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Leonora Carringtton |
Hemos estado recordando con horror esos tiempos pasados en los que vivimos con muchas penurias. Tiempos de escasez de producto alimenticios y de medicinas. Tiempos de controles excesivos y prohibiciones absurdas que le costaron la vida a muchas personas. Venimos recordando los días del mega apagón nacional que paralizó al país por más de una semana. Recordamos porque estamos en peligro de volver a repetir esa dolorosa e insoportable historia. La electricidad viene fallando o sometida a racionamiento en muchas regiones. En los automercados se comienza a ver la escasez de productos y el aumento de precio desproporcionado de los mismos. Vienen épocas nuevamente difíciles para los venezolanos que permanecemos en el país y el gobierno se esconderá tras las sanciones.
Sentimos miedo al pensar en ese regreso. No hemos salido de un sufrimiento sostenido por muchos años y al parecer estamos esperando se acentúe, o al menos lo estamos temiendo. No podemos integrar esa sensación sin terminar de perder el sentido. Ya el tener miedo de esta nueva avalancha que se anuncia con mucho ruido es sufrimiento y desconcierto, en el mayor desamparo nos vemos arrojados a dificultades invivibles y todavía más invivibles porque ya tenemos las huellas del dolor marcadas en la memoria. Ante estas imágenes ominosas quedamos paralizados, se pierde todo sentido de acción quedamos en automático sorteando emergencias. Pero siempre hay una brecha entre lo que veíamos venir y lo que realmente sucede. Falta nos hace saber la verdad de lo que se planifica, pero eso no sucede, se guarda silencio o se engaña. Sumergidos en el mayor silencio oímos rugidos de los presentimientos.
El tiempo parece detenido, los acontecimientos de nuestro diario transitar suceden monótonamente, no se agrega nada a nuestro cavilar cotidiano, nada sorprende, todo sigue en un desorden que ya es previsible sin mucho esfuerzo de razonamiento. Las conversaciones se han vuelto repetitivas al igual que los encuentros, no es posible innovar porque la realidad nos mantiene prisioneros y asustados. Las noticias son las mismas muy duras, durísimas, pero repetitivas. Vivimos en una suerte de neblina espesa provocada por un humo que huele a esperanzas y a futuro chamuscado.
Ya Steiner lo describía a la perfección “La adormecida prodigalidad de nuestra convivencia con el horror es una radical derrota humana”. Mucho tiempo, demasiado, hemos permanecidos sumergidos en un horror, que lejos de ir siendo derrotado, pareciera que cada día se profundiza más sin que nada le ponga límites. Las mismas explicaciones, los mismos discursos, la misma modorra, la misma impotencia para desarticular la aplanadora inmoral y destructora que avanza sin obstáculo alguno. El aburrimiento es vivir desapasionados, lo que produce un padecimiento grave porque nos aparta de cualquier mundo posible, es un vacío de sentido, un desgaste del lenguaje, un desapego a nuestra propia ley, a los límites que no debemos perder, a la vergüenza que nos debe causar renunciar a las responsabilidades.
Quizás ya estemos sin recurso, sin fuerzas, sin ganas, sin creencias, pero aquí falta un firme “NO” antes que regresar pasivamente a esos tiempos de mayor tormento. Este abominable mandamás suele, como todo cobarde, achantarse cuando se le habla con firmeza, que no es lo mismo que bravuconadas.
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