18 de febrero de 2020

El efecto de verdad

Mia Araujo


Al referirnos a nuestro mundo estamos hablando de diferentes niveles de nuestra realidad. Hablamos de los paisajes, clima, arquitectura, comidas y formas de organizarnos en la cotidianidad pero también, y sobre todo, nos referimos al lenguaje, discursos, creencias, mitos, costumbres lingüísticas, modismos, tendencias interpretativas, formas de entendernos y de querernos. Compartimos un trasfondo familiar que damos como un hecho ajeno a nosotros el cual creemos imposible de perder o cambiar. Es el mundo, decimos, ese en que nos tocó vivir y sufrir, cargamos de esta forma con cadenas de forma resignada, no podemos cambiar lo que es una realidad, una verdad que se ajusta a la cosa. Cuando ese mundo en el que nos desenvolvemos es en realidad una narración y si puede y de hecho es transformado con cierta frecuencia.

Una narración que elaboramos a partir del reconocimiento del deseo que se manifiesta en sueños, fantasías, recuerdos. Surge siempre de una historia vivida, de errores cometidos y de las mentiras que nos contamos. De allí surgen nuevos discursos y nuevos sentidos. Es la vía para reeditarnos, renovarnos y acercarnos a una verdad íntima negada, borrada o expulsada, no reconocida. Ahora bien, como recuerda Ana Teresa Torres, ese nuevo discurso debe tener sentido, estar revestido de una verdad estética, capaz de ser comunicado y entendido por el otro o por la comunidad que se reorganiza, es decir, que pueda ser leído. Si ya el cuento que nos contábamos nos parecía inverosímil y hasta despreciable hemos podido ser más cautelosos a la hora de escoger a los narradores de un nuevo relato porque no todo cuento es asimilable como teniendo sentido. No es ahora, tenemos veinte años oyendo mentiras cínicas que no producen sino un efecto de mayor oscuridad y desconcierto. No tenemos nuevos relatos, tenemos la pérdida de un relato. No tenemos un mundo, tenemos la pérdida de nuestro mundo.

El ser humano al quedar sin piso simbólico, sin sus referencias familiares que le producen efectos de confianza y de un mundo comprendido puede en primera instancia responder con la rabia propia del que fue despojado, para terminar vencido por el miedo y tornarse en un ser sumiso.  Frase de Fernando Mires con el efecto de una verdad terrible que nos hace sentido en la memoria de nuestras pérdidas progresivas “La Oscuridad es un Dios con garras que husmea, la Oscuridad te alcanza, la Oscuridad deja jugar a sus presas, un rato, solo para ver cuán lejos llegan. Nada de amor, ni siquiera odio. Miedo sí, terror sí, y sobre todo, sumisión”. Esa oscuridad vio a donde llegamos y nos miente cada día con mayor cinismo produciendo una gran indignación que ya no encuentra vías de canalización. No estamos escribiendo un nuevo relato. El que teníamos los exterminadores de cualquier sentido terminaron por borrarlo, de arrancarlo de nuestro sueños y recuerdos.

Pero siempre que se produce un engaño necesariamente porta la verdad que se pretende ocultar o como Lacan afirmaba son errores que revelan “la manifestación habitual de la verdad misma”. Solo se necesitan buenos oídos y buenas lecturas. Hay otros mundos que nos están narrando mejor que nosotros mismos. Ese mundo habla y revela las verdades que reconfortan y nos remiten al sentido y a la cordura. Pero preocupa y mucho observar lo perdidos que estamos sin un mundo y sin un discurso portador de verdades. No hemos salido de la queja y la denuncia. Porque no hay “nada más temible que decir algo que podría ser verdad. Porque podría llegar a serlo del todo, si lo fuese, y Dios sabe lo que sucede cuando algo, por ser verdad, no puede ya volver a entrar en la duda” (Lacan). Mientras tanto de un lado y de otro solo mentiras y quizás un pensamiento mágico de un “golpe de suerte”.

Circula aunque no se oiga la palabra que no engaña y es portadora de una temible pero inevitable verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario