29 de octubre de 2025

La mentira y la política

 

Sven Sjunberg


En procesos tan complejos como el que vivimos se comienzan a exacerbar las emociones para ganar adeptos incondicionales de una idea o de un proyecto. Para resaltar figuras y terminar de desprestigiar otras que molestan. Se quiere la unicidad de pensamiento y se rechaza al disidente. Para ello, si es preciso, se recurre a la mentira. Desde que el hombre habla miente. Casi todos los filósofos y pensadores le han conferido a la mentira un lugar importante en la economía psíquica y en el desarrollo del entendimiento. Así como la verdad, un concepto complejo que desde la Modernidad sabemos que se desliza por el lenguaje, así también es la mentira. Efecto del lenguaje y de la disposición a creer. Todo lo que no es verdad, al ser afirmado, es mentira.

Hacemos nuestro mundo y creemos en él manteniendo certezas, que defendemos contra toda evidencia. Piezas de un rompecabeza delicado que al faltarle una pieza pierde todo su valor. Es una visión del mundo sustentada en fuertes creencias, el tratar de refutarla es baladí porque, en seguida, el autor de otras perspectivas es desacreditado. Aunque buscar la verdad pareciera una tendencia natural del ser humano, descubrimos en sociedades subyugadas que no lo es. ¿Qué hacemos entonces con la inteligencia? Que es la que está constantemente interviniendo en la comprensión del entorno. Freud entendía la mentira como una manifestación compleja de la mente, una construcción psíquica que percibimos y creemos como si fuera la realidad. Freud pensaba que podíamos mentir de forma inconsciente.

Para poder vivir con cierta garantía tenemos que anticipar, prever, pronosticar y confiar, pero se nos hace difícil la tarea porque sustentarnos en verdades es casi imposible. Desde Aristóteles que definió la verdad como “aquello que es y no es lo que no es” hasta la concepción más reciente que postula que la verdad solo puede encontrarse en lenguaje y de lo que no se puede hablar es mejor callar (Wittgenstein) somos seres de muchas confusiones y de caminar vacilante. Cada vez con menos criterios sólidos y cada vez menos inclinados al consenso. Tomados por el autoritarismo, queremos imponer, no importa que nos entiendan. Autoridades que reclaman para sí el discurso “verdadero” y que piden lealtad a sus creyentes.

Los hechos objetivos e irrefutables como que los venezolanos están pasando hambre, que nos estamos muriendo por falta de medicinas y los niños de desnutrición, pueden ser tergiversados por un discurso tramposo pero que alimenta creencias. No hay medicinas por culpa de Trump y hambre por una guerra económica. No es solo una jugarreta pícara de payasos sin gracias irnos cambiando el lenguaje y con ello la percepción de los hechos, es muy grave porque la finalidad es distorsionar la verdad. Los hechos objetivos dejan de ser lo más influyente en la opinión pública y son las emociones y las creencias personales las que dominan el pensamiento y las verdades. Si bien ya muy pocas personas se creen las mentiras descaradas del discurso oficial y su neolenguaje, lo que, si se compró, y a muy buen precio, fue la metodología. Si yo creo firmemente en algo esa es la verdad.

Así que los métodos indagatorios son los que utilizan esas personas insistentes -piedritas en el zapato- para encontrar lo que es verdad de lo que se afirma. El mundo actual de la política es imposible explicarlo si no hacemos referencia a las apariencias de los gobernantes y a las mentiras de sus discursos grandilocuentes. Apariencias para tratar de parecer lo que no son ni nunca serán en la vida real, y donde tampoco la retórica se acerca a la veracidad de las acciones prácticas realmente existentes. Transitamos el mundo de las apariencias y de las mentiras. Las palabras en este mundo de la política hegemónica, frecuentemente muy violenta, entra en el terreno inasible de la ambigüedad o de la contradicción, pero a los políticos del poder y del dinero se les debe juzgar no por lo que dicen de sí mismos sino por lo que hacen en la práctica.

 

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