18 de junio de 2019

A lo mejor

Keith Henderson


Solo cuando somos niños nos gusta oír un mismo y exacto cuento. Cuando uno le cambia algún evento al cuento ya contado el niño insiste “no, así no era” y puede repetirlo casi con las mismas palabras. No quiere que nada cambie, teme a las ausencias y juega para tranquilizarse con el regreso de esa cara y esa voz tranquilizadora. El niño quiere un ambiente seguro y protegido, el juego del Fort-Da del nieto de Freud. Los adultos siguen queriendo constancia en sus circunstancias cuando estas son confortables y justas, pero cuando el mundo se torna hostil pide a gritos por un cambio. No desea seguir con el mismo cuento, desea que de cualquier manera se le dé un giro a ese guión. Es ese precisamente “de cualquier manera” lo que pareciera que nos conmina a permanecer en esta eterna repetición. Un globo petrificado con agua en su interior. Nadamos en mares tempestuosos y al tratar de salir a la superficie para poder respirar nos topamos con muros de piedras. Una pared infranqueable.

Repetir sin reflexión tiene sus graves consecuencias, produce cansancio y rendición. Suponemos que el ser humano porque tiene capacidad de reflexión, de extraer consecuencias y arribar a conclusiones podría cambiar de alguna forma su proceder cuando se tienen claras las metas. ¿Será que suponemos mal? Puede ser que esas herramientas que poseemos no las estemos utilizando, las metimos en un cajón y allí las resguardamos sin uso mientras nos dedicamos con ahínco a  la acuosidad de nuestro mundo que se ve arrastrado por la corriente. Mientras la mayoría nos encontramos en situación de sobrevivencia, hay otros que hábiles para obtener beneficios del desorden, se especializan y con destreza en el arte de  la zancadilla, la mentira, y la avidez por el poder. Y uno se pregunta con perplejidad ¿es que es tan apetecible ser presidente de estas ruinas? A juzgar por los empujones que se observan en esa competencia pareciera que sí, que si lo es.

Entonces vamos a contarnos un cuento. Era una vez un país lejano que fue invadido por huestes extrañas provenientes de otras latitudes. Fueron invitadas por un grupo de los habitantes de ese país que tenían planes ocultos ignorados por el resto. Querían robarse los tesoros, riquezas y el bienestar de sus habitantes. Entraron como invaden las plagas y acabaron con todo lo que vieron a su paso. Nada quedó en pie, todo les fue cruelmente arrebatado, sus casas, comidas, colegios, universidades, hospitales, trabajos. Los servicios básicos colapsaron  y en medio de la oscuridad, de la plaga, la enfermedad y el desconcierto asaltaron sus negocios y violaron a sus mujeres. La población se defendió como pudo, batalló con valentía y convicción pero fueron respondidos con balas y traición. Muchos murieron defendiendo lo suyo y otros fueron encerrados en tenebrosos calabozos, asesinados y torturados.

Gran parte de la población desapareció, unos salieron a otras latitudes y otros murieron. Las calles comenzaron a verse vacías, las luces apagadas, la alegría se tornó extravagancia y ese bullicio de niños saltarines en los parques o sentados en bellos jardines oyendo al cuentacuentos desapareció del cotidiano paisaje. Mientras los que permanecieron como conductores del rescate del espacio arrebatado se dedicaron a contar cuentos y querer que los sobrevivientes se sentaran a escucharlos. Dicen los que quedaron de esta debacle que esos cuentos fueron escuchados durante un tiempo pero después se cansaron, siempre terminaban en un doloroso fracaso con las consecuencias de un mortal vacío en la audiencia. También comenzaron a desaparecer los espectadores, ya no se quería ni siquiera escuchar, total para qué un mismo y aburrido cuento. Esta historia no ha terminado, quizás y por esos efectos inesperados se comiencen a oír otros relatos. Quien sabe y a lo mejor.

A lo mejor comiencen algún día a entender, a lo mejor extraigan consecuencias de los actos, a lo mejor cesan las mentiras, las zancadillas, a lo mejor algún día se reconozcan los errores, a lo mejor se comience a reflexionar, a pensar. A lo mejor, a lo mejor, no sé si será demasiado pedir a la vida y sus destinos. No sé si será demasiada confianza en la capacidad de rectificación que deberían tener los humanos. Mucho se nos ha inculcado que lo que distingue al ser humano de otros seres vivientes es precisamente la posibilidad de cambio, de deshacer los errores, es decir de pensar. A lo mejor es otro mito y el ser humano esté condenado a una misma y sórdida repetición. No lo sabemos, veremos.

3 comentarios:

  1. El eterno retorno de no aprender en cabeza ajena... Gracias por tu trabajo, Marina.

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  2. Si los que deberían rectificar no lo hacen pasarán, y tocará a otros hacer un mundo nuevo, ahora la tarea es preservar cada semilla de ese nuevo mundo, espeluznante y lucido relato gracias por escribirlo

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