes, adquiridas en mercado libre donde ahora hacía mis compras, y me sumergí en aquellas aguas largas horas. En esos incontables años de entrenamiento personal por conservar una precaria salud mental había podido desarrollar ciertas destrezas para no pensar en nada. Unas velas, una música barroca, un incienso de naranja podían ser mágicos en esos momentos. Como siempre mi truco funcionó y estuve largas horas en mi nirvana.
 
Pero al salir de aquella paz sabía que algo había quedado perturbado en mí porque comencé a observar mi celular más de lo acostumbrado. Ese aparato se había desprendido, hacía tiempo, de mi interés personal, al fin y al cabo se comportaba como muerto, no emitía sonidos de ninguna especie. La mayoría del tiempo lo mantenía apagado y hasta pensé en regalarlo. Nada, hay que admitir que hay fuerzas incontrolables. Salí del yacusi y lo primero que hice fue prender aquel aparato aversivo porque siempre está recordando que uno al fin y al cabo espera un contacto con alguien. Me dije, para no admitir una vez más mis ilusiones novelescas, esas joyas debo recuperarlas, son de mi mamá y algo debo retribuirle por su empeño inusitado para que no solo aprendiera a hablar, sino para que ejerciera lo aprendido, ya que me daba por conservar un mutismo, el cual debo admitir no era normal. Esa abnegada y amorosa mujer hizo todo lo posible por hacer de mí una niña con cierta normalidad, lo cual solo pudo lograr a medias. Diría de media para abajo.
Nunca perdí la tendencia al silencio lo que acostumbró a los demás a hablarme sin parar y yo a escuchar. Me hablaban de sus vidas, sus problemas, sus rutinas, en fin cuando alguien habla sin parar, habla y habla…..no es necesario calificar. Me cansé porque casi todo dejó de interesarme y opté por seguir en silencio pero no prestar ya mi oreja como receptáculo de……sigo pensando que es mejor no calificar. Natural, si mi rol era escuchar y ya no lo hacía, lo lógico, lo esperable es que los otros simplemente dejaran de hablar, mejor dicho de hablarme. Así que los teléfonos en poco tiempo se tornaron mudos. Ahora solo oía mis propias locuras y eso de vez en cuando porque logré también callarme. Los objetivos habían sido logrados con este plan magistral. Hasta que fui nuevamente despertada con un timbre que ya no reconocía, después de un brinco colosal, entendí suena el celular y respondí.
-Aló -noté que mi voz sonó algo temblorosa.
-Soy yo.
- ¿Y quién es yo? -Sabiendo perfectamente quien era. Ya no solo temblaba mi voz, temblaba toda yo.
- Me tendré que identificar como el de las joyas, por ahora. Tenemos que reunirnos.
- ¿Dónde? -Notarán que no era muy parlanchina.
- Decide tú.
- No sugiere mejor tú. -Mintiendo nuevamente ya no conocía de lugares actuales.
- ¿Te parece el Juan Sebastián Bar?
No lo podía creer, ese lugar fue prácticamente mi casa durante un tiempo. Era el sitio ideal, se bebía, oía jazz y no era muy necesario entablar largas y aburridas conversaciones. Un juego de miradas era suficiente para tener como compañía el galán de la noche. Conocía a todo el mundo y me era familiar, allí me sentía protegida.
-Perfecto, pero temprano, ya no salgo de noche. Tú mejor que nadie debes saber las razones.
- De acuerdo, mañana a las 4 nos vemos y trancó. Pude oír su discreta sonrisa.
Para qué contar, la taquicardia fue lo de menos. Me calmé pensando que vería nuevamente a José Quintero con su guitarra y sus boleros, aquellos que me cantaba apenas me veía y que eran mis predilectos. “Cóncavo y Convexo” “Soy lo prohibido” “El Gorrión” entre un repertorio de canciones que me partían el alma y que era lo que buscaba en ese mágico lugar. Amaba al viejo y con toda mi ternura le colocaba sus goticas en el ojo cuando se me acercaba a descansar. Habíamos establecido una complicidad y al igual que sucedía con mi papá, con José sentía que nada malo me podría ocurrir. Lloré a borbotones, las lágrimas surgían como fuentes, tenía tanto tiempo sin llorar que había perdido el tino de la sobriedad, así que fue una explosión sin restricciones ni pudor. Total nadie me veía.
Me tiré en la cama mirando el techo, inerte y al igual que Joaquín Sabina, solo pensé que le hacía falta una mano de pintura. Debí dormir mucho porque cuando desperté apenas tenía tiempo para arreglarme y salir al encuentro con mi destino.
CONTINUA
 
 

11 de agosto de 2015

Unas Joyas Robadas

Tito Caula
Me llené de fuerzas y salí a la calle. Ya no me era fácil. Había pasado mucho tiempo disfrutando de la tranquilidad y soledad que permite una casa acogedora, pero había decidido enfrentarme con unas calles que ya no sabía mucho como sortear. En ese momento no sabía cuál era la fuerza que me empujaba nuevamente a los peligros, pero sentía una necesidad imperiosa de abrir la puerta y lanzarme, si la sensación en el primer instante, era como lanzarme a un vacío.  Lo primero que pude palpar, con un grado de desconcierto, fue no encontrar el mismo bullicio, las mismas voces en sus diferentes tonalidades. La musicalidad había cambiado de ritmo. Esos sonidos agudos que emiten los niños no se oían como antes. Las  personas hablaban como susurrando y discretamente mirando a su alrededor. Pequeños sobresaltos de temor se observaban cuando alguien desconocido se acercaba o cuando un ruido de moto anunciaba su proximidad. Pensé, algo fundamental ha cambiado en mi ciudad. Lo pensé haciendo un gran esfuerzo por volverme a conectar con mis acordes familiares.
 
Con la imaginación volé a aquellos tiempos de mi infancia, me vi nuevamente en la casa paterna donde nunca faltó la alegría para compartir con la familia, un montón de hermanos y mis verdaderos enigmas, mis padres.  Mis hermanos en realidad me eran desconocidos, no sabía de sus intereses, gustos e inquietudes, asuntos que no compartíamos. Desconocía a mis hermanos porque no me interesé por ellos, pero sin embargo había algo en el ambiente que trasmitía tranquilidad. Quizás no sabía cómo eran ellos, qué querían y como se disponían a vivir, pero si estaba completamente convencida de lo que no harían, de lo que no eran capaces de actuar y eso era suficiente razón para no temer, para estar y sentirme en un ambiente familiar y acogedor. Recordé a mis padres, en los que si me fijé desde muy pequeña, en el misterio de su amor y en esa complicidad cercana y entrañable que nunca han perdido. Crecí con la equivocada noción de que la vida era esa tierna confianza. Me conté muchas historias desde mi más temprana edad y todas giraban en esa atmosfera de rancheras, tangos y boleros que inundaban mi casa y mi alma. Cuentos de amor que escribía o simplemente mantenía en mi cabeza aun no dañada por la realidad y dureza de la vida. Fueron muchos años de estar sumergida en una magia perdida e imposible de recuperar.
Caminaba sin rumbo definido sumergida en aquellas ensoñaciones, cuando un tropezón me hizo despertar. No podía estar en la calle distraída, eso eran otros tiempos.
Si quieres andar por la vida solo pensando en pajaritos preñados quédate en tu casa, pero si ahora quieres volver  al mundo para saber cómo es la vida en estos momentos, pon los pies bien asentados sobre estas calles, de lo contrario tus días están contados. -Me dije en un esfuerzo de sensatez.
-Perdone señorita, pero es mejor que se fije por dónde camina.
- Disculpe venía distraída.
- Aprovecho este momento para ofrecerle a muy buen precio unas prendas de oro que cargo aquí conmigo, eran de mi mamá que falleció y estamos vendiéndolas. Ud. Sabe, la necesidad.
-No, no estoy interesada, y le ruego me deje proseguir mi camino.
-Pero solo véalas sin compromiso.
Diciendo esto sacó las prendas del bolsillo envueltas en una servilleta de papel y pude reconocer con horror que eran unas joyas de mi mamá que le habían sido robadas recientemente. Me dieron ganas de llorar, de gritar, de agarrarlo a golpes. Pero de repente recobré una sangre fría inesperada, una de esas reacciones en las que uno no se reconoce porque solo surgen en momentos límites y estos en realidad son pocos en la vida. O eran pocos, porque ahora como que son cotidianos. No estoy segura de los pensamientos que determinaron mi osadía, pero si puedo reconocer la indignación que me absorbió mas allá de todo sentido común. Pensar que las joyas de mi mamá cargadas además con ese valor del recuerdo estaban en manos de ese…..paré y me dije en tono irónico, en honor a la verdad ese tipo no está nada mal y comencé a observarlo de otra manera.
En un minuto ya me había puesto varios disfraces, era detective, seductora y una muy mala heroína. Recordé aquella sentencia de papá “a ti te encanta un disfraz”. Creyendo que podía entrampar a un ladrón y creyendo poderlo seducir en mi beneficio no me daba cuenta que era yo la entrampada y la seducida. Aquel tropezón no había sido fortuito.
Reconocí los peligros de la calle, el hampa y el amor acechan en cada esquina en este clima tropical y bullanguero por más que nos hubiéramos empeñado en acabar con el entusiasmo de la vida. Pude reconocer cual era mi temor al abrir la puerta de mi cerrada guarida, me había destacado siempre por la debilidad de un buen encuentro. Pero en este caso me estaba extralimitando, no era posible combinar al hampa con el amor en una misma persona, por lo menos no sabiéndolo de entrada. Los coros gritaban la tragedia.
Un café y unas palabras de posible negociación fueron suficientes para entregar mi número de teléfono e irme a casa vuelta un ovillo.  
CONTINUARÁ............

5 de agosto de 2015

Nebraska

Una película de Alexander Payne, relata de una manera sencilla y sobria, con anécdotas que podrían ser tomadas de una vida común y corriente, el encuentro de un hijo con su padre ya anciano y acabado. Es una película de amor, del amor más fundamental que se pueda experimentar en la vida, el amor de los padres que será la impronta que nos marcará para siempre en la forma como queremos a los otros. Ese personaje, el padre, que guiará nuestros primeros paso y de quien recibimos la autorización de convertirnos en hombres y mujeres autónomos. Si cumple su función, permitirá y aprobará la independencia y la libertad, el protagonismo en la vida que tendrán que desempeñar los hijos. Si contamos con la fortuna de tener un buen padre, la vida se nos hará mucho más grata, pero no solo basta tenerlo, tenemos que ir en su búsqueda, reconocerlo y quererlo. Esta es la fortuna que se permitió David su hijo, no lo dejó ir sin tener la oportunidad de ese encuentro fundamental. Una película que conmueve, divierte y remueve lo más íntimo del espectador.



Woody, el padre, interpretado por Bruce Dern, es un hombre mayor y muy maltratado por una vida que se le tornó aburrida, que no escogió sino que se le fue dando de esa manera, recurrió al alcohol como vía de escape, quedando, como consecuencia, distante afectivamente de sus hijos y esposa. De esa modorra mortecina lo despierta una propaganda de un revista que le hace creer es el afortunado ganador de un millón de dólares. Haciéndose la ilusión de ser millonario se empeña en ir a buscar su fortuna a un sitio lejano, Lincoln, con tal determinación que nada ni nadie lo detiene. Él va a llegar aunque sea a pie y es así como comienza la película. Un hombre fundamentalmente bueno que se pasó la vida complaciendo a los demás, ahora no pide que lo complazcan a él sino simplemente que lo dejen llevar a cabo su deseo al que de ninguna forma va a renunciar. Quiere ese dinero para comprarse una camioneta y un compresor de aire para poder pintar. Sobre todo quiere dejarles algo a sus hijos cuando muera.
David, su hijo, interpretado por Will Forte, es un hombre con una vida también aburrida. La mujer con la que vivía lo acaba de dejar y desempeña un trabajo rutinario que no lo entusiasma. Se muestra sin pasión, pero es a quien la madre fundamentalmente llama para que vaya a poner orden en la terquedad del padre. Es, en esas circunstancias, cuando comienza a mirar al padre de forma interrogante, en realidad ¿Quién es este hombre y qué quiere? Las miradas de ternura y comprensión hacia su anciano padre, muestran cómo se va despertando el deseo de conocerlo, intuye que los dos se parecen en algo, hay algo muerto en sus vidas.  Deseos adormecidos en lo que los dos se reconocen. Decide acompañarlo en este viaje, sabiendo que lo del premio es un engaño publicitario. Y ante su interrogante de cómo va a dejar por ese tiempo sus cosas el padre le pregunta ¿Qué tienes que dejar? Porque en realidad no tenía nada importante que dejar. Comienza a reconocerse a sí mismo cuando le responde a la madre: “el no necesita un ancianato, necesita por qué vivir” En realidad los dos necesitan una razón de vida.
La madre, Kate, interpretada por June Squibb, es el tercer personaje de importancia en esta historia. Una mujer habladora, regañona y muy divertida, con ese desparpajo que tienen las mujeres de decir lo que quieren y cuando quieren. No aprueba el viaje de su hijo con el padre y reclama que están locos, pero a las primeras de cambio planea un viaje para encontrarse con Woody y su familia en un pueblo equidistante, donde pasaron su infancia y juventud. Allí van descubriendo los secretos de Woody, la mezquindad e intereses de algunos miembros de la familia y conocidos del pueblo. La escena de la madre en el cementerio es una obra magistral de la cinematografía, la revelación sencilla y brillante de lo que es una mujer, recuerda muchas escenas de las películas de Almodóvar. Cuando ella está en escena todo gira a su alrededor, Woody la conoce y no la interrumpe pero tampoco se deja opacar por ella, simplemente se hace el que no oyó o no entiendió y continua imperturbable con sus planes. Sin embargo el hijo no sale de su asombro con tanto desparpajo alegre e divertido. No cesa de mirarlos en un intento de descubrir los secretos de esa relación que no carece de ternura.
Ross, su primer hijo, interpretado por Bob Odernkirk, es un exitoso narrador de noticias. Con mejor posición social y siendo un hombre público y reconocido lleva una vida diferente al resto de sus familiares. Una familia bien constituida y con hijos ha logrado convertirse en un hombre con mayor apertura social y mantiene, al comienzo, una postura más despegada de sus padres y hermano. Cuestiona a su hermano por seguirle el juego al padre y le manifiesta “él nunca hizo nada por nosotros”. Esta actitud se va modificando cuando observa a su padre maltratado por los “caza fortuna” desocupados y vagos del pueblo. No duda en cuadrarse con los suyos cuando la ocasión lo amerita.
Toda la película, el blanco y negro de su formato, los paisajes desolados, la casa en ruinas y los personajes sórdidos con los que se van tropezando, hacen un telón de fondo decadente en donde se destaca la belleza de los buenos encuentros en esta original y hermosa película que simplemente recuerda a la vida misma. Las miradas, la comprensión y amor entre ellos no dejan de evocar la añoranza de las cosas perdidas, el corto camino que representa la vida y los momentos que no se pueden dejar pasar para dejar una huella en el corazón de los seres queridos. Miradas de ternura, de desconcierto, de determinación y de reconocimiento recorren toda la película dejando un sabor estremecedor como solo el arte cinematográfico puede dejar en el espectador, cuando se trata de una buena película. Sin duda esta es una de ellas.
“El suele creer en lo que la gente dice” es la bella frase como David expresa su recién adquirido conocimiento del padre. Su metáfora de identidad y su inscripción definitiva en una vida buena.