12 de febrero de 2019

Fuerza en los finales

Joan Miró


Todos intuimos un final importante en el rumbo de nuestras vidas. Lo sabemos cómo inevitable mucho antes de que suceda. A veces queremos desesperadamente ese fin porque la situación vivida se tornó insoportable y a veces no lo queremos pero nos alcanza. Lo que es común a ambas situaciones es lo difícil que resulta porque nos enfrenta a serias dificultades. Si ese fin es fuertemente anhelado tememos que no llegue tal como lo esperamos y si es recibido como inevitable sabemos que algo de nosotros también muere con ese final. La vida es movimiento y su transcurrir es una cadena de decisiones a las que estamos condenados por ser seres racionales, pero no razonables que es muy distinto. Quedarse eternamente en situaciones de infelicidad por temor a un futuro incierto no es razonable; así como querer apresurar los finales suele ser la ruina de las mejores historias. Un mal final de una novela arruina toda la obra, como podría arruinar nuestras vidas.

Ese sueño de querer alcanzar situaciones de total armonía que acabe toda discordia entre los seres humanos y nos permita descansar eternamente sin tantos problemas es una utopía que persigue acabar con la política. Hasta ahora no ha habido sistema que haya acabado con las rivalidades, discordias y aporías de la vida en común, sea esta de la naturaleza que sea. Pero cuando la discordia, la hostilidad, el maltrato y el desamor es lo predominante no debería haber dudas que llegó el momento de poner el punto final. Se acabó está claro, pero allí se comienza a escribir el difícil arte para lograrlo de forma segura y con el menor riesgo posible. Leer los pasos que va a dar el adversario con antelación, torear las embestidas, evitar las propias zancadillas y nunca mostrar los miedos. Aunque sabemos que nos estamos consumiendo con las incertidumbres. En los finales se muestra fortaleza aunque se esté debilitado por un desgaste natural.

Son pequeñas guerras que se libran y suelen ganarlas los seres más astutos y razonables, no los más bravucones. Esos que vociferan, amenazan, gruñen y emiten todo tipo de ruidos más propios de otras especies son los que van perdiendo la contienda,  la compostura y la fortaleza. Porque todo final requiere fuerza y ahorro de energía. Si no piensen en los finales de sus propias situaciones de vida, como un divorcio por ejemplo, se puede eternizar si se cae en conflictos innecesarios. En un dame y toma para demostrar quién es el que tiene capacidad de mayor maltrato, recuerden Kramer vs Kramer, esa película que nos sobrecoge al reconocer nuestra propia insensatez, una guerra a muerte como en realidad sucede, ambos perdieron nada menos que la vida. Después, por supuesto, ya no habrá más discordia pero tampoco concordia. Los conflictos son inevitables pero si somos razonables los podremos solucionar sin perecer en el intento. Difícil e interesante arte, saber alcanzar un fin con las menores heridas posibles.


Toda libertad requiere ser protegida y encauzada y más cuando esta está perdida y se pretende recuperar. En estos difíciles equilibrios se suman aliados momentáneos, se descartan otros y con muchos hay que enfrentarse. Las líneas divisorias no son definitivas e inamovibles en el juego de las estrategias, de repente y sin previo aviso se corren cortinas y se comienza a vislumbrar todo un panorama que era insospechado. Las mismas razones que nos aproximan a otros pueden tornarse en lo contrario, comenzarlos a ver como enemigos. Un vaivén de visiones que oscilan vertiginosamente en los finales. Es que al fin y al cabo somos más parecidos de lo que queremos admitir. Si adverso el fanatismo  por una causa me vuelvo fanática por la contraria. Si no suceden los acontecimientos tal y como lo había imaginado vocifero que todos son unos inútiles. Kant agudamente lo resume en una frase “nuestra insociable sociabilidad” que tanta paginas ha producido pero quizás las puntualizaciones de Hannah Arendt sean las más perspicaces.

Se detiene Arendt a razonar que la filosofía de la política supone que el éxito de la política se alcanzará cuando ésta ya no sea necesaria. Es que se ha tenido la ilusión que los conflictos sociales terminarán algún día y no serán necesarias las estrategias políticas en la búsqueda creadora por la libertad y el bienestar. Una tarea que en la realidad se sabe constante, que nunca tendrá un final sino con el final de la vida. Tanteos hacia una armonía con seres que no son armoniosos, que pueden apaciguarse por ratos mientras los otros no faltarán para azuzarlos hacia la confrontación. Vivimos con otros seres humanos que quieren disfrutar de lo ajeno sin pedirlo. Seres que pasan la vida desafiando, haciendo trampas, despreciando en un constante enfrentamiento. Nunca cesarán los conflictos se trata de aminorarlos para poder dedicarnos a otras tareas. Así que nada más sabio que entender que solo con tacto, alianzas estratégicas y confrontaciones calculadas se atraviesa toda ruptura una vez que está decidida. Al final se detienen las palabras, ya todo fue dicho, y se pasa a la acción precisa sin tanto ruido. Es difícil y muy difícil, después de ese acto ya no seremos los mismos.

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