20 de enero de 2016

Un siglo de diferencia


Ver en un solo momento mentalidades pertenecientes a diferentes siglos debatiendo sobre una situación actual es un privilegio que pocas veces se da en una historia personal. Un tanto vertiginosa la experiencia, como andar en un tren de alta velocidad con la capacidad de traspasar los tiempos a su antojo. Una experiencia que combina la tecnología moderna con la ciencia ficción digna de los trucos imaginativos de los grandes artistas de los parques de diversión. Uno queda aturdido y tiene, necesariamente, que dejar pasar un tiempo para asentar la batidora de emociones que tal viaje del tiempo provocó. Un tanto mareados pero admirados por el contraste que nos ofrece la civilización, la conquista humana sobre la barbarie, la razón y la sensatez sobre los dogmas; la libertad en lugar de la chaqueta de fuerza de las doctrinas; la responsabilidad ante los problemas en lugar del extrañamiento de la realidad. Dos siglos diferentes, dos temples diferentes, dos maneras de vivir: arrodillados ante dioses de barro o con la frente en alto, erguidos encarando las ruinas que el atraso provocó. El país ya escogió lo que pasa que a los trogloditas no les ha llegado la señal.


En pleno siglo XXI conseguir seres que todavía están debatiéndose por posturas existenciales que se comenzaron a resolver en el siglo XIX solo se explica por esa gran dimensión arqueológica que posee nuestra psique (el inconsciente) donde somos capaces de ir almacenando civilizaciones una detrás de otras, a las que no damos nunca una total sepultura. Atavismos infantiles que muestran no solo la historia personal sino la historia de la civilización por la que se ha derramado tanta sangre y tinta. Si no se ha hecho nunca un esfuerzo personal, si no se cultivan las buenas maneras y la belleza; si no se conoce de qué se trata el hacerse humano; si se ha vivido con tanta irresponsabilidad e irrespeto por las normas elementales de la convivencia humana, lo que podemos esperar son estos resultados. Seres “cosificados” que al hacerse del poder derraman su ignorancia, resentimientos y el profundo malestar que los invade sobre toda un población.  Admirado por esa palabra “cosificar” que no conocía cuando se le debe hacer patente con solo  asomarse a un espejo. Simples cosas a las órdenes de mandatos que ni siquiera conocen, de los que no pueden hacerse conscientes sin perder en ello la vida. Lo que gritan los estudiantes encierra una verdad insoslayable, ¡hay que estudiar….!

Ha sido un tiempo interminable oyendo sólo un discurso obsoleto que ha atormentado a la población que sí se ha tomado el trabajo de vivir con alegría y con una gran responsabilidad sobre sus vidas personales y el de la comunidad. Pues bien al fin se erigen las voces que nos recuerdan que no hemos regresado a las épocas oscurantistas irremediablemente, que no es así, que nos encontramos en el siglo XXI; voces que nos hablan con dignidad y respeto y que no nos tratan como niños que hay que calmar y seducir. La dignidad regresó a la palestra pública y el alivio que produce tiene dimensiones incalculables. Imaginemos que estamos saliendo de un loco que se metió en casa y perturbó toda la vida familiar, que de alguna forma enloqueció a todos y vició el aire que respiramos. Ese loco está allí todavía pataleando y vociferando, pero ya se encuentra maniatado y de salida. Tenemos motivos para sonreír nuevamente y para comenzar a mirarnos con simpatía y complicidad. Fuimos los artífices de esta nueva y liberadora realidad.

Debemos estar atentos a nuestros propios fantasmas. No vamos a salir de esta Horda Primitiva adoradores de una imagen para inconscientemente comenzar a clamar por imagos de igual magnitud. La ley debe funcionar en cada uno de nosotros, no está afuera y por lo tanto no nos debe ser señalada. El acuerdo entre los seres humanos pasa por un diálogo, una concertación, escenario ineludible en las sociedades modernas. Si bien sabemos que con salvajes no se puede dialogar, porque simplemente no son humanos, el llamado civilizado debe ser a ello, si no responden eso es otro asunto e inevitablemente surgirán otros escenarios. No pidamos hombres rudos que insulten y maltraten porque caeríamos en los mismos errores que tratamos de enmendar. El lenguaje culto, certero, con contenidos precisos en momentos adecuados causa más efecto que tanques y granadas. Ese es el camino de la verdadera política, cuando se traspasa la ley y se incurre en la violencia y la muerte se deja de hacer política. No en balde cada vez que hay un encuentro entre estas dos visiones antagónicas de convivencia se saca a relucir los caídos por manos asesinas. Heridas que no cicatrizan y dejan marcado al cuerpo social.

Vendrán acciones firmes propias de los seres que tienen claros sus deberes históricos y que no rehúyen a sus responsabilidades. De hecho fue el comienzo de esta nueva etapa para dejar claro que la política no es una religión. Mientras tanto torear embestidas, no cazar peleas innecesarias y manejar las situaciones con destrezas para llegar con salud a buen puerto, es la gran tarea. Avanzamos hacia nuestro siglo dejando atrás el primitivismo causado por el Padre de la Horda; dejemos espacio para que sus hijos terminen por destruirse o comprender que no se puede vivir sometidos a una autoridad arbitraria.

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