22 de noviembre de 2016

Que los taquitos vuelen




Hemos pasado una semana con demasiado ruido. Una ciudadanía alborotada que no cesa de gritar a los cuatro vientos y clamar por justicia. Se entiende, haber detenido la marcha por rescatar al país de tanta barbarie es un trago muy difícil de digerir. Nos detuvieron y nos dejaron en un silencio solo interrumpido por un comunicado mal redactado, impreciso que opacó su contenido importante. Se ha escrito y analizado hasta la saciedad este muy torpe proceder de las personas en que mayoritariamente se confía, las que conforman la Unidad Democrática.  Se cayó, entonces, en un vacío y apareció con todas sus fuerzas el temor de quedar atrapados sin salida. Gritamos y gritamos manifestando, como cada quien sabe hacerlo, una indignación por no ser tratados como adultos que sufrimos un Estado malandro.

Hay voces con gran sintonía y buena pluma que explayaron lo peor que se puede hacer en estos casos, exacerbaron los ánimos, se unieron al coro de insultos y juicios adelantados. Difamaron a los actores, torpes pero no malandros. Gastaron su propia credibilidad en una pelea dura y descarnada que solo manifiesta su desesperación mal tramitada. Embestir como un toro no es precisamente la conducta de nadie sensato que se haya paseado por lo conveniente que es suspender un juicio hasta contar con mayores elementos de análisis. Y más si se tiene un lugar en la opinión pública. Se mandó a la basura la responsabilidad y por supuesto ni que hablar el aplomo y la sindéresis. A veces cabe preguntar ¿Si nos comportamos como niños, cabe esperar que nos traten como adultos? A un niño se le va concediendo grados de libertad en la medida que vaya demostrando responsabilidad en su uso. Porque a un niño también hay que protegerlo.

Con que facilidad perdemos la sensatez, señal no solo de lo insoportable que ya se nos hace no solo una vida de oprobios, la indignación de sufrir tanta injusticia impune, sino de haber caído en una desconfianza generalizada que debilita la seguridad personal. Si el otro es un ser que engaña, que nos vende, que no cumple promesas, que actúa en la oscuridad de espalda a sus aliados, entonces estamos solos en un mar de tiburones. La única salida es terminar de saltar y dejar que nos coman, rogando que sea rapidito para no prolongar la agonía. Sin otro en quien confiar hay un yo totalmente desarraigado de toda sensatez moral. Nos convertimos así en “imbéciles morales” perdemos todo criterio para dilucidar como promover el bien y evitar el mal, que en mala hora y por falta de sensatez moral un día se eligió. Se quería “un cambio” sin duda se consiguió pero ya vemos como cambiamos. Salir de este laberinto se nos ha hecho muy difícil porque se escogió salir por la vía constitucional. 

Al parecer se quiere acabar con la dominación de la misma forma que se entró, sin mucho razonamiento y con impulsos desbordados de soberbia y prepotencia. No estuvo bien lo que hizo la MUD y menos como lo hizo, pero peor aún ha estado el ruido desordenado que hemos generado. Muchachos en un salón de clase cuando el profesor se retira al ser llamado a dirección. Los taquitos volaron por todo el espacio nacional con mensajes soeces referidos a los docentes. Hasta risa puede causar tantas infantiladas. Rasgo muy agradable que se conserva en nuestro carácter nacional pero que, sin duda, la ocasión tan delicada amerita controlar. Ese es el atributo que debe poseer un adulto, control y sindéresis. Hay momentos que requieren silencio o críticas argumentadas, que también las hay, por supuesto. Nos recordó en su oportunidad nuestro querido Alexis Márquez la sindéresis: “Sensatez para formar juicios y tacto para hablar u obrar” Al parecer esta virtud de la inteligencia es otro de los productos que desapareció de nuestros anaqueles. Santo Tomás de Aquino la consideraba como el puente de enlace entre la persona humana y su naturaleza.

Sabemos lo que queremos pero damos rodeos en el cómo porque así es la dinámica en la política, un día a día para resolver las trabas y actuar de la forma más certera, en la que a veces se falla. Una delicada estrategia que requiere un tiempo que sentimos no tenemos. No puede ser la inmediatez y la desesperación  las que nos guíen porque de lo que no tenemos tiempo es de comportarnos como “imbéciles morales”. Fernando Savater define “al imbécil moral” de la siguiente forma: “El imbécil sabe lo que quiere, pero no sabe cómo alcanzarlo o lo quiere sin esfuerzo, o bien no sabe lo que quiere, o cree que no quiere nada o que quiere todo, ni distingue lo bueno de lo malo. Tener conciencia pues, consiste en saber que se quiere vivir bien, en fijarnos si lo que hacemos corresponde a lo que queremos, en practicar el hacer las cosas que no nos repugnan hacer (el buen gusto moral) y asumir que somos libres y responsables de las consecuencias de nuestros actos” Ahora nada de esto es posible sin necesitar de los otros y no todo el que nos rodea es un traidor. Cuidemos, entonces, el vocabulario. Cuando emitimos una opinión debemos respetar al otro (cuando no se ha mostrado como un delincuente) y a nosotros mismos. 

La rabia tiene su origen apuntemos hacia allá los dardos. Que los taquitos vuelen pero por ahora en una sola dirección.

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