26 de mayo de 2015

El mal y el sujeto del goce

Cuando se vive en un estado de supresión de la justicia, todo ser humano es susceptible de caer en desgracia ante la clase dirigente, no por los actos que un individuo pueda cometer sino simplemente por lo que es. Sabe el detenido que no ha sido procesado por normas jurídicas acordadas en una sociedad dada, que ha pasado a depender de otro que actúa de forma arbitraria y fuera de la ley. Del Otro de la Horda primitiva que describió Freud en Tótem y Tabú, el padre déspota que simplemente doblega a sus hijos para conservar para sí todo el goce sin permitir ninguna administración ni restricción del mismo. A esa persona se le suprime de toda posibilidad de decidir por sí mismo sus actos, no se le reconoce su derecho a hacerse responsable de sí y con ello queda fuera de todo acto jurídico y como consecuencia de su lugar como sujeto moral. Queda abolido de la humanidad por la intervención del poder arbitrario y subyugador. Se le niega la condición por excelencia, la libertad. Se le humilla y se le causa uno de los sufrimientos imperdonables que consiste en no respetar la dignidad de estar vivo y poder vivir según su propio criterio. El ser humano se cosifica.
Estas acciones que persiguen el sometimiento, la humillación y el maltrato al otro es lo que se ha catalogado como “el mal” el cual ha sido sometido a no pocas interrogaciones con la finalidad de entender tan terrible fenómeno, a qué se debe y cómo explicarlo. Fue teorizado por Freud como una tendencia inherente en el ser humano, las pulsiones de muerte, que empujan hacia su satisfacción sin ningún miramiento de tipo social. Freud no fue optimista con el porvenir de la humanidad y en su teoría dualista fija la lucha que el hombre siempre va a tener que librar entre fuerzas antagónicas. Una que empuja hacia la creación y el acuerdo amistoso entre los hombres y la otra fuerza, muy poderosa, que impele a la destrucción y la muerte. La naturaleza humana, entonces, contiene la maldad.
Por otra parte Kant también dedica parte de su pensamiento en la comprensión de este fenómeno y en su obra “La religión dentro de los límites de la mera razón” introduce el concepto del “mal radical” como un falla de la voluntad para atender al imperativo ético de la razón. Una suerte de perversión de la voluntad. Pero quizás es Hannah Arendt quien más tiempo dedicó a este flagelo y tuvo algunos cambios a lo largo de su indagación. En un principio toma de Kant la expresión de “mal radical” para dar cuenta de los crímenes cometidos por los nazis que ya no pueden ser entendidos “por interés propio, la sordidez, el resentimiento, el ansia de poder y la cobardía”. Posteriormente y habiendo presenciado el juicio que se le siguió a Adolf Eichmann queda impactada por el hecho de no haber encontrado ninguna huella motivacional específica en este criminal capaz de haber cometido actos monstruosos. Su teorización acuña entonces su famosa teoría de la “banalización del mal” que no pocos enemigos le acarreó y que no ha cesado de permanecer en la primera y más importante consideración de todo aquel que trate de entender algo sobre este pasaje tan ominoso de la historia de la humanidad. Pareciera que al tratar de abordar la maldad a la que es capaz de llegar el ser humano siempre algo se nos escapa.
Queda algo como resto en el discurso intelectual porque al abordar el mal estamos apuntando a otro registro que no pasa por el lenguaje pero que lo conmina a interrogarse y es en este punto donde Lacan aporta su más importante contribución. Hay un sujeto que no es el sujeto de la ciencia, se trata del sujeto de las pulsiones, el sujeto del goce al que afirma “no es fácil encontrarle la vuelta”. Es la parte no racional del sujeto a la que solo podemos acceder a través de la palabra, dar vuelta en su entorno hasta poder poco a poco ir haciéndose de trozos de su terreno. Lacan propone servirse de la lingüística para producir efectos sobre este sujeto del goce y lograr así un cambio subjetivo. Extraer un saber por vía del significante, el saber inscrito en el goce. Si bien este proceso se enmarca en el encuadre de una sesión psicoanalítica, podemos con certeza afirmar que en los discursos públicos y en la utilización del lenguaje político podemos inferir de igual manera como se desliza el goce de los opresores, como el mal se manifiesta en su más pura  intención destructora. Se revela en el discurso los placeres que causa el infringir dolor. Inevitablemente el sujeto del goce se pone en juego.
De acuerdo con lo que Bruce Fink afirma “La sociología y la ciencia política serian imprudentes si ignoraran al sujeto de estas últimas acciones, el sujeto como goce, por creer que sus campos pueden explicarse de manera exhaustiva únicamente mediante el sujeto significante”, para arribar a la comprensión del mal infligido por los abusadores del poder hace falta leer entre líneas, leer lo que queda dicho sin decirse en la verborrea incontenible con la que constantemente se bombardea a la ciudadanía, siguiendo patrones más que conocido de las técnicas propagandísticas para subyugar, doblegar y cosificar a los sujetos integrantes de una comunidad. De eso se trata la maldad, gozar del otro sin su consentimiento en un juego mortal. El psicoanálisis ha aportado al mundo nuevas compresiones de los fenómenos humanos que no poseían la Ciencia ni la Filosofía, y muy lentamente se ha venido introduciendo como categorías interpretativas en la sociología moderna y los pensamientos post modernos. Ignorar la existencia del sujeto del goce es quedarse sin herramientas para la comprensión de los hechos desbastadores y bárbaros a lo que es capaz de llegar el ser humano. Hitler y Stalin pueden ser los prototipos pero de estos seres está cundido el mundo; la psicopatía le ha ganado terreno a la civilización.
No se trata y no es la intención invitar a sentarnos a analizar los discursos de los tiranos para modificarlos, a los tiranos hay que sacarlos. Se trata de una invitación a comprender que somos víctimas del mal y que el odio y el resentimiento crecen e impregnan el ambiente de las ciudades con un vapor hostil que dificulta en grado extremo la respiración. Se trata de no ignorar la existencia de la maldad, no borrar los efectos del daño y no jugar con las categorías religiosas del perdón y la bondad impuesta por un moralismo que revela muy poca reflexión. Son tiempos de pensar en la muerte a los que nos empujan antes de tiempo, aunque como Spinoza nos ilustró “el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y toda su sabiduría es sabiduría de la vida”.

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