16 de agosto de 2016

Un niño marca pautas (3/4)




Diego estaba de vacaciones y desde ese momento no se separó de Alicia. Rodrigo tuvo, de esa manera, un poco más de tranquilidad para enfrentar su peligroso trabajo pero también lo que lo apasionaba. Los primeros tiempos Alicia y Diego se dedicaron a la casa, lo primero que hacían al levantarse era poner música y bajar bailoteando las escaleras para preparar el desayuno. La alegría de Diego, su ternura y conversación interminable era todo un contraste a los infiernos íntimos de Alicia. Pensaba todo el tiempo sobre su vida y sus insatisfacciones, sobre las decisiones muy duras que ahora tendría que afrontar y cómo hacerlo. Sin ese danzarín perenne lleno de vida a su lado este trago amargo no hubiere llegado a ser jamás digerido. Dormía con ella y leían cuentos hasta quedar exhaustos. Abrieron ventanas, sembraron plantas, cocinaron en compañía, cantaron a dúo y llenaron la casa de alegría y luz. Cuando salían a la calle ambos se transformaban.


Diego en la calle andaba aprehensivo su padre lo había entrenado; de tanto miedo fue inevitable trasmitirle miedo también al hijo, debía cuidarse. Así que Diego iba advirtiéndole a la tía que podía o no podía permitir y ella no lo soltaba un solo instante, parecían dos ilegales cuidándose de ser encontrados y deportados. Veían constantemente para los lados, volteaban y brincaban ante cualquier ruido inesperado. El peligro los acechaba, los enemigos los acosaban. Alicia nunca había visto en su país ni en ninguna otra parte tanta vulgaridad con desparpajo; los automercados se habían convertido en sitios peligrosos y obscenos, no divertía para nada salir a abastecerse, era simplemente un mal necesario. Las personas con las que se sentía afín estaban atormentadas pero no habían perdido un trasfondo amable y ese dejo implícito de reconocimiento en el dolor. La gente se hablaba pero siempre queriendo reforzar las esperanzas y se repetían constantemente las mismas plegarias. Un duelo colectivo, un dolor generalizado, unas rabias contenidas, un despojo arrebatado. Eso era la ciudad que sin los refugios particulares ya hubiese empujado a una locura violenta. Hay mucho odio se puede incluso tocar.

Así que salían únicamente a lo indispensable y con ganas de regresar lo más rápidamente posible. Dentro de casa otra era la emoción que embargaba. ¿Se podía vivir de esa manera? Y ¿Por cuánto tiempo, sin irse marchitando el alma? Preguntas constante que se hacía Alicia y para la cual no tenía respuestas. Pero había algo que la amarraba, algo muy fuerte a lo que sabía no iba a renunciar ya nunca más. ¿Qué era? ¿De qué se trataba? Quizás un tormento proveniente de afuera que apaciguaba un poco el interior; quizás una emoción silenciosa, familiar, que aún se palpaba aunque estuviera encapsulada. Quizás era precisamente aquello que dejó de tener cuando se fue y que siempre añoró como una pérdida irremediable. De repente se detuvo y se dijo no hay salida fácil, regresas definitivamente y te unes a una tristeza colectiva que también es tuya o te vas y vives con tu propio dolor de quedar amputada. No hay salida, no la hay. Se trata de escoger con cual dolor vas a vivir y ella ya había escogido, solo que aún no quería decírselo. Las cartas estaban echadas.

-Tía te estas poniendo triste, tengo una idea vamos a hacer una fiesta.
-¿Una fiesta Diego? ¿Tú crees que estamos de fiesta?
-Sí  y ¿por qué no?

Alicia sonrió, con esa mueca de ternura, tristeza y al mismo tiempo de interrogación. Es verdad ¿por qué no? pensó, en todo caso la había sacado de su propia tristeza acentuada ahora por ese mundo destruido.

-Llama a tus amigos, hagamos la lista y te ayudo a prepararla.

Los amigos, era cierto, ni siquiera había pensado en ellos. No es posible andar tan abstraido en los propios dolores para olvidar el afecto tanto tiempo no tocado. Su emoción cambió totalmente, la invadieron los recuerdos de su juventud e infancia, aquellos tiempos de aventuras, irresponsabilidades sanas, de travesuras compartidas, de los primeros amores y desengaños. De aquella vida protegida y desenfadada. ¿Cuántos quedarán en el país?

-Vamos Diego hagamos la lista. Y de paso invitas a tus amiguitos.
-jajá eso es lo que quería. Tiene que ser temprano aquí la gente no sale de noche.

Alicia lo besó, él se levantó puso música y se sentó con su lápiz y papel mientras la tía le dictaba.
Sin embargo Alicia no dejaba de pensar en cómo iría a reaccionar Richard. Pensando en ello sonó el teléfono, eran sus padres.

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