31 de julio de 2018

No sé si me extrañas o me engañas



Tener confianza es quizás la sensación más reconfortante en la que se puede descansar de nuestras oscuridades profundas y de un mundo externo amenazante. Pero cada vez nos cuestionamos más en quien podemos descansar o en que podemos confiar. Confiamos, por ejemplo, en la Ciencia y admiramos de sus grandes avances. Hoy utilizamos infinidad de recursos brindados por grandes o prácticos inventos legados por la tecnología para el confort de los humanos. La Medicina nos ofrece la posibilidad o la ilusión de retardar el inevitable desenlace de toda vida. Hoy día nos transportamos en aviones, con mayor o menor confianza, que nos permiten llegar en corto tiempo a lugares remotos. Se acorta y alivia la distancia con los seres añorados; al igual que nos lo facilita  la rápida comunicación con las nuevas vías del ciberespacio. Todos estos sustanciales cambios que se suscitaron el siglo pasado nos lanzaron irreversiblemente a un nuevo mundo, donde el acomodo humano se ha dificultado.

Porque detrás de estos objetos siempre se encuentran los sujetos que pueden engañarnos, que pueden hacer trampas y pueden matarnos. Los sujetos deciden y pueden con total impunidad romper ese lugar de la confianza y del amor. Si no nos matan físicamente nos matan el alma. Para engañar y destruir convocan al auditorio a confiar en un gran Otro, un dogma, un dios, una idea superior que es infalible y no engaña. “En Dios confiamos” es el lema impreso en los billetes americanos. No falta razón porque el dinero es y ha sido el objeto más codiciado y en el que confiamos, el gran cohesionador de las sociedades modernas. Así los sujetos, motores del engaño y del camuflaje se esconden detrás de dogmas que se muestran incuestionables. Desaparecer al sujeto ha sido el lema de la Ciencia y de las religiones. Pero como todo ardid el destino es la caída de muchos tinglados. Se caen las creencias y arrasa con los farsantes.

Esa frágil búsqueda de una creencia irreductible en un ser que no nos engañe va perdiendo fuerza en el mundo que habitamos. Sin dejar de tener sus consecuencias por supuesto, un mundo de seres descreídos que no confían ni en sus sombras es, por decir lo menos, muy incómodo y angustiante. Es que ya no creemos ni en nosotros mismos, cuando nos vemos actuando de una manera en la que no nos reconocemos surge la angustiosa interrogante ¿quién soy? Si el componente desconcertante por reconocernos nuevamente va acompañado de un mundo absurdo, tengamos la certeza que el desenlace es la locura. Componentes esenciales de la tragedia que tan bien describió el inmortal William Shakespeare. Otelo logra casarse con la mujer que ama, Desdémona, en un matrimonio amenazado por las pasiones humanas desde su inicio. Yago introduce la duda de la fidelidad de su amada en Otelo que va horadando  poco a poco sus fuerzas y enloquece de celos. Mata a Desdémona para luego cegar su propia vida.

Las tragedias ya fueron escritas actuadas y exhibidas ante un público que permanece sentado perplejo repitiendo incansablemente las vías seguras a sus propios infiernos. Porque al contrario de la sentencia de Sartre, el infierno somos nosotros mismos pero vemos las llamaradas siempre afuera. No puede haber mundo, sociedad, grupo humano, familia, amor sin creencias. Tome cada quien las suyas, las que quiera, haga su propio altar, prenda sus velitas y cuide su intimidad, póngala al reguardo de los lobos feroces que acechan. Los cazadores apostados en cada esquina para inducir nuestros íntimos fantasmas y conducirnos a pequeños y grandes infiernos. Siempre habrá seres más fuertes, más desalmados que no tienen límites para la crueldad. Si no nos cuidamos nadie lo va a hacer por nosotros, solo los contados seres en los que confías pueden ofrecerte un  hombro para posar tu pensamiento cada tanto atormentado. En todo escenario la prudencia es buena consejera.

La opinión pública es un nuevo tirano que si no lo dosificamos terminará por destruirnos como bien advierte Fernando Martin Aduriz. Así tenemos a nuestros políticos guiados por la opinión pública, temerosos de ser impopulares, de decir y actuar en consecuencias a la tragedia que nos embarga. Se dice solo lo que se supone la mayoría quiere oír aunque sepamos que esa mayoría no es ilustrada. Se menosprecia el saber, la reflexión, el estudio. Ya no se cree en debate de ideas y en la argumentación para las que fueron concebidas las casas de estudio. Al contrario se destruyen, se diluyen en ese mundo líquido que describió Bauman. El mundo del descreimiento, del escepticismo, del desprecio por los valores, de nuevos iluminados con sus ventas de espejismos. Si se continúa en esta fiesta macabra de monstruos ebrios terminaremos aplastados cuando el fuego se desate.

Nunca se tiene un seguro sobre cómo será la conducta del otro en un futuro, generalmente se apuesta porque no engañe pero sabemos que puede hacerlo. Lo que es imperdonable es cuando el otro ha dado claras señales de no ser confiable se precipiten los diferentes formadores de opinión publica a vender barajitas trampeadas a un público mayoritario e ignorante. No es posible parase en el mundo con criterios propios si no se ha confrontado las ideas con otros o con los libros. Como señala Castell estamos en un mundo descreído y por eso mismo buscamos y adoramos a toda clase de falsedad, la búsqueda desesperada de qué aferrarse con el mínimo esfuerzo y la máxima comodidad. En la medida que aumenta la demanda de protección decrece la posibilidad de estar protegidos, paradoja que nos deja un estudioso de la angustia y el miedo en las sociedades modernas.

Así que, también paradójicamente, debemos creer en ese ser que no sabemos si nos engaña o nos extraña mientras vemos llover. Porque al fin y al cabo le cantamos a la confianza depositada en nosotros mismos.

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