Andrew Wyeth |
En un país muy conocido y no muy lejano se desató una
epidemia tan desbastadora que se fue perdiendo toda posibilidad de hacer
cohesión entre las personas, de lograr interacciones sociales, se perdió la
habilidad muy humana de poder entenderse y debatir opiniones. La población fue
quedando sin la capacidad de oír y de interpretar sus experiencias y sus
emociones. Nadie se oía, era como si todos estuvieran sumergidos en mundos
internos muy borrascosos. La sensación que esos seres producían era la de un
gran tormento que no permitía el poder prestar atención y mucho menos interés
por el otro. La gente hablaba si y hablaba mucho mientras el supuesto escucha
estaba solo interesado en sus propios pensamientos. Apenas uno se callaba
arrancaba el otro con un discurso propio y ajeno. No se hacían preguntas y por
lo tanto no había intercambios de experiencias, no se compartían ideas.
Todavía se conservaba la apariencia de una sociedad aunque
todo fue adquiriendo un aspecto de falsedad. Esto hacia más difícil encontrar
explicaciones coherentes del porqué la sensación de abandono y soledad. La
sensación comenzó a ser muy extraña y difícil de explicar. Era como si fuera posible que las personas se
ausentaran y sus cuerpos y apariencias continuaran presentes. Allí estaba, sin
duda, esa persona tan cercana y querida, que respondía por su nombre y
conservaba los mismos rasgos y costumbres familiares, estaba pero estaba
ausente. Estaba abstraída, estaba en un mundo no compatible. Hacia como que
escuchaba, pero no, no escuchaba puesto que a continuación comenzaba a hablar
de algo referente a su propio halago, a su propio interés por escucharse hablar
para sí mismo. Pero tampoco se escuchaba, porque nada parecía calmar sus
tormentos. Lo que ocasionaba que en cada encuentro se repitiera la misma
escena, un mismo guión sin coherencia ni destino.
Se fue perdiendo progresivamente la capacidad de simbolizar y
tener contacto con la realidad, ésta se sentía lejana e indiferente. Las
personas se tornaron distantes a todo lo que habían sido sus valores hasta
entonces, la amistad, el amor, la educación, el respeto, la admiración, el agradecimiento,
el dolor por el dolor ajeno, se fueron perdiendo. Se veía lo que se tuvo pero
como se ven los objetos a través de los cristales, sin tener acceso, sin poder
tocarlos, sin poder acariciarlos, de sentirlos como propios. De vez en cuando
se oían juicios, se catalogaba al otro con el desprecio del que se siente
abandonado sin percatarse de su propio abandono. Era necesario y de forma
urgente comenzar a organizarse para tomar las medidas sanitarias pertinentes.
La sociedad estaba enferma y había que encontrar la terapéutica adecuada. Pero
organizarse requiere de escucha, argumentos, de estrategia y acuerdos. Con el
inconveniente que los llamados a liderar estos operativos habían sido afectados
con el mismo mal, no escuchaban y se mostraban torpes.
Se fueron perdiendo las identificaciones apaciguadoras y se
sumergió la población en un profundo miedo al perder la noción de quienes eran,
qué podían y qué querían, solo un vacío sin respuesta hacía eco con voces
amenazantes de imposibilidades. Aumentaba de esta forma los ruidos internos y
se acallaban cada vez más la voces de otros. No se escuchaba, no se atendía a
la experiencia, no se percibía el fenómeno y se permanecía en una sola y
sórdida repetición. Era de esperarse el fenómeno que se desata cuando se deja
de escuchar y solo se emiten órdenes. El que deja de escuchar muy pronto se
encontrará solo y en tal caso impartirá órdenes que solo el silencio atenderá.
No es indiferencia, no es cansancio, no es indolencia, es soledad.
Estamos solos sin presidente y sin oposición. Estamos solos
sin un liderazgo racional. Estamos solos sin guía, sin estrategias, sin
protección. Solos y perdidos en nuestros laberintos propios.
Muy buena reflexión compatriota. Yo me atrevo a complementar su artículo, en la parte final del mismo, señalando que tal situación de estar solos sin presidente y sin oposición NO necesariamente nos hace estar solos y perdidos sino más bien una oportunidad para que insurja algo que hace falta en este país: la ciudadanía que es aquella parte de la población capaz de expresarse sin mediadores con intereses específicos sean estos políticos, empresarios o profesionales de la comunicación que se extralimitan en sus roles y solo cabe el contrapeso del ciudadano.
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