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Aykutn Aydogdu |
Ante disyuntivas difíciles, como la que acabamos de enfrentar es natural que cada uno de nosotros nos formemos un criterio y actuemos de acuerdo a ese criterio en el cual confiamos. Lo que es preocupante y se podría evitar es la brecha que abrimos entre nosotros. Nos refugiamos en nuestra verdad que sabemos vulnerable y no podemos oír las visiones y verdades que otros sostienen y muestran la fragilidad del criterio que nos guio. Al no haber certezas en estos actos y sus alcances optamos por mostrar una soberbia racional. Tan ajeno nos parece mostrar un error o titubear sobre nuestras razones que nos sorprendemos cuando oímos a alguien asumir su propia equivocación y no proyectar en otro la propia falla. Aquí estamos nuevamente divididos, ofendidos y enfurecidos mientras la realidad sigue impertérrita su camino.
Dueños de la razón no somos ninguno, solo somos víctimas de un grupo de personas sin escrúpulos que se han dado a la tarea de imponer sus métodos de sometimiento y acabar con cualquier vestigio de bienestar. Desesperados como ya estamos, nuestros estallidos de rabia son cada vez más descontrolados, lo lamentable es que apuntamos a nosotros mismos. Después de cada esperanza frustrada, de la que nos vamos despidiendo paulatinamente y con dolor, suceden las rupturas y maltratos entre amigos o entre personas relevantes y apreciadas. Realmente esto se podría evitar, no es necesario. Solo estamos viendo a nuestro mundo a través de la rendija de nuestras representaciones. Hay todo un mundo de formas que no estamos viendo y que ponen de manifiesto nuestra precariedad.
Los rostros nos reflejan el dolor de esta dura batalla donde nuestras energías deberían estar al servicio de la verdad. Esa verdad que no alcanzamos porque al tenerla cerca nos quema y repele con su crudeza. Nada que nos distinga de la historia humana que dando traspiés avanza y retrocede en sus aciertos y equívocos. Coqueteamos con los bordes, caminamos desafiando abismos, le gritamos al vacío y el eco nos devuelve nuestra propia bravuconada. El rostro del acuerdo político entre varias y distintas visiones no se vislumbra por lo que se sigue oteando por la pequeña rendija que solo puede abarcar un ser humano en soledad. Un grupo reducido de representaciones no son nuestra realidad. Vivimos en el centro de nuestra paradoja sin poder romper con la burbuja.
El mundo que queremos no está allí esperándonos, no existe hasta que lo hagamos realidad con nuestras acciones, no perdamos tiempo porque queremos verlo. Que dentro de las teorías vivan aquellos que queremos fuera de nuestro mundo, pero esa no será la realidad que estamos por construir, no será lo que pensamos sino lo que viviremos. Por más relevantes que sean nuestras razones, lo que está pasando está pasando a pesar de ellas. Ninguna teoría es nuestra realidad. Debemos transitar del mundo rígido y restringido por la miseria a otro mundo construido para nuestro bienestar y además de un pensamiento compartido necesitamos de acciones coordinadas. El llamado, entonces, es a una conciencia ética.
En una cultura compartida no solo vemos caras de nuestros allegados, sino que somos capaces de entender su mundo interno con tan solo una mirada. No es la soberbia del yo “tenía la razón” sino es el contacto de lo humano y sus derechos en ese mundo que nos toca construir. No es la soberbia de la razón es el roce y comprensión de lo que es nuestro y nos pertenece. Es el encuentro con nuestras formas de vida.
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