17 de julio de 2018

El disfraz y la mirada



Ellos se disfrazan y nosotros miramos. Imaginamos que también se vieron en un espejo que les ha debido devolver sus patéticas figuras en forma invertida. ¿Acaso se ven como los vemos? Nunca resultan exactas las imágenes que devuelven las percepciones. Cada quien mira desde su propia búsqueda de signos, de significados y significantes. Lo interesante sería saber que miran cuando el espejo los refleja y se prestan a la observación de atónitos mirones. No lo sabemos pero podríamos especular al respecto, porque la imagen es repulsiva pero a la vez  provocativa. ¿Desafían? quizás, ¿quieren jugar y causar hilaridad? quizás, ¿no tienen idea de lo grotesco del espectáculo? quizás, ¿no tienen idea de lo que son o por ello mismo se disfrazan? quizás, ¿obedecen a un ritual? quizás. Más y más especulaciones podríamos inventar, pero con ello solo nos reflejamos a nosotros mismos. ¿Qué pasa por esas cabezas locas? Difícil de descifrar ni que los acostemos en un diván. No todo caso tiene curación o alivio. Pero se nos hace evidente que esto no es normal, la pareja dictatorial está loca, y los síntomas se desbordan en disfraces hirientes al más mínimo sentido estético. 

La metáfora que sintetiza la experiencia de vida es la mirada. Cuando nos mostramos queremos seducir, al menos ser apetecibles a los demás. Es la vía expedita para enamorarnos de los signos que captamos, de los que con ansia buscamos en la persecución del deseo. Por lo general estamos atentos a esa mirada y a las señales que nos devuelven los signos de haber sido vistos de alguna manera. La mirada puede orientarnos o puede aterrarnos. Generalmente le huimos a esta última sensación, que puede provocar la repugnancia de ser vistos de forma descarnada. No se ve la piel, se ven las entrañas, la maldad, el desprecio, la insania, el hedor. Nos hieren de cualquier forma, con el verbo y con la imagen. Mayor desprecio no se puede concebir. Realmente se nos escapan las significaciones, ¿De qué se tratará todo esto? No es agotable el hecho con solo pensar que son piezas extraídas de la Corte de los Milagros, esa zona de París Medieval habitada por mendigos, ladrones y prostitutas. Porque si bien nuestro país está dando claras manifestaciones de una regresión al medioevo, estos mamarrachos viven en el siglo XXI y los síntomas son posmodernos.

Aquí ya estamos con la necesidad de encontrar la puerta de emergencia. Nos metieron en un manicomio, sin habernos dado cuenta o quizás si nos dimos, no lo sé. Pero ya el espectáculo que están dando los carceleros, esa ominosa combinación de muerte y risas demoníacas, imágenes oníricas de las peores pesadillas emulan las mejores imágenes de las películas de Federico Fellini combinación de política y sátira o las indescifrables escenas de las películas de  David Lynch. Estar sumergidos en este mundo surrealista nos terminará de enloquecer y meterse en esas cabezas es perderse también en la locura. Peligro que nos acecha porque es contagioso y colectivo. Da miedo esa visión de signos desconocidos, porque nos remite a un destino incierto. Es constatar, una vez más, que el país está en mano de locos malos. La banalidad del mal mostrada sin velos defensivos, allí esparcida por cualquier espacio público. Y siempre una cámara para inmortalizar los momentos de agravio a una población que padece sus desprecios. La rabia crece y se desborda.

¿Es perversión? ¿Estamos ante una escena de exhibicionismo? La que solo podría exorcizarse quebrando la escena. Se muestran para provocar el sobresalto, la angustia, con solo ignorarla el actor se desploma. Pero no podemos quitarnos los lentes, tenemos que mirar con incredulidad. Sí, no la creíamos cierta, pensamos es un mal chiste, un fotomontaje, como tanto se hacen y estamos acostumbrados, para luego caer en cuenta que fue verídico, que allí con sus cuerpos envueltos en extrañas y ridículas vestimentas se mostraban los que figuran ante el mundo como los representantes de nuestro país. Solo por ocupar un lugar, tomado por asalto, podrían encontrarse en ese sitio y actuar tan inapropiadamente. Vergüenza dan y de la que causa repulsión. No podemos evitar mirar-mirándonos, en eso convirtieron a nuestro país, en un mal disfraz de lo que fuimos. Militares disfrazados, escenas “patrióticas” sacadas de teatros marginales y una población famélica registrando basuras para extraer algo de alimentos descompuestos. Un instante, una sola mirada, una imagen reveladora que nos echa en cara lo obsceno de nuestra situación. La masacre ofrecida a nuestra mirada.

Solo quedan las interrogantes ¿De qué se trata esta escena? ¿O no habría que buscar nada en un gesto vacío, carente de todo contenido significativo? Lo siento es humano, muy humano, ir tras las huellas de las significaciones para poder calmar la angustia antes que se haga incontenible.

Estamos en manos de locos malos,  allí hay un mensaje que debemos interpretar. Recuerdo en este instante a Hermes, semidiós que traía mensajes a los humanos de los dioses pero los disfrazaba, tergiversaba utilizando disfraces y argucias de todo tipo. No descuidemos las simbolizaciones y actuaciones que nos hablan a gritos de la ausencia absoluta de lo bello de ciertos modales. No perdamos nuestra humanidad que solo con ello contamos.

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