18 de agosto de 2015

Un Intento de Recuperación

Al llegar a casa me juré volver a recuperar mi equilibrio vital y hacer como que los recientes acontecimientos no habían ocurrido, solo había tenido un mal sueño. Pero sabía que aquella cara y porte no me lo iban a ser fácil. Me preparé un buen baño en el yacusi con unas espumas relajantes, adquiridas en mercado libre donde ahora hacía mis compras, y me sumergí en aquellas aguas largas horas. En esos incontables años de entrenamiento personal por conservar una precaria salud mental había podido desarrollar ciertas destrezas para no pensar en nada. Unas velas, una música barroca, un incienso de naranja podían ser mágicos en esos momentos. Como siempre mi truco funcionó y estuve largas horas en mi nirvana.
 
Pero al salir de aquella paz sabía que algo había quedado perturbado en mí porque comencé a observar mi celular más de lo acostumbrado. Ese aparato se había desprendido, hacía tiempo, de mi interés personal, al fin y al cabo se comportaba como muerto, no emitía sonidos de ninguna especie. La mayoría del tiempo lo mantenía apagado y hasta pensé en regalarlo. Nada, hay que admitir que hay fuerzas incontrolables. Salí del yacusi y lo primero que hice fue prender aquel aparato aversivo porque siempre está recordando que uno al fin y al cabo espera un contacto con alguien. Me dije, para no admitir una vez más mis ilusiones novelescas, esas joyas debo recuperarlas, son de mi mamá y algo debo retribuirle por su empeño inusitado para que no solo aprendiera a hablar, sino para que ejerciera lo aprendido, ya que me daba por conservar un mutismo, el cual debo admitir no era normal. Esa abnegada y amorosa mujer hizo todo lo posible por hacer de mí una niña con cierta normalidad, lo cual solo pudo lograr a medias. Diría de media para abajo.
Nunca perdí la tendencia al silencio lo que acostumbró a los demás a hablarme sin parar y yo a escuchar. Me hablaban de sus vidas, sus problemas, sus rutinas, en fin cuando alguien habla sin parar, habla y habla…..no es necesario calificar. Me cansé porque casi todo dejó de interesarme y opté por seguir en silencio pero no prestar ya mi oreja como receptáculo de……sigo pensando que es mejor no calificar. Natural, si mi rol era escuchar y ya no lo hacía, lo lógico, lo esperable es que los otros simplemente dejaran de hablar, mejor dicho de hablarme. Así que los teléfonos en poco tiempo se tornaron mudos. Ahora solo oía mis propias locuras y eso de vez en cuando porque logré también callarme. Los objetivos habían sido logrados con este plan magistral. Hasta que fui nuevamente despertada con un timbre que ya no reconocía, después de un brinco colosal, entendí suena el celular y respondí.
-Aló -noté que mi voz sonó algo temblorosa.
-Soy yo.
- ¿Y quién es yo? -Sabiendo perfectamente quien era. Ya no solo temblaba mi voz, temblaba toda yo.
- Me tendré que identificar como el de las joyas, por ahora. Tenemos que reunirnos.
- ¿Dónde? -Notarán que no era muy parlanchina.
- Decide tú.
- No sugiere mejor tú. -Mintiendo nuevamente ya no conocía de lugares actuales.
- ¿Te parece el Juan Sebastián Bar?
No lo podía creer, ese lugar fue prácticamente mi casa durante un tiempo. Era el sitio ideal, se bebía, oía jazz y no era muy necesario entablar largas y aburridas conversaciones. Un juego de miradas era suficiente para tener como compañía el galán de la noche. Conocía a todo el mundo y me era familiar, allí me sentía protegida.
-Perfecto, pero temprano, ya no salgo de noche. Tú mejor que nadie debes saber las razones.
- De acuerdo, mañana a las 4 nos vemos y trancó. Pude oír su discreta sonrisa.
Para qué contar, la taquicardia fue lo de menos. Me calmé pensando que vería nuevamente a José Quintero con su guitarra y sus boleros, aquellos que me cantaba apenas me veía y que eran mis predilectos. “Cóncavo y Convexo” “Soy lo prohibido” “El Gorrión” entre un repertorio de canciones que me partían el alma y que era lo que buscaba en ese mágico lugar. Amaba al viejo y con toda mi ternura le colocaba sus goticas en el ojo cuando se me acercaba a descansar. Habíamos establecido una complicidad y al igual que sucedía con mi papá, con José sentía que nada malo me podría ocurrir. Lloré a borbotones, las lágrimas surgían como fuentes, tenía tanto tiempo sin llorar que había perdido el tino de la sobriedad, así que fue una explosión sin restricciones ni pudor. Total nadie me veía.
Me tiré en la cama mirando el techo, inerte y al igual que Joaquín Sabina, solo pensé que le hacía falta una mano de pintura. Debí dormir mucho porque cuando desperté apenas tenía tiempo para arreglarme y salir al encuentro con mi destino.
CONTINUA
 
 

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