5 de marzo de 2025

Una sociedad desconectada de la reflexión

 

Anna Silivonichik


Unas de las preocupaciones de Hannah Arendt y a las que le dedicó gran parte de sus reflexiones fue el entender como los sistemas políticos, las ideologías lograban deshumanizar a las personas. Ese tipo de respuesta no se encuentran en las teorías, hay que salir a buscarlas en las realidades del sufrimiento humano o en las prácticas clínicas. El ascenso del nazismo en su tierra natal hizo de sus interrogantes una urgencia vital, al igual que lo es ahora para nosotros. Nuestra angustia e indignación surge de los hospitales inoperantes, de las escuelas destruidas, de los profesores muriendo, abandonados y desnutridos, de los niños muriendo de hambre. De las familias destruidas y una sociedad sin referencias identitarias ni organización.

Borraron nuestra historia y obligaron a la generación de relevo a buscar otras oportunidades lejos de sus arraigos, nos quedamos, de esta forma, sin pasado ni futuro. Fuimos despojados de nuestras pertenencias afectivas y en muchos casos de las pertenencias materiales. Despojados de nacionalidad y su significado estamos sin derechos humanos, sin ser reconocidos y tratados como sujetos. No importamos, carecemos de un marco jurídico sólido y no encontramos un sustento político. La vida se nos volvió prescindible. Es muy difícil encontrar en nuestra clase política un pensamiento crítico y reflexión sobre las consecuencias de sus acciones. Una y otra vez ofrecen resultados que son incapaces de lograr y se conforman con una salida banal y hasta ofensiva. ¿No estamos presenciando en acto el significado de la banalidad del mal?

El mal no siempre es producto de una intención perversa puede ser el resultado de una desconexión total con la capacidad de reflexionar sobre la responsabilidad y consecuencia de lo que hacemos. Cuando se trata del país, de la sociedad, de las seguridades y bienestar colectivo lo importante no es el líder sino las personas a las que se dirige el que guía. Poco esfuerzo se invierte en esa tarea silenciosa pero indispensable de las organizaciones comunales. Cuando teníamos verdaderos políticos, en aquellos tiempos de democracia, no había un solo caserío que no contara con locales para celebrar los foros y consultas políticas. No se veía este circo que se monta ahora de exhibiciones en procesión. Líderes endiosados ofreciendo lo que no pueden dar. Me parece que estas acciones son una maldad. Las personas pierden sus casas, sus negocios hasta su vida creyendo que al fin cuentan con un salvador o una salvadora.

En los momentos más oscuros, como el que atravesamos ahora, podemos encontrar alguna forma correcta de rescatar lo que nos han robado. Pero hay que sentarse a reflexionar. No es así que lo lograremos. El lazo comunitario es fundamental, la capacidad de deliberar colectivamente es la esencia del ser político. Un político que elude la rendición de cuenta tras una crisis, un fracaso, tiene un problema ético, hasta podríamos decir existencial, ¿quién es realmente? porque político no es. Es el problema de la verdad en un mundo que se rige por intereses monetarios y las poblaciones son tratadas como mercancías manipulables. El día que entendamos que somos importantes, que no es sostenible un país sin el trabajo de cada uno de nosotros, saldremos de mantener una apatía colectiva y esperar a que nos estén arriando. Un movimiento político nunca puede ser llevado a cabo por una sola persona, es esencial la acción de líderes locales y, por supuesto, de la comunidad.

“Cada generación hereda de sus antepasados un tesoro de riquezas morales, tesoro invisible y precioso que lega a sus descendientes” decía Arendt. Así que recordemos lo que fuimos, como estábamos organizados y emprendamos la tarea, hay que empezar de nuevo.

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