11 de junio de 2019

Como nos miran, miramos


Carol Weight

La mirada es un potente comunicador. Con solo una mirada podemos intuir o imaginar que quiere el otro de mí. La mirada del otro nos pone en emergencia, nos puede descolocar como sujetos y desata fenómenos como la vergüenza, el pudor, el prestigio o el miedo nos dice Sartre en el Ser y la Nada. Podemos trasmitir odio, alegría, duda y pánico con la forma como miramos. Si bien el lenguaje la puede acompañar o no ella por si sola habla. A veces nos gusta que nos miren, a veces no, queremos pasar desapercibidos. Según los juegos que establecemos si queremos atraer miradas hacemos señas, nos movemos, nos exhibimos, hacemos bulla despertamos intrigas, comenzamos un juego de seducción con el toma y encoje. Hablamos, suponemos que decimos cosas interesantes o nos oponemos a todo, hacemos berrinches, pegamos gritos, molestamos. El otro estará pendiente para regañarnos o para devolvernos una mirada irritante. Basta ya, es suficiente, comiencen a comportarse.

Una mirada puede cambiar las perspectivas de mi mundo, puede reordenarlo, si me gusta lo que el otro ve y yo quiero ser visto de esa manera, mi conexión con ese ser se hace vínculo permanente, quiero siempre ser visto de esa manera. Puedo perder a ese otro, puede ser que su presencia continúe en su ausencia, puede ser que siempre quede en mi recuerdo esa mirada y la fascinación causada. Es el escenario del amor que comienza con una mirada y un rasgo físico que cautivó. Siempre estamos en la búsqueda de un objeto privilegiado perdido, queremos reencontrarlo, nos acercamos y nos asustamos. Nunca estamos realmente solos, una presencia imaginada que mira nos acompaña, nos calma o nos persigue molestando, alegrando o entristeciendo. Escojamos ese amigo imaginario con precaución porque será esencial en nuestra relación con los otros, con nuestra mirada. Si ese fantasmita anda molestando, seremos ariscos y desconfiados con nuestro entorno. Como nos miran, miramos.

Así como los espejos, la mirada no nos es indiferente, nos sobresalta. Hay seres que tapizan sus casas de espejos, quieren ser vistos en todo instante y quieren verse para rectificarse constantemente. No siempre los espejos nos devuelven una mirada grata, no distorsionan nuestra imagen tal como la idealizamos, o nos están constantemente recordando que el reloj anda apurado. Podemos horrorizarnos, asustan los espejos y persiguen con la frialdad del cristal. Podremos tener el deseo de querer al otro como espejo, querer que constantemente este allí para que su mirada me devuelva esa figura que recreo en mis sueños. Mi fascinación consiste en que me vea, solo allí reside el encanto. Eso sí que me vea como yo quiero ser visto, el resto entrará en el terreno del conflicto. Después de todo no es tan complicado el mundo reducido a un juego de espejos.

Como andamos haciendo tanto ruido, pues el mundo nos ve y habla. Que fastidio cuando  hablan porque se desatan los demonios y nos lanzamos a defendernos de inmediato. ¡Bueno y qué, qué tiene de raro! O ese ¡ven, se los dije no somos lo que creemos, es todo una farsa! Hacemos ruido pero no queremos ser observados como espectáculos. Hacemos escándalos porque lo que vivimos es escandaloso, queremos que esas miradas sean más sensibles, que capten el dolor, la tragedia, la desgracia. No queremos la mirada fría de la ciencia queremos y hace falta la mirada del poeta. Una mirada que nos reconozca, aunque solo sea eso, una mirada. Manden postales, manden una foto que tenga el arte y la sabiduría del “evento que no podrá repetirse” como expresó Rolan Barthes en su bello ensayo sobre la fotografía. Tengamos un encuentro que nos devuelva una mirada de reconocimiento. Solo eso, una mirada.

“Hoy, al cabo de tanto perplejos años de errar bajo la varia luna, me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera tanto a los espejos…Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro”. Borges, con esa mirada que mira más allá de lo aparente y su generosidad de dejarnos sus insuperables letras. El mundo necesita más miradas como las de Borges y menos de encumbrados mirones fríos que diseccionan, que nos reducen a muestras de laboratorios.


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