29 de septiembre de 2017

A prender la luz interna




No asombra que las personas, menos formadas desde el punto de vista intelectual y menos integradas a la cultura, sean víctimas fáciles de regímenes totalitarios. Es por ello que la frase “mientras más pobres más leales a la revolución” no debe decirse, pero una vez pronunciada, por una banal confesión poco estratégica, cause indignación pero no asombro. Lo que interroga es como los llamados “intelectuales” adoptan conductas autoritarias tan parecidas a los déspotas que adversamos. No es, ni ha sido un fenómeno único en nuestra tierra, ejemplos hemos tenido a lo largo de la historia. Intelectuales que han apoyado e incluso vanagloriado procesos totalitarios por más espantosos y grotescos que estos hayan sido. Al ser un punto curioso y sin duda enigmático bien vale la pena tratar de encontrar algunas luces en esta oscuridad. Apartando el fenómeno de conveniencia de aquellos que se trazan por intereses privados, un bienestar propio o posibilidad de amasar fortunas que de otra forma no podrían; hay “intelectuales” que sin ponerse a la orden del tirano ejercen una actitud déspota hacia los otros seres humanos, humillan e insultan con un aire de superioridad. Adoptan las formas del autoritarismo que dicen adversar. Esta es también señal de ser víctimas de sí mismos y del clima dominante.

Si observamos con cierta acuciosidad la tendencia de las personas en una sociedad sometida a un atropello generalizado es la de irse aislando. El que escogió como modo de vida los libros y el deleite del pensamiento tiene de por si una vocación de soledad pero necesita que sus ideas horneadas en la propia habitación puedan ser compartidas con otros. También necesita no desligarse de su realidad que es la fuente nutritiva de la imaginación y la reflexión. El irse aislando de los interlocutores porque ya ninguno está a la altura, porque todos se equivocan y porque se creen con derecho a manifestar su desprecio, naturalmente se les va cerrando el círculo de intercambio. De esta forma el cuadro empeora porque en su solipsismo queda siendo más vulnerable a su tirano interior. Víctimas de su soberbia que es el gran mal que aqueja al “intelectual”. Como bien señaló Albert Camus al recibir el premio Nobel de literatura “Por eso los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y si han de tomar un partido en este mundo, este solo puede ser el de una sociedad en la que según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual”.

El “intelectual” termina siendo seducido por el poder porque abriga en su interior, y quizás con un gran desconocimiento de su parte, a un “tirano dormido”. Al creer que todo lo puede entender juega con su posición de superioridad y con la creencia que puede dominar al mundo; observa a sus semejantes con desprecio e incluso se toma la libertad de insultar con el mayor desparpajo y con la seguridad de que tiene sobradas razones para hacerlo. Cree que seduce con su arrogancia para terminar siendo víctima de la peor ignorancia, el desconocimiento de sí mismo. Nada más adecuado que una persona que ha dedicado su vida a interrogar al mundo y al ser humano debatiéndose en la existencia, comprenda que el mundo de las ideas es una tarea sin fin.  Sin embargo observamos la repetición del mismo mal porque nada hay más terco y persistente que el inconsciente.  

Enrique Krauze hace una clara y adecuada advertencia en el prólogo del libro de Mark Millas, Pensadores temerarios “El propio Sócrates advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son susceptibles algunos filósofos: son ellos quienes orientan las mentes de los jóvenes y los conducen a un frenesí político que degrada la democracia. La única alternativa frente a esa intoxicación política es la humildad, fruto del autoconocimiento” Así que es una sorprendente realidad con las que nos hemos tropezado una y otra vez. Al mismo tiempo no hay nada más peligroso para los totalitarismos que el mundo cultural. Para Hannah Arendt aún más que la propia oposición. Es más peligrosa porque al no entender el tirano de qué se trata le resulta impredecible y por lo tanto inmanejable de allí que el “intelectual” sea objeto de una exclusión de las filas del poder. “El totalitarismo en el poder sustituye invariablemente a todos los talentos de primera fila, sea cuales fueren sus simpatías, por aquellos fanáticos y chiflados cuya falta de inteligencia y de creatividad sigue siendo la mejor garantía de la lealtad”. Es por ello que debe cuidarse el intelectual de sí mismo, porque es pilar fundamental en la conquista de la libertad. Cuidar y respetar el lenguaje y sus interlocutores debe ser el norte nunca extraviado.


Actitudes nihilistas, relativistas y cínicas contaminan el ambiente con una pesada carga derrotista que hace tanto daño como las claras acciones aplastantes y bárbaras de los regímenes autoritarios. Se pueden expresar las posiciones, mantener los criterios y argumentar en un intento por influir a los otros a pensar. Pero no se puede menospreciar, no hay lugar alguno que justifique una superioridad. Se conquista el respeto no la adulancia. De allí la admiración que causa la persona letrada que se responde con honestidad a las constantes preguntas que le causa la vida. Para arrojar luz en la vida pública es indispensable haber prendido la luz en la vida privada y es en este sector, donde al parecer, más le falla la electricidad al “intelectual”.

Así que amigos de la cultura, apreciados intelectuales es necesario prender las luces internas porque no son momentos de fiestas atorrantes sino de combatir la oscuridad.

3 comentarios:

  1. Trabajo es magnífico, Marina. Contundente y pedagógico.

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    1. Gracias Alirio, hacemos lo posible por contribuir. Despacio pero seguro. Un abrazo

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  2. genial está nota. Tengo varias citas favoritas que lograron hacer consciente ideas dormidas. Gracias

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