3 de febrero de 2015

En rescate de la sensualidad

El mundo nos está mostrando un peligro eminente y estamos en la obligación de comenzar a pensar de qué se trata, cómo se está gestando y por qué. El terrorismo, el fanatismo, el autoritarismo muestran sus caras feroces y declaran una guerra a la humanidad en pleno siglo XXI; así amanecimos de golpe en una era en la que podíamos suponer que la barbarie había sido vencida por la ilustración, la ciencia y la tecnología que tan bien cultivamos y desarrollamos tras largos y dificultosos años. Hubiésemos podido suponer, y con razón, un mejor mundo para dedicarnos a vivir con una mayor tranquilidad y confort. No es así, enfrentamos una nueva guerra terrible y más violenta, por lo global, que cualquier otra que hayamos presenciado hasta ahora. El desarrollo tecnológico también sirvió para mostrarnos en un macabro “reality” show de cómo nos matamos sin compasión y como lo hacemos en nombre de ideologías que determinan la imposibilidad de poder aceptar al otro como un igual y poder acceder a un acuerdo y respeto mutuo. Tal como están las cosas y con este grado de polarización se hace imposible cualquier negociación, argumentamos de manera contundente que si me tratan de subyugar, si se burlan de mis ídolos abstractos sin los cuales no soy nadie, si no puedo establecerme en las tierras que considero son mías por tradición tengo el permiso y también el deber moral de matar. La respuesta esperable es “si tú atacas, para defenderme tengo que atacar yo” y así vamos con la declaración de una guerra a muerte;  parece ser que la lógica racional nos induce al terreno del exterminio y sin cuestionar este argumento lógico nos preparamos en las estrategias de eliminar al contrincante antes de que los eliminados seamos nosotros. Por esta vía terminaremos por matarnos todos. La interrogante entonces se dirige  a cómo llegamos a esto y qué nos ha faltado para poder vivir en la tan cacareada paz y libertad.
Comienzan a oírse voces que parecieran abrir una nueva veta de reflexión sobre algunas de las razones por la que hemos llegado a esta situación alarmante, voces que invitan a contactar lo que podríamos denominar la emoción, la sensualidad, es decir, el eros tan olvidado en nuestra cultura occidental; desconexión de nuestro mundo interno que ha traído como consecuencia una amputación vital de enormes consecuencias. El ser humano, sin capacidad de relacionarse amorosamente con sus semejantes y el mundo, deja de ser simplemente humano para convertirse en una máquina exterminadora de todo lo que incomode, le falta fundamentalmente la conciencia que puede y debe estremecer. Sin esta facultad sensual para apreciar nuestro mundo se ha abierto un boquete, un vacío existencial que ha sido obturado con ideas anquilosadas, petrificadas, ominosas en un esfuerzo de evadir un tremendo tedio y un sinsentido existencial. Tendemos a observar al mundo solo con una impostura objetiva, no nos involucramos ni nos conmovemos con lo que estamos “mirando”; escribimos sobre nuestras experiencias o reflexiones haciendo simplemente una descripción y muy pocas veces podemos sentir el desgarro o el deleite del que escribe; falta amor en la reflexión y sobra pasión de odio en la acción.  En este orden de idea la invitación que nos hace Víctor Krebs es a recuperar la imaginación erótica y al sentido estético, reflexiones que desarrolla en su interesante y a la vez emotivo libro “La imaginación pornográfica” editado recientemente en Perú y que prontamente lo tendremos en Venezuela.
Sirviéndose de una imagen “El mito de Pigmalión” Víctor nos ilustra sobre la tendencia en nuestra cultura de despojar de alma la vida para hacerla controlable hasta las máximas consecuencias, sin hacer conciencia que de esta manera estamos despojándonos  de nosotros mismos, de la emoción vital y de la facultad de reconocer nuestras vidas y vivirla con el asombro fascinante que cada experiencia nos puede brindar. El mito cuenta que “Pigmalión detestando las diferencias con que la naturaleza había creado a la mujer, juró nunca casarse y en lugar de ello esculpió una figura femenina perfecta” un intento de perfeccionar y estatizar al mundo que se le muestra imperfecto, es decir cosificar y así conservar intacto lo que por ley natural es susceptible de deterioro y por último de la muerte.
La caverna de Platón es el otro mito destacado por Víctor, en su fuerza como imagen terrible determinó las tendencias de la filosofía occidental, la de quedar apegados a la búsqueda de una verdad aséptica y separada en lo posible de nuestro cuerpo y de nuestra realidad natural. Es por ello que las ciencias humanistas en general y no solo la filosofía ignoran en sus reflexiones ese mundo oscuro y complicado que es el ser humano y que el psicoanálisis evidenció y puso sobre el tapete hace ya más de un siglo. No se quiere aceptar la locura de la que todos participamos y a la que todos deberíamos de una forma personal encarar en un esfuerzo de no verterla al mundo en su ímpetu destructor sino domeñarla y hacerla parte de un esfuerzo creativo bello en armonía con la conciencia y la naturaleza.  Cuenta el mito de la caverna de Platón lo siguiente “… se imagina la condición natural del hombre como la de prisioneros en la profunda oscuridad de una cueva, inmovilizados por cadenas e impedidos de mirar hacia afuera, obligados a ver solo sombras que entonces inevitablemente confunden por los objetos que las proyectan desde el exterior. Para Platón, nos encontramos encadenados al cuerpo como sus prisioneros lo están a la oscuridad de la caverna y vivimos engañados por nuestras experiencias sensibles como ellos por las sombras que toman por objetos reales”. Dos mitos que de alguna manera vaticinan y describen el mundo y el hombre actual, la tendencia a codificar en aras de controlar y negar la muerte y por otro lado el apartarnos de nuestras oscuridades en aras de erigirnos en los perfectos dueños de lo otro. En palabras del autor “El reemplazar nuestra atracción sensual hacia las cosas por la contemplación intelectual del mundo de las ideas”.
No se trata de despreciar a la razón y la guía que el intelecto nos brinda para poder lidiar con los peligros que la naturaleza representa para los seres vivos. Se trata de entender, y esto también es fruto de nuestra capacidad racional, que la tendencia de intelectualizar toda experiencia ha hecho que mantengamos una actitud desinteresada de toda emoción y que abriguemos la falsa idea que todo puede ser manipulado y controlado en la asepsis de un laboratorio. Postura que disminuye nuestro compromiso real y que contribuye a que repitamos una y otra vez los horrores que ya la historia nos ha mostrado.
Es solo un aspecto de este interesante libro que nos llama a una reflexión poco frecuente en nuestros días y que no pudo ser escrito sin un verdadero compromiso de su autor con sus propias oscuridades. Así que solo falta darle las gracias a Víctor Krebs.

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