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Dali |
Política y cultura están intrínsicamente ligadas y constituyen las bases para las diferentes manifestaciones de la vida humana. No es posible hablar de humanidad eliminando a cualquiera de las dos. Para Hannah Arendt la política es propia de la esfera pública, en esas instancias se toman decisiones y se conducen las acciones que nos afectarán a todos y todos deberían tener la oportunidad para decidir cuál es la dirección que debe asumir su nación (la política guía el porvenir de una nación). Estas opiniones individuales, que en conjunto define la opinión colectiva en democracia, se ejerce con el voto.
La cultura es el resultado de esta acción colectiva y la expresión de los valores, creencias, mitos, símbolos y prácticas que identifican a una sociedad y une, en un reconocimiento identificatorio, a sus integrantes, le otorga significado a la política. La cultura también abarca a la palabra y a los hechos. La tendencia que se observa en como tendemos a resolver los vacíos y malestares es una expresión cultural. Venezuela siendo un país extremadamente religioso se orienta a ir creando símbolos divinos como figuras políticas con la esperanza de que resuelvan con su poder, también simbólico, los múltiples y graves problemas que enfrentamos. De allí que se entienda claramente por qué tenemos una dictadura cada vez más sangrienta, consecuencia de una fallida formación cultural.
Cuando la realidad nos sacude y esos símbolos que nos marean se tambalean caemos en una especie de letargo e inacción. Desaparece la sociedad detrás de un desorden y desconcierto cultural. Las palabras dejan de estar encadenadas y sujetas a un rasgo identificable y real para sumergirnos en una especie de delirio: estamos a dos pasos de comenzar a formar nuevamente un poder paralelo. No hay otra vía, al igual que en los procesos analíticos, que llenarse de valor, ver crudamente y con dolor nuestro vacío y asumirnos limitados y vulnerables. Mirar el vacío que hace tiempo nos invita a sumergirnos y desafiarlo con estrategias políticas de acuerdo a nuestra cultura democrática, cemento de nuestra identidad.
Estos cuadros grotescos de buscar el apoyo de la figura divinizada a través de intrigas y conspiraciones, no es política desde que dejamos atrás las organizaciones jerárquicas propias de los virreinatos, en las que no había sociedades como son entendidas hoy en día. Predominaban los intereses privados en la distribución de las riquezas e importancia jerárquica de sus poseedores entre quienes había predominantemente competencia. La cooperación es un rasgo civilizatorio que emerge como necesidad defensiva en sociedades constituidas. El ser humano aprendió que estando solo era fácilmente derrotable.
La cultura se adquiere, uno puede ser un ser de sociedad y no tener cultura, pero inevitablemente se tendrá una forma distinta de ver las cosas, Hannah Arendt incluso lo consideraba dos formas distintas de ser. De allí que estemos tan asombrados en lo diametralmente diferente como observamos nuestra realidad y como nos plantamos ante nuestros abismos. Tenemos una sociedad disuelta y varias culturas. Una cultura moderna y una propia de los virreinatos. Se hace urgente pensar lo que hacemos, responder con acierto a las circunstancias, ser creativos y valientes para captar la crudeza que emana de la realidad.
Después de su escrito “El Origen del Totalitarismo” Arendt llega a la conclusión que el sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino personas para quienes la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre verdadero y falso (es decir, los estándares del pensamiento) ya no existen.