18 de octubre de 2016

La carta robada




Se clama por una definición, por nominar la opresión que sentimos, por poner en palabras la oscuridad en la que vivimos. Señal de una angustia que flota sin asideros, sin localización y sin posible resolución. Pasamos por momentos de claridad cuando se activan movimientos masivos de lucha, cuando unidos nos reconocemos en el deseo de recuperar lo nuestro. Son momentos en que la realidad habla y escuchamos su mensaje liberador, nos escribimos cartas de amor que llegan a su destino. Pero cuando tenemos nuestra carta guardada y nos deleitamos con sus letras, viene un golpe de realidad y nos la roba. Perdemos su mensaje, se diluye su significado, se hace un silencio, dejamos de soñar y quedamos suspendidos y perdidos nuevamente. Las voces callan y solo nos llega un ruido ensordecedor proveniente del horror. Es esencialmente humana la búsqueda de significados, aunque estos inevitablemente se deslicen por la infinita gama de nominaciones con la que intentamos darle coherencia a la realidad. Quedarnos sin palabras o en espera de un acontecimiento para comenzar a darle nombre a las cosas,  es señal de tiempos de angustias desbordadas. Del mayor extravío posible.

Como en el muy famoso cuento de Edgar Allan Poe, que tantas letras ha generado. Quizás en lugar de buscar por los lugares lógicos para el ocultamientos de la carta robada, deberíamos buscar en los lugares más visibles, en los sitios más obvios que se constituyen en puntos ciegos para el que no acomoda la expresión de su rostro para adivinar el pensamiento del otro. Toda una estrategia delicada y muy sutil, de juego psicológico, para ganar terreno al ladrón que tiene en sus manos las letras por las que nos jugamos la vida. No es una lucha cualquiera es una lucha de vida o muerte, de recuperar o perder al país, de tener nuevamente con nosotros un amor que fue secuestrado y amordazado. Un amor que dejó de mirarnos y hablarnos porque los ladrones sustrajeron sus enunciados. Quizás la estrategia requiere de los destinatarios un acercamiento a la imaginación, al contacto íntimo y creativo de poder ponerse en el lugar del malvado y poderle arrancar de antemano sus movimientos tramposos. ¿Será que nos falta poesía? ¿Será que nos falta Dios? Como señalaba Fernando Mires. Mientras tanto la carta permanece robada, no está llegando su mensaje al destinatario y estamos perdiendo la confianza en los detectives contratados.

Así es como la carta estaba en las narices de todo el mundo, pero es que aquello que más nos importa es lo que más tardamos en ver. La verdad se nos oculta con mucha facilidad, se le da la vuelta como un guante, se la reviste de diferentes imágenes y se nos pierde con demasiada facilidad y más hoy día en que nada permanece en su lugar. Múltiples lecturas e interpretaciones de un texto confuso y mal escrito, como es nuestro país en este momento, es esperable y todas esas versiones tienen su grado de verdad y sus significaciones como apuntaba Roland Barthes. Pero ansiosos y atormentados como estamos somos torpes para acomodar el rostro a los gestos ajenos y poder leer las emociones y pensamientos que despiertan. Se nos pierden las señales cuando estas no son emitidas en una onda claramente audible y en un lenguaje inteligible. Apunta Lacan que una carta siempre llega a su destino cuando el destinatario sea aquel que está en lugar de recibir su mensaje. El único, al fin y al cabo, que puede descifrar su contenido. Mientras estamos buscando por los recovecos y no encontramos, el verdadero intérprete la observa allí a la vista de todos y la devuelve a quienes se juegan el prestigio. Esa es la función de quienes dirigen esta dificultosa tarea de devolvernos nuestra carta de amor. ¿Estamos a la altura de la función? ¿Nos falta sentimiento e intuición?

Lo importante es que la carta sigue robada y que no debemos desconocer lo que su ausencia provoca. Se clama por la lectura de su contenido el cual permanece en el más estricto enigma, no se sabe y quizás no se sabrá nunca. Pero mientras esperamos que el objeto hable tenemos que aminorar la angustia poniendo las fuerzas en su búsqueda; está allí a la vista de todos alcemos la mirada y observemos cual es por ahora el objeto real de la disputa. Veamos cual es el objeto que permanece callado, pero que en un acto mágico, en su debido momento, se dirigirá a nosotros y determinará el momento de inflexión. Cuando hable ya no será posible nunca más el silencio porque las claras significaciones comenzaran a circular para bien de uno y mal de otros. Un orden simbólico será restituido ganándole terreno al horror descarnado. Como Zarastruta, entonces, debemos descender de la montaña con una sabiduría recién adquirida. La recién adquirida facultad de discernir los mensajes relevantes del ruido sin sentido, “En la algarabía de las sugerencias y opiniones contradictorias, carecemos de una trilladora que nos ayude a separar el grano verdadero e interesante de la paja de mentiras, apariencias, basura y escoria…” (Bauman)

Hay verdad cuando lo simbólico habla e ilumina la oscuridad en la que sentimos estar sumidos. Es cierto aún estamos a oscuras pero la carta la tenemos allí,  estamos a días del próximo encuentro, hagamos ruido para distraer a quien la tiene hurtada y dejemos un mensaje invertido que sacuda al malhechor. Es allí que nos encontraremos con nuestra verdad, con nuestra carta robada.

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