7 de agosto de 2018

Los primeros pasos (Cuento 1/4)



A Rosa le era familiar el quedar detenida por largos periodos en su vida. Una veces porque su pequeño mundo construido se le derrumbaba y otras por accidente. En todas sintió miedo y en todas sus fuerzas se vieron considerablemente disminuidas. Una gran batalla debía librar entre una fuerza que la empujaba a detenerse definitivamente y otra que la invitaba a continuar. Eran repetitivas las escenas, agobiantes hasta el punto que la vencía el sueño. Así que cuando era dominada por la parálisis permanecía en una duermevela particular en la que personajes oníricos poblaban su espacio. Había todo tipo de gnomos amenazantes, sátiros, vampiros, brujas que aturdían con risotadas burlonas. Era siempre el comienzo de momentos retadores pero siempre, sin falla, aparecía un personaje particular que le ofrecía su mano y la invitaba a irse con él. A dónde no lo sabía y muchos menos a qué. Era desconocido, enigmático, no hablaba hacía gestos. Su aspecto tenía contrastes, no era bonachón, no era especialmente severo pero tampoco complaciente. Rosa lo captaba con una fuerza misteriosa para ella. Optaba por seguirlo, una y otra vez y en cada experiencia tenía que volverlo a reconocer. Tenía nuevamente que rendirse a ese brillo particular de su mirada.

Todo comenzó una mañana en la que despertó tranquilamente en su cama, como era cotidiano. Ese día apenas se incorporó observó el espejo de su cuarto destrozado, los frascos de perfumes habían sido estrellados con violencia; un revoltijo de ropas, libros, imágenes y figuras del recuerdo en un reguero inesperado y que no recordaba al dormirse. Creyó que era una pesadilla, pero no, era ésta su nueva realidad. Observó su cuerpo y no encontró marcas, nada le dolía, le dolía el alma hasta intuirla destrozada. Se echó nuevamente sobre su almohada atormentada con los sonidos de un pensamiento que no pensaba, que dejaba las emociones solas, desatadas. Comenzó a gritar sabiendo que nadie oiría sino solo ella que no era otra cosa en ese momento sino un objeto magullado. No tiene idea de cuánto tiempo permaneció allí acurrucada, no sabe si se durmió o la garganta se le secó con los gritos y el terror, pero de repente apareció esa mano a la cual se aferró. La ayudó a incorporarse y salir, con mucho sigilo, tanteando de su cuarto y de su casa para nunca más regresar. Allí todo había terminado.

No es necesario explicar lo perdida que se observó en un mundo desconocido que la invitaba a buscar nuevamente su sitio y su morada. Muy distinto al hasta entonces familiar, pero no carecía del encanto del encuentro con nuevos seres humanos y del descubrimiento de irse transformando en una mujer tan diferente a la que conocía que ella misma fue su objeto de interrogaciones detectivescas. También un mundo nuevo por conocer y el que se le antojó el más interesante. Así que la comenzaron a conocer como la mujer ensimismada al haber adquirido una facilidad enorme para desconectarse y permanecer largo tiempo escarbando en profundidades y laberintos complicados del que salía al oír una voz amigable que le decía ¿epa Rosa a donde te fuiste? Volvía, sonreía y fácilmente se conectaba con la conversación del amable ser que la acompañaba. Se esforzaba por distraerse hasta que se le hacía imperioso regresar a su cuarto y permanecer sola y en silencio. Además de ensimismada se le conocía también como una maga con facilidad para desaparecer de una manera misteriosa. Sí, es que Rosa fue un misterio para ella y para los otros.

Así la quisieron y la buscaban más de lo que ella en un principio hubiese querido. Porque si bien agradecía la atención que le prestaban su necesidad imperiosa era saber en quien se había convertido. Pero también sabía que sin otros le iba a ser imposible tal hazaña. Pero no podía ser otro cualquiera, no podía ser otro que la escogiera, tenía que ser otro que ella descubriera y para ello también tenía que explorar ese mundo que se le antojaba tan raro. Doble y dificultosa tarea de la que más de una vez quiso desistir pero siempre la mano… siempre la mano y esa mirada segura y brillante que la invitaba sin poderse resistir. Así que se vio obligada a asistir a  invitaciones que la fastidiaban, a conversaciones que terminaban por aburrirla, en donde se acrecentaba sus deseos de soledad. Hasta que un día apareció Luis, allí estaba parado, solo, con un vaso en la mano, viéndola de lejos, con una sonrisa y con un gesto interrogante. La observaba, no sabía desde hacía cuanto tiempo,  pero ella lo miró y en seguida quiso conocer a ese hombre. Se paró, también con su vaso y se le acercó. Así como un impulso, sin dar explicaciones, sin saber qué hacía. Pero a decir verdad a nadie le extrañó.

Hola
Hola

Al fin te encuentro le dijo una voz ronca, cálida, misteriosa y profunda. ¿Dónde estabas escondida?

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