15 de marzo de 2016

Población apátrida


La expresión más clara de la descomposición social la representa el estado de terror que impera en el país. Se están viendo, cada vez más y con mayor intensidad, fenómenos de una criminalidad organizada y con visos de sadismo que no tiene antecedente en nuestra historia, por lo menos no en nuestra historia reciente. Este estado de cosas, realmente amenazantes, ha provocado que nos mantengamos encerrados e invadidos por un sentimiento de desprotección y acoso permanente. El miedo nos domina y este es un estado psíquico muy conveniente a un régimen que pretende doblegar a su población. El miedo paraliza y hace impotente a las personas para enfrentar los escollos que se presentan en sus proyectos personales y sociales. Este ha sido un medio utilizado desde que se manifestó el autoritarismo nazi y el comunista con muchísima efectividad y ha sido el medio utilizado por las dictaduras militares en América Latina. Desaparecidos, torturados, asesinatos por encargo, secuestros y ahora un fenómeno que nadie nos explica pero que viene a sumar con mayor claridad el estado ominoso que padecemos, asesinatos masivos. Los medios de comunicación se encargan de revelar con todo el desparpajo esta terrible escena sin que por otro lado tengamos alguna investigación seria que nos expliquen las causas de tan macabros actos.


Se oye todo tipo de conjeturas en el ambiente en ese esfuerzo tan humano de calificar la fenomenología para poder tener ciertos parámetros explicativos, pero ninguna hipótesis esgrimida por la población, no especialista en criminalidad, ha podido aproximarse a este fenómeno macabro que se agudiza y muestra lo peor de nuestra sociedad. No sabemos de dónde salió tanto bicho sádico, que utilizan métodos y operan de una manera ajena a nuestras costumbres y con una total impunidad. No caeremos entonces en dar explicaciones que desconocemos pero lo que sí conocemos son los efectos que estos actos producen en el ser humano y estos efectos son, sin temor a equivocarnos, muy convenientes para los proyectos autoritarios, lo que se ha denominado Terrorismo de Estado. Fenómeno que ha sido tipificado porque ya se ha hecho evidente en el mundo su utilización con fines hegemónicos, su objetivo es muy claro, mantener en la población un estado psicológico débil, vulnerable, implorando protección para poder conservar la vida. Una población sometida por un fuerte sentimiento de impotencia ante una clara y real amenaza. El valor que representa la vida y el derecho inalienable de preservarla se degrada y se siembra la certidumbre de tener como condición para vivir: el sometimiento, la obediencia y la esclavitud. Parecieran ser estos los precios y el que no esté dispuesto a pagarlos o se va del país o vive con miedo. Para los efectos de estos métodos le debe quedar claro a la población que no existe nada inalienable y menos los derechos humanos, así lo expresa Hannah Arendt, “El mismo término de `derechos humanos` se convirtió para todos los implicados, víctimas, perseguidores y observadores en prueba de un idealismo sin esperanza o de hipocresía chapucera y estúpida”

Aún se discute en torno a cómo denominar a un régimen que utiliza estos métodos, pero en todo caso, sí salta a la vista que se trata de burócratas que representan una estructura estatal que no admite disidencias de sus filas sin castigar duramente al que se atreve; que no permite oposición y que prefieren, con satisfacción además, que los ciudadanos abandonen su patria que el tener que soportar diferentes puntos de vistas de personas sin miedo que imponen su voz y que por supuesto pagan muy duro su osadía. Hemos perdido la protección del Estado y este se ha convertido, por el contrario, en un ente amenazante. Entonces si no se atreven a denominar a este estado de cosas como un régimen terrorista al menos admitamos que somos una población apátrida. Una población acorralada, asustada y desprotegida. Sumergidos en una absoluta oscuridad.

A qué nos arroja entonces nuestra condición de apátridas, de personas sin leyes y sin trabajo, es decir marginados de los derechos humanos, sin duda al delito. No importa si los métodos delictuales son autóctonos o si los importamos, lo importante es que la población es empujada a delinquir y en esas lides estamos. Ya se ha perdido, incluso, los límites de lo que es legal o no, batallamos en solitario por sobrevivir y evadir una justicia amañada con agentes que se han convertido, más que en representantes de la ley, en verdugos a la orden de sus amos que dan órdenes a escondidas y en la oscuridad. El torturador, el verdugo es un ser dependiente, instrumento del poderoso que solo puede ver satisfecha sus aspiraciones de dominio jugando al dispensador de la vida y de la muerte. Personas con una severa perturbación psicológica y con altas dosis de psicopatía, generalmente resentidos sociales y con un muy bajo nivel intelectual. Estos seres gustan de la más absoluta oscuridad para cometer sus fechorías y cuando aparece la luz del día son capaces de actuar como seres incluso sensibles. Nadie podría creer capaz a un padre de familia abnegado y tierno con su hijo, ser ejecutor de torturas y asesinatos. Y este es precisamente el perfil de estos indeseables, que son muchos y por ellos un régimen terrorista puede llevar a cabo sus planes macabros.

Pero también tienen miedo, miedo a ser descubiertos, miedo a caer en desgracia con sus dueños, miedo a ser eliminados -como en efectos lo son- en retaliación por los crímenes cometidos. Como también tienen miedo las cabezas de estas bandas, sin el poder y las fuerzas armadas del Estado que usurpan, su potencia se viene abajo y quedan desnudos ante los ciudadanos maltratados y vejados que, como es natural, han venido acumulando odio, mucho odio y pueden terminar sus lamentables existencias de la manera más cruel imaginable. No fantaseamos, el mundo ha dado muchos ejemplos de cómo terminan los tiranos.

1 comentario:

  1. Muy buen articulo. Muy real. Esperemos que estos maleficos satanicos sientan mucho miedo, del grande, que solo Dios puede infundir por estas ofensas a sus hermanos y a la propia vida.

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