4 de febrero de 2020

Fantasear atrapa



Alena Nalivkina
El hombre cuenta con una dimensión en su estructura psíquica que es la imaginación. Un espacio fundamental para fantasear, soñar, crear, inventar. Sin esta dimensión del pensamiento y de la actividad humana, el mundo se hubiese estancado en rígidas creencias y costumbres. Sin imaginación no habría invención. El mundo virtual es una creación genial de nuestra inventiva para lograr mayor confort y rapidez en la búsqueda del conocimiento en las tareas de investigación. Un mundo para la adquisición de libros cuando no es posible adquirirlos en librerías y no queremos dejar de leer buena literatura. Pagar cuentas de servicios, hacer transacciones bancarias, conocer personas fantásticas y soñar con lo que nuestra realidad no nos ofrece y anhelamos. Pero el mundo no se agota en lo imaginario, existe un mundo real y otro simbólico.

Conservamos ilusiones, siempre albergamos alguna ensoñación en algún rincón de nuestra golpeada esperanza. Al leer un tuit que vaticine una fiesta colectiva próxima producto de acontecimientos liberadores no conocidos, no puedo evitar sentir cierto alivio sabroso, sabiendo o creyendo que no obedece a ninguna realidad. Enseguida despierto y comienzo a imaginar. Porque lo que es ésta realidad de frente y con los ojos pelados, enceguece. Es el deseo humano, esencia de la actividad humana, que reclama ser llevado a cabo, ser reconocido y actuado. Tanto Spinoza como Lacan lo conciben como base de la ética. Lo que queremos solo lo podemos alcanzar con trabajo y empeño, con determinación y decisión. Podemos querer cooperar con los otros por un bien común o bien podemos no querer hacerlo. Ahora bien en un momento como el que vivimos nos vemos un tanto forzados por contribuir con pequeños gestos o actos porque de otra manera los proyectos individuales honestos se ven limitados o se nos hacen imposibles.

En esta batalla nos hemos debatido para trascender el aislamiento, el relativismo, el egoísmo, la ambición desmedida. Todas las actitudes que nos trajeron hasta estos barros y que dominan el deseo del hombre contemporáneo. Ya ni el sexo se quiere compartir, aparece la pornografía virtual y las compañías plásticas; es más atrayente un “phone”  que comunique a distancia que un humano, sentado al lado, que estornude. Esa batalla no la hemos ganado y ahí tenemos a cada quien halando para su lado, engrosando su billetera, ostentando fortunas mal habidas. Spinoza convoca a la cooperación entre los hombres en el sentido político estando convencido que los hombres son de mucha ayuda entre sí. Postula que el ser “que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad donde solo se obedece a sí mismo”.

Ni Lacan ni Spinoza conciben que el sujeto pueda ser totalmente libre. La libertad absoluta es inalcanzable, tanto en uno mismo como cuando se trata de escoger entre el bien y el mal; es más coinciden en entender que el hombre aun sabiendo que es lo mejor y lo que conviene, escoja lo peor. Lo hemos visto como resultados de elecciones en las que nos lanzamos al abismo escogiendo lo peor para después dedicarnos largos y acalorados años en salir de un infierno voluntario. Peligro al que se exponen las poblaciones con un mundo simbólico muy reducido. Ese colchón amortiguador entre lo real e imaginario lo constituyen los símbolos que guían principalmente  los razonamientos y costumbres que nos identifican. Mientras menos leamos y manejemos un pobre vocabulario, lo usemos mal y nos sepamos expresarnos no podremos tener herramientas para un adecuado razonamiento y para trazarnos estrategias. Es como ir a una guerra sin armas. A veces provoca vergüenza el léxico y modulación con los que se expresan algunos dirigentes políticos. Si la finalidad es ser oídos sean, por lo menos,  armoniosos y gratos al oído.

Hannah Arendt destaca la posibilidad de conquistar una dosis alta de  libertad en nuestras sociedades, pero establece como condición necesaria el renunciar a un tipo de soberanía mecanicista cuando se emprendió el camino de imponerse sobre otros o sobre las instituciones para conseguir objetivos individuales. En este estado de dominación se torpedea el pensamiento propio crítico y no se incentiva la actividad por el bien común. Mientras más estratificada se encuentre una sociedad y sus hombre organizados jerárquicamente, mostrarán una obediencia más acrítica. El hombre perderá la esencia simbólica esencial de la estructura psíquica humana. Hemos llegado demasiado lejos, se le ha dado muchos palos a nuestra piñata imaginaria y lo real nos acecha de forma ominosa sin detenernos a ganarle terreno. Para terminar de arrebatarnos el deseo, la ilusiones y la creatividad no falta mucho.

En las decisiones individuales no tengo mucha libertad, cada vez menos. Ya nada es fácil, pero en volver a conquistar las políticas tenemos que utilizar el mundo simbólico para razonar adecuadamente, el imaginario para ser creativo en la implementación de las estrategias y el real que nos reclama interpretación y dominio por la palabra.

Fantasear atrapa pero corremos el riesgo de quedar perdidos en engaños y promesas irrealizables, como, en realidad, nos ha pasado.

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