26 de julio de 2017

Emotividad en emergencia





Estamos con una emotividad de emergencia. No es para menos se entiende. Desesperados porque esta pesadilla termine, los recursos para la defensa al sufrimiento se encuentran exiguos, la vida suspendida reclama por sus espacios, el dolor consume y estamos utilizando un último recurso: el grito. Esto ya parece una gallera, todos contra todos, una sociedad desintegrada, sin miramientos, empujados a la violencia. Todos somos vulnerables, nuestro ánimo lo es y la cortesía es importante para mitigar el desencuentro y el malestar social (Savater). No cuidamos ya las formas, nos entregamos a un “di lo que te pasa por la cabeza” no importa los estragos que causes, no importan los ánimos que desinfles. Desprestigia, sospecha, se espontaneo, no escatimes el peligro que eso significa, como invades ni el daño que causes. Total tu sufrimiento te da autorización, las buenas costumbres, la consideración por el otro no cuenta en tiempos de guerra, tú quieres las cosas ya, pues ya tienen que ser si no el otro es un traidor, un esquirol. La confianza desapareció, la incredulidad haciendo sus estragos tal como conviene a la tiranía. Resultados de una ciudadanía maltratada sin miramientos y despojada de su derecho a elegir sus gobernantes, de elegir la vida. La ira desbordada.


Fuimos despojados de nuestra arma fundamental como ciudadanos como enfatiza el politólogo Sergio Fabbrini “en una democracia el poder de conceder el poder reside sólo en los ciudadanos”. Fuimos despojados del derecho a expresar nuestra opinión, sabiendo que es una opinión entre otras, el poder cuestionar, analizar, emitir juicios sin sentenciar, sin destruirnos los unos a los otros, sin despreciar al que piensa diferente. Emocionalmente en emergencia y no parece que se esté considerando este síntoma tan importante para poder llegar a nuestra meta con mejores posibilidades. La emoción siempre ha sido desestimada y valdría la pena interrogarse por qué. Pareciera que eso es cosa de mujeres y niños, de poetas; los seres racionales, los del pensamiento, los “intelectuales”, la gente seria debe ser fría, calculadora porque si no se pierde objetividad. La emoción es objetiva, si no se canaliza hace estragos, arrasa. Al no reconocer al otro en su integridad no se persuade, ni se emociona.


Ya no se digieren los discursos moderados, la audiencia es hostil y dividida por ello el orador debe ganarse el respeto, la confianza con solo demostrar reconocimiento. Si las acciones en nuestra defensa, en estos momentos peligrosos, lucen tibias, timoratas, retrasadas, es esperable la anarquía, la desorganización. Y eso sin duda juega a favor de los verdaderos enemigos que tenemos. Ya no los adversarios, ya se ganaron la denominación de enemigos al haber traspasado todo limite éticamente aceptable. Abusaron del poder y perdieron toda legitimidad, solo queremos que se vayan. Es en este punto donde la mayoría democrática no tiene miramientos, no va a ceder, no va a negociar. Se puede negociar su salida, para donde, como y cuando, otra posibilidad no existe a estas alturas. Por eso el momento es muy peligroso porque se llegó a extremos intolerables. La indignación, la desconfianza campanean a sus anchas y tienen efectos, es mejor que los líderes lo vean y lo integren a las estrategias, posibilidades y discursos.


Fernando Savater en su “Ética de Urgencia” considera este aspecto que es necesario enfatizar, hoy más que nunca “hay que mirar al otro, es esta una disposición ética”. Fijarnos cómo son, qué necesitan porque si no el otro te va a gritar, va a reclamar e incluso despreciar. Nos conviene estar bien entre nosotros es una forma de pasarla menos mal. Hannah Arendt que dedicó gran parte de su vida al entendimiento del ciudadano para que las tiranías no volvieran a repetirse, argumentaba que las normas de convivencia deben crearse a partir de uno mismo en un ámbito de acción ciudadana, en una esfera pública y en interacción con las demás personas. No se puede mantener a una ciudadanía impotente, va actuar de cualquier manera si no están los dirigentes en sintonía, si no tienen miramientos, sobre todo en un proceso como el que se ha librado durante estos largos tres meses. Les toca recomponer su autoridad porque disciplina hemos tenido, pero no se trata solo de dar órdenes. No hubo sintonía con la emoción que despertó el plebiscito y los ánimos se caldearon. Con adjetivar a los otros no se sale del peligro que esto representa para nuestros fines.


La tendencia de lo social en nuestros tiempos es el individualismo, seres aislados unos de otros, con el error de creer que la libertad es solipsista, perdiéndose de este modo la capacidad de verse y oírse entre sí. Nosotros tenemos que construir nuestro espacio común y no volverlo a descuidar nunca más, por lo tanto esta capacidad de reconocernos no la podemos descuidar, si nos desligamos perdemos. Tenemos fuerza y lo hemos demostrado porque hemos estado unidos, después vendrán mayores sofisticaciones, no ahora, no podemos. Como también lo señalaba Arendt el individualismo nos vuelve impotentes, si hay algo que acaba con la política democrática es la impotencia de la ciudadanía, la incapacidad para construir y defender algo que nos es común. Si la élite política se aleja del ciudadano, si no mira, si no escucha, la rabia se desborda y van a dejar de ser mirados y escuchados. En estos momentos peligrosos a este factor hay que prestarle cuidado, síntomas se vieron por una emoción en emergencia.


18 de julio de 2017

La alegría de elegir




Cuando se trata de elegir los seres humanos se enfrentan con su mayor responsabilidad. Elegir es un acto en el que nos encontramos con nuestra realidad más humana, más difícil, angustiante y acuciante, la vida del ser hablante. A veces, nos pone la vida en encrucijadas muy difíciles y la solución solo depende de una buena decisión. No siempre tenemos la potestad de hacer buenas elecciones porque las circunstancias nos constriñen a alternativas reducidas. A veces simplemente, aunque el malestar nos consuma, no podemos tomar decisiones y es en esas circunstancias donde podemos morir porque se nos muere el deseo. Se para el reloj de nuestro devenir. Ya no somos libres para escoger nuestro destino, para decir quien queremos ser y cuáles serán nuestras circunstancias en las cuales desplegaremos el camino a recorrer. Hay decisiones impostergables para romper cadenas. Hay decisiones que hay que tomar irremediablemente si no queremos quedar reducidos a objetos en manos de sujetos o circunstancias mortales. El poeta francés Verlaine, pudo decir: “La vida simple y tranquila es obra de la elección (…)”. El que no decide no vive, su lenguaje se reduce a la repetición quejumbrosa y al extrañamiento de la responsabilidad.

No caigamos en un voluntarismo, no todo se puede, hay limitaciones. Bien porque los otros no te dejan o bien porque no se tiene la valentía de limitar un goce propio. Pero tampoco podemos sentarnos en la imposibilidad de la sobredeterminación absoluta, en la inmovilidad. Como seres hablantes tenemos la capacidad de elegir, de reconocer nuestros gustos, de marcar las pautas de nuestro devenir, de reconocer las trazas elegibles en relación a las novedades que las experiencias traen consigo. Podemos ser creativos y este es el arte de un buen vivir. Cuando las circunstancias se reducen abrimos un boquete inspirador por el que se cuelan las luces de la posibilidad y de la liberación. Solo nos afirmamos en las elecciones propias, en la voluntad de conseguir las salidas decisivas, de haber logrado lo que a otros les parecía imposible, de haber encontrado la brecha apropiada para comenzar con paso firme a reconocernos en los contornos que comienzan a trazarse. Si la felicidad es tan difícil de describir y amarrar en conceptos definitivos, cuando tropezamos con nuestras certezas decisivas la sentimos como una ráfaga arrebatadora.

Como sujetos y como país estamos vivos; somos sujetos del impacto que produce lo simbólico sobre lo real y por ello estamos eligiendo. No lo podríamos hacer si no es porque nos apropiamos de un lenguaje. No el empobrecido y embrutecedor que nos quisieron imponer, sino el que nosotros mismos decidimos hablar, con nuestro léxico, con nuestro tono, con nuestras metáforas, con nuestro ritmo. Fuimos poco a poco llegando a lo que queríamos sin titubeos, con incertidumbres pero con firmeza. Nos encontramos en lo que sabemos, en lo que entendemos y lo que nuestro raciocinio nos determina. Acudimos a un plebiscito y pudimos manifestar nuestra voluntad, marcamos nuestro destino, elegimos. Ya no se trata de una elección privada, sino la que como país escogimos, la alegría fue compartida. Sin muchas palabras y con un máximo de reconocimiento volvimos a reencontrar al país que conocíamos, al que estamos decididos a rescatar. Lo logramos y la alegría se entronó nuevamente en nuestros hogares. Es el comienzo del final de una dictadura que debemos guardar como la peor atrocidad en la que caímos. Ahora es nuestra propia aventura y nuestra propia identidad la que se comienza a perfilar. La libertad ya no es un sueño es nuestro ejercicio diario y con disciplina.

No nos redujeron a esa vida precaria, no tragamos el anzuelo de esos enunciados repetidos y sin contenido, no hubo propaganda que nos redujera las ganas de vivir, no pudieron llevarnos a la barbarie y a un estado de nulidad. Ahora quedaron ellos solos sin país. Quedaron perseguidos por sus actos criminales, reducidos a la inhumanidad que es peor que la naturaleza de los animales salvajes. Ellos no pueden ya escoger, quedaron reducidos a una vida miserable, sin inteligencia y sin afectos. Una vida precaria aunque hayan engordado sus arcas y sus cuerpos con el dinero de todos. Se despojaron de los símbolos y lo real los devora. Se creyeron dueños y se descubren devorados por sus propios fantasmas que los persiguen. Ese es el infierno y esa nuestra justicia. Nos falta terminar de despojarlos pero el paso decisivo lo dimos con firmeza, con la alegría de elegir, con la certeza de la posibilidad y de la libertad. Los actos se precipitan pero ya estamos ligados a un discurso civilizado, poético, lleno de entusiasmo. Encontramos nuevamente nuestro rostro, encontramos nuevamente al país en las colas del sufragio, encontramos nuestro espacio común anhelado. Nos desligamos de algo y necesariamente quedamos ligados a otro algo (Heidegger). Falta un tramo que traspasar, pero quedaremos…

Quedaremos ligados a la reconstrucción. A la tarea ardua de volver a armar lo que hoy ya son escombros. Volver a armar la Republica, las instituciones, el respeto al ciudadano, los servicios públicos, la seguridad y el respeto por la vida. Volver a armar nuestras vidas privadas, nuestros movimientos, nuestros trabajos, los esparcimientos, los afectos, los rituales privados. Volver a armar la armonía, la tranquilidad, el buen trato, la cortesía, el respeto. Recuperar esa sensación perdida,  la alegría de elegir desde una simple pasta de diente hasta nuestra forma de vivir. Tenemos el ímpetu, las ganas, el domingo lo demostramos y allí nos encontramos.

11 de julio de 2017

Un nuevo relato




El país está desorganizado y con él nos desorganizamos todos. Las opiniones son tan disimiles como las noticias sorpresivas con las que vivimos día a día. No hay tiempo de poner en contexto tanta precipitación de acontecimientos. Las redes sociales son un bombardeo de pronósticos, hipótesis y fantaseos que se imponen a los imaginarios ansiosos por hacerse una idea de lo que pasa, de donde estamos parados. Queda siempre la sensación de que algo se nos escapa, de no saber toda la verdad, que los datos se ocultan, que hay una maquinación que juega con la inocencia, de ser una burla de la última carcajada. Ávidos buscamos información que no encontramos, así permanecemos constantemente en la incertidumbre, la sorpresa, la sospecha. No tenemos tiempo o no nos damos ese tiempo. Es imposible poner orden, no hay un solo relato, no contamos con una sola trama, la historia se nos hizo pedazos. Hacemos multitudes de narraciones que conviven en el mismo escenario, todas inconclusas y a todas les falta la fuerza de la convicción. Un solo final esperamos, nos une una misma esperanza y estamos apurados. Es necesario acabar con estas narraciones y comenzar con una nueva que contenga un hilo conductor. Nuevos escenarios, distintos paisajes.

Queremos en nuestro próximo relato volver a creer en nuestras posibilidades, dejar de mentir y de engañarnos. Queremos volver a ser serios y conducirnos con dignidad. Dejar los insultos, volver a respetarnos. Entrar por la puerta como hacen los seres civilizados y no camuflados, escondidos, maleteados. Que los reptiles queden acorralados y no aparezcan en nuestras pantallas, que no vuelvan a introducirse en nuestras casas, que no pululen amenazantes y grotescos  en los guiones que narramos. Queremos una leyenda bien narrada. Queremos volver a narrar una vida bien contada. Con esta esperanza nos acercamos a ese gran “SI” que repetido tres veces nos hace evocar las playas orientales. Presos como hemos estado volvemos a tener esa gran convocatoria para expresarnos, la fiesta de voluntades de los ciudadanos. Puede ser un gran inicio de la nueva novela nacional, como se han escrito las grandes obras, las inmortales. Las mejores plumas salen del tintero y comienzan los nuevos trazos con los que nos volvemos a reinventar. Decimos “SI” a las formas republicanas.

Si no nos lo impiden allí estaremos los ciudadanos en el encuentro nacional. Porque fuerza y convicción hemos demostrado sin titubeos. Como con absoluta justicia señaló Inés Quintero “la sociedad venezolana ha respondido con una enorme fortaleza y una extraordinaria musculatura republicana: se ha mantenido en las calles por más de noventa días, exigiendo el respeto a la constitución y la defensa de sus derechos ciudadanos”. Si tratan de impedirlo con sus delincuentes desatados será peor para ellos y precipitaran su caída definitiva. Pasarán a ser recuerdo de uno de los peores errores de las páginas de nuestra historia. Esa tenebrosa narración innecesaria que tratan de imponer aunque nos neguemos a ser sus personajes. Hacen discordantes enunciados sin sujetos del enunciado, cuentos perversos sobres objetos que se mudaron a ser sujetos de nuevos enunciados. El tiempo lo exigió y estuvimos a la altura, damos la respuesta adecuada con una clara y contundente afirmación. SI, SI, SI.

Se nos hace imperioso comenzar a narrar nuestra nueva historia, con versiones acorde a la realidad de los hechos, que nos devuelvan la significación de lo que somos, que resignifique tanta locura sostenida por tan largo tiempo. Expresa Fernando Yurman “Las fuentes de esta necesidad narrativa primordial residen tanto en la naturaleza del psiquismo, ya que la narración es un organizador central, como en la modulación cultural de la realidad. Ambas dimensiones, aunque son específicas, se entrelazan. Como se sabe, hay cierta homologación entre las historias personales y las sociales, entre los ideales del relato y la historia que traducen” Mientras esto sucede inevitablemente seguiremos escribiendo diferentes versiones sobre un mismo hecho y estaremos entrando a la sala más atractiva según el gusto de cada quien. Necesitamos de historias porque al fin y al cabo somos también narrados, somos productos de las narraciones sociales. Símbolos, fantasías, leyendas, mitos que nos atraviesan. Es imposible una narración de nuestras vidas sin tener un libreto nacional, al hacerse trizas uno el otro se atomiza. Se pierde coherencia y la angustia se desborda impidiendo el banquete de las diversas emociones.

Se van a introducir elementos inéditos pero para que puedan ser compresibles tienen que estar insertos en una historia, en el nuevo cuento que estamos por comenzar. Ya le pusimos título con una afirmación que surge de la negación fundamental que hemos gritado durante estos agotadores años. No quisimos y no queremos ser esclavos, no quisimos y no queremos vivir en una constante propaganda engañosa. No quisimos y no queremos botas militares. No quisimos y no queremos tantas personas asesinadas, gente con hambre, niños abandonados, enfermos sin medicinas. No queremos y no quisimos estos mediocres mancillando nuestros valores republicanos. Así que el país nos reclama y estaremos allí con nuestras historias maltratadas otorgando un gran SI a nuestra dignidad. Comienza un nuevo relato.