2 de febrero de 2016

La fascinación por la violencia


Son momentos confusos y frágiles; acontecimientos terroríficos llenan nuestro espacio cotidiano, casi en su totalidad. Descripciones de los crímenes y crueldades, inimaginables un tiempo atrás en nuestra sociedad, son vertidos por todos los medios masivos a una población que ya no tiene capacidad para digerir y ni siquiera sentir tanto horror concentrado. Necesariamente se va formando una costra en la piel que en cierta forma protege, aísla, deshumaniza y paraliza la capacidad de reacción, de pensamiento y de emociones desbordadas. 

Bombardeados por una realidad ominosa no tenemos tiempo de simbolizar, recobrar un sentido, que amortigüe un tanto la angustia. No nos es permitido el sosiego del pensamiento y la reflexión. Pareciera que el refugio, para no enloquecer, son las propias madrigueras, escondernos y evitar los riesgos de caer en manos de tanto demonio suelto. De esta forma el lazo social matizado por la sospecha de poder ser víctima es el paradigma de nuestro tiempo, lo que inevitablemente trae como consecuencia la no confiabilidad ni en el otro semejante, ni en el Otro organizador. La desconfianza, el miedo, la sospecha se apoderó del temple ciudadano y fractura día a día la fortaleza y convicción para revertir la situación.

Primer paso, conocido y repetido, para la ruptura social que hace posible la dominación. Ahora comienza a verse con todo desparpajo la intromisión en nuestro espacio íntimo, en nuestras costumbres, en los rituales de los hogares. Se cuelan como intrusos en nuestras habitaciones, nuestras despensas, nuestros closets para que incluso en nuestros refugios nos sintamos amenazados. Se presentan como dioses que acorralan, persiguen, hostigan, ejercen todo tipo de maldad, escondidos en discursos de amabilidad ¡No te molestes, es por tu bien! Rompiendo aún más la perspectivas de  una lógica fundamental. Atormentados y acorralados no nos es ajena una cierta fascinación por la violencia. Una violencia contra nosotros mismos y contra los demás. El enemigo identificado al que hacemos culpable de nuestro malestar lo queremos exterminar, como sea, a como dé lugar y rápido y si es de una forma cruel, pues mejor, que paguen con todo el horror la destrucción que provocaron. Todo discurso que pospongan las necesidades inmediatas en nombre de cambios graduales, lentos pero seguros, por las vías de la legalidad que acordamos, es sentido como dilatorio y sospechoso de traición. Examinemos entonces si la barbarie no nos pertenece también.

Acabamos de presenciar la muerte de un criminal y los fenómenos que causó. Miles de personas se volcaron a la calle para una despedida pomposa con manifestaciones de armas, disparos al aire desde una cárcel donde el personaje asesinado vivió y mandó como un verdadero tirano, todos sometidos al imperio de su ley. Incluso los carceleros y autoridades, que supondríamos deberían estar al servicio del resguardo del orden y el bienestar colectivo, fueron seducidos por un psicópata de baja calaña. Se demostró quien es el que realmente manda, quien ejerce su “benevolencia” con dinero proveniente del delito,  quien es la figura criminal del hombre fuerte que atrapa por la arbitrariedad de una voluntad demoníaca. No es un fenómeno aislado se ha visto en distintos lugares y épocas. La fascinación por las mafias.

La civilización alberga en sus entrañas la barbarie. Esta fascinación por los hombres fuertes y decididos por lo criminal remueve en nuestro interior deseos que albergamos en la oscuridad, de los que no nos hacemos cargo, que hemos expulsado al exterior creyéndonos inmunes a cualquier impulso de maldad. Albergamos nuestros propios monstruos con una gran banalidad, nos hacemos portadores de una inflexible moral cuando se trata de lo ajeno, de lo distinto y hasta gozamos con las vejaciones que infringimos con nuestro desprecio a las costumbres y creencias de otras civilizaciones ¿Acaso no es eso lo que estamos presenciando en el mundo entero? El matar no solo se refiere a un asesino en esta era violenta; el matar recobra fines legales y se ampara en innumerables justificaciones, mascaradas, semblantes de lo que algunos definieron como “bueno” para otros. Se despliegan los discursos que permiten la acción mortífera y desde el poder se hacen de impunidad. El sicariato, la eliminación del posible traidor, el amparo a la familia delincuencial y la repartición del botín entre los cercanos, entre los que juran fidelidad, son los rasgos principales de una mafia bien organizada que se disfrazó con los blasones de la autoridad en un Estado y todo ello fue permitido por la población fascinada por la violencia.

Momento límite que no permite medias tintas; en el cual no tiene cabida la duda. O se está en un lado o se está en la otra orilla. Se cede ante el mal radicalizado por la devoción fanática a los ideales de una ideología o se reconocen los principios éticos universales. No son tiempos normales, no es normal nuestras vidas, no es normal entonces la despreocupación y distracción con la que se podría vivir en tiempos mejor organizados. Vivir horrorizados es lo que nos toca para no ceder a la seducción de la maldad que se ejerce en nombre de la patria, de la raza, de las minorías, del socialismo, de la religión  y hasta de la democracia. Dentro de cada uno albergan los demonios y en tiempos oscuros debemos estar muy alertas de no darles libertad de acción. No podemos perder, bajo ninguna circunstancia, nuestro ser.

2 comentarios:

  1. El punto es hasta qué punto se puede vivir horrorizado sin sucumbir a la enfermedad y a la locura. Cuando nos ponemos a imaginar la destrucción de aquello que nos hace daño, somos totalmente humanos: tenemos que elegir entre nuestra sobrevivencia y la de nuestro verdugo, y la decisión es obvia y lógica.
    Cuando, por el contrario, preferimos vivir horrorizados, jncluso de nuestro odio por el verdugo, ¿no estamos actuando en contra de nosotros mismos, en aras de una "pureza" imposible?

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    1. De acuerdo Sabine, podemos imaginar pero creo que no es lícito pasar al acto a través de la violencia, debemos recurrir al arte de la política. Los momentos que vivimos límites no nos puede llevar a deshumanizarnos y ya lo estamos viendo. Saqueo de gandolas, empujones, gritos y hasta tiros en automercados y un largo etc. Claro que podemos sentir odio, y mantener la convicción que saldremos por la puerta grande. Al menos eso espero

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