8 de octubre de 2019

Lo cortés no quita lo valiente

Anna Silivonchik


El gran deseo del ser humano es ser tratado como una persona y no como una cosa. De allí provienen todas las demás posibilidades, empezando el considerarse uno mismo un sujeto del deseo. Como sujeto puedo cambiar, decidir, actuar, desear, aspirar, lograr; como cosa no tengo estas posibilidades, se estaría determinado para una función única a cumplir, se poseería una identidad inmutable, un cierre en sí mismo. Un recipiente que es una cosa solo sirve para eso para contener, no puede ni le está dada la posibilidad de un cambio de uso. Una cosa es usada, una persona es respetada. Parece de Perogrullo ¿verdad? Pues no es así, hay que recordarlo y más en una situación donde se ha perdido los gestos más elementales del trato entre humanos como es, por ejemplo, la cortesía.

La existencia es penosa, acarrea dolor inevitable porque nos causamos daño incluso sin querer. Daña la muerte de un ser querido, daña un malentendido, una separación inevitable, la pobreza, el abandono. Pero se hace insoportable si el medio en que nos desenvolvemos se vuelve hostil por el comportamiento cruel de los otros seres humanos. La vida civilizada no es una teorización, no es un decreto y no está determinada por leyes escritas en innumerables códigos obligantes. No principalmente. Son los valores internos que hemos hecho propios y que nos identifican. Soy lo que soy por una ética que albergo y que trato de no trasgredir so pena de un fuerte malestar. La ética es íntima, le pertenece a cada quien, a todo aquel que se acogió a una ley fundamental para ser persona, para ser ciudadano para vivir en comunidad, para propiciar a otros y a si mismo bienestar y concordia. El paso primordial para un entendimiento común es la cortesía.

 La cortesía supone miramiento, elegancia, respeto y reconocimiento al otro. Nos recuerda Savater “ser cortés es mostrar la muy sociable disposición de querer dar gusto, de reconocer y honrar la calidad del otro” Esta es una disposición que resulta condición esencial para una democracia. Sin esta convicción íntima de los ciudadanos no es posible aspirar ni sostener una vida civilizada. Es lo que más preocupa de las tantas pérdidas que hemos sufrido, la falta de cortesía que se observa en las dependencias de atención al cliente. Se trata a las personas como si estuvieran estorbando, como si estuvieran interrumpiendo las horas de ocio que revelan sus caras. Salen somnolientos de cualquier oficina mal equipada y contestan a cualquier solicitud con gruñidos y ofensas. Todo menos cumplir con su obligación laboral, verter la frustración al otro como si fueran recipientes es el máximo trato logrado. Sin cortesía comienzan las hostilidades.

No podemos actuar de cualquier forma, estamos obligados por una condición humana a fundamentar racionalmente la acción que elegimos porque así lo queremos. Deberíamos querer ser corteses con los otros porque así queremos ser tratados, con respeto. No hay otra forma de lograr una convivencia armonioso sino por la propia convicción. Sobran los moralistas esos que gustan de ir pregonando el buen actuar de otros e ir sermoneando de puerta en puerta. Fastidian, nadie los oye y causan rechazo, sobre todo si interrumpen el desayuno familiar los domingos. Solo se puede ser ético por convicción íntima. No nacemos con ello, es producto del hogar y la educación el devenir personas y no mantenernos siendo cosas. Pero una vez que aceptamos ser personas no podemos dejar de lado la cortesía.

Es verdad a veces fallamos y nos encontramos con estallidos de rabia y maltratamos, pero créanme no es para sentirse orgulloso. Lo reconocemos como un fuera del lugar escogido, como un extravío en el camino. Pero cuando estas acciones se van haciendo repetitivas, cuando se comienza a actuar sin razonamiento o con una intensión consiente de engañar, de robar, de maltratar al otro estamos, entonces, en el campo de lo patológico. Una persona enferma o sociedades enfermas. Convencidos estamos que nuestra sociedad sufre de graves trastornos. El hobby más extendido ahora y de forma cotidiana es cazar al que nos trata de engañar. Engaña el técnico, que te repara los artefactos, engaña el gobierno y engaña la oposición. Montajes dignos de la psicopatía que nos mantiene en una constante sospecha e intranquilidad. Rebasamos constantemente fronteras y esta vez la montamos en un autobús. Ofenden, se trata de una falta de cortesía brutal.

No porque seamos hostiles tenemos más autoridad. Tratar mal al otro no es signo de valentía sino de inhumanidad. Si amigos es verdad “lo cortés no quita lo valiente”.

1 comentario:

  1. "Solo se puede ser ético por convicción íntima"... ¡Me gustó tu trabajo, Marina¡ De principio a fin. Abrazo.

    ResponderEliminar