10 de marzo de 2015

La seducción



Una de las condiciones para imponer un régimen totalitario es que su población siendo muy vulnerable –por la falta de formación, por la falta de compromiso social y madurez- sea fácil presa de la seducción. El ser objetos de encantos ofrecidos por sujetos inescrupulosos es psicológicamente un arma muy poderosa, las ficciones de los seres humanos en sus posiciones sexuales las podríamos reducir en términos generales a dos posiciones fundamentales, fantaseamos ser seducidos o fantaseamos ser seductores. Estos fantasmas basales se pueden llenar con toda una temática particular y a veces muy elaborada, pero la posición subjetiva puede ser identificada con cierta facilidad. Freud comenzó sus investigaciones y profundización de su desarrollo psicoanalítico escrudiñando el fenómeno de los relatos de sus pacientes en las que confesaban haber sido objetos de seducción en su infancia y hacían protagonistas de estos actos a los personajes que cumplían labores de cuidados a los infantes. Muy pronto se percató que estos hechos lejos de haber ocurrido en la realidad se trataban de hechos fantaseados por los pequeños. Hannah Arendt en su extraordinario libro “Los Orígenes del Totalitarismo”  subraya que un mecanismo esencial para que se instale un totalitarismo como forma de dominación es que la población confunda ficción y realidad. La seducción es entonces una manera de manipulación a la que todos somos muy vulnerables porque está en juego una necesidad primordial del ser humano, el amor.

Las sociedades modernas fueron transformadas en una lenta pero inequívoca tendencia de basar las relaciones interpersonales  en normativas y reglas cada vez más estrictas, olvidando los principios morales que deberían regir las conductas humanas y en realidad dejar ni siquiera de pensar en ellas. Los legisladores y encargados de implementar las normas se erigieron de esta forma en los nuevos dioses y modelos a observar para la impronta distintiva de una sociedad; si observamos con detenimiento veremos como una sociedad se va comportando de la misma forma que sus gobernantes. Si se corre con la buena fortuna de tener en la cabeza del Estado a personas probas y correctas, la sociedad muestra una cara decente pero por el contrario si rufianes, bribones y matones llegan a lugares regidores de una sociedad, brota en el seno de la comunidad, como hongos crecidos del estiércol, todo tipo de antisociales. Orgullosos de la racionalidad y la lógica científica alcanzada mandamos al cesto de la basura la emocionalidad y los sentimientos empáticos y de respeto, de esta forma quedamos inermes y presas fáciles de los encantadores de culebra capaces de ofrecernos un paraíso en un mundo carente de una visión del otro. Los grupos sociales se hicieron muy vulnerables a la seducción del ídolo de barro erigido en el poder.

En el juego erótico entre dos personas la seducción es la principal y más entusiasta etapa en el deleite del encuentro privilegiado de dos seres que se ofrecen para un goce mutuo, el goce sexual. En esta relación ambos se entregan como objetos de manipulación y quedan a la disposición irrestricta de los requerimientos amorosos, una relación que debe ser acordada y controlada, si se es responsable, por sentimientos bondadosos y tiernos de no infringir daño alguno a la persona que se nos ofrece de forma incondicional. Sabemos que estamos describiendo una situación ideal y que rara vez la fenomenología se acerca a dicho modelo, pero si no somos unos desalmados el respeto por la persona más cercana generalmente prevalece porque los sentimientos morales no son excluidos de esta dualidad delicada y esencial. Sin embargo en este terreno que es paradigma de la vulnerabilidad humana por excelencia, muy pronto surgen las diferencias individuales y las tendencias personales muy particulares que requieren toda una labor artística de ambos para irse acoplando en el convivir diario, si no está el amor por el otro como ingrediente principal todo termina siendo ruina y maltrato. El amor no es generalizado, no se ama a una multitud sin cara, no se ama al desconocido; se ama a los seres con los que hemos tenido la fortuna de transitar en nuestra historia, a los seres que por su presencia indispensable nos ayudaron a conformarnos en lo que somos y en ellos nos reconocemos.

El fenómeno cada vez más visible en nuestro mundo de multitudes enaltecidas, eufóricas y desbordadas por una pasión despertada y alimentada por un líder es señal inequívoca de una psicopatía extendida que está conduciendo a la civilización a su autodestrucción. Fenómeno que se observa de forma cruel en regímenes totalitarios y que paradójicamente fue la fascinación de los intelectuales que observaban con envidia el espectáculo de entusiasmo popular e interpretaron este mecanismo como un ideal para salir del aburrimiento en lo que se encontraban en sus sociedades seniles, como bien señala Zygmunt Bauman. Es que si nos vamos al centro de los males que vivimos, los intelectuales también sueñan con un público seducido que admiren sus obras, no por el aporte a la civilización que deben arrojar, sino por unos egos sobreabultados. Sea cual sea la trinchera desde la cual actuemos la máxima aspiración del hombre postmoderno es querer ser un líder con una masa informe de personas que obedezcan sus órdenes y se ofrezcan como objetos de sus deseos inenarrables. No es muy difícil observar como el amor y compromiso entre los seres se ha ido extinguiendo y como aparece en sustitución la admiración por seres lejanos a nuestro entorno y que usan la seducción como arma traidora para la consecución de sus intereses particulares, sin ningún miramiento ni amor, aunque los discursos estén saturados de mentiras empalagosas. Telenovelas baratas que erizan la piel de cualquier ojo agudo y avizor.

En general los líderes han perdido interés por las emociones y sentimientos de los otros, lo que se desea es que los demás no interfieran en los fines egoístas y solitarios que se traza cada quien para su propio éxito personal, montados en la exposición pública y en los shows televisados y utilizando como herramientas estratégicas esenciales la seducción y la represión. Desmontar estas trampas es la tarea que nos toca y ciertamente no es poca cosa. En nuestro pequeño radio de acción y nuestra vida cotidiana podemos comenzar por ver más al que tenemos al lado y dejar de estar arrodillados y humillados por los que demandan de nosotros el ser solo piezas de sus peligrosos engranajes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario