23 de febrero de 2015

La incertidumbre

No ha habido momento de mayor incertidumbre en nuestra existencia como la que estamos viviendo en este momento. Nunca habíamos estado tan claramente conscientes de que enfrentamos para nuestro futuro alternativas diametralmente opuestas, o vivimos en libertad y nos aseguramos una sociedad regida por parámetros de respetos individuales o seremos sometidos por un autoritarismo regidor y destructor de nuestro destino. Terrible disyuntiva que necesariamente nos sumerge en una angustia elevada e irremediablemente sentimos con una fuerza devastadora la ley imperiosa de la vida “la incertidumbre constante”. Es cierto en la vida no se puede predecir el futuro, no podemos planificar de manera rígida cada uno de los pasos que damos ni las decisiones que tomamos. Nada ni nadie nos puede garantizar el obtener fines satisfactorios en la tan buscada felicidad, estamos y somos irremediablemente sujetos del azar y de la buena o mala fortuna. De alguna manera con este monto de ansiedad perennemente vivimos pero es precisamente por esta sensación angustiosa, al no tener nada asegurado, que nos vemos obligados a tomar decisiones  para conseguir el lugar deseado y desde allí actuar, y en el mejor de los casos, vivir con dignidad y placer. Así es la vida no sabemos si lo que tanto anhelamos se concretará, no sabemos y no tenemos para nada seguro que nos deparará un mañana.

Si bien es cierto que no hay autoridad que nos garantice lo que sucederá o lo que no sucederá también es cierta nuestra tendencia humana de ingeniárnosla inteligentemente para garantizarnos la máxima protección posible y de esa forma controlar lo posible de controlar; intentos de minimizar los ataques a la vida con los cuales estamos constantemente amenazados por la naturaleza y por los otros hombres. Es una afrenta a la inteligencias vivir en una sociedad donde todo pareciera quedar a la buena fortuna porque nada funciona para asegurar a sus ciudadanos el poder desempeñarse normalmente con las reglas del juego definidas y claras. Una sociedad desintegrada donde todo puede suceder, así observamos actos delincuenciales perpetrados por los gobernantes y sus manos armadas represoras, impunidad absoluta a los crímenes cada vez más extraños y ominosos que quedan y pasan como si eso fuera “normal”, ataques a la dignidad y propiedades de los hombres que con esfuerzo han construido sus mundos y de paso actúan en formación ciudadana. Dueños arbitrarios de lo más sagrado que posee el ser humano, es hamponil expresarse de esa forma “deja tus empresas y márchate del país”. En este estado de cosas y necesariamente en soledad y con una incertidumbre total vivimos en estos momentos los venezolanos, signos de que hay que cambiar el rumbo y allí nos tropezamos con otra incertidumbre ¿cómo?, pero es una incertidumbre de otro tenor, una que nos debe conducir al pensar inteligente y al planteamiento de estrategias. No podemos evitar las emociones descontroladas porque descontrolados estamos, pero en una guerra no declarada como la que vivimos, es necesario mentes muy calculadoras y éticamente correctas si queremos vencer este maligno y muy peligroso enemigo. Necesario es vencer y recuperar nuestros espacios perdidos.

Momentos angustiosos pero también de un despertar a una mayor conciencia ciudadana. Debemos estar más claros en los momentos actuales de la importancia de ser un “yo soy para” y salir del sueño de creer que podemos simplemente hacernos una fortaleza y vivir como si fuera posible estar fuera de las normas propias y las que debemos observar para con los demás. Construir una sociedad en la que sea posible el vivir con dignidad requiere del esfuerzo y compromiso de cada uno de sus miembros y una vez lograda siempre hay que estar atentos de no comenzar nuevamente a engañarnos y creer que la tarea realizada es para siempre. No dormirse y saber que en toda circunstancia se está bajo una incertidumbre y la más importante de todas es la incertidumbre moral, siempre está presente la amenaza de poder perderla. Veamos como lo expresa Zygmunt Bauman “El despertar no está en el <yo soy yo> sino en el <yo soy para> Mas no deja de ser un despertar. O, dicho con mayor énfasis, un desengaño. Podemos mantenernos despiertos o no; podemos desengañarnos pero también seguir engañados. Y tanto el despertar como el desengaño indican un pasadizo de dos vías. Si podemos despertar o desengañarnos, también podemos quedarnos dormidos y engañarnos. La incertidumbre mece la cuna de la moralidad; la fragilidad la persigue durante toda su vida. La moral no es una necesidad; es una oportunidad que puede aprovecharse, aunque bien puede y con igual facilidad perderse” Nos quedamos dormidos y al despertar no nos gustó el mundo que nos esperaba. Muchos son los mitos que nos rodean y mucho de la educación recibida se recrea en la fantasía de predestinación y el de elevar a categorías no apropiadas a otros seres humanos que viven igualmente sin destino predestinado y objeto de las mismas incertidumbres. Vivir en estos sueños dogmáticos es un caldo de cultivo para ser objetos manipulables por aquellos que eligieron mandar los principios éticos al cesto de la basura.

No podemos a estas alturas seguir con las fantasías de ser un pueblo con las características bondadosas que recordamos de un pasado y dejar en el olvido todo lo malo, la historia que hemos tenido que vivir con tanto dolor esta en carne viva y como lo expresa Hannah Arendt “ha usurpado la dignidad de nuestra tradición” es nuestra realidad y nos debe conducir a vivir con una mayor conciencia del horror, con una más acertada visión de nuestro pasado y un empeño por lograr un futro mejor. A estas alturas todas esas manifestaciones de soberbia parecen simples caricaturas de seres que no han terminado de aterrizar en esta realidad tan incierta. No serán en vano nuestros empeños por recuperar la moral colectiva pero la invitación es ver la cara del horror de frente y no distraerse en la nostalgia de aquello que denominamos “hombres fuertes” y sobre todo no perder la firme convicción de que podemos conquistar un futuro mejor.

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