13 de noviembre de 2018

La cruzada de los escandalizados



Hay palabras que comienzan a utilizarse cada vez más seguido, así como hay nombres que se les ponen a los niños que se convierten en tendencia. Hace alrededor de una década que en la literatura psicoanalítica, en su discurso como consecuencia de la práctica, vemos aparecer con más frecuencia la palabra “desamparo”. Es referida a una estructura psíquica cuyo núcleo es el vacío. Al fin y al cabo todos cargamos como esencia una incompletud que indica que algo siempre falta. Por ello nos movemos, hacemos cosas, creamos, inventamos, buscamos incesantemente. Rodeamos nuestros pequeños vacíos y le damos formas, Lacan lo comparó con un jarrón que, al fin y al cabo, no es sino un vacío bordeado por el barro. Hasta aquí todo normal es lo que nos conforma y nos hace sujetos deseantes en una búsqueda permanente con un grado de insatisfacción constante. Pero la estructura patológica que nos ocupa es otra cosa. Es una donde el vacío se hace inabordable y provoca la desesperación por una vida estéril, sin sentido, sin planes y sobretodo sin esperanzas.

Es en estas circunstancias cuando aparecen los síntomas diversos pero que podríamos condensar en el cinismo. Una fachada que pretende ocultar el terrible dolor de una existencia sin vida propia, sin existencia sólida. Es el fenómeno que Zygmunt Bauman caracteriza como la vida líquida de la postmodernidad. Seres que van transitando por la vida con la sensación de que nada es suficiente para dedicarle mucho tiempo de atención. Nada vale la pena todo es desechable hasta el propio sujeto es objeto de maltrato, no digamos los demás. Vidas precarias, volubles y temerosas, sometidas a una exclusión por voluntad propia. Desde afuera y con rabia tratan de desvalorizar a los otros que se insertan en sus propias labores y batallas. Violencia como afirmación social de seres que flotan sin amarres éticos ni afectivos. Cinismo como respuesta al malestar. Madres muertas incapaces de provocar en sus hijos una efectiva zambullida en el lenguaje y en los símbolos de la civilización. Pulsiones a la deriva satisfaciéndose en la maldad.

Si, lo vemos en la clínica cada vez con más frecuencia, cuadros borderline que no siempre tienen posibilidades de cambiar su destino por la grave falla estructural. Pero también se observa en las sociedades occidentales con cruda viveza. Una época, atravesamos, donde pareciera que no hay temporalidad, no hay historia. Se desechan las costumbres, las tradiciones se valoran como cosas de sentimentaloides, bobalicones llorones.  Los apegos afectivos por lo niños o los animales se catalogan como cosas de locos sin oficios. Las grandes preguntas por nuestro porvenir como sociedades o como familias caen en un saco vacío, se produce el silencio como respuesta. El silencio como respuesta al llamado del Padre en el que tanto insistió Freud, ¿Padre por qué me has abandonado? Aparece entonces el trueno furioso y el rayo exterminador de la barbarie. No la voz que contesta con un “estoy aquí” tranquilizador, el mundo propio de la civilización. Por el contrario lo que se observa es una ausencia de sublimación,  signo de la postmodernidad destacado por Castoriadis.

Este es, ni más ni menos, el fenómeno que observamos con toda su crudeza en nuestra sociedad actual. Porque es una sociedad altamente desestructurada puede ser tomada como una visión ampliada y clara de las aberraciones que provoca el abandono. No es posible bordear al vacío con bellas figuras de contenido, no hay asideros, no hay oportunidades a menos que se tenga la fortuna de construir un mundo rico en solitario, con lecturas, películas y escritos y eso también tiene sus límites porque vivir aislado va minando, acabando. Reduciendo las fantasías, limitando el pensamiento. Nos extrañamos, nos preguntamos por qué cambiamos tanto, sacamos conjeturas y nos equivocamos, no somos tan malos ni tampoco fuimos tan buenos.

Siempre hemos sido esa perfecta combinación de maldad y bondad que somos los humanos. En mejores condiciones florecerá nuevamente nuestro lado más amable. Ojalá que cuando esto suceda podamos hacer con nuestro vacío algo más que salir para Miami al “ta barato dame dos”. Que como indica Castoriadis nos lleva a un estado de angustia intolerable que nos empuja a suicidarnos. Suicidios como salir a buscar botas firmes que nos salven, “firmes y a discreción”, como indicó Zapata que le gustamos a este régimen. Podemos ahora agregar a los “anti” a los que imparten lecciones sobre cual autor debemos leer, a que autores admirar y a quien respetar. Los “anti” que también nos quieren firmes y a discreción. El terrible vacío que nos conmina a abrazar cualquier causa con pasión pero sin discernimiento.

Vacío, nuestra esencia que nos obliga a ser responsables con qué lo llenamos. Como dice Fernando Mires al dejar algo atrás buscamos, equivocadamente, algo que se le parezca. Si tuvimos esta terrible experiencia con “algo” que se dice llamar (equivocadamente) marxista salimos corriendo a suspirar por “algo” que sea igualmente tirano pero de signo contrario, pocos los dados “…para ajustar cuentas con los mitos y los mitómanos”. En estos ruidos desbastadores no es de extrañar que haya surgido lo peor de nosotros, no hay, entonces, que pelar los ojos con asombro y salir a desconocernos en una lastimosa batalla por saber quién es el más bueno o el más sensato. Quien es el que no se vende, quien es capaz de nadar con un crucifijo en este mar de tiburones. Cual son los gustos aceptados, que música o que alimentos debemos consumir, cuales vicios nos están matando. Todos tratados como niños, pero en realidad niños abandonados. La cruzada de los escandalizados en plena función y con sus mochilas cínicas y descalificativas bien cargadas.

1 comentario:

  1. En el vacío cunden las sustituciones erráticas. Siempre enriquece leerte, Marina. Mis saludos.

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