13 de noviembre de 2019

Los otros y yo


Picasso


“Tablismo” podríamos llamar al fuerte movimiento que se observa en el país integrado por hombres nuevos, distintos pues,  que muy bien podría ser calificado como “cara de tabla”. Es un nuevo espécimen que el diccionario define como “persona descarada, sin escrúpulos”, se comportan con tal desparpajo que pueden desconcertar a aquellos hombres que todavía pertenecen al mundo de la racionalidad. Sí, porque ser racional implica saber lo que se hace y por qué se hace, tener en cuenta a los otros de quienes sabemos no podemos lograr un desprendimiento total. Ante un “cara de tabla” quedamos reducidos a cosas con la boca abierta, es decir cosas con bocas pero balbucientes. Lo que no se ha percatado ese “cara de tabla” es que también se cosifica y se reduce a ser un simple instrumento de sus actos descarados.

Esto de no poder lograr un estado de soledad absoluta y tener que compartir la vida con otros es lo que complica enormemente la existencia; aquello de que “vivir es fácil pero los demás no te dejan” cada vez se nos hace más patente en esta cultura del Tablismo. No siempre logramos la mejor compañía, necesariamente somos defraudadados, abandonados, maltratados, engañados sin que el autor del dolor causado sufra las consecuencias de sus malos actos. Ese “cara de tabla” no experimenta vergüenza ni culpa que le podría producir un malestar moral, incomodidad que procuraría un ligero desagravio. Observar el sufrimiento del que hirió arranca al menos una leve sonrisa, de allí que se desee ciegamente los actos reivindicativos que colocan peligrosamente al vengador en las filas de los tablistas.

Habíamos conocido dos culturas claramente diferenciadas por sus tabiques morales de gran eficiencia. La cultura occidental con la “culpa” y la oriental con la “vergüenza”, necesarios diques para no devorarnos con las fuerzas aniquiladoras de pulsiones sin dominio propio ni contención obligada por otros. Como somos occidentales estamos más familiarizados con la culpa que con la vergüenza porque, en realidad, eso de que otros desaprueben mis actos nos tiene sin cuidado; al contrario la “viveza criolla” ha sido altamente valorada como rasgo de categoría y distinción. Suponemos, entonces, que obedecemos a una demanda íntima de lo que consideramos es nuestro deber con respecto al otro, si fallo en mi intimidad racional siento una frustración que acarrea malestar. Al negar a los otros mi deber para con ellos no puedo pretender reconocimiento como humano, es decir, no puedo pretender el deber del otro para conmigo.

Pero digamos ese mundo complicado que conocíamos se nos está esfumando para aparecer uno desconocido, uno difícil de digerir y que va a obligar a pensar nuevamente sobre el ser humano y sus vicisitudes, ¿qué queremos de nosotros mismos y de los otros? Hacia donde nos dirigimos una vez que hayamos destruido, no solo a nuestras ciudades sino a la civilización donde por un tiempo descansamos. No está claro porque no se ha dicho aparte de unos cuantos anuncios luminosos de productos en venta ya pasados de moda y con poca demanda que están ofreciendo los impostores de políticos. Es decir aquellos que mal ocupan los lugares que antaño ocuparon los políticos. Sin vergüenza y sin culpa no hay responsabilidad y sin responsabilidades no hay políticos ni profesionales a la altura de sus funciones. Los “cara de tablas” pueden estar en cualquier lugar con un desempeño superficial plano, no entienden sino de martillos, serruchos y clavos. No desempeñan adecuadamente sus ritos ni crean sus propios mitos, gustan del fracaso y de pervertir lo establecido.

Mientras toda esta complicación se aclara a mí se me ocurre contrarrestar con la cordialidad, es que podría ser un buen dique de contención para resistir sin enloquecer hasta que se despeje el panorama. La cordialidad no es cualquier postura fingida, exige ternura, lealtad, humor y saber estar en cualquier ambiente o situación que se nos presente. Cordiales con los que nos agravian no podemos ser, no somos monjes tibetanos, pero podemos evitar tropezarlos. Requerimos coraje como Savater recomienda como una sazón que no puede faltar en los ingredientes de una buena marinada.

Los otros y yo nuestro constante divino tormento con el que siempre estaremos en deuda.

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