26 de febrero de 2025

Hasta nuestro nombre fluye

 

Albert Gyorgy


Son los actos los que le dan significado a un nombre. Si los actos son delictivos, entonces ese nombre que se carga desde el nacimiento es sustituido por la colectividad por “delincuente” “asesino” o “despreciable”. Si sus actos están dirigidos a señalar a la colectividad el camino estratégico a seguir para alcanzar un objetivo entonces ese nombre será acompañado por el de “líder”. Pero todo fluye, incluso el nombre debe fluir. Si ese delincuente paga una condena y cambian radicalmente sus acciones dejará de ser “delincuente” y pasará a ser lo que su oficio o actos indiquen. Si un “líder” cesó de señalar estrategias para lograr un objetivo, porque no puede o no sabe, dejará entonces de ser “líder”. Lo que es temible es quedar petrificado en una rigidez y comenzar a desentonar porque los momentos no se paralizan siguen fluyendo.

Estos seres que se aferran a su lugar porque se confunden con su identidad, se creen que son lo que en un momento representan y quedan ofendidos cuando los demás comienzan a alejarse, hacen mucho ruido. Confunden, emiten juicios, desprestigian a los otros que les servían de aliados. Pasan a ser “impostores” y entorpecen nuevas acciones que el momento requiere. Entorpecen a otros posibles liderazgos y comienzan a causar lástima. En seguida aparecen las voces que señalan lo malagradecidos que somos y las peleas estériles entre nosotros. Estas peleas que terminan sin ninguna significación y no conducen a nada retrasan también nuestro tiempo y entorpecen el razonamiento. Esta constante repetición de nuestros actos se debe a que se está usurpando lugares para lo que no se está preparado y, como es de esperar, se realizan actos mal ejecutados. Nombres que después serán recordados por el vacío que dejaron.

Es triste observar como hemos perdido identidad en todos los órdenes y ya ni aparece esa firmeza y seguridad en nuestros personajes públicos. Observamos seres que parecieran estar tanteando constantemente. Seres que no saben, seres que no son. Se ha perdido incluso ese nombre que tuvo nuestro país y que llenamos de significaciones con nuestros actos. Proust lo describe de manera muy poética “los nombres tienen en sí mismo una forma, un relieve, una luz” se puede carecer de estos atributos y ser solo un gris, una oscuridad en el paisaje. Tenemos que lograr la pincelada que recubra este error de nuestro texto. Hacer que el nombre de Venezuela sea nuevamente asociado a la amabilidad, al bienestar de un lugar grato, es también nuestro nombre que ha sido mancillado, usurpado, secuestrado.

Solo nuestros actos volverán a darle brillo al orgullo de ser venezolanos y en ello debemos ser cuidadosos, decididos, firmes, cautos. Venezuela nos representa, pero cada uno de nosotros le confiere la significación que deseamos. No nos fatigamos porque estamos en el rescate de nuestro ser y de la relación con los otros, en el rescate de nuestro nombre, dejar de ser esa mancha en la que nos convirtieron y que horroriza a los otros. Nos tratan como objetos y por ello violentaron nuestro nombre, quisieron hacer de nosotros lo que no somos. Como actúan sin relato se olvidaron que hace mucho tiempo nos dimos un nombre y a ello no hemos renunciado. Quizás esta parte terrible de nuestra historia nos haga reflexionar sobre la importancia de tener un nombre y defender con mayor sabiduría el honor de sus significados. Quedarán como huellas borradas de nuestra historia.

Estamos en la difícil búsqueda de un nuevo nombre propio que nos devuelva la autenticidad y nos sitúe en la legalidad que nos confiere cada una de nuestras firmas y la voluntad de nuestros actos. Que nos retorne la importancia de tener un nombre.

19 de febrero de 2025

La fidelidad o la razón

 

Jean Luc López


A nuestros políticos les ha parecido apropiado pedir fidelidad a sus seguidores y si no es así declararlos traidores. Tradicionalmente se entiende con ese término guardar respeto, lealtad y acepar ciegamente al líder conductor sin que haya ninguna cabida a la duda o la inconformidad por algunas decisiones. Además, y como que fuera poco el líder requiere exclusividad. Todo otro actor político que manifieste otra visión no se invitará a un debate, sino que será desacreditado y anulado. Se ve mal a todo aquel que piense distinto, que ose cuestionar. Ahora bien, este tipo de relación no es política, podría ser religiosa e incluso exigida en algunos contratos amoroso, pero política no. Este tipo de exigencias también se observa en los regímenes teocráticos y en los totalitaristas. En todo caso en toda creencia fundamentalista.

El líder es revestido con un rango divino y es infiel todo aquel que no lo siga, todo desertor es visto como enemigo. En términos lacanianos se anhela haber encontrado el objeto del deseo o el objeto fraccionado en algo de ese otro, su mirada, su voz, sus promesas que despiertan pasión. Un tipo de afecto que maximiza la idealización y acaba con la noción de la alteridad, la relación pasa a funcionar de forma simbiótica. En relación a este tipo de fusión hay una película basada en un hecho real muy ilustrativa “La virgen roja” una madre que tiene a su hija como su objeto, sin permitirle su propia vida. La exigencia desproporcionada del amor mata, la exigencia de fidelidad también mata la autonomía, el pensamiento, las propias decisiones.

Martha Nussbaum comienza su libro “Political Emotion: Why love Matter for Justice” afirmando que las sociedades se encuentran llenas de emociones. Acumulamos prejuicios, deseos, vicios y los traspasamos a toda función. Incluso trasladamos costumbres y creencias pasadas a un mundo que ya transita nuevas creencias y costumbres. Se ignoran los descubrimientos científicos, las categorías de pensamiento, las nuevas formas de concebir el amor y se siguen adorando a ídolos que no pueden ser divinizados imaginariamente. Se pretende hacer del hombre actual uno erradicado de su propio contacto con su vida y su pensamiento.

Si nos oponemos a la nomenclatura es precisamente por su pretensión de uniformarnos, no vamos a apoyar a otro líder que pretenda hacer lo mismo. Los gobernantes que se están erigiendo como los conductores del destino mundial muestran un exceso desbordado de emociones peligrosas. El deseo voraz de hacer de los otros sus servidores incondicionales. Ellos, los grandes padres no nos quieren como sujetos sino como objetos inmóviles. El vacío existencial que se está provocando conduce al predominio del ser angustiado propenso a lanzarse a aventuras que apacigüen su malestar. Todo tiende a ser desproporcionado, sobreactuado por seres irracionales que se apoderaron del poder. Esta escuela del dominio ha infectado a nuestros líderes políticos de la oposición y han provocado pasiones que entorpecen el razonamiento y la mesura para llevar a cabo una estrategia adecuada.

Es cierto que debemos llegar a consensos, pero estos deben ser resultado de debates entre los actores políticos y organizaciones civiles. Nunca impuestos ni deben ser producto de dogmas incuestionables que suelen derivar en nacionalismos perverso, esos sentimientos inconmensurables de devoción hacia la patria, o hacia una persona. Ya Kant lo advertía: “aquellos desincentivos que existan hacia los disidentes de la mayoría son perjudiciales para la autonomía individual y, por lo tanto, para la nación en su conjunto”.

No debemos ni podemos renunciar a nuestra comprensión racional. No hay revelación divina.

12 de febrero de 2025

La ley soy yo

 

Hieronymus Bosch


El Estado soy yo (traducción de la expresión francesa L'État, c'est moi) es una frase apócrifa que Luis XIV de Francia habría pronunciado el 13 de abril de 1655 ... Una forma de concebir la autoridad y la acción de mando. Nada está por encima de un monarca, no tiene ley que lo controle. Un “Yo ordené” basta para que se ejecute dicha orden. Desde 1655 hasta nuestros días mucho se ha logrado en el intento de alcanzar sociedades basadas en el respeto a los derechos que cada ciudadano posee y en la legitimidad de la autoridad. La autoridad encuentra su fundamento en la legitimidad, en el ejercicio de un poder sin violencia. Un mundo sin ley nos conduce irremediablemente a la destrucción. Sin embargo, vemos como nos encaminamos a desconocer todo límite, a la disolución progresiva de todos los roles tradicionales de una autoridad regida por leyes y controlada por instituciones.

Igual que a un niño pequeño al que no se le ponga límites termina por enloquecer sin saber qué hacer, de esa misma forma está mostrando la humanidad su locura. Una humanidad angustiada, desamparada, exhibe el vacío inmenso por una falla fundamental en la legitimidad de las ideas. Falla el símbolo, nos fallan los significantes, nos quedamos sin imágenes y sin palabras y corremos desesperados a buscar en lo real a ese personaje que se cree todopoderoso y pueda encarnar el poder sin falla. Ese personaje que ejerza su función sin reconocer que es un impostor, que de forma delirante crea que él es el poder, que él es el estado, que ejerza cualquier dominio sobre otros e imponga su ley. A cuantos presidentes estamos viendo alterando las democracias, alterando el orden dentro y fuera de sus fronteras.

La autoridad no es más que un andamiaje simbólico, Lacan lo llamó un semblante, con distintos pesos específicos. Desde el padre de familia hasta esa figura religiosa creadora de todo que es Dios. Todos en nuestro imaginario ocupan un lugar para normatizar una inconsistencia estructural. No es válido andar cambiándole su función, donde hay un dirigente político, un presidente, o cualquier autoridad civil no es Dios quien está disponiendo. De igual forma en los asuntos de Dios no rigen las autoridades terrenas. Andar mezclando sin saber de responsabilidades propias es andar perdido. Un presidente que se crea Dios es un psicótico sobre actuado. Un presidente que se crea el estado o la ley es un impostor de una función divina. Solo puede ser una autoridad porque le fue otorgada por los ciudadanos por un período limitado de tiempo. No es el padre, es un padre.

Un país sin constitución no es un país, solo somos un conglomerado de personas con un régimen que no responde a los principios, valores y garantías democráticas, como han venido señalando nuestros juristas desde hace 23 años. Así que tuvimos el escándalo de oír en 2002 a un presidente que dijo públicamente “El estado soy yo. La Ley soy yo” cosa que no se le ha oído decir a ningún otro jefe de estado, aunque actúen como tales. Sin embargo, en 2024 la sociedad civil desconcertada y cada vez más desmantelada pudo expresar en las urnas su rechazo a estos usurpadores que no quieren obedecer porque siendo la ley no tienen a quien o a qué obedecer. Ahora estamos en este dilema, esas “autoridades” sin ser reconocidas no deberían estar mandando, pero están mandando a la fuerza ¿qué nos toca? la desobediencia civil contemplada en la constitución o el desafío nuevamente por la vía electoral con las mismas autoridades y sin testigos ni organización. Es decir, en peores condiciones. Estamos todos maniatados, bajo condiciones impuestas y sin derechos.

Seguimos llamando a no dejar de escribir nuestro relato. Es necesario sentarse a pensar en otras alternativas y consultarlas no imponerlas ni seguir repitiendo los capítulos sabidos y pasados. Si seguimos en lo mismo obtendremos los mismos resultados. Se llama a tácticas diversas y creativas que hasta ahora son nuestro gran vacío.