1 de noviembre de 2016

Nos vamos reconociendo




El momento es político por excelencia, el campo de la acción. Las estrategias deben decidirse día a día, con mucho tacto y sobre todo con un muy sagaz y perspicaz reconocimiento de la población. Las comunicaciones deben ser claras y fluidas, trasmitir un halo de confianza general hacia los encargados de tan difícil tarea. Está clara la lucha, pedimos volver a la civilización, decidir nuestras diferencias por las vías señaladas en la constitución y con ello rescatar un país donde se haga posible la convivencia. Por el otro lado también están claras las estrategias, mantenerse en el poder al costo que sea y si para ello hay que salirse de toda regla acordada, pues adelante por ese camino se zumban. Ambas posiciones poseen sus fuerzas, nosotros la mayoría de una población decidida por revertir un destino mortífero; ellos las armas y las instituciones. No la tenemos fácil, la situación que enfrentamos es delicada. Momento de cabezas bien amobladas para la dirección y de emociones intensas controladas que motoricen con determinación las acciones. Se requiere, entonces, el mayor equilibrio posible.

Hay mucha rabia y sobran las justificaciones para que estemos indignados. La rabia puede ser muy buena pero si no se tramita adecuadamente, acaba por destruir los actos acertados para trascender las circunstancias que la provocan. Muy buena para impulsar a actuar y no dejarse vencer por la inercia de la depresión. Pero un enemigo si se deja desbordar y se permite que abarque todos los espacios vitales. La rabia debe y tiene que ser circunscrita en sus dimensiones y sobre todo no se puede perder de vista las causas que la originan. Se corre el peligro de quedar atrapados en las garras del resentimiento y perder la posibilidad de  conducirnos con propiedad y justicia. Se pierde el camino de la tranquilidad, se obnubila la razón y se actúa impulsivamente queriendo destruir todo lo que se atraviesa. El resentido en realidad se siente disminuido, no apreciado, no reconocido y su único objetivo es demostrar que es superior utilizando como armas las bravuconadas que provocan un mayor desprecio. Siempre errado pero nunca decidido a comenzar a labrarse un lugar, su propio lugar. Nietzsche señaló como unas de las tendencias modernas en las democracias y del socialismo la preponderancia política del resentimiento.

El arma psicológica por excelencia que utilizan los dictadores es desconocer a los ciudadanos y con ello ir provocando rabias descontroladas que terminan por destruir todo tipo de cohesión entre los oponentes. No se reconoce absolutamente nada del otro al considerarlo un adversario político, no se reconoce su fuerza, no se reconoce sus luchas, no se reconoce sus demandas, no se reconoce sus nombres, no se les reconoce su dolor, se les hace objeto de burlas y sarcasmos. En definitiva, se les trata de suprimir como sujetos. Todos los actos están enfocados para hacer sentir al otro que es un don nadie y si quiere sobrevivir es mejor que se someta o si no simplemente que se vaya del país. Ante semejante aplanadora violenta de resentidos sociales nuestra mayor y más efectiva defensa es reconocernos entre nosotros mismos, reconocernos en nuestra justa y necesaria cohesión para poder enfrentar con ganas, fuerza e inteligencia las causas de tan abarcador malestar. Es lo que estamos haciendo y lo estamos haciendo bien, no perdamos el camino. Nos vamos reconociendo.

Vamos descubriendo quienes somos, vemos con amor al que nos acompaña, el que se toma su tiempo para oír, el que comprende nuestro léxico y responde en el mismo tono. Vemos con ternura y dolor a quien relata su tragedia y sigue pidiendo justicia con entereza y determinación. Nos llenamos de emociones buenas al observar la respuesta masiva de ciudadanos en la calle clamando por votar. Allí nos parecemos y sabemos que no estamos solos, que somos muchos y unidos por un mismo fin, rescatar a Venezuela y comenzar a construir un nuevo país. En este escenario volvemos a ser sujetos protagonistas de nuestra historia y con un deseo que no doblega. Es nuestra mayor fortaleza, no caigamos en las trampas de quienes nos ponen a odiar indiscriminadamente, de quienes ven un traidor en todas las esquinas. El momento es delicado y requiere lo mejor de cada uno. Seamos hijos de la ilustración y dejemos los atavismos del resentimiento y la rabia desbordada que no busca sino rebajar al otro. Nos estamos reconociendo, en la acción volvemos a ser sujetos políticos de derecho. Somos ciudadanos, no pueblo, ni masa, sin nombres ni apellidos y sin partida de nacimiento.

Después que actuemos con acierto y contundencia volveremos a nuestros lugares pero nunca siendo los mismos, algo muy valioso habremos ganado. Seremos nuevamente distintos entre los iguales y fortalecidos. Es al fin y al cabo la propuesta de la ética, descubrir quiénes somos reconociendo al otro. El deseo es poderoso cambia una vida, cambia al sujeto, puede cambiar a un país. Pero para conseguir ese deseo hay que limitar al goce, y la rabia desbordada, que es un goce, puede ser su destructor. Ejemplos sobran en el escenario público. Perdieron contacto con la realidad, no quieren saber de ambiciones perdidas, pues bien se la vamos a señalar y con ello le ponemos límites. No somos cuerpos a ser lastimados, somos sujetos y nos estamos haciendo oír, allí esta nuestra grandeza, en nuestro reconocimiento. Como nos invita Hannah Arendt llevemos a cabo “nuevos inicios” acciones novedosas e inesperadas que apuntalen nuestro ser. En el discurso y en la acción está lo que somos, nuestra identidad. En ese escenario nos estamos reconociendo.

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